jueves, 5 de febrero de 2015

Sandor y Argerich, para la historia - Un encuentro pianístico entre dos grandes, de gran contundencia musical (07 de septiembre de 2003)


Festival Martha Argerich. Concierto de cámara. Intérpretes: Alexandre Dossin, Martha Argerich, György Sandor, Alexis Golovin, Darío Ntaca, piano; Angel Frette, Arturo Vergara, percusión; Marek Denemark, clarinete, Cuarteto Vivace, Organizado por la Fundación Teatro Colón en la sala principal del teatro. Viernes 5

Un encuentro pianístico entre dos grandes, de gran contundencia musical
Era imposible no comparar este segundo concierto de cámara del Festival de anteayer con el sinfónico del día anterior, aquel que habían construido, en estado de gracia, Martha Argerich, Charles Dutoit, Alexandre Dossin, Sergio Monteiro y los músicos de la Filarmónica de Buenos Aires.

En esta ocasión, los resultados generales no fueron los mismos -situación lógica y propia de cualquier festival en el cual participan tantos y tan diferentes músicos- aunque hubo, nuevamente, momentos de alta emoción y de excelente música.

Sobre todo, cuando, al final de la primera parte, se pudo escuchar y ver la interpretación de la Sonata para dos pianos, de Bartok, indudablemente uno de los puntos más destacados y aguardados de toda la programación del festival. 

Luego de que los técnicos del Colón ubicaron trabajosamente los dos pianos con sus respectivas colas apuntando hacia la parte posterior del escenario, donde aguardaban, ya bien instalados, los instrumentos de percusión que habrían de manejar Angel Frette y Arturo Vergara, por cierto, estupendamente, aparecieron los dos percusionistas junto a Martha Argerich y a György Sandor.
En ese mismo instante, se detectó una muy profunda conmoción, que se tradujo en larguísimos aplausos, y una admiración irrefrenable por la presencia ya no únicamente de Martha sino del gran pianista húngaro, una gloria de la música del siglo XX, el gran discípulo e intérprete de Bartok, vital, activo, refinadísimo y sorprendente a los 91 años.

La gran sonata de Bartok es un desafío durísimo para los músicos que decidan llevarla adelante. Sin lugar a dudas, es una de las obras camarísticas más complejas y de mayores dificultades técnicas para resolver, tanto en el plano individual como en el del conjunto. Como si de toda la vida se hubieran conocido y tocado juntos, el ensamble, conducido "ideológicamente", desde su banqueta, por Sandor sonó absolutamente afiatado, exacto en la creación de los misterios, la rusticidad y la poesía, bartokianos todos ellos, por supuesto, con una contundencia musical inapelable. 

Es real que hubo algunas diferencias entre los dos pianistas, sentados de espaldas al público. Pero la edad de Sandor no se reflejó en dificultad técnica alguna sino, y apenas, en algunas cuestiones de volumen. Hubo pasajes en los cuales hubiera hecho falta mayor presencia sonora de su piano -tal vez, el fugado del final del primer movimiento fue el momento en el cual hubiera sido necesario un cabal equilibrio de peso entre ambos- pero, sinceramente, fue una cuestión decididamente menor. La emoción de oír y verlos, concentrados y musicales, a los cuatro artistas en la creación de esta obra magistral y angular en la composición de la música de cámara de todos los tiempos, con el icono Sandor sobre el escenario, enalteciendo al Colón y al Festival, se había instalado sin objeciones, superando cualquier tipo de mínimo reparo marginal. La magia producida por Sandor, Argerich, Vergara y Frette quedará, otro más, entre los grandes momentos de la historia del Colón. 

Antes, al comienzo, volvió a aparecer Alexandre Dossin para interpretar la "Sonatina española", de Juan José Castro, nuevamente con una técnica abrumadora y con las mismas distancias emocionales que había establecido el día anterior en la interpretación del Concierto para piano de Schumann, un tipo de aproximación que se sintió quizá con menor intensidad por las características neoclásicas de esta obra de Castro, pero que también hubiera necesitado de una lectura menos "objetiva".

Un clarinete con luz propia

Después del intervalo, brilló con luz propia el clarinetista Marek Denemark en la "Obertura sobre temas hebreos", de Prokofiev, recordando fielmente las inflexiones propias de los especialistas en la música klezmer, muy bien secundado por Golovin y los músicos del cuarteto Vivace.
Sobre el final, Argerich y Darío Ntaca, con diferencias ahora sí palpables entre las capacidades técnicas y expresivas de una y otro, ofrecieron "Fantaisie-tableaux", una obra que no hubiera inmortalizado a Rachmaninov y que, por otra parte, fue la única obra del recital no escrita en el siglo XX.

Premio "del minuto"

  • Célebre dentro y fuera del campo de la música académica, el "Vals del minuto", de Chopin, que dura un poco más de lo que su nombre indica, pasa como una exhalación. Algo así fue lo que sucedió con Palmo Venneri, que entró después de la obra de Prokofiev, se sentó en el piano, tocó y muy bien, el breve "Estudio N°1", de Lutoslawski, y se marchó sin que el público hubiera entendido ni la situación, ni su nombre, cuando fue anunciado desde los parlantes. ¿Por qué tan breve inclusión? Porque a Argerich le gustó mucho cómo el italiano tocó la obra en la primera ronda de su concurso. Y, aunque no pasó la etapa, lo "premió" con esta invitación. 
Pablo Kohan 
"Sandor y Argerich, para la historia"

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