domingo, 23 de agosto de 2015

"Mi abrazo con Martha Argerich" - por Esther Paredes



Nací hace 85 años en una isla correntina, Apipé Grande, en una familia muy pobre. Pude ir a la escuela hasta cuarto grado pues nunca mandaron a mi pueblo de Corrientes maestras para poder terminar quinto y sexto. Esperábamos el domingo con ansias y también con hambre atrasada, pues la Asociación Cooperadora nos convocaba a comer fideos a los alumnos más pobres.

Como fui abanderada, al terminar mis estudios me ofrecieron el cargo de Bibliotecaria y le pregunté a mi padre si podía seguir estudiando en Ituzaingó. Me contestó que consiguiera una pareja y tuviera hijos. Con eso era suficiente. Conseguí la ayuda de una hermanastra mayor que vivía en Buenos Aires y viajé a la gran ciudad con sólo 15 años para poder estudiar. Tuve mala suerte porque al poco tiempo descubrí la mala intención del compañero de mi hermana y salí a buscar trabajo urgentemente. En un matutino había una aviso que pedía niñera para una chiquita de 5 años. Me presenté y enseguida me tomaron. Mi misión era mantener el departamento en orden, hacer la comida y atender a la nena. Los padres eran profesionales y no regresaban hasta la tarde. 
Despertaba a Marthita con el desayuno y la mamá me dejaba en un tocadiscos los vinilos de conciertos de piano hasta que llegaran del trabajo. La llevaban a su hijita a los conservatorios más prestigiosos. Trabajé con ellos durante cinco años, hasta que consiguieron una beca en Suiza y se trasladaron allí. Conseguí otro trabajo y comencé a estudiar en las Academias Pitman.
Ya casada, mi hijo, que es gerente en la Sociedad Argentina de Escritores, se enteró que estaban escribiendo un libro sobre la vida del director de orquesta Daniel Barenboim, y de los pianistas Bruno Gelber y Martha Argerich. 
Cuando vinieron a dar un concierto presentaron el libro en el Hotel Paramount. Conseguí entradas con mi esposo y una entrevista con Martha Argerich de media hora. Le recordé su infancia y aquellos años en que la cuidaba y la despertaba con el desayuno. Nos abrazamos. A pesar de haber pasado casi 70 años, nunca la olvidé. Fue la “frutilla del postre” de mi vida, que no sé cuando acabará.
Esther Paredes
DNI 2.583.847

PD: mi jubilación mínima me alcanza para comprar el diario sólo los domingos. Si esta carta fuera publicada, desearía que fuese en cualquier domingo. Desde ya, muy agradecida.

Reencuentro con la niña prodigio
Esta carta, como se puede ver en la composición de Mariano Vior, llegó a la redacción escrita con una caligrafía que envidiaría cualquier joven de hoy, habituado a redactar al compás de los teclados virtuales de la tecnología digital. 
La hizo Esther Paredes, de 85 años, pulso firme, ternura en el corazón y recuerdos templados en aquellos años difíciles. Venía de la pobreza más profunda y del desgarro de pegar un portazo al hogar familiar. Y se encontró trabajando en una casa de profesionales que le confiaron el cuidado del tesoro más preciado: su pequeña hija. Esther, la gran protagonista de la carta de hoy, nunca olvidó que fue la niñera de Martha Argerich, un talento argentino que hoy asombra al mundo y que tiene la sensibilidad propia de los artistas de excepción. Su niñera de hace décadas cobra hoy la jubilación mínima y su mayor gloria es haber arropado la incipiente genialidad de esa nena, mientras escuchaban juntas conciertos en viejos discos de vinilo que ya olían a futuro.

sábado, 22 de agosto de 2015

Hiroshima Symphony Orchestra performs with Martha Argerich in “An Evening of Peace Concert 2015”


by Taiki Yomura, Staff Writer 
Martha Argerich captivates the audience with her outstanding performance at "An Evening of Peace Concert 2015" conducted by Kazuyoshi Akishama


On August 5, the Hiroshima Symphony Orchestra held “An evening of Peace Concert 2015” (sponsored by the Chugoku Shimbun and others) at Bunka Gakuen HBG Hall in Naka Ward. The orchestra, which is based in Hiroshima and plays under the precept “Music for peace,” performed jointly with Martha Argerich, a world-renowned pianist, for the first time. Music for peace rang out in Hiroshima, which is marking the 70th anniversary year of the atomic bombing. The performance moved about 1,900 people in the audience. 

Ms. Argerich believes in the power of music, explaining, “I have been playing in Japan under the idea of ‘music against crime,’ which is the strong conviction that the love which music holds within it will weaken people’s desire to harm others.” She put this belief into her performance of Beethoven’s “Piano Concerto No. 1.” Her playing was delicate, but also passionate at times. Her fingers ranged over the piano keys and produced dramatic melodies. Merging with the enthusiastic performance of the orchestra, the hall was filled with magnificent music. 

The concert began with Beethoven’s theatrical pieces, including the Egmont overture and the piano concerto, which were also part of the program for the orchestra’s first subscription concert. Conducted by Kazuyoshi Akiyama, the orchestra’s music director and permanent conductor, the program was emblematic of the Hiroshima Symphony Orchestra’s origins in seeking to promote a peaceful world. The concert finished in spectacular fashion with the symphony “Die Harmonie der Welt” by Hindemith, who was forced to flee his hometown when the Nazis rose to power. 

During the concert, Annie Dutoit, Ms. Algerich’s daughter, and Keiichiro Hirano, a novelist, read Tamiki Hara’s poem “Requiem” and a poem about the Holocaust. In this way, the performers and audience shared the wish that such tragedies must not be repeated. The same program will be performed at Suntory Hall in Tokyo on August 11. 

(Originally published on August 6, 2015)

lunes, 10 de agosto de 2015

Hiroshima Symphony Orchestra with Martha Argerich - 11 de agosto en el Suntory Hall

Playing Beethoven's Piano Concerto #1 with the Hiroshima Symphony conducted by Kazuyoshi Akiyama, august 11, 7 p.m 
1-13-1 Akasaka, Minato-ku, Tokyo
Suntory Hall


70 años después, este año -2015-, una de las pianistas más conocidas en el mundo, Marta Argerich, va a actuar con la Orquesta Sinfónica de Hiroshima, bajo el tema "Musica para la Paz".

Argerich ha actuado en conciertos para los niños pobres y ha dado conciertos de beneficencia para el Terremoto y Tsunami del 2011, porque desea contribuir a disminuir el crimen y la guerra a través de la música.

Este año, ella va a tocar el Concierto para piano No.1 de Beethoven、con la Orquesta Sinfónica de Hiroshima, deseando la Paz.
 
Además, la segunda hija de Argerish, Annie Dutoit y el escritor Keiichiro Hirano van a recitar poemas escritos basados en la experiencia en Auschwitz y la bomba atómica de Hiroshima.

Queremos transmitir un concierto que tiene el tema para la Paz.


Retransmisión 

Fecha y hora de emisión: 30 de agosto. Domingo. E tele de 0:00 de la medianoche a 1:40 de la madrugada.
※ El día 29, sábado por la noche

lunes, 3 de agosto de 2015

Ella, la mejor de todos

En el extremo izquierdo y posterior del escenario se abre la puerta y se asoma la cabellera blanca de Martha Argerich. En ese preciso instante, se desata un estruendo atronador que a ella parece incomodarle. Mientras camina lentamente hasta el proscenio, mueve levemente la cabeza hacia ambos lados como denotando alguna incomodidad. Como si todo esto no fuera sino un amor exagerado. Daniel Barenboim, el maestro absoluto de ceremonias, el dueño total del espacio y sus aconteceres, una especie de ángel protector, la acompaña bien de cerca, pero, en el momento de llegar al centro, la deja sola. 
Ella, la mejor de todos
Él, un ídolo cabal para el público argentino, entiende perfectamente bien la situación y sabe que esa tremenda ovación de bienvenida es para ella. Lo que vino a continuación no fue simplemente una devolución de atenciones, sino una muestra acabada de que Martha Argerich no es sólo una pianista admirable, sino, con todas las reservas y subjetividades del caso, la mejor de todos. Sí, sin error gramatical de género, ella es la mejor de todos, incluidos los ellos y las ellas, la única que puede generar una tensión infinita sobre el escenario, la única que dirige sus pensamientos más profundos y su espontaneidad más abierta hacia terrenos que sólo ella concreta con una claridad franca y un arte infinito. La única, la mejor.
El año pasado, cuando con la misma WEDO y el mismo director, hizo el primero de los conciertos para piano de Beethoven, comentábamos que su modo de aproximarse al compositor difería de los cánones interpretativos que, para este repertorio, con solidez y definiciones claras, habían acuñado pianistas tan maravillosos como Brendel, Schiff o Uchida. Ahora, con el segundo de los cinco conciertos, volvió a afirmar esa individualidad, ese modo de hacer música que la aparta de esas normas aceptadas. Si de algún modo esos tres pianistas pueden haber erigido una escuela de interpretación beethoveniana a la cual entender y adherir, lo de Martha está lejos de poder ser imitado o tomado como ejemplo. Esa singularidad hace que lo de ella sea un modelo irrepetible. Desde que arranca su participación, luego de una estupenda exposición orquestal, comienzan a confundirse la más exquisita delicadeza y todas las galanuras imaginables con una teatralidad y una expresión intensa que pareciera que no pudieran fundirse en algo coherente. Sin embargo, ella le da consistencia, ilación y crea un mundo increíblemente atractivo y estilísticamente intachable.
Más allá de las meras cuestiones técnicas -Martha es una virtuosa del piano en el más brillante de los sentidos-, lo que deslumbra es la claridad con la que expone sus certezas. Todo suena bien y en su exacta medida: sus toques son impecables, sus fraseos son presentados con sutilísimas inflexiones y cambios de tempi, impresiona la precisión para elaborar pasajes de altísima velocidad sin que ninguna nota pierda su esencia, afloran acentuaciones impensadas, y las sorpresas y las exactitudes se suceden para que la atención no decaiga. La cadencia del primer movimiento fue tan abrumadora por la contundencia y lo robusto de su mensaje como conmovedor fue el refinamiento con el que paseó sus dedos por el teclado en el segundo movimiento, siempre al borde del volumen más escaso, al tiempo que todo era tan comprensible como convincente.
Menester es señalar que Barenboim y los músicos de la WEDO la acompañaron de modo ideal en todas sus fantasías y voluntades.
Después de muchas idas y venidas, por fin, se sentó en el piano y, fuera de programa, tocóTraumes Wirren, la más endemoniada de las FantasiestückeOp. 12, de Schumann, tal vez para demostrar que, si quisiera, podría dedicarse a exhibir músculos y capacidades como muchos otros para quienes el virtuosismo es su más notable condición. Si ella quisiera, podría ser como ellos. Pero nadie, definitivamente ninguno de los otros, podría ser como ella.
En la segunda parte, a Barenboim y sus muchachos y muchachas árabes e israelíes les tocó la dificultosa tarea de descender del paraíso y transitar por las anchuras terrenales. Y si bien la WEDO es una orquestal juvenil ampliamente consolidada, la interpretación de la Sinfonía N° 4, de Chaikovski, no alcanzó el mismo nivel de magia que se había enseñoreado en la primera parte del concierto. Es real que hay orquestas con mayor fuste e historia que, con el mismo Barenboim, seguramente hubieran sonado un poco más afiatadas y con más variantes y colores. Pero lo significativo es que quien estaba sobre el escenario era la WEDO, con todas las cargas humanas y simbólicas que ella conlleva. Y, en ese sentido, sería erróneo detenerse en observaciones que, en este caso, parecen inapropiadas, no pertinentes.
Las emociones se liberaron todas juntas en el final y afloraron triunfales el griterío, los aplausos y cierto furor propio de un concierto de rock. Fuera de programa, Barenboim dirigió el Vals triste, de Sibelius, y se reservó una sorpresa para el final. Presentó e invitó al joven director israelí Lahav Shaní para que él cerrara la velada. Este pianista y director de 26 años que, en 2013, obtuvo el primer premio de la prestigiosa Gustav Mahler Conducting Competition, dirigió la obertura de Ruslán y Ludmila con mucha seguridad. Podría entenderse este final tan atípico como una señal de que, a futuro, la WEDO puede tener otras posibilidades. Si bien Barenboim es el alma y factótum de la Orquesta del Diván, esta presentación de Shaní a su frente, podría tener esas implicancias. Y no estaría nada mal que este proyecto pudiera tener una vida extensa.

domingo, 2 de agosto de 2015

La melena engominada de Martha Argerich


Fue uno de los momentos más conmovedores de la estadía de Martha Argerich en Buenos Aires. La Fundación Judaica y el Museo Judío de Buenos Aires le otorgaron a la pianista el premio Barón Hirsch por su trayectoria y en reconocimiento por el papel de embajadora de la cultura argentina y del "valor universal de la paz" que despliega en todo el mundo. Los organizadores habían invitado al acto y al cóctel posterior a no más de cincuenta personas, entre los que había sobre todo amigos de Martha. "Quisimos que este fuera un acontecimiento lo más íntimo posible, que nos sirviera de reflexión", dijo Simón Moguilevsky, rabino de la sinagoga de la calle Libertad, al lado del Museo Judío. En la ceremonia, habló también el rabino Sergio Bergman, que destacó el hecho de que en Martha se conjugan la antigua tradición del pueblo judío, la historia familiar y la de la nación. Antes de la entrega del premio, Argerich visitó el templo, conectado por un pasillo con el museo. Martha evocó con mucha emoción a su madre, Juana Heller: "Lástima que no esté mi mamá hoy aquí, ella tuvo que ver con todo lo que soy". Juana nació en Villa Clara, en las colonias judías del barón Hirsch, y se vino a Buenos Aires para seguir el colegio secundario, porque en Villa Clara no había secundario en aquel tiempo.

En ese anochecer de evocaciones, lo que más alegría le causó a Argerich fue la presencia de una amiga de la niñez, Elena Nardo, a la que no veía desde hacía muchísimo tiempo. Cuando Martha la vio, su cara se transfiguró de alegría. Las dos se quitaban la palabra entre risas para contarse la una a la otra los días pasados en el jardín de infantes, las anécdotas del barrio en el que habían pasado la infancia, las amistades comunes, los maestros. Elena comentaba con mucho entusiasmo cómo las compañeras del jardín de infantes, entre las que ella se contaba, estaban asombradas de escuchar a Martha tocar de oído cualquier melodía en el piano a una edad en que ni siquiera tenían fuerza para levantar la tapa del teclado. Elena y Martha iban a dormir alternadamente la una a la casa de la otra. Se entretenían con muchos juegos, pero el preferido de Elena era cortarle el pelo a Martha. Según parece, Elena siempre padeció o gozó de un "síndrome de Dalila". Confesó: "Desde chica me encanta cortarle el pelo a todo el mundo. Así que Martha venía a casa con el pelo largo y se iba a la suya con el pelo cortado y peinado a la gomina". ¿Alguien se puede imaginar la melena actual de Argerich engominada?
...
El sábado y el domingo de la semana pasada, Argerich y Barenboim tocaron dos obras para dos pianos, Seis estudios canónicos, de Schumann y En negro y blanco, de Debussy. Hasta el sábado, nunca había escuchado En negro y blanco en una sala de conciertos, conocía la obra por grabaciones; sin embargo, una vez, en la década de 1960 la había escuchado, de manera absolutamente imprevista, en la casa del compositor, pianista y clavecinista Pedro Sáenz. Él había organizado una reunión en su departamento a la que asistieron, entre otros, Manuel Mujica Lainez y el Mono Villegas, uno de los pianistas de jazz más personales y populares de aquella época. Pedro tenía en la sala de recibo un piano de media cola, al que, en esa oportunidad se había sumado un clavecín. Habitualmente el clavecín estaba en la casa de un pariente, pero, por un problema de refacciones, lo habían trasladado temporalmente a lo de Sáenz. A la hora del café y los licores, "Manucho" dijo: "¡Qué lástima que no haya dos pianos para que ustedes toquen algo!".
"Eso se puede arreglar porque tenemos dos teclados", dijo Sáenz. Y de un mueble donde tenía una serie de ediciones para piano, sacó En negro y blanco. "¿Te animás?", le preguntó al "Mono" Villegas. "Claro que sí. Esa obra es fantástica. No hay críticos. Nos arreglamos como podemos. Nos vamos a dar el gusto." Y se lo dieron y nos lo dieron. Pedro en el clavecín; el "Mono" en el piano. Por supuesto, la versión que ¿interpretaron o improvisaron? fue única. Cuando Villegas no acertaba con la lectura de un pasaje, lo "completaba" a su manera. En realidad, crearon una obra completamente distinta. Con todo, Debussy estaba presente.