Festival Martha Argerich. Concierto de Cámara
Primera parte: Concerto per corde, opus 33, Alberto Ginastera, por la Camerata Bariloche. Homenaje en el 20° aniversario de su fallecimiento. Suite argentina para guitarra, cuerda, corno y clave de Eduardo Falú; transcripción orquestal de Oscar Cardozo Ocampo; guitarra solista Eduardo Falú, con la Camerata Bariloche.
Segunda parte: Cancionero argentino, con obras de Carabajal, Yupanqui, Guastavino, Leguizamón, Ramírez, Ginastera y Echenique. Acompañada por Colacho Brizuela (guitarra), Camerata Bariloche y Martha Argerich. Arreglos orquestales y de piano de Gabriel Senanes, en el Teatro Colón.
Se lo esperaba. Como una asignatura pendiente. Quizá porque se intuía la posibilidad de reunir a dos elegidas de los dioses; dos supremas artistas mundiales, maravillosas intérpretes de la canción popular y de la música clásica en un escenario: Mercedes Sosa cantando folklore junto al piano de Martha Argerich para bucear, indagar, redescubrir nuestro cancionero de tierra adentro. O, en todo caso, obras clásicas de inspiración folklórica. Y no porque este encuentro constituyese una conjunción necesaria como aporte enriquecedor de la música popular argentina. Porque lo clásico y lo popular tienen sus códigos, sus reglas, si bien -admitamos- lo popular cuenta con mayor libertad para escapar de cánones. Quizás una idea flotaba en el inconsciente colectivo: repetir aquella experiencia repentina de hace un lustro, protagonizada por Daniel Barenboim, cuando quiso reencontrarse con sus ancestros a través de sus percepciones del tango, junto a Mederos y Console.
Delirios de quienes amamos por igual la belleza intrínseca de lo popular y lo clásico: escuchar de pronto, un buen día, la música argentina más profunda, refinada y exquisita, por voces que la cultivan por vocación. Como gloriosa contrapartida del grito invasor de teatros y televisión. Y no dejar esa música amada en manos de tenores o sopranos de cuna lírica (suelen salvarse las contraltos y barítonos) cantando, como cierre de sus conciertos de música clásica con esa espantosa impostación de aria operística (ni siquiera con el énfasis puesto en un lied de Schubert, Schumann o Brahms), por ejemplo, "La rosa y el sauce" o "Se equivocó la paloma", de Guastavino. Sólo por salvar esos momentos deplorables de la música se nos antojó que Mercedes Sosa y Martha Argerich podrían haber emprendido esta vez una gesta semejante.
Pero hay que entender que este de Martha fue sólo un afectuoso y repentino reconocimiento a Mercedes, al invitarla a intervenir en éste, su tercer festival de piano. Y Mercedes prefirió un repertorio conocido y transitado por ella y por muchos de sus seguidores. No había tiempo material para una incursión por otras bellezas del inefable Carlos Guastavino (para incorporarlas a "La tempranera", que cantó, como "Pueblito, mi pueblo", "Bonita rama de sauce", "En los surcos del amor", "Mi viña de Chapanay", "Vidala del secadal" y otras maravillas del "folklore imaginario", del que habló Bartok), no sin incluir temas difíciles, vanguardistas, como la "Zamba de Argamonte", de Leguizamón y Castilla, y "Cartas de Guadalupe", de Ramírez-Luna.
En la esencia de la canción
Y nos bastó escucharlas estrechamente compenetradas en las esencias de la canción, en tan sólo tres obras de nuestro folklore: la zamba "Allá lejos y hace tiempo", de Ariel Ramírez sobre versos de Armando Tejada Gómez; la hermosísima "Canción al árbol del olvido", de Alberto Ginastera con letra de Fermín Silva Valdés (predilecta también de los cantantes clásicos, para estropearla con enfática técnica académica), y la casi desconocida "Las cartas de Guadalupe", obra de Ramírez y Félix Luna. Levemente revisado el original acompañamiento pianístico por Gabriel Senanes, con hallazgos en notas de paso y sutiles armonizaciones, Martha supo acercarse deliciosamente a la media voz -a veces toda susurro- de Mercedes, y hundirse en el espíritu de cada partitura.
La de piano y canto fue una visión única, delicadísima, de la conocida zamba; un hallazgo de reconditez en esa maravillosa conjunción de tonos menor y mayor, en Ginastera (aunque faltó alguno de los deliciosos semitonos de la melodía), y un redescubrimiento introspectivo, entrañable de ese melodismo desconocido de Ariel en "Las cartas..."
Los dedos de Martha parecían el eco delicado y delicioso de la voz arrulladora de Mercedes. Hubo que aguzar el oído para desentrañar tanta magia escondida en la música y la mejor poesía popular argentina.
Ya desde las dos primeras páginas "Zamba de Argamonte" y "Guitarra, dímelo tú", de Yupanqui, Mercedes pergeñó la sutileza camarística que recorrería todas las instancias de este encuentro memorable que trascendió la mera curiosidad y todo ese anecdotario que se empeña en girar en rededor de Martha.
Ese clima recóndito impregnó las páginas en las que la acompañó la Camerata Bariloche. En este sentido, los arreglos de Gabriel Senanes, prolífico armonizador en la música clásica y popular, se vieron enriquecidos por giros propio de los músicos románticos. Dulcísima, casi elegíaca en su arreglo, nos llegó "La tempranera", cuyo pulso de zamba fue marcado sólo por los pizzicatos del contrabajo. "Como pájaros en el aire" desentonó en tal contexto por la conjetural euforia y ligereza del ensamble orquestal. Y "El alazán" (con música de la esposa de Yupanqui -sinónimo Pablo del Cerro-) corrió casi pareja suerte por la incursión de pizzicatos. Si bien la concepción fue otra vez romántica, no se hundió en ese dramático cuadro del caballo desbocado ("solito se fue muriendo/mi caballo, mi caballo").
Finalmente, con nuevas finuras Gabriel Senanes entretejió certeras combinaciones para el huayno de Chacho Echenique (ex Dúo Salteño) "Doña Ubenza", sin soltarse decididamente por la gracia original de su ritmo contagioso. El sello de todas estas versiones fue la introspección, rozando incluso el manierismo, como para dotar a la música folklórica de la finura más exquisita de lo camarístico.
El concierto en el que las figuras convocantes fueron, por cierto, la estupenda, incomparable Martha Argerich y nuestra voz más gloriosa, Mercedes Sosa, se abrió con "Concerto per corde", Op. 33, de Alberto Ginastera, un homenaje al compositor argentino en el 20° aniversario de su fallecimiento. Una obra esotérica, nocturnal, donde cunde el suspenso y aparecen ciertas crispaciones. Obra de la vanguardia, emparentada estéticamente con Bartok y Stravinski, al decir de Juan Carlos Paz, pero lejos, esta vez, de toda cita, referencia o inspiración en la rítmica vernácula. Las ostentosas toses del público parecían enviar un mensaje a los miembros de la Camerata sugiriéndoles que éste no era el momento apropiado para "ese" Ginastera que tanto admiramos.
El otro hito de la noche, también en la primera parte, fue la "Suite argentina para guitarra, cuerdas, corno y clave", de Eduardo Falú (transcripción de Oscar Cardozo Ocampo) con la Camerata. Nuestro emblemático guitarrista (compositor y cantor) salteño también se sumó a ese clima íntimo, hondo contenido. Las cuerdas de su guitarra emergían pulidas, finas en su fraseo para expresar los ritmos de carnavalito, misachico, bailecito, zamba, estilo y malambo, mientras la Camerata seguía o rubricaba minuciosamente esos acentos telúricos. Falú recibió las ovaciones más clamorosas de la noche.
Cuando todos juntos regresaron con "El alazán" y "Alfonsina y el mar", sentimos que se había consolidado un hondo gesto de amor de Martha Argerich.
Primera parte: Concerto per corde, opus 33, Alberto Ginastera, por la Camerata Bariloche. Homenaje en el 20° aniversario de su fallecimiento. Suite argentina para guitarra, cuerda, corno y clave de Eduardo Falú; transcripción orquestal de Oscar Cardozo Ocampo; guitarra solista Eduardo Falú, con la Camerata Bariloche.
Segunda parte: Cancionero argentino, con obras de Carabajal, Yupanqui, Guastavino, Leguizamón, Ramírez, Ginastera y Echenique. Acompañada por Colacho Brizuela (guitarra), Camerata Bariloche y Martha Argerich. Arreglos orquestales y de piano de Gabriel Senanes, en el Teatro Colón.
Se lo esperaba. Como una asignatura pendiente. Quizá porque se intuía la posibilidad de reunir a dos elegidas de los dioses; dos supremas artistas mundiales, maravillosas intérpretes de la canción popular y de la música clásica en un escenario: Mercedes Sosa cantando folklore junto al piano de Martha Argerich para bucear, indagar, redescubrir nuestro cancionero de tierra adentro. O, en todo caso, obras clásicas de inspiración folklórica. Y no porque este encuentro constituyese una conjunción necesaria como aporte enriquecedor de la música popular argentina. Porque lo clásico y lo popular tienen sus códigos, sus reglas, si bien -admitamos- lo popular cuenta con mayor libertad para escapar de cánones. Quizás una idea flotaba en el inconsciente colectivo: repetir aquella experiencia repentina de hace un lustro, protagonizada por Daniel Barenboim, cuando quiso reencontrarse con sus ancestros a través de sus percepciones del tango, junto a Mederos y Console.
Delirios de quienes amamos por igual la belleza intrínseca de lo popular y lo clásico: escuchar de pronto, un buen día, la música argentina más profunda, refinada y exquisita, por voces que la cultivan por vocación. Como gloriosa contrapartida del grito invasor de teatros y televisión. Y no dejar esa música amada en manos de tenores o sopranos de cuna lírica (suelen salvarse las contraltos y barítonos) cantando, como cierre de sus conciertos de música clásica con esa espantosa impostación de aria operística (ni siquiera con el énfasis puesto en un lied de Schubert, Schumann o Brahms), por ejemplo, "La rosa y el sauce" o "Se equivocó la paloma", de Guastavino. Sólo por salvar esos momentos deplorables de la música se nos antojó que Mercedes Sosa y Martha Argerich podrían haber emprendido esta vez una gesta semejante.
Pero hay que entender que este de Martha fue sólo un afectuoso y repentino reconocimiento a Mercedes, al invitarla a intervenir en éste, su tercer festival de piano. Y Mercedes prefirió un repertorio conocido y transitado por ella y por muchos de sus seguidores. No había tiempo material para una incursión por otras bellezas del inefable Carlos Guastavino (para incorporarlas a "La tempranera", que cantó, como "Pueblito, mi pueblo", "Bonita rama de sauce", "En los surcos del amor", "Mi viña de Chapanay", "Vidala del secadal" y otras maravillas del "folklore imaginario", del que habló Bartok), no sin incluir temas difíciles, vanguardistas, como la "Zamba de Argamonte", de Leguizamón y Castilla, y "Cartas de Guadalupe", de Ramírez-Luna.
En la esencia de la canción
Y nos bastó escucharlas estrechamente compenetradas en las esencias de la canción, en tan sólo tres obras de nuestro folklore: la zamba "Allá lejos y hace tiempo", de Ariel Ramírez sobre versos de Armando Tejada Gómez; la hermosísima "Canción al árbol del olvido", de Alberto Ginastera con letra de Fermín Silva Valdés (predilecta también de los cantantes clásicos, para estropearla con enfática técnica académica), y la casi desconocida "Las cartas de Guadalupe", obra de Ramírez y Félix Luna. Levemente revisado el original acompañamiento pianístico por Gabriel Senanes, con hallazgos en notas de paso y sutiles armonizaciones, Martha supo acercarse deliciosamente a la media voz -a veces toda susurro- de Mercedes, y hundirse en el espíritu de cada partitura.
La de piano y canto fue una visión única, delicadísima, de la conocida zamba; un hallazgo de reconditez en esa maravillosa conjunción de tonos menor y mayor, en Ginastera (aunque faltó alguno de los deliciosos semitonos de la melodía), y un redescubrimiento introspectivo, entrañable de ese melodismo desconocido de Ariel en "Las cartas..."
Los dedos de Martha parecían el eco delicado y delicioso de la voz arrulladora de Mercedes. Hubo que aguzar el oído para desentrañar tanta magia escondida en la música y la mejor poesía popular argentina.
Ya desde las dos primeras páginas "Zamba de Argamonte" y "Guitarra, dímelo tú", de Yupanqui, Mercedes pergeñó la sutileza camarística que recorrería todas las instancias de este encuentro memorable que trascendió la mera curiosidad y todo ese anecdotario que se empeña en girar en rededor de Martha.
Ese clima recóndito impregnó las páginas en las que la acompañó la Camerata Bariloche. En este sentido, los arreglos de Gabriel Senanes, prolífico armonizador en la música clásica y popular, se vieron enriquecidos por giros propio de los músicos románticos. Dulcísima, casi elegíaca en su arreglo, nos llegó "La tempranera", cuyo pulso de zamba fue marcado sólo por los pizzicatos del contrabajo. "Como pájaros en el aire" desentonó en tal contexto por la conjetural euforia y ligereza del ensamble orquestal. Y "El alazán" (con música de la esposa de Yupanqui -sinónimo Pablo del Cerro-) corrió casi pareja suerte por la incursión de pizzicatos. Si bien la concepción fue otra vez romántica, no se hundió en ese dramático cuadro del caballo desbocado ("solito se fue muriendo/mi caballo, mi caballo").
Finalmente, con nuevas finuras Gabriel Senanes entretejió certeras combinaciones para el huayno de Chacho Echenique (ex Dúo Salteño) "Doña Ubenza", sin soltarse decididamente por la gracia original de su ritmo contagioso. El sello de todas estas versiones fue la introspección, rozando incluso el manierismo, como para dotar a la música folklórica de la finura más exquisita de lo camarístico.
El concierto en el que las figuras convocantes fueron, por cierto, la estupenda, incomparable Martha Argerich y nuestra voz más gloriosa, Mercedes Sosa, se abrió con "Concerto per corde", Op. 33, de Alberto Ginastera, un homenaje al compositor argentino en el 20° aniversario de su fallecimiento. Una obra esotérica, nocturnal, donde cunde el suspenso y aparecen ciertas crispaciones. Obra de la vanguardia, emparentada estéticamente con Bartok y Stravinski, al decir de Juan Carlos Paz, pero lejos, esta vez, de toda cita, referencia o inspiración en la rítmica vernácula. Las ostentosas toses del público parecían enviar un mensaje a los miembros de la Camerata sugiriéndoles que éste no era el momento apropiado para "ese" Ginastera que tanto admiramos.
El otro hito de la noche, también en la primera parte, fue la "Suite argentina para guitarra, cuerdas, corno y clave", de Eduardo Falú (transcripción de Oscar Cardozo Ocampo) con la Camerata. Nuestro emblemático guitarrista (compositor y cantor) salteño también se sumó a ese clima íntimo, hondo contenido. Las cuerdas de su guitarra emergían pulidas, finas en su fraseo para expresar los ritmos de carnavalito, misachico, bailecito, zamba, estilo y malambo, mientras la Camerata seguía o rubricaba minuciosamente esos acentos telúricos. Falú recibió las ovaciones más clamorosas de la noche.
Cuando todos juntos regresaron con "El alazán" y "Alfonsina y el mar", sentimos que se había consolidado un hondo gesto de amor de Martha Argerich.
René Vargas Vera
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