¿Un genio? ¿un prodigio? Pero no, por Dios, esa palabra no se me puede aplicar a mí, ni a casi nadie; ¿no le parece que es un término del que se ha abusado, del que se abusa permanentemente? Creo que en cierto modo se está volviendo al romanticismo, a una idealización del intérprete que ni siquiera conocieron los grandes compositores... No hay que exagerar: lo que se requiere es una cierta sensibilidad, imaginación sonora, fuerza de expresión, sensibilidad receptora, pero no somos creadores...
Martha Argerich sin misterios: un rostro intenso que sugiere arrolladora fuerza interior, una espesa cortina de pelo que la oculta y el invariable cigarrillo entre los dedos
Martha Argerich rechaza toda alusión al mito que de ella pueden haberse creado los argentinos, habla de sí misma como si fuera la primera vez que se somete a una entrevista, con una sencillez que desmorona en un instante todas las leyendas creadas en torno a su temperamento o a su vida privada.
Las preguntas referidas a esos temas la sumen en una suerte de perplejidad divertida. Sentada en un diván en la sala de su departamento en la calle Uriburu, donde lo único que parece pertenecerle es el piano, entronizado en un conjunto heterogéneo de cuadros y de muebles de estilo francés, todos revestidos de esa vaga impersonalidad que trasmiten los ambientes de los que viven haciendo y deshaciendo valijas, escucha con atención, clavando en su interlocutor una mirada aguda, inteligente.
Sus compromisos artísticos los separan a menudo, pero se adivina entre ellos un vínculo sólido que los une en el trabajo, en las pequeñas complicidades, pero sobre todo en un absorbente amor a la música
- No, no es cierto que rehuya al periodismo. Lo que ocurre es que trabajo, tengo que trabajar permanentemente, y, en este caso, piense que al llegar a Buenos Aires me encuentro con toda mi familia, mis amigos, la gente que conozco; también tengo que ocuparme de ellos. No hay otro motivo.
"Neurótica, partidaria de un despreocupado existencialismo", han dicho alguna vez de ella los periodistas. Parecerían palabras que nunca ha escuchado. Sonríe, y ante la duda se vuelve esta vez, y otras cien durante la entrevista, hacia su marido, el director de orquesta, Charles Dutoit. Aparta la mirada y parecería que, repentinamente, se aislara, con ese aire entre remoto y ausente con que a veces impresiona desde la platea. "Es la miopía - explica - nada menos que 6 dioptrías..." Sin abandonar por un minuto el cigarrillo se interrumpe para disparar preguntas o transferir respuestas a su marido. Entre ellos se entabla un diálogo en francés salpicado de un castellano que pronuncia cantando suavemente algunas sílabas; es casi un contrapunto, entrecortado por la risa de ambos y que exige al que lo escucha un ritmo de atención que quita el aliento.
Inquieto, nervioso, simpático, Charles Edouard Dutoit despliega sin prejuicios un gálico sentido del humor, sus opiniones y preferencias musicales y su admiración y amor por Martha
Dutoit, de aspecto atlético y casi cinematográfico, vestido con corderoy, polera y saco de twid, aclara:
- No, no tiene mal carácter, ¿no ve que es adorable? Quizás simplemente un exceso de imaginación, que a veces le hace confundir la realidad con la fantasía.
¿Tendrá relación con esto su signo nativo de géminis?
- No sé - explica Martha - Yo creo que todos somos poco o mucho duales, solo que los geminianos hablamos más de eso. Además, siempre se dice que tendemos a cambiar de profesión y yo no tengo más que el piano, únicamente el piano (esa es su vida desde que a los dos años y medio regresó del curso de jardín de infantes, se sentó al piano a tocar "London Bridge is falling down" y alertó a su madre que desde entonces supervisó la primera etapa de una carrera excepcional).
La total ausencia de coquetería - pulóver y pollera negra, nada de maquillaje ni de alhajas - se compensa con un atractivo y una sugestión hondas que, misteriosamente, elude a las cámaras
- Un verdadero geminiano - prosigue - fue Schumann, por quien siento en este momento una admiración profunda; su obra y su vida son las de un hombre desgarrado por la dualidad.
Schumann encabeza su preferencia en este momento "pero tengo períodos de interés marcado por un creador - agrega -: actualmente me ocurre con Beethoven. ¿Los modernos? Bartok, Stravinski, Prokofiev... Pero no tengo demasiado tiempo para estudiar cosas nuevas. Quizás se deba a eso, y a que soy muy haragana, el que no tenga más música argentina en mi repertorio. Pero no faltará, creo que en breve.
- ¿Sus preferencias entre intérpretes?
- Muchísimos. Schnabel y Rachmaninov, entre los que lamentablemente no he conocido personalmente; Sviatoslav, Richter y Rubinstein, entre los que he oído. Hace pocos meses que conocí a Rubinstein y fue una experiencia inolvidable. Yo tocaba en La Haya y él en Rotterdam. Fui a escucharlo y esa noche lo vi comiendo solo en la mesa de un restaurante. Me dio vergüenza acercarme a pedirle un autógrafo, pero cuando lo hice se quedó sorprendidísimo: "yo creí por sus fotos que usted era una mujer mayor y de aspecto tenebroso", me dijo. (Esto les produce a ambos una gracia infinita). Le mentí sobre mi concierto, porque no quería que me escuchara en una noche que tocaba un repertorio nuevo - entre otras cosas la sonata 101 de Beethoven -, pero fue de todos modos, de incógnito. Pero lo maravilloso, lo increíble, es escuchar a este hombre de 80 y tantos años tocar tranquilamente cinco noches en la semana, sentir esa juventud, esa frescura intacta que en la mayoría de las personas suele estacionarse alrededor de los 30 años. No conozco nadie que tenga ese humor, esa inteligencia, esa universalidad. Me dijo que está escribiendo sus memorias, pero casi no tiene tiempo para hacerlo.
"El piano no es para Martha Argerich un instrumento simple, es algo así como un regalo de los dioses": palabras de un crítico inglés, uno entre los innumerables elogios que saludaron en presentaciones en Europa y en América
El diálogo gira de intérpretes a directores. Martha menciona a los jóvenes: Claudio Abbado, Sergiu Commissiona "y Charles por supuesto..." Dutoit agrega, con un enfásis nervioso que acompaña sus gestos y palabras:
- Pero no nos olvidemos de los grandes, los mayores, de antes y de ahora: Furtwaengler, Münch, Georg Solti, Karajan: en los seis meses que fui violinista bajo la conducción de Karajan aprendí más que en cualquier aula. (Nacido en Lausana, Dutoit estudió allí y en Ginebra violín, viola y percusión, antes de dedicarse de lleno a la dirección). Y Ansermet. Fue la gran figura de nuestro país y un hombre por muchas razones singular. Su famoso libro "Fenomenología" es discutido, creo que con razón, pero no por eso deja de ser altamente respetable: ha influido mucho sobre nuestros gustos y la manera de abordar la profesión.
Dutoit es actualmente titular de la Sinfónica de Berna, donde reemplazó a Paul Klecki, y codirector en la Tonhalle de Zürich. Dirige con frecuencia en otras ciudades, Londres, París, Munich, Belgrado, Bucarest... Fue durante una de esas presentaciones cuando se conocieron.
- Era mi primer concierto - memora, con la Orquesta de Cámara de Lausana; ella debía tocar como solista, él "Concierto en Sol", de Ravel. El debut me tenía muy nervioso y como mi solista no llegaba la hice llamar: me respondió que estuviese tranquilo. Se presentó la noche anterior al concierto cuando no quedaba más tiempo para el ensayo. Me llamó la atención que se fuera a dormir a las nueve, cuando entre todos nosotros lo habitual era empezar a preparar "spaghetti" a las 4 de la mañana. Después del concierto, que felizmente transcurrió muy bien, me confesó que tenía olvidada la obra y se había ido con la partitura a la cama para memorizarla. Menos mal que no lo supe: no habría podido dormir ni dirigir.
A Martha esto le produce el mismo efecto que un cosquilleo: se echa a reír inmediatamente, alisándose con las manos ese descontrolado pelo negro suyo, como de gitana, y explica que, inevitablemente, entre encuentros y desencuentros, volvieron a verse varias veces. Los viajes y los públicos son otro tema que los apasiona. A pesar de que mantienen su casa en Lausana, coinciden en elegir a París como lugar ideal para vivir, "aunque si se tratara sólo de belleza y no de conveniencia - acota Martha - nadie me movería de Venecia o de La Comarca Toscana". Y Dutoit agrega:
- La música nos deja poco tiempo para hacerlo, pero nada me entusiasma tanto como conocer países, buscar la aventura. Creo que conozco ya la mitad del mundo; hasta he remontado el Amazonas. Esta es, en verdad, mi cuarta visita a Buenos Aires; lo que ocurre es que en las dos primeras mi nombre no figuraba en los programas. Vine como primera viola del Collegium Musicum Helveticum, una orquesta de cámara que dirigía Richard Schumacher.
Esta visita, sin embargo, no lo deja del todo satisfecho.
- La organización debería mejorar, y la orquesta (la Sinfónica Nacional) no se encuentra en buenas condiciones, aunque me comprometo a que con dos meses de trabajo continuado este conjunto aparezca transformado. Pero lo malo es otra cosa: ¿cómo es posible que se den los conciertos en una sala que no reúne las exigencias mínimas (el Coliseo), y que no se cuente en esta ciudad con una buena sala? Además los ensayos son trabajosos, a veces faltan hasta 30 instrumentistas. Luego, un breve ensayo general en la sala del concierto; los músicos no se oyen entre sí, no hay posibilidad de equilibrio sonoro... Por otra parte, yo preparo mis programas con dos años de anticipación; mando aquí mis proyectos y nadie me responde. No puedo traer material, puesto que no sé qué tocaremos y a mi arribo me entero de que lo que he propuesto, por una u otra razón, no puede figurar. Así, evidentemente, el rendimiento ha de ser inferior por parte de todos.
De aquí viajarán a Suiza, luego Martha intervendrá como solista con Orquesta en el Festival de Edimburgo y de allí a Persia, donde transcurrirán sus vacaciones, preludio de una extensa gira que los separara durante algunos meses. Aquí nació Martha hace 28 años. En el escenario del Astral tocó por primera vez, como solista a los cinco años, y en el Colón a los once. Le preguntamos cuál es su reacción ante la acogida triunfal que le ha brindado el público y la crítica.
- Siempre he sentido le trac y tuve miedo antes de salir al escenario la noche del primer concierto, pero ya no lo sentí la segunda vez. Usted sabe, hay algo tan variable en los públicos: la comunicación se advierte inmediatamente, y es recíproca, pero también depende de como esté uno, de cómo se siente consigo mismo en ese instante. Creo que el de Buenos Aires, es, uno de los públicos más cálidos. El de Buenos Aires y el de París, probablemente. Hay otros tradicionalmente fríos, como el holandés, cronométrico hasta en el aplauso. En cuanto a las críticas... son personales, cada una vale por sí, no pueden encerrarse en una apreciación global.
¿Si me siento argentina? Sí, por supuesto, pero en esta vida uno pertenece un poco a todos los lugares. Ahora estoy leyendo a Cortázar y me encanta. Pero quizás tenga algo de española. Me encanta el flamenco. ¿El jazz? también: Miles Davies, muchísimo. Mullingan, Ella Fitzgerald, Monk.
No es tan sencillo hacer hablar a Martha Argerich de sus éxitos en Europa; de los concursos ganados - El Internacional de Bolzano, el "Feruccio Busoni" de Ginebra y hace cuatros años, el célebre Concurso Internacional Chopin de Piano en Varsovia -; de actuaciones memorables como su primera presentación en La Scalla de Milán, como una de las solistas más jóvenes de su historia; el Concierto tocado ante Paulo VI en el Vaticano; el homenaje que recibió en Poznan, cuando al término del concierto una sala fervorosa le cantó el "Stala Iat" (que viva cien años), tributo que únicamente había recibido antes Rubinstein, al volver a su país luego de una ausencia de 25 años.
Inmediatamente se coloca unos anteojos verdosos y murmura: "Hace mucho tiempo de todo eso", como si se tratara de otra persona, y se pone de pie anunciando que es la hora del ensayo.
Martha Argerich y Dutoit caminando por la calle son como dos chiquilines enamorados: se abrazan, se ríen de todo, encienden y apagan cigarrillos, vuelven a encenderlos, se toman de la mano, incluyen a sus ocasionales interlocutores en sus complicidades y sus bromas. "Creo que me enamore de Charles - dice - porque cuando lo conocí me hizo reír durante tres horas seguidas". Pero en el momento de entrar en la sala de ensayos de Radio Municipal se quita el tapado, se sienta al piano y es como si se desvaneciera de su cara todo rastro de esa despreocupada naturalidad. Esta es Martha Argerich tocando. El piano habla por todo lo que ella no ha dicho antes, y los espectadores guardamos silencio.
Susana Pereyra Iraola y Alberto Emilio Giménez
Fotografías de Antonio Deluccio
Revista La Nación - Domingo 10 de agosto de 1969
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