Ayer volvieron a deslumbrar al público en el Teatro Colón, como sucedió hace casi un año; brindaron sendas interpretaciones magistrales
No pasó todavía un año desde que tocaron juntos por primera vez en el Teatro Colón. Sin embargo, pocas cosas cambiaron durante ese tiempo en la relación entre Martha Argerich y Daniel Barenboim: la misma manera de entrar al escenario tomados de la mano, y salir así también después de cada pieza; el gesto del maestro de abrazarla y besarla en la frente mientras saludan al público. Musicalmente, salvo por el piano nuevo que trajo el maestro, las cosas tampoco cambiaron: el concierto a dos pianos de ayer a la tarde, fue, como el año pasado, fuera de serie desde el principio al final. Hay que insistir aquí en un punto: sigue siendo asombroso que dos individuos y dos personalidades musicales tan diferentes alcancen semejante grado de entendimiento artístico.
En todos los programas que Barenboim trajo esta vez a Buenos Aires no existe el menos atisbo de complacencia. Éste que prepararon con Argerich para dos pianos no fue la excepción. Hubo un riguroso eslabonamiento, no podría decirse invisible, pero sí tácito. Los Seis estudios canónicos opus 56 de Robert Schumann fueron transcriptos para dos pianos por Claude Debussy; y, por su lado, En blanc et noir de Debussy tiene figuraciones y gestos de escritura que anticipan la Sonata para dos pianos y percusión de Béla Bartók.
Esta vez, a diferencia de 2014, los dos pianos estuvieron inicialmente enfrentados. Los Estudios de Schumann son un fascinante experimento que Argerich y Barenboim convirtieron en un pequeño milagro que consistió en reconciliar dos mundos: la escritura contrapuntística bien diferenciada con la más libre respiración cantabile. El segundo número tuvo una concentración inusitada. Antes del quinto, Barenboim tuvo que apurarse a seguir a Argerich, que empezó precipitadamente. Nadie como Barenboim para acompañarla a ella, y nadie como él para la dosificación de los tiempos musicales y escénicos. Entre Schumann y Debussy, Argerich parecía ansiosa por volver a sentarse al piano, pero el maestro la instaba a que se demorara en los aplausos.
Tanto En blanc et noir como la Sonata de Bartók son piezas que Argerich tocó y grabó con otros pianistas (Stephen Kovacevich y Nelson Freire son dos de ellos), pero con Barenboim pasa siempre algo distinto. Sabemos que Debussy dijo que En blanc et noir, fechada en 1915, tomaba su "color" el piano mismo; también sabemos que habló de los "grises de Velázquez". Es una pieza hecha de todas las gradaciones del gris para aludir a un tiempo gris. Así se explica que la segunda sección (Lent. Sombre) tenga en la partitura unos versos de la "Ballade contre les ennemis de la France". Hay que decir que pocas veces se escuchó un Debussy más áspera, más justamente áspera. Argerich y Barenboim no limaron ningún filo y entregaron una lectura desoladoramente punzante. Las acentuaciones abruptas del "Scherzando" anticiparon el resto.
El concierto cerró con la Sonata de Bartók, otra obra del siglo XX en la que, como en el caso de La consagración de la primavera que tocaron el año pasado, la sensibilidad rítmica resulta crucial. Además, es posiblemente el ejemplo más perfecto de la escritura bartokiana para piano. Bajo ese afecto un poco masivo que desgarra las insinuaciones melódicas, la sonata está colmada de detalles mínimos. La obsesión por la transparencia que Barenboim proyecta a la orquesta fue útil también en este caso: nada quedó solapado. En el principio del movimiento lento, lograron la ilusión de que el tiempo se detenía y se ponía después de nuevo en movimiento. El maestro usó su piano "Barenboim". La competencia con el otro piano (un Steinway regular) hizo difícil decidir cuán diferente es su sonido, aunque es evidente que resulta menos complejo, un poco más aéreo y luminoso.
Hubo un solo bis, que no concedieron enseguida: una transcripción de la "Danza del hada de azúcar" del El Cascanueces de Tchaikovski. Caían rosas desde los palcos. Barenboim cerró la tapa del piano y se puso una flor en la boca para indicar que había que irse. Alguien corrió al borde del escenario a saludar a Argerich y la agarró de las manos mientras hablaba algo inaudible. Barenboim actuó rapídisimo: se acercó y le dijo al hombre: "¡Cuidado con las manos, cuidado con las manos!".
PRÓXIMOS CONCIERTOS
El Festival de Música y Reflexión seguirá pasado mañana y el jueves, a las 20. Ese día Martha Argerich y Daniel Barenboim volverán a presentarse juntos. Argerich actuará como solista y Barenboim estará al frente de la Orquesta West-Eastern Divan. El programa incluye el Concierto para piano N° 2 en mi bemol mayor opus 19 de Beethoven y la Sinfonía N° 4 de Tchaikovski.
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