domingo, 31 de agosto de 2014

On t'aime!!


¡Maravillosa Maestra!

Martha Argerich - Libertango (Astor Piazzola)



"Libertango" de Astor Piazzola por Martha Argerich

"Conversaciones Nocturnas" de Georges Gachot - Official Trailer



"Conversaciones Nocturnas" de Georges Gachot - 2002

"Argerich en Canal 7" por José Pablo Feinmann

Lo primero, lo que no se puede dejar de decir: felicitaciones sinceras a Canal 7. Ningún canal de aire habría pasado este programa. Porque aunque Martha Argerich es la gloria musical más grande que ha producido este país (sí, más que Carlitos, que la Negra Sosa, más que Charly, desde luego, y más que Barenboim, músico de gran talento, pero exacta expresión de eso que, en arte, todos saben: si no puedes ser monarca en una disciplina, sé príncipe en muchas) aquí no da rating, se la conoce –popularmente– poco. 

Este país sabe más de Mirtha Legrand y Susana Giménez que de Martha Argerich. Eso se debe a la política de los medios. Un periodista de infausta memoria, un mal tipo llamado Bernardo Neustadt, que todo lo que hizo en su vida lo hizo para el lado del Mal (problema dificultoso el del Mal, dónde está el Mal, dónde el Bien, no se sabe, pero yo y muchos sabemos algo: lugar en que haya estado Neustadt siempre estuvo el Mal; él solito, parándose en cualquier lugar, solucionaba este problema metafísico: ¿Dónde está Neustadt? ¡Allá, hablando con Massera, hablando con Menem, pidiendo junto a Grondona los tanques en la calle durante la hiperinflación, hablando con Alsogaray!; bueno, ya sabemos dónde está el Mal), inventó al personaje de Doña Rosa. 
Había que hacer televisión para Doña Rosa, ella condicionaba los contenidos de todos los programas. Pero Doña Rosa tenía una cualidad notable: era idiota. En suma, había que hacer programas para idiotas. Porque Doña Rosa representaba al pueblo y había que darle al pueblo lo que el pueblo quería. Todo falso. Los inventores de Doña Rosa son todos aquellos que quieren hacer programas idiotas con la excusa de ser vistos o escuchados por idiotas. Si a Doña Rosa se le da lo mejor, a la semana va a exigir lo mejor. Pero hay que echar basura sobre la gente. Si lo hacemos –dicen– haremos basura de la gente y nunca nos van a molestar, nunca se van a dar cuenta de nada, que les damos programas horribles, de mal gusto, tele-basura, que nosotros mismos somos idiotas, somos basura y por eso hacemos lo que hacemos. Que, además, somos basura a sueldo de grandes corporaciones que no quieren gente inteligente, sino gente que consuma, que compre toda la escoria que le ofrecemos en nuestros avisos comerciales, la basura de la basura. ‘¡Pruebe ChocoFort, el mejor chocolate francés!’ Falso: ChocoFort es caca, pura mierda en papel aluminio. Pero la gilada no lo sabe. Se lo come al ChocoFort. Se come todo lo que le dan por la tele. El mundo, para los que producen la telebasura, se divide entre: nosotros, los piolas, y ellos, la gilada. ¿Cómo es posible que un programa de filosofía sea un éxito y gane premios reservados para el “entretenimiento”, cómo es posible que Canal 7 pase a las diez de la noche un documental sobre Martha Argerich? Porque se ha decidido que Doña Rosa no es idiota y que la gilada no es gilada. Que el público merece lo mejor y hay que dárselo.
El documental se llama "Conversaciones nocturnas". Sucede que Argerich vive de noche. Duerme de día. (Como decía una linda canción de los ’60: “Vive de noche/ Duerme de día/ Dice que estudia filosofía/ Que voy a ‘cer/ si ella es así/ con una hippie yo me metí”.) La noche es su elemento. Ahí se siente cómoda. Siente una paz que la claridad le niega. El día es horrible. El día son los demás (que eran, para el Sartre de A puerta cerrada, el Infierno), el teléfono, los ruidos que llegan de la calle, las bocinas, las sirenas, las ambulancias, los colectivos, las imprecaciones, los que tocan el timbre, etc. La noche es el silencio y el sereno vuelo de las musas, que tiene lugar en nuestra interioridad. Lo delicioso del documental reside en la cantidad de anécdotas que cuenta Argerich. Su primer y gran maestro fue Friedrich Gulda, que apenas tenía once años más que ella y admiraba mucho a Erroll Garner. Le explica a la joven Martha (que era muy bonita) que hay una profunda influencia de Debussy en el jazz que hace Garner. En un viaje a Estados Unidos, Gulda (un pianista descomunal) encuentra a Erroll Garner y le pregunta: “¿Me podría decir cómo se produjo su encuentro con la música de Debussy?”. Garner lanza una risotada y exclama: “Who’s that guy?” (¿Quién es ese tipo?) Argerich gana el Festival Chopin en Varsovia y ahí le llueven todo tipo de contratos internacionales. 
Estamos en 1964. Con el tiempo –y con algunos crueles problemas en su salud, que el documental no menciona– se vuelve aún más interior y –como le sucedió a su admirado Vladimir Horowitz, que estuvo cerca de cinco años sin dar recitales y jugaba en su departamento de Nueva York con un trencito eléctrico– se torna renuente a los recitales, prefiriendo los conciertos con orquesta o la música de cámara. Sola, en el escenario, termina sintiéndose un insecto iluminado por focos impiadosos que le impiden ver al público. Medirse con Horowitz explica algunos momentos de su carrera. Cuando tuvo que tocar el Concierto N° 3 de Rachmaninof (que, a esta altura de los tiempos, supongo que sólo a Federico Monjeau no debe gustarle, aunque espero que le guste mi chiste) no se decidía nunca. Iba de un lado a otro. Tenía esperando a Ricardo Chailly, el notable director, que lo hacía con gran comprensión y tolerancia. Se dice que todos decían: “No se decide porque quiere que su versión sea igual o superior a la de Horowitz”. El N° 3 de Rachmaninoff es –creo, junto con el también N° 3 de Prokofiev– el más deslumbrante concierto del siglo XX, aunque es cierto que su “espíritu” esté en el XIX. “Lo compuse para elefantes”, decía Rachmaninoff. Que contó las notas de su partitura: ¡Veinticuatro mil notas! Otro de los problemas del concierto es que está –y bien a mano, aunque con algunos pocos cortes– la versión del propio Rachmaninoff, colosal pianista, que es casi insuperable. El concierto ofrece miles de dificultades para el intérprete y también miles de oportunidades para lucirse. No hay concierto más opulento, más difícil, exige a fondo al pianista y lo obliga a poner en juego todos los recursos del teclado. No ha de existir una sola gran dificultad de ese gran instrumento que Rachmaninoff no haya puesto en el camino del intérprete. Y está, además, la cadenza. ¿Qué es una cadenza? Se llega a un punto –casi siempre al final del primer movimiento: el clásico concierto de piano suele tener tres, forma que tomó su perfección con los de Mozart– en que la orquesta se detiene, se abre un espacio para un gran protagonismo, y ése es el del piano. Se trata de su momento estelar. La cadenza es un solo en que el piano recoge los temas que se han tratado en el movimiento, los transforma, los desarrolla y todo dentro de un virtuosismo, de un despliegue técnico hiperexigente, de una insoslayable brillantez. Para su Concerto Rachmaninoff escribió dos: les dicen la liviana y la pesada. En general, los pianistas eligen la “liviana” porque pueden correr más. La pesada pide una tonelada de grandes dedos y una densidad rusa que sólo escuché adecuadamente por el Gran Oso Ruso Lazar Berman. Argerich la lleva a cabo como era de esperarse: poderosamente. De todos modos, es difícil elegir una. Horowitz casi destroza el piano. Otros han quedado atrás. Van Cliburn por ejemplo. Otros son los notables jóvenes que han surgido: Sergio Tiempo la hace gloriosamente. Lo escuché en Amsterdam, en el Concertgebouw (donde Martha tocó muchos de sus mejores recitales: hay un hermoso CD con una colección de sus grandes momentos), venía de un Festival de Cine Latinoamericano en Rotterdam, invitado como guionista de Eva Perón, y me fui a Amsterdan al leer que tocaba el excepcional Sergio Tiempo. Pocas veces escuché una ovación como la que le ofrecieron. La cadenza la hizo fantástica. 
Horacio Lavandera toca la “pesada”. Bien, pero ojo: el lucimiento es menor. Como sea, no son pocos los que la eligen. Ashkenazy, por ejemplo. Y convengamos que Ashkenazy puede cantar un tema de Mozart o Beethoven como pocos, pero no es un virtuoso. De aquí sus rabietas con Horowitz al que terminó por calificar de: “High class entertainer”. En fin, como insulto es poderoso y no me animaría a decir que Horowitz, en algún punto, no se lo ganó. La grandeza de Argerich reside en un punto exquisito: siempre supo detenerse ahí donde Horowitz se desbordó. Su técnica no es menos asombrosa que la del gigante ruso. Pero su contención, su espiritualidad, su capacidad para resistirse y huir de la pirotecnia, son mayores. Las otras grandes cumbres en el piano de Argerich (y es imposible enumerar todas) son: el N° 3 de Prokofiev, el Concierto de Schumann (de quien confía que jamás le jugará una mala pasada “porque me ama”), Gaspard de la nuit de Ravel, la Sonata en Si menor de Liszt (su versión es, sin duda posible, superior a todas cuantas hayan existido desde que Liszt la compuso, cuando la escuché me estalló la cabeza, tal como, siendo un jovencito, escuché el Concierto en Fa mayor de Gershwin, y éste es un especial y cariñoso dardo a la genia, que jamás incluyó algo del gran George en su repertorio), la Sonata N° 7 de Prokofiev, el N° 3 de Rachmaninoff y el Concierto en Sol mayor de Ravel (que debe tanto a Gershwin, aunque, quiero aclarar, no en su segundo movimiento, el sublime, en los otros dos: sin Gershwin, Ravel no habría podido escribirlos, tenía la partitura del Concierto en Fa mayor en tanto componía sus dos concierto: el célebre en Sol mayor y el menos tocado pero espléndido para la mano izquierda, un concierto hollywoodense).
En suma, se harán sobre Argerich mejores documentales. Sé que éste nunca le gustó y hasta quiso frenar sus proyecciones. Como sea, ofrece mucho de ella. Se la ve muy jovencita, con un también muy joven André Previn, en el final del N°1 de Liszt, se la ve (un momento fenomenal del film) enseñándole a un director de orquesta cómo se dirige el Concierto de Schumann, toca Bach, Ravel, Chopin y muchas de las cosas que dice son muy profundas. Y no sólo cuando habla de música. En fin, un material de visión obligatoria que sólo Canal 7, en la Argentina de hoy, en que los canales de aire le dan la espalda a la calidad, podía, a causa de sus criterios estéticos, ofrecer a sus televidentes. Se agradece.
José Pablo Feinmann
Diario Página 12 - Contratapa - Domingo 14 de noviembre 2010

"Ella es la Maradona de la música" por Olivier Bellamy

El biógrafo francés de la pianista argentina ratificó para sí mismo, después de ocho años de trabajo, que Argerich "es una mujer fascinante, como su música". Bellamy refuta prejuicios y sostiene que entrar en contacto con su mundo provoca una suerte de "revelación".
"Nunca buscó construir nada pero es un monumento",
señala Bellamy sobre Argerich.
Se puede tener una experiencia mística en un templo budista, en una catedral, o con las manos de una mujer que se deslizan sobre un piano. El acceso a ese don está reservado a muy pocos. Martha Argerich detenta ese poder, único, exquisito, sobrenatural. Sus conciertos son un paso del otro lado de una frontera a la que sólo se accede con su música. Sus seguidores le perdonan todo. Imprevisible, temperamental, bohemia, Argerich ha hecho historia con su música y con sus ausencias en los conciertos de salas llenas que anuló a último momento. Esta pianista argentina es una leyenda mal conocida, o conocida por lo que muchos califican como “excentricidades”. Su biógrafo francés, Olivier Bellamy, corrige esos juicios apurados. En 280 páginas que se leen como una novela de acción, Olivier Bellamy restituye sin concesiones la vida de esta pianista genial que supo preservar la fuerza romántica y la expresión de la emoción máxima por encima de la moda dominante que hizo del piano una proeza técnica sin vibración. Aficionado excelso u oyente casual, nadie puede levantarse igual al día siguiente después de haber escuchado el segundo movimiento del Concierto para piano N° 3, de Beethoven, interpretado por Martha Argerich. Angeles que descienden del cielo con un secreto en los labios. Olivier Bellamy logró que Martha Argerich, que detesta hablar de ella, aceptara que este crítico musical hiciera su biografía. Ocho años de trabajo que empezaron en el 2000. “Fue en su casa de Bruselas, a las seis de la mañana, después de la noche de Año Nuevo.” El resultado es la magnífica biografía que acaba de publicar en Francia Buchet-Chastel: Martha Argerich, L’enfant et les sortilèges (Martha Argerich, el niño y los sortilegios). 
El título del libro alude a una composición de Ravel e ilustra perfectamente la personalidad doble de Martha Argerich. Bellamy recuerda que en ella viven un niño eterno y un adulto denso. Ambos, asociados, han dado una de las más grandes intérpretes de la historia de la música clásica, que empezó a tocar el piano a los tres años porque un niño la desafió. En esta entrevista con Página/12, Olivier Bellamy recorre la vida de la pianista y penetra el estilo de quien tiene el don de abrir el cielo con las manos.
–Usted describe a Martha Argerich con una doble magnitud: la de una mujer que preservó su infancia y dentro de la cual hay un adulto complejo.
–Martha Argerich supo conservar las cualidades de la infancia, eso que todos buscamos preservar, pero que no llegamos a hacerlo porque la vida es muy difícil en muchos aspectos. Entonces nos comportamos como adultos. Pero Martha Argerich preservó la frescura de la infancia, que es indispensable para su arte. Todos los artistas guardaron una parte de la infancia, pero Argerich fue más lejos que los demás. Argerich tuvo una conciencia de adulto muy temprana. En cuanto empezó a aprender el piano a la edad de tres años, ya tenía una exigencia interior muy, muy grande. Es una paradoja fundamental en su personalidad que vamos a encontrar a lo largo de su vida. Argerich es alguien profundo, inteligente, pero no es razonable. Huye de la realidad. Ella es consciente de eso. Argerich vive de noche, trabaja de noche, se escapa del día porque el día es el momento donde todo el mundo trabaja, donde hay que ser eficaz. Todas esas cosas le son extranjeras. En cambio, de noche está en su centro íntimo.
–Sin embargo, ese aspecto bohemio no le quita nada a la dimensión de su arte. Al contrario, la engrandeció.
–Desde luego, pero el punto de partida es una exigencia muy grande. Ella no busca la eficacia. Lo que busca es alcanzar una suerte de perfección. No se trata de una perfección técnica u objetiva, sino de una perfección íntima. Por esa razón no toca todas las sonatas o todos los conciertos de Beethoven. Sólo toca las obras que siente profundamente. Todos los artistas tienen ese principio, pero muy pocos lo aplican. Martha Argerich supo preservar esa libertad que consiste en tocar sólo las obras que siente en profundidad. A veces la atacaban diciendo que había hecho su carrera con cuatro conciertos: el de Schumann, el concierto en sol de Ravel, los dos primeros conciertos de Beethoven. Pero ella siente que puede ejecutarlos mejor porque es como si hubiese sido ella quien los compuso. Hay otras obras que no siente con tanta profundidad y por ello no las toca. Y también hay otras piezas, como el cuarto concierto de Beethoven frente a las que se siente tan cerca, que le llegan tan hondamente, que no osa abordarlas. Es como cuando estamos enamorados de alguien y no nos animamos a hablarle. Tocar un concierto así en público sería para ella como profanar algo sagrado. Eso es algo difícil de comprender en el mundo de hoy. Pero Martha Argerich supo proteger esa dimensión, esa libertad casi de gitano.
–En su estilo también hay componentes paradójicos: una potencia colosal, perfección técnica, imaginación, espontaneidad de niño. El resultado es una experiencia única, casi mística. Quien asiste a uno de sus conciertos sale con la impresión de haber conocido un mundo oculto, potente, puro.
–Sí, es algo misterioso y muy difícil de analizar. Es un genio, su caso sobrepasa el simple talento. En primer lugar, tiene una sonoridad única, maravillosa, su sonoridad es como su físico. Cuando uno de sus profesores la escuchó por primera vez escribió en un cuaderno: “Martha Argerich no considera la belleza del sonido como primordial”. Pero a Martha Argerich no le hacía falta eso porque ya tenía la sonoridad más bella del mundo, una belleza natural, implícita. Lo más asombroso es la intuición que Argerich tiene del estilo de cada compositor. A los 17 años, cuando dio sus primeros conciertos en Alemania, los críticos estaban fascinados. Se preguntaban cómo una joven de 17 años podía entender tan bien las obras de los compositores. Su comprensión no era distinta a la de los grandes pianistas del pasado, Kempf, Serkin, etc. Argerich tiene también una virtuosidad fuera de lo común. Es como la Maradona de la música. Su mano se posa sobre el piano y sin que se denote nada de intelectual o de reflexivo la música fluye. 
Martha Argerich considera los pianos como seres vivos. “Cuando los pianos no me quieren, no los toco”, suele decir. A veces también dice que hay pianos muy antipáticos. Eso quiere decir que Argerich considera los pianos como personas y con las obras de arte le ocurre lo mismo. Por eso sólo toca las obras con las que siente que tiene un lazo directo, como un amigo, permanece en su centro íntimo a pesar del ruido y del furor, de la tecnología, y a pesar también de que sea una persona muy vulnerable a todo lo que viene del mundo exterior. Cuando toca el piano uno tiene la impresión de que se consume, se quema, y ese fuego alcanza al espectador.
–Su vida parece tener una dimensión tan densa y romanesca como su estilo musical. No hay concesiones y es capaz de interrumpir un concierto en público e incluso no asistir a la representación. Es rigurosa y cambiante.
–No calcula, vive sin hacer proyectos, no hace planes. En su vida todo le ocurre sin cálculo, sin anticipación, sin previsión. Cuando era joven se acordaba tres días antes de que tenía un concierto muy importante. Vive día a día. Para ella Europa es la cuna de su repertorio. Varias veces me contó que cuando llegó a Europa se sentía muy emocionada por estar en el lugar donde Schumann o Beethoven habían compuesto sus obras. Martha Argerich deja algo fantástico, y, sin embargo, para ella eso no es nada. Nunca mira hacia atrás, siempre mira hacia adelante. Es hoy y ahora. Nunca buscó construir nada, pero es un monumento. En la música clásica ella aportó algo esencial en una época donde se iba hacia más objetividad, más tecnicidad. Argerich conservó el romanticismo, cierta locura, la superación de sí mismo. Pero no se trata de superarse sólo para establecer una marca técnica, no, es un ir más allá de todo en la emoción. Cada concierto es único.
–Su biografía cuenta de alguna manera dos historias: la de Martha Argerich y la de la biografía misma. Usted se consagró en cuerpo y alma a ese trabajo y las páginas del libro dejan entrever, de tanto en tanto, la dificultad.
–Es como un doctor con un animal salvaje. Me exigió mucha paciencia, pero acercarse a alguien tan extraordinario como Martha Argerich no tiene precio. No es fácil todos los días; Marcha Argerich tiene un temperamento difícil de aprehender, cambiante. Pero al mismo tiempo es una persona adorable y paradójicamente transparente. Uno le perdona todo. Yo quería que mi trabajo estuviera a la altura del personaje, no quería que fuera una biografía simple, basada en un par de compilaciones y artículos o conversaciones. Ella también quería que yo la conociera bien y me dio esa oportunidad. Me hicieron falta ocho años para hacer esta biografía. Me ocurrió muchas veces que luego de escucharla tocar no me podía dormir. Martha Argerich nos pone en un estado muy particular, es algo cercano al amor, algo profundo, uno tiene la impresión de que ella nos transforma. Hay en ella algo tan puro que de alguna manera también nos fuerza a ser puros. Es un trastorno profundo, una revelación. Es una mujer fascinante, como su música.

Cultura & Espectáculos - Diario Página 12
Jueves 1 de abril de 2010
Por Eduardo Febbro desde París

"Mi hermana Martha" por Juan Manuel Argerich

Lo llaman Cacique, y desde que él se ocupa de organizarlo, la pianista ha vuelto a tocar con más frecuencia en Buenos Aires.

Es menos riesgoso, pero tratar de comunicarse telefónicamente con Martha Argerich puede ser tan difícil como ascender al Aconcagua. Nadie que no sea familiar directísimo o un amigo de probada amistad, absolutamente nadie, puede franquear el contestador de su casa de Bruselas. 

No obstante, la anhelada entrevista con Argerich, en su casa, pudo realizarse. Aunque con algunas diferencias. La vivienda es la que posee en Buenos Aires y el Argerich en cuestión, del otro lado del grabador, fue su hermano Juan Manuel -Cacique para sus conocidos-, que sumamente cordial se avino a conversar para hablar de Martha

Juan Manuel tiene 56 años, cuatro menos que su hermana. A pesar de que Martha ya había ofrecido su primer concierto antes de que él naciera, conoce todos los pormenores de sus comienzos. "Ella concurría a un jardín de infantes. Había una maestra que, a la hora de la siesta, les tocaba el piano para que las criaturas se fueran durmiendo. Un día la maestra vio cómo, con un dedo, Marthita estaba repitiendo las melodías que ella tocaba y habló con mi mamá. Mis padres le compraron un pianito de juguete. Martha lo probó, no le gustó y lo destrozó. En ese momento, papá, que estuvo iluminado, en vez de enojarse, decidió que había que comprarle un piano de verdad. Todavía no tenía 3 años.

Si Juan Manuel, el padre, compró el piano, Juana, la madre, fue quien se encargó de buscar una buena profesora. "Fue Ernestine de Kusrow. Esta mujer utilizaba un método rarísimo de figuras y animalitos para inducir a los chicos a tocar. Los resultados todavía causan asombro. A los 3 años Marthita tocó un movimiento de un concierto de Mozart. Lo hacía de oído porque todavía no había comenzado a leer música.

Los pasos siguientes fueron vertiginosos. "Dos años después comenzó a estudiar con Vicente Scaramuzza. Un día, Scaramuzza lo llamó a mi papá y le dijo: "¡Su hija me exprime!" "Pero, maestro, tiene 6 años..." "¡No señor, su alma tiene 40!

-Para Martha, ¿hubo una infancia por afuera del piano?

-Creo que no. Vivíamos en Belgrano y Marthita nunca fue a la escuela. Hizo toda la primaria libre. Papá la preparaba. Estudiaba inglés, hacía cursos de armonía con Teodoro Fuks, aprendía danzas españolas. Pero todo estaba centrado en el piano y la música. A los 7 tocó un concierto para piano de Mozart con la orquesta de Radio El Mundo. Mi papá la llevaba a lo de Rosenthal, un mecenas en cuya casa se congregaban todas las visitas musicales que llegaban hasta Buenos Aires. Ahí, la escucharon Gulda, Gieseking, Backhaus, Solomon, Arrau

-¿Y la vida familiar? 

-La vida familiar como tal también sufrió por el piano. En mi caso, cuando cumplí 6 años, fui enviado a vivir con mis abuelos. Mis padres creían que yo la distraía. Nos queríamos muchísimo. Yo tengo recuerdos saliendo con ella al Botánico, al cine, siempre con dos tías que nos acompañaban. También me acuerdo cuando íbamos a empaparnos con pomos a los carnavales de Belgrano. Papá era radical y mamá, peronista. Con papá pegábamos obleas por Balbín-Frondizi. Pero la vida estaba en función de Martha y el piano. A los 10 u 11 años, cambió de profesor. Scaramuzza era muy riguroso y Martha no se sentía cómoda. Entonces comenzó con Francisco Amicarelli. Más adelante, también estudió con Carmen Scalchione

-¿Había presiones desmedidas sobre Martha?

-Sí y no. Por un lado Martha tenía un sincero impulso interno hacia la música. Pero mamá la tenía loca. "Martha estudiá, Martha estudiá". Pero ella se las ingeniaba para eludir las presiones. Se encerraba en su cuarto, tocaba y, al mismo tiempo, hacía otras cosas. Todavía la veo tocando Chopin, sin errores, mientras leía un libro de Oscar Wilde que tenía abierto sobre el regazo. Y mientras mamá escuchaba el piano, no se preocupaba. Con todo, ella logró imponerle una disciplina de trabajo

-¿Ofrecía conciertos en aquellos años?

-Casi nunca. Además del concierto en Radio El Mundo, tocó el primero de Beethoven; el de Grieg en el Teatro San Martín; el de Schumann, a los 13 años, en el Teatro Colón, y uno en el anfiteatro de La Plata, creo que fue el de Schumann, con Calderón que debutaba en la dirección, tendría unos 18 años. Y me parece que ninguno más. Después, en1954, nos fuimos para Austria

-En ese momento usted fue reincorporado a la familia

-Sí. Tenía 9 años y volvía a vivir con mis padres y mi hermana. Pero no duró mucho. Ella estuvo sólo unos ocho meses con Gulda. Después siguió en la Academia de Viena y, a principios de 1956, decidió irse de Austria. Ella planteó que se tenía que ir a Ginebra porque ahí estaba Madeleine Lipatti. Tenía 15 años y mamá insistía en que se quedara. Papá, por el contrario, decía: "Hay que dejarla volar". Y se fue para estudiar con Mme. Lipatti. A los 16 se presentó en el Concurso Busoni, de Bolzano, y lo ganó. Al poco tiempo se anotó en el de Ginebra. La gente de Bolzano estaba furiosa. Hacía un mes y medio que había obtenido el premio y si a Martha no le iba bien, era un total desprestigio para ellos.

-Según consta en todas las crónicas, no tuvo dificultades en triunfar también en Ginebra

-Sí que las hubo. El primer día que tenía que ir a tocar se quedó dormida. Ella no sufría ningún tipo de tensión por estar en un concurso y, simplemente, se quedó dormida. Se hicieron algunas gestiones, se arguyó una enfermedad y pudo presentarse al día siguiente. Después sí, todo fue normal.

-¿La vida familiar se acabó para Martha a los 15 años?

-En realidad se acabó para todos. Lamentablemente, yo dejé de tener cualquier tipo de relación con ella. Venía muy de vez en cuando por Viena. En 1960, papá y yo volvimos a Buenos Aires y mamá se quedó en Europa. La separación de mis padres fue un hecho. Martha, en Europa, sólo estaba esporádicamente con mamá. Ella la seguía presionando y a Martha hay dos cosas que le disgustan terriblemente: que la presionen y que le acaricien la cabeza. Hasta hoy se vuelve loca cuando la adulan.

-¿Cómo siguió la carrera de Martha?

-Con altibajos. Tocaba unos pocos conciertos por mes. En 1961 decidió viajar a Estados Unidos para verlo a Horowitz, su ídolo. Inesperadamente se casó con Chen, un compositor chino y quedó embarazada. A los tres meses, ella rompió el matrimonio y se volvió a Europa. Fue una historia muy traumática para ella y, sobre todo, para su hija Lyda. Martha comenzó una especie de caída libre, muy agobiada por sus problemas personales. Perdió la tenencia de la criatura y decidió no tocar más. Estaba sola en Europa y, a veces, se acercaba a mamá. Fue una crisis muy grave y dejó el piano. Decía que iba a ser secretaria y que, por su técnica, le iba a ir muy bien como mecanógrafa. Estuvo dos años alejada de la música. Dormía, iba al cine, fumaba, caminaba, leía, viajaba, estaba con su hija. Papá, desde acá, le mandaba cartas de diez páginas, sin resultados.

-¿Cómo fue que salió de esa situación?

-Mamá se conectó con el pianista Stefan Askenase, a quien habíamos conocido en la Argentina, y se fueron a su casa de Bruselas. Martha llegó con Lyda y, milagrosamente, los Askenase la motivaron para retomar el piano. Empezó a estudiar como una tromba. Ofreció algunos conciertos en Londres y decidió presentarse en el Concurso Chopin, de Varsovia. A pesar de la larga inactividad, lo ganó. Ahí comenzó la verdadera carrera profesional de Martha.

-¿Cuál es la relación de Martha con la Argentina? 

-Martha ama la Argentina. La primera vez que volvió al país fue en 1961, cuando murió mi abuelo. Después, como pianista, vino unas tres o cuatro veces. Pero estuvo otras veces para ver a papá. A ella le encanta Buenos Aires. Tanto que, ahora, decidió comprarse este departamento. Le gustan la ciudad, los barrios, tiene amigos y aquí se siente muy bien. Si no viene a tocar más seguido es porque para eso tiene que haber alguien que se ocupe. Ahora lo estoy haciendo yo y cuento con su total complacencia.

-Sinceramente, Juan Manuel, ¿es Martha una persona hosca? 

-Para nada. Tal vez esa imagen surja porque no atiende el teléfono o porque no recibe a la prensa. También le molesta que la elogien. Le produce tirria. Y ella es natural, no sabe disimular sus fastidios. Pero le encanta charlar, conversar y tiene un gran sentido del humor. 

-En los últimos diez años, ustedes han podido desarrollar una relación fraternal como nunca antes la habían tenido. Ahora que la ha conocido más, ¿cuáles son las cualidades humanas que usted le reconoce como más importantes? 

-La solidaridad, la fidelidad en sus sentimientos, en la amistad. Es una persona compleja internamente, pero completamente sencilla en sus formas. Es generosa, cada vez más, sobre todo después de haber sorteado el melanoma que la enfrentó con el sufrimiento y la muerte. Ella es prudente, es reflexiva, no agrede, sabe escuchar. Pero, sobre todo, es solidaria. Con todos, aunque especialmente con los músicos jóvenes a quienes siempre trata de darles lugar. A ella le hubiera gustado ser médica, precisamente para poder ayudar. Creo que Martha es un ser humano magnífico, me parece que merece ser feliz. 

-¿Lo es? 

-Tal vez no con total plenitud. La vida profesional de una pianista de su nivel no es lineal, tiene muchos obstáculos. Seguramente, en Buenos Aires, con la música y con sus amigos, llegará a esos momentos intensos de felicidad. Y cuando ella está bien, la felicidad, en realidad, es para todos los que la escuchan.

Martha y Perón, en la Casa Rosada

En 1954, Martha tenía 13 años, ya había tocado en el Colón y estaba ávida de nuevos horizontes. Su madre también veía que el panorama argentino no era el más oportuno para desarrollar su talento. La familia Argerich era de clase media. El era contador, ella taquígrafa. No había ninguna posibilidad para emprender alguna aventura heroica. Pero hubo una solución política para el asunto. El arquitecto Sabaté, que era el intendente de Buenos Aires y un hincha fanático de Martha, logró interesarlo a Perón. Un día, en la casa de la calle Obligado, sonó el teléfono. 

Era de Presidencia de la Nación y la citaban a la niña para ir a los dos días a una audiencia con el presidente, en la Casa Rosada, en el extrañísimo horario de las 7 de la mañana. Madre e hija acudieron al encuentro. Juan Manuel, a quien llamaban Tirano, por Rosas, prefirió no enfrentar a su detestado enemigo político. Perón fue muy diligente, muy agradable. Apenas comenzaron a conversar, Juana le explicó que, a cambio de alguna ayuda económica, Marthita estaba dispuesta a tocar algún concierto para la UES o lo que él considerara oportuno. Perón la interrumpió: "Pero no, señora, por favor, Martha está para otras cosas". Y ahí nomás, le preguntó: "Ñatita, decíme, ¿adónde querés ir?" Martha le dijo: "A Viena". "¿No querés ir a Estados Unidos?" "No, no, a Viena". " Muy bien, pero, por qué". "Porque ahí está Friedrich Gulda, la persona con la que quiero estudiar". "Bueno, así se hará." Y Perón se dirigió a Juana: "Señora -y le hizo un guiño cómplice a Marthita-, yo sé que su marido no comulga con nosotros. Pero igual le vamos a dar un trabajo en la embajada de Viena. Y quiero que usted, que es una persona muy capaz e inteligente, también colabore en este proyecto. La familia no tiene que disgregarse". Como consecuencia de las órdenes que impartió Perón, Juan Manuel Argerich fue nombrado en un cargo diplomático, a su esposa le asignaron una tarea administrativa en la embajada, un pequeño Cacique de 9 años retornó al seno familiar y Martha, que por un día fue Ñatita, marchó a su encuentro con Gulda.

Texto: Pablo Kohan Foto: Daniel Pessah

Entrevista a Cecilia Scalisi en "Los 7 locos" - Autora de "En la edad de las promesas"



Entrevista a Cecilia Scalisi en "Los siete locos" con Cristina Mucci. La autora de "En la edad de las promesas" nos cuenta cómo escribió este precioso libro que tanta emoción nos produjo a todos los aficionados a la música clásica. Su magnífica prosa, llena de emoción y anécdotas, nos trae los años dorados de la música en la Argentina y la niñez de tres maestros admirados por todos nosotros, Martha Argerich, Daniel Barenboim y Bruno Gelber. Gracias Cecilia.

Biografía Martha Argerich

Martha Argerich (Buenos Aires, 5 de junio de 1941) es una pianista argentina de música clásica, considerada una de los mayores exponentes de su generación y la posguerra. Especialmente célebre por sus interpretaciones de Frédéric Chopin, Franz Liszt, Johann Sebastian Bach, Robert Schumann, Maurice Ravel y Serguéi Prokófiev.

 

Biografía

Martha Argerich nació en la ciudad de Buenos Aires el 5 de junio de 1941. Comenzó a estudiar piano desde muy pequeña, y en 1945, con sólo cuatro años de edad da su primer recital público. En su primer concierto formal a los ocho años de edad, interpretó el Concierto para piano y orquesta n.º 20 en re menor, K. 466, de Mozart,1 y comenzó a estudiar con Vicente Scaramuzza (también maestro de Bruno Gelber, entre otros).

A principios de 1954, el presidente argentino Juan Domingo Perón la recibió en la residencia presidencial:

Yo tenía un poco más de 12 años, había tocado en el Teatro Colón, y Perón me había dado una cita en la residencia presidencial. Mamá preguntó si podía acompañarme y le dijeron que sí, por supuesto. Yo no era muy peronista; me acuerdo de que siempre estaba pegando por todos lados papelitos que decían «Balbín-Frondizi». Perón nos recibió y me preguntó: «¿Y adónde querés ir, ñatita?». Y yo quería ir a Viena, para estudiar con Friedrich Gulda. A él le gustó que no quisiera ir a Estados Unidos. Lo más cómico fue que mi mamá, para congraciarse, le dijo que a mí me encantaría tocar un concierto en la UES [Unión de Estudiantes Secundarios]. Y parece que yo debo haber puesto una cara bastante reveladora de que la idea no me gustaba, porque Perón le empezó a seguir la corriente a mamá, diciéndole «por supuesto señora, vamos a organizarlo», mientras me guiñaba un ojo y, por debajo de la mesa, me hacía con un dedo que no. Él la estaba cargando a mamá y a mí me tranquilizaba. Se dio cuenta de que yo no quería. Fantástico, ¿no? Y le dio un trabajo a mi papá. Lo nombró agregado económico en Viena. Y a mamá le dijo que le parecía que ella también era muy inteligente, emprendedora y capaz y le consiguió otro puesto en la embajada.

Martha Argerich2

Desde 1954, en Viena (Austria), Argerich estudió durante dieciocho meses con Friedrich Gulda -quien ha sido su más influyente maestro-. Después estudió en Ginebra con Madeleine Lipatti y Nikita Magaloff. Luego fue alumna de Stefan Askenase y María Curao, y en 1960 fue alumna de Arturo Benedetti Michelangeli.

Martha Argerich ha contraído matrimonio tres veces: la primera con Robert Chen, padre de su hija mayor, Lyda. Desde 1969 hasta 1973 estuvo casada con el director de orquesta Charles Dutoit, que continúa haciendo grabaciones y conciertos con la pianista, y con quien tuvo a su segunda hija, Annie. Su tercer marido fue el pianista Stephen Kovacevich, padre de su tercera hija, Stephanie.

Uno de sus amigos más cercanos es el pianista brasileño Nelson Freire, que la acompaña frecuentemente en dúos de piano.
Argerich reside desde 1954 en Europa habitualmente en Bruselas.

Carrera profesional

En 1957, ganó dos prestigiosos concursos de piano con tres semanas de diferencia. Más tarde, en 1965 obtuvo el primer premio en el Concurso Internacional de Piano Frédéric Chopin, reconocida por sus interpretaciones de Chopin y Liszt.

En varios reportajes Argerich ha remarcado su sentimiento de soledad en el escenario durante la interpretación, y -quizá por ello- realizó muy pocos recitales de piano solista después de 1980, enfocándose en conciertos para piano y orquesta, música de cámara y acompañamiento instrumental en sonatas.

Ha sido reconocida especialmente por sus interpretaciones de compositores clásicos del siglo XX, tales como Serguéi Rajmáninov, Olivier Messiaen y Serguéi Prokófiev. Una de sus grabaciones más notables reúne al Concierto para piano n.º 3 de Rajmáninov con el Concierto para piano n.º 1 de Piotr Ilich Tchaikovski

Obtuvo tres premios Grammy, en los años 2000, 2005 y 2006.
En el Teatro Colón de Buenos Aires se lleva a cabo anualmente el Festival Martha Argerich, en el cual se ofrecen conciertos por músicos e intérpretes de diferentes partes del mundo, y además se celebra un concurso de piano en el cual Argerich a menudo preside el jurado.

Premios y reconocimientos

  • 1965 - Premio internacional Competición de piano Frederick Chopin, primer premio.
  • 1989 - Premio Konex de Platino, mejor pianista de la década (1980-1989).
  • 1999 - Premio Konex de Brillante, personalidad más destacada de la música clásica de la década (1990-1999)
  • 2000 - Premio Grammy al mejor solista instrumental con acompañamiento de Orquesta: Charles Dutoit (director), Martha Argerich y la Orquesta sinfónica de Montreal por Serguéi Prokófiev: Concierto para piano n.º 1 y Concierto para piano n.º 3 y Béla Bartók: Concierto para piano n.º 3'
  • 2005 - Premio Grammy a la mejor interpretación de música de cámara: Martha Argerich y Mijaíl Pletniov por Cenicienta, suite para dos pianos (de Serguéi Prokófiev, con arreglos de Pletniov) y Ma mere l'oye (de Maurice Ravel).
  • Premio Asociación Japonesa de las Artes.3
  • 2006 - Premio Grammy al mejor solista instrumental con acompañamiento de orquesta: Claudio Abbado (director), Martha Argerich y la Orquesta de Cámara Mahler por Conciertos para piano n.º 2 y 3 (de Beethoven).

Referencias discográficas

  • Colección completa: piano solo: Chopin, Bach, Schumann, Liszt, Brahms, Ravel, Prokófiev. Dos pianos: Chaikovski, Rajmáninov. Conciertos: Beethoven, Chopin, Chaikovski, Schumann, Liszt, Prokófiev, Ravel. Philharmonia, National Symphony, Royal Philharmonic Orchestra, Sinfónica de Londres y Filarmónica de Berlín. Sinopoli, Rostropovich, Dutoit, Abbado. 11 Discos compactos Deutsche Grammophon (453 566-2)
  • Chopin: Sonata en si menor. Mazurcas, op. 59. n.º 1-3. Scherzo en do sostenido menor, op. 39. Polonesa en la bemol mayor, op. 53. Emi (7243 5 56805 2 5).
  • Chopin: Conciertos. Orquesta Sinfónica de Montreal. Dir: Dutoit. Emi (7243-5-56798-2-6).
  • Dimitri Shostakovich: Concierto n.º 1. Haydn: Concierto. Orquesta de cámara de Würtemberg. Dir:Faerber. Deutsche Grammophon (439 8642).
  • Chopin: Concierto n.º 1. Scherzo n.º 3. Filarmónica Nacional de Varsovia. Dir: Rowicki, Laserlight (14 168).
  • Chaikovski: Concierto n.º 1. Orquesta Sinfónica de la Radio de Baviera. Kiril Kondrashin. Philips (446 673-2).
  • Rajmáninov: Concierto n.º 3. Sinfónica de la Radio de Berlín. Dir. Chailly.
  • Robert Schumann: Concierto. Orquesta Nacional de Francia, Dir. Celibidache. Artists Fed (012).

Biografías

Bellamy, Olivier. Martha Argerich: l'enfant et les sortilèges (Broché) ISBN-10: 22830234674

Scalisi, Cecilia. En la edad de las promesas. Editorial Sudamericana. ISBN 978-950-07-4792-9

 

Referencias

  1. Cf. Jed Distler, [Notas de presentación], Martha Argerich - The Collection 2. The Concerto Recordings, Deutsche Grammophon, 2009, pág. 1.
  2. Según un artículo en la revista Clásica, n.º 133, Buenos Aires, 1999.
  3. Premio en Japón, artículo en el diario Clarín (Buenos Aires), 18 de octubre de 2005.
  4. Mención del libro de Bellamý en el periódico Página 12 del 1 de abril de 2010.

Enlaces externos


Datos Generales

Nombre Completo: María Martha Argerich
Fecha de Nacimiento: 5 de junio de 1941, en ciudad de Buenos Aires, Argentina
Cónyuges: Robert Chen, Charles Dutoit, Stephen Kovacevich
Hijos: Lyda Chen, Annie Dutoit, Stephanie Argerich
Género: Clásico
Instrumento: Piano
Período de actividad: 1945 hasta la actualidad
Artistas relacionados: Fiedrich Gulda, Arturo Benedetti Michelangeli, Daniel Barenboim

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