Martha Argerich: pequeña serenata nocturna
LA
NACION mantuvo una atípica entrevista exclusiva, en la madrugada del
sábado, con la pianista que hoy inaugura la tercera edición de su
Festival en el Colón
Es sábado a la medianoche, pero en el tercer subsuelo
del Teatro Colón hay varios pianistas a los que parece no importarles ni
el día ni la hora.
En la Sala Nueve de Julio se encuentran dos de los jurados del Concurso
Argerich, que también participarán en el Festival. Allí, el ruso Alexis
Golovin toca Chopin para su colega japonesa Akiko Ebi. En el pasillo,
cinco jóvenes pianistas "hacen guardia" a la vera de la otra sala, que
tiene la puerta entreabierta y donde está ella.
Como todas las noches desde que llegó a Buenos Aires, Martha Argerich,
noctámbula empedernida aunque luego al filo de la mañana
-indefectiblemente- se queje de que "es muy tarde", estudia las obras
que tocará en la Tercera Edición del Festival que lleva su nombre, tres
pisos más arriba. La Suite N° 1 de Rachmaninov es la partitura que tiene
por delante y que practica por primera vez con quien será su
partenaire, Darío Ntaca.
"Estoy muerta de hambre", le dice Martha a un amigo y colaborador de la
Fundación Teatro Colón (que está entre los productores del Concurso y
del Festival Argerich) con quien había acordado la posibilidad del
encuentro nocturno con el cronista de La Nacion, a quien estudia de
reojo, luego de la presentación de rigor. Es que, se sabe, la genial
pianista argentina es absolutamente remisa a las formalidades, sobre
todo con desconocidos que, para colmo, tienen la pretensión de
realizarle una entrevista.
"Vamos a tocar un rato y luego tengo que estudiar", dice, postergando el
diálogo un poco más, tras deliberar durante un par de minutos sobre qué
le podrían traer para comer ahí mismo. Finalmente, la "convencen" de
que opte por una milanesa de pollo con puré de calabaza.
Cuando llega la comida, Martha estudia sola. Ajena a la hora y al mundo,
Argerich está en el Colón desde las cuatro de la tarde para repasar y
estudiar todo el repertorio que tocará en la tercera edición porteña de
su festival, que se desarrollará a partir de hoy y hasta el próximo
miércoles.
"Estoy muy cansada; yo ya me quería ir", se queja cuando termina su sesión de estudios.
-No hay problema.
-Pero ya viniste hasta acá... ¿Y qué querés saber? Me voy.
Sin embargo, se sienta a la mesa, deja caer el saco y abre el paquete
que contiene su cena, a estas alturas bastante fría. "Charlemos, pero
mejor sin eso", dice, adivinando que en el estuche sobre la mesa hay un
grabador.
Es que ella prefiere las charlas amistosas a las entrevistas formales.
Tal vez por eso, el diálogo con LA NACION termina prolongándose por más
de una hora.
Sabe que sólo la memoria de los presentes funcionará como registro del
diálogo-entrevista y por eso, derrumbando su fama de despistada, se
entrega a una entretenida charla plena de detalles, en la que pasa de un
tema a otro con fluidez.
El concierto con Mercedes Sosa. "Tengo
miedo de este concierto; no sé cómo va a salir. Me gusta mucho cómo
canta ella y acordamos hacerlo... Pero la música, ¡tengo que estudiarla!
Hoy estuve con Senanes, que hizo los arreglos dos horas para ver este
tema. Es la primera vez que acompaño a un cantante. Era algo que me
debía hacer. De hecho, hay más momentos en los que participan cantantes
en este festival.
Los concursos. "Odio los concursos, me
cuesta horrores decidir, pero sé que es importante hacer uno aquí en la
Argentina. Aunque ya no es tan claro en Europa que una carrera
pianística se deba hacer ganando concursos. A mí me gusta mucho el
concurso Chopin, siempre voy (ella lo ganó en 1965). El jurado es muy
numeroso, más de veinte personas, cada uno vota con números".
La "caligrafía" de un intérprete. Argerich
no hace comentarios específicos sobre los participantes, pero sí elogia
al argentino Marcelo Balat, que llegó a la semifinal y obtuvo una
mención de honor: "Tiene una sensibilidad muy especial; me gusta lo que
hace; tiene futuro". Luego, Martha esboza una teoría sobre la
interpretación musical, que compara con la caligrafía. "El temperamento
es algo que se tiene desde muy chico, y no se puede cambiar demasiado. Y
se puede observar claramente más allá de la edad". Y para ratificarlo
comenta el hecho de que en la segunda edición de su concurso los
participantes tiene un promedio de edad mayor que en la primera.
Según Argerich, este temperamento musical es algo inmodificable. "A lo
sumo -agrega-, con los años uno aprende a negociar con su propio
temperamento, que es lo que hace a la personalidad de un intérprete. Es
como la caligrafía: puede cambiar entre la niñez y la adolescencia, pero
luego no se modifica demasiado. Uno ve caligrafías con letras
apretadas, que van para arriba, más abiertas o más cerradas. O a
aquellos que escriben muy rápido".
No es que todo sea innato en un músico: "Hay cosas que se trabajan,
naturalmente, pero esta caligrafía única es el intérprete, define su
criterio estético, desde qué tipo de sonido obtiene del piano hasta su
fraseo".
-Siguiendo esta idea, imagino que el límite para todo
intérprete es que el tipo de caligrafía no impida la comprensión del
texto.
-Claro, no hay que perder de vista que se está interpretando una obra, es una lectura.
-¿Esto es aplicable también a la actitud corporal ante el
instrumento? Me refiero a que en el concurso se veían las personalidades
de los participantes ya desde el modo en que entraban a escena.
-Cuando tocaba sola, me ocurría que empezaba a tocar antes de saber que
iba a empezar a tocar. Es algo que me sale así. Estaba sentándome y ya
estaba tocando, sin darme cuenta.
-Cuando tocás con Nelson Freire parece ocurrir algo similar; en el primer festival aquí empezaron sin siquiera mirarse.
-Sí, nos entendemos bien. Nos conocemos desde hace mucho tiempo y hace
años que tocamos juntos. Pero es algo que no puedo explicar con
palabras, no es racional: solo sé que funciona.
-¿Con quienes te ocurre algo similar?
-Con Gidon Kremer, Mischa Maisky.
-¿Qué es lo que te gusta de un compañero con el que hacés
música de cámara? ¿Preferís que se produzca lo mismo que en el ensayo o
que te sorprendan?
-Prefiero los que me sorprenden. Sé que no a todo el mundo le gusta la
improvisación en un escenario. Pero a mí me gusta eso. También hay que
saber acompañar al otro; no todos saben hacerlo. Creo que yo soy una
buena pianista acompañante; por eso, cuando toco piano a cuatro manos
prefiero tocar la parte grave y manejar los pedales.
Georgy Sandor. El legendario pianista, de 91 años, formó parte del jurado del concurso y tocará con Martha, mañana, la Sonata para dos pianos y percusión
de Bela Bartok, de quien fue uno de sus más destacados alumnos. "Lo
conocí en Guanajuato, México. Me acuerdo de que iba a tocar por primera
vez el Tercero de Rachmaninov. Y que acababa de salir de una
rubeola o viruela, y tenía toda la cara colorada. Le gustó cómo toqué y
nos hicimos amigos. Tiempo después, en París, fuimos a un recital de
Richter. Tuvimos que tomar el metro a Saint Denis porque no llegábamos a
tiempo. Al finalizar el concierto, fuimos a verlo y Sandor le dijo a
Richter que había aprendido mucho. Y Richter se ofendió: "No quiero que
nadie aprenda nada cuando toco, sino que tenga placer", dijo."
-¿Se enojó mucho?
-No, se le pasó enseguida (risas).
-Tocar con Sandor debe de ser lo más parecido a hacerlo con
Bartok, ¿no? ¿Es la primera vez que tocan juntos la Sonata para dos
pianos y percusión ?
-Nunca habíamos tocado juntos, y cuando empezamos con el festival se me
ocurrió que sería bueno tocar esa obra con él. Pensé que me iba a decir
que no. Es que está grande, tiene 91 años. Así que no sé cómo resultará.
Tocar Bartok con él... Sí, seguramente él tiene un concepto de la obra
interesante.
Cada vez más distendida, Argerich acaba su cena y se dedica a disfrutar
de un cigarrillo. En un repaso de los conciertos que ofreció y ofrecerá
durante este año, llega a la conclusión: "Estoy tocando más ahora que
cuando era joven, es absurdo".
Cuenta que estuvo una semana en su casa y que sólo canceló unos
conciertos en marzo. No lo menciona, pero se debió al pesar que le causó
la muerte de su hermano Juan Manuel.
Efectivamente, Argerich hace tiempo que hace música sin pausas y sin
cancelaciones. La razón se encuentra en sus palabras: "Negociando con su
propio temperamento". Si bien asegura que no sabe decir que no, se
niega sistemáticamente a estar sola en un escenario. Así como en la vida
vive rodeada de sus afectos familiares y musicales, lo mismo hace en el
escenario, donde sólo hace música de cámara y conciertos sinfónicos.
Así, trasforma el escenario en un lugar de amistosos encuentros
musicales. Lo cierto es que, entre anécdotas, recuerdos y reflexiones
musicales, se hacen las tres de la mañana. "Ahora se me fue el sueño",
se queja, volviendo a poner esa cara aniñada que la hace única. En el
Colón sólo queda Darío Ntaca estudiando y los serenos.
La 9 de Julio luce el movimiento típico de un sábado por la noche. A
Martha sólo le queda cruzarla para ir al Hotel Panamericano, donde pasa
el poco tiempo que le queda libre del Colón. ¿Ustedes van para allá?,
pregunta. Es que Martha estirará su noche charlando con algunos de sus
colegas, para recomenzar bien entrado el día siguiente.
Para agendar/ lo más destacado
Pianistas por triplicado. Debido a que fueron
dos los ganadores del último Concurso Argerich, se modificó el programa
para la función de apertura del festival, hoy, a las 20.30. Abrirá la
función Argerich, con el Concierto N° 1, de Beethoven; seguirá Sergio
Monteiro, con su elogiado Concierto N° 3, de Bartok, y concluirá la
primera parte Alexandre Dossin, con el Concierto en La menor de
Schumann. La Filarmónica, que será dirigida por Charles Dutoit, cerrará
la velada con "La valse", de Ravel.
El repertorio de Argerich y Sosa. El domingo compartirán
el escenario por primera vez Martha Argerich y Mercedes Sosa. En la
función participarán la Camerata Bariloche, Eduardo Falú y Colacho
Brizuela. Mercedes y Martha están ensayando juntas la zamba "Allá lejos y
hace tiempo", de Ramírez y Tejada Gómez; "La canción del árbol del
olvido", de Ginastera; "Las cartas de Guadalupe", de Ramírez/Luna, y
"Doña Ubensa", de Gustavo "Chacho" Echenique.
Por Martín Liut De la Redacción de LA NACION