sábado, 25 de octubre de 2014

Martha Argerich. Pianista por el mundo (Nota del 26 de abril de 1998)


En cualquier rama, es una de las artistas argentinas más reconocidas en el exterior. Hace 13 años que no toca aquí. No lo hará en lo inmediato, pero se reunirá con la Sinfónica Nacional en su próxima gira japonesa.

Se cumplen cien años de relaciones entre la Argentina y Japón, y la Secretaría de Cultura de la Nación acordó con el gobierno y con empresas japonesas que se festeje el hecho con siete conciertos a cargo de nuestra Sinfónica Nacional. Habrá dos en Tokio y uno en Osaka, Atsugi, Tonami, Musashino y Takamatsu. 

El tango es indiscutido embajador nuestro en el país oriental, pero contados intérpretes clásicos han sido oídos allí: Bruno Gelber, Martha Argerich, Manuel Rego, Eduardo Delgado (todos pianistas), la organista Adelma Gómez, los guitarristas Ernesto Bitetti e Irma Costanzo. Jamás una orquesta sinfónica argentina.

La Nacional, dirigida por Pedro Ignacio Calderón, llevará obras de Ginastera y Piazzolla, de los españoles De Falla y Rodrigo, del checo Dvorak y de los franceses Berlioz y Ravel. De este último tocará Martha Argerich como solista el Concierto en sol (piano y orquesta), además del Bolero . Ella, mítica primera figura mundial en su instrumento, ofreció estar presente. 

Pese a que Argerich es una de nuestras artistas más notables, su silencio de prensa hace que rara vez escuchemos de ella más que bellos sonidos musicales. Solicitada por el cronista, le ha telefoneado desde su casa en Bruselas, entre viajes a Londres, Estados Unidos e Israel. 

-Desde su concierto con la Filarmónica en el Colón, en julio de 1986, dirigida por Simón Blech, este que hará en Tokio el 25 de mayo será su primer encuentro con orquestas argentinas. ¿Cómo lo siente? 

-Me alegró muchísimo poder acordarlo con Calderón y con la Orquesta Sinfónica, y espero una ocasión futura que me lleve a la Argentina. Pero eso no depende sólo de mí... 

-Tuve ocasión de oírla en el Concierto en sol, de Ravel, y sé que es una de sus obras favoritas. Siempre causa gran efecto el dúo piano-orquesta, y casi todos los pianistas lo prefieren al recital unipersonal. ¿Es su caso?

-Desde hace años elijo, si puedo, tocar música de cámara, que es un diálogo con otros músicos que ofrece mucha riqueza. Tocar sola es a veces temible. Nadie nos sostiene en escena. La soledad nos desampara. 

-¿Y el diálogo con la orquesta? 

-Teóricamente, el solista conversa con el director, pero éste debe contar con el conjunto de la orquesta, expuesto siempre a una falla que rompe la fluidez de la obra y, por ende, el diálogo ideal. En un trío o cuarteto el entendimiento es mucho más seguro. Amo esa manera de hacer música. 

-¿Tuvo alguna vez miedo de intérprete

-Ciertas obras lo causan a veces. Y ciertos públicos. 

-¿Los más exigentes por su cultura? 

-Puede ser al revés. Por ejemplo, en los Estados Unidos las reacciones son uniformes, previsibles. En Nápoles son tan distintas que parecen de diferentes públicos. En cada recital esperan el resultado de ese momento, sin que los influya el recuerdo de los anteriores. Juzgan cada momento y no se atienen a la figura o al prestigio del concertista. En Polonia vivo una intensa expectativa mutua. Allí el público y yo nos acechamos, igual que en la Argentina. Los ingleses o los alemanes son más previsibles. 

-¿Cómo siente el papel del intérprete?

-No puedo definirlo, pero siento que debe descubrir aspectos que no han exhibido otros ejecutantes, a veces ninguno. La música no es como la matemática, inmutable. Cada autor exige un compromiso distinto. Uno se compromete más con Bach, con Beethoven o con Debussy que con otros autores de dimensión espiritual menos rica. 

-Como en la vida, unos seres nos exigen más que otros. Entre sus autores más frecuentados hay también diversos niveles de exigencia. Por ejemplo, Chopin, Liszt, Schumann. 

-Es claro: Chopin era más clásico y los otros dos, menos controlados. ¡Cuidado con Bach! Hay quien lo siente mecánico o matemático, pero su núcleo emotivo es de cuño romántico, y no lo abandona casi nunca. Eso compromete al intérprete. 

-Martha, ¿usted se considera romántica? 

-Otros lo saben más que yo misma. Pero sin escapar a la pregunta, confieso que siempre me recuerdo estando enamorada... Y, además, me casé varias veces. ¿Eso da patente de romántico? Si se trata de autores, me conquistan los que lograron el dominio total del piano, pero también los que inquietan. Tal vez es tan natural en mí como conservar el cabello largo y suelto. Pero no dejo de interpretar a Prokofiev, burlón, ácido y travieso, casi un antirromántico. Tal vez coincido con los que tratan el piano como a mí me gustaría hacerlo si fuera compositora.

-¿Acaso lo ha intentado? 

-Eso es privadísimo... (ríe). Trato de tocar bien, de entender lo que contiene y sugiere cada obra, de ser fiel a sus intenciones. Me siento feliz cuando puedo conseguirlo. 

-Preferir es también juzgar. ¿Lo siente así? 

-No me atrevo a ser juez, si eso es mirar desde lo alto con la pretensión de saber más. Lo que sí quiero es conseguir que la música llegue a los oyentes sin trabas, con más claridad que exotismo y estilo personal. 

-¿Tuvo o tiene modelos? 

-¡Es natural! Desde Rachmaninov, Cortot, Horowitz o Gulda hasta Rostropovich, que no es pianista, he aprendido algo de todos y no sé a quién debo más.

-¿Conoció las grabaciones de Friedrich Gulda y Chick Corea, y sus travesuras jazzísticas? 

-Por supuesto. Cuando las grabaron, yo estuve junto a ellos... 

-¿Envidiándolos? 

-¿Por qué no? 

-Hace unos diez años le pregunté a Claudio Arrau si creía posible obtener del piano, después de Debussy, Ravel, Prokofiev y Bartok, resultados inéditos. Tras un largo silencio, respondió: "No lo creo si se trata del piano tocado normalmente, no con martillazos o cuerdas alteradas". ¿Cuál es su opinión? 

-Yo creo, en cambio, que Olivier Messiaen lo ha conseguido sin recurrir a otros medios que los normales. El inventó o descubrió no sólo armonías y ritmos insólitos, sino técnicas especiales. Aprendí a dominarlas cuando tocamos y grabamos con Alexander Rabinovitch las alucinantes Visiones del Amén, llenas de paroxismos rítmicos de otros sistemas sonoros, como el de la India, y el que usan los pájaros en sus cantos, además de las sugestiones de colores y de perfumes que no pueden lograrse con la escritura pianística tradicional. Yo pienso que el piano no agotó su mensaje. 

-¿Le piden en alguna parte que toque las obras de Messiaen? 

-El no es el único autor que permanece oculto para casi todos los oyentes de conciertos. Por suerte, hay muchos discos con obras suyas. Más que seguidores o alumnos, ha cosechado nuevos pensadores de la música. El público llega más tarde, pero llega. 

-Si en Japón la aplauden mucho, será justo añadir un bis. ¿Ha pensado en alguno?

-Puesto que también actuará con la Nacional el bandoneonista Daniel Binelli, me gustaría tocar en dúo con él alguna pieza de Piazzolla. ¿Podría usted ayudar a que lo hagamos? 

El periodista puesto a mensajero buscó a Binelli, que enseguida trabajó sin tregua hasta confeccionar dos arreglos para bandoneón y piano -uno de ellos, de Adiós, Nonino- que podrán ser estrenados en Tokio si los oyentes nipones piden bises a Martha Argerich. ¿Alcanzará con esos dos?

Nacida en Buenos Aires el 5 de junio de 1941, Martha Argerich fue destinada (por su madre) y predestinada (por su talento natural) a ser una gran música. Formada por el maestro napolitano Vicente Scaramuzza, brilla en la constelación de sus cien discípulos (entre ellos, Antonio de Raco, Valdo Sciammarella, Bruno Gelber, Sylvia Kersenbaum), que justifican referirse a la Escuela Argentina de Piano como a la de violín, forjada por Ljerko Spiller. 

Antes de los 7 años, Martha fue presentada en recitales, y a los 8 era solista con orquesta (conciertos de Mozart y Beethoven). A los 14, comenzó su perfeccionamiento con Francisco Amicarelli, Friedrich Gulda, Nikita Magaloff y Arturo Benedetti Michelangeli. A los 16, conquistó el primer premio en los certámenes Busoni y de Ginebra, y a los 24, el Chopin, en Varsovia. Desde entonces está en la primera fila de los pianistas contemporáneos. No busquemos si en el primero, en el segundo o en el tercer lugar... 

No es sólo una especialista (lo que a veces encubre algunas limitaciones), aunque descuella en Liszt, Schumann, Chopin, Ravel y Prokofiev. Sonido pleno, tanto suave como fuerte, articulación que resuelve todo escollo, integridad de la frase en un ritmo precipitado tanto como en uno lentísimo. Independencia de manos para obtener sonoridades diferentes. Y mucho más. 

Casada varias veces, es madre de tres hijas, vive en Bruselas y viaja por todo el mundo. La última vez que actuó en Buenos Aires lo hizo a beneficio del Centro de Investigaciones Médicas, fundado por el doctor Abraham Finkelstein. Tocó en el Colón, en julio de 1986, dirigida por Simón Blech, tres conciertos: el número 2 de Beethoven, el número 1 de Liszt y el número 3 de Prokofiev. Salió ocho veces a agradecer aplausos y se despidió con De países y gentes extrañas, de las Escenas infantiles, de Schumann. 



Napoleón Cabrera La vida y la música 
La Nación Revista

"Argerich ensayó sin solemnidad ante la gente" - Recuerdo de su presentación en Tucumán, Argentina en 2005



Apenas ingresó al escenario, la concertista compartió el taburete con el italiano Baldocci, hasta que le acercaron otro asiento para él

Cuando Martha Argerich llegó al teatro San Martín, la Sinfonietta ya llevaba una hora y media ensayando bajo la batuta de Darío Ntaca.
A las 17.30, el auto que la trasladaba estacionó en la playa ubicada al lado del edificio de la Legislatura, y mientras se escuchaban los sones de la suite Música Acuática de Haendel, ella acomodaba en el camerino la bolsa de frutillas que había comprado momentos antes.

La pianista, en el momento de su llegada

Ntaca ordenó un intervalo de 15 minutos a los músicos, pero Argerich apareció y se sentó en el taburete, sin que casi ningún espectador se diera cuenta. "¡Pero es ella, la que se acaba de sentar!", le gritó en el oído María Elena a su mamá, que ocupaba el palco del primer piso. Casi inmediatamente el público comenzó a aplaudir, y ella, sin dejar de masticar chicle, saludó con su cabeza.

En un primer momento el pianista italiano Gabriele Baldocci compartió el taburete, y ambos recorrieron algunos pasajes de la obra de Schumann. Pero después, sola, y concentrada totalmente, dedicó su momento para el Concierto op.54 en La menor.

El director Ntaca le da indicaciones a la intérprete

Como sucede frecuentemente en los ensayos, el director interrumpió la interpretación en diversos pasajes: Ntaca no estaba convencido de la entrada del oboe. "Primero el instrumento y después el piano, pero no tan alto", reclamó una y otra vez, dando explicaciones. Y al parecer, finalmente, quedó satisfecho. Al concluir el ensayo, el público que ocupaba casi el 80% del teatro ovacionó a la pianista, quien se retiró al hotel. "Hoy no hablará con los periodistas. Martha quiere estudiar y descansar", dijo Lilian, su amiga, con marcado acento extranjero, quien ayer visitó Tafí del Valle, anticipándose al paseo que la pianista realizará hoy a ese lugar.

De jeans

Los jeans y las zapatillas reemplazaron a los oscuros trajes y a los lustrosos zapatos que habitualmente visten los músicos. Cuando el público ingresó a la sala, toda la Sinfonietta ya estaba afinando sus instrumentos, y el director Ntaca daba indicaciones (principalmente a los violinistas) e intercambiaba charla con los músicos.

La parte inicial del ensayo estuvo dividida en dos partes: primero, la formación ejecutó sola la Obertura Coriolano, de Beethoven, y luego se agregó el italiano Baldocci, exhibiendo su talento en el piano, y recibiendo los merecidos aplausos de los espectadores.


Mientras una asistente repartía botellas de agua mineral entre los instrumentistas, fue el momento del Concierto para piano y orquesta nº 4 op. 58 en Sol Mayor, también de Beethoven; principalmente el movimiento andante con moto, fue reiterado en más de una oportunidad.


Y finalmente fue el turno de Haendel, con su Música Acuática que levanta los espíritus.

 
EXPERIENCIA NOVEDOSA 

"Primera vez que podemos asistir a un ensayo, y es una experiencia novedosa para nosotros. Nos gusta que todo sea así tan informal y no tan ceremonioso", dijeron Annette y Laurie, dos extranjeras (francesas) que ingresaron a la sala cuando todo ya había comenzado y se acomodaron en la platea.

CALOR 


"Mucho calor", se quejó el italiano Gabriele Baldocci cuando terminó de tocar Beethoven. Darío Ntaca le calmaba, y le pronosticaba que por la noche iba a estar más fresco.

HUMILDAD


"Es tan sencilla y humilde, no parece una diva como dicen. No cumplió ninguna formalidad y se la ve y se la escuchó muy bien", comentó Laura Espina, que se encontraba en la platea.

CELULARES


A pesar de las indicaciones, durante el espectáculo no faltaron los molestos celulares que sonaron, como también los aplausos a destiempo (en los pasajes de los movimientos).

                                 Argerich ensayó sin solemnidad ante la gente 
                          Martha Argerich, deslumbró en Tucumán
                           LA GACETA / FOTOS DE FRANCO VERA
                               Jueves 22 de Septiembre 2005

"Hoy, música se dice Martha" - Recuerdo de su presentación en Entre Ríos 2012

La célebre pianista se presentará esta noche desde las 21 en el Teatro Municipal 3 de Febrero, luego de sus históricas visitas en 2004 y 2005. Para el público de toda la región será un acontecimiento único, y un privilegio escucharla junto a Graciela Reca y Daniel Rivera ejecutando obras para dos pianos de Mozart, Brahms, Lisz, Rachmaninoff, Schostakovich y Milhaud.


Es poseedora de un inmenso don musical. El mismo que, a los tres años, y como respuesta al desafío de un amiguito de cinco (“vos no podés tocar el piano y yo sí”) en el jardín de infantes, la llevó a sentarse frente al teclado y repetir, nota por nota, las canciones que se escuchaban en el aula. 

No hacía falta demasiado para darse cuenta de las extraordinarias aptitudes de la niña. Y así lo entendieron sus maestros y sus padres, Juana Heller —nacida en Villa Clara, cerca de Villaguay— y Juan Manuel Argerich.

En 1945, a los cuatro años de edad, Martha Argerich brindó su primer concierto en público y deslumbró como un prodigio. Y de allí, casi sin escalas, mantuvo una carrera fulgurante, que la llevó en 1952 —con tan sólo 11 años— a presentarse en el Teatro Colón, para interpretar una obra de Robert Schumann. Había alcanzado el techo, y la alternativa fue partir en la búsqueda de maestros que le permitieran alcanzar lo excelso. Hoy Paraná recibirá nuevamente, en un verdadero privilegio –en su visita a la Argentina la artista sólo se presentará en esta ciudad y en Rosario- a la más grande pianista que haya dado el país al mundo. Interpretará un programa –con obras a dos pianos- junto a Graciela Reca y Daniel Rivera.

ADJETIVOS

Definida por su estilo “arrollador y volcánico”, y por adjetivos que califican su técnica como “colosal” y su “perfecta adecuación”, también es acompañada por su fama de impredecible. 

Con todo ello, y su extraordinario don y talento, ha configurado una carrera tapizada por eternas ovaciones. Las mismas que, seguramente, le serán tributadas hoy, tras su interpretación del Concierto Nº 3 de Prokofiev, una pieza que encaja perfectamente dentro de la línea de trabajo que ha desarrollado en los últimos veinte años, ya que desde 1981 —salvo muy raras excepciones— no brinda recitales como solista. Prefiere el repertorio camarístico y de concierto.

Hoy, esta extraordinaria instrumentista —calificada alguna vez por el célebre cellista y director ruso Mstislav Rostropovich como “una pianista sin límites de ninguna clase”—, conmoverá a un auditorio que, como en una celebración que la tendrá como protagonista, acudirá para brindarle su tributo y reconocimiento. 

HISTORIA 

Martha Argerich nació en Buenos Aires el 5 de junio de 1941 y realizó su debut a la edad de cuatro años. Tuvo como uno de sus primeros maestros al mítico Vicente Scaramuzza, del que —señaló en una entrevista— le quedaron recuerdos de la severidad con la que le brindaba las lecciones.

Considerada una niña prodigio durante su infancia, brindó recitales en el Teatro Astral de Buenos Aires y en el Colón, trasladándose luego a Europa.

En Austria, más precisamente en Viena —donde se radicó en 1953 junto a sus padres— estudió con Friedrich Gulda, su más influyente maestro, quien luego de 18 meses le explicó que ya no tenía nada más para enseñarle. Seguirían más tarde las lecciones con Madelaine Lipatti, Nikita Magaloff y Arturo Benedetti-Michelangeli. 

A los 16 años de edad, ganó el Concurso Internacional de Música de Génova y luego, tres semanas más tarde, el Premio Busoni —declarado desierto por más de un lustro—. 

En 1964 brindó conciertos en Europa del Este y Polonia, antes de realizar su debut en Londres, en noviembre de ese año.
En marzo de 1965 ganó la séptima edición del Concurso Chopin de Varsovia y el Premio de la Radio Estatal de Polonia por sus interpretaciones de los valses y mazurkas de Chopin.

Por esta serie de conciertos y registros, y su extraordinaria técnica y sensibilidad, y sus brillantes interpretaciones, fue considerada la más formidable instrumentista de su generación. Eso la catapultó definitivamente a la fama y al estrellato, logrando por derecho propio el aura que acompaña a toda celebridad. 

Es considerada una de las grandes pianistas del presente.
En varios reportajes Argerich ha remarcado su sentimiento de soledad en el escenario durante la interpretación, y -quizá por ello- realizó muy pocos recitales de piano solista después del 1980, enfocándose en conciertos para piano y orquesta, música de cámara y acompañamiento instrumental en sonatas. 

Ha sido reconocida especialmente por sus interpretaciones de compositores clásicos del siglo XX, tales como Serguéi Rajmáninov, Olivier Messiaen y Serguei Prokófiev. Por sus trabajos discográficos obtuvo tres premios Grammy, en los años 2000, 2005 y 2006.

Compañías destacadas

Martha Argerich compartirá el programa junto a Graciela Reca y Daniel Rivera, ambos destacados instrumentistas.
Graciela Reca nació en Paraná donde comenzó su formación musical, continuándola en el Instituto Superior de Música de la Universidad Nacional del Litoral, bajo la dirección de los maestros Luis La Vía, Mario Montrul y Aldo Antognazzi. En 1981, obtuvo el máximo título en su especialidad, después de rendir su examen-tesis ante un jurado presidido por el maestro Antonio de Raco. 

En 1963 había obtenido el Primer Premio y Medalla de Oro en el Primer Concurso de Pianistas Argentinos, organizado por el Mozarteum de Santa Fe, al mejor intérprete de la obra pianística de Mozart; en 1964: Primer Premio Fondo Nacional de las Artes en el Tercer Concurso para Jóvenes Solistas Argentinos. En 1970 fue seleccionada por concurso para recibir clases del maestro Bruno Saidlhofer, de la Academia de Música de Viena. 

Como solista ha actuado con las Orquestas de Santa Fe y Entre Ríos, la Sinfónica Nacional y Filarmónica de Asunción (Paraguay). Desde su formación, integra el Trío de Cámara de Paraná. En 2007, junto a Pablo Saraví –violín, Claudio Baraviera –cello-, ejecutó el Triple Concierto de Beethoven con la Orquesta Sinfónica de Entre Ríos bajo la dirección del director mexicano, Maestro Roman Revueltas Retes. 

Por su parte Daniel Rivera nació en 1952 en Rosario (Santa Fe) en una familia de músicos. Viajó a Italia en 1973 gracias a la beca obtenida con el Primer Premio Vincenzo Scaramuzza. En Europa se perfecciona con Alessandro Specchi, Ludwig Hofmann y Sergio Lorenzi. 

Se ha presentado en los mayores teatros italianos y extranjeros como el Teatro Colón de Buenos Aires, la Sala Philarmonia di Kiev, el Queen Elisabeth Hall de Londres, el Park Musica Hall de Dallas, el Musikverein de Viena y la Scala de Milán. 

Su natural virtuosismo le permite de enfrentar cualquier obra del repertorio pianístico.
Amigo y colaborador musical de Martha Argerich en el Martha Argerich Presents Project, ha tocado a dúo con la gran pianista en Lugano, en Ascoli Piceno, en el Festival Internacional de Pietrasanta. 

© Cultura y Espectáculos Diario El Diario
Martes 23 de Octubre de 2012

miércoles, 22 de octubre de 2014

"Martha rompe el silencio" - Télérama - Los Angeles, 1997


LOS ANGELES (Télérama).- Tres noches extrañas con Martha Argerich, la gran pianista flamígera de estos últimos años. Tres noches enteras en que esquivaba las preguntas con obstinada dulzura: "En verdad, ha venido expresamente a Los Angeles... ¿Qué espera usted...? Qué decir de mi oficio, yo que dudo de todo... No puedo responderle con palabras que no me pertenecen, que tomaría prestadas a otros". Alboradas flotantes en que el periodista se sorprende tarareando a Brassens: "Con mis preguntitas, parecía un imbécil, madre mía". 


Martha Argerich ama el tiempo dilatado de los verdaderos encuentros, no así la incomodidad de las entrevistas. Por lo demás, no las concede. Más frágil que nunca, tras haberse operado un cáncer, busca un nuevo rumbo para su vida. Huye de los medios para evitar la pregunta más absurda: ¿quién es ella? Imita a la Bovary, pero al revés. La heroína de Flaubert se proyectaba más grande que su cotidianidad banal. La Argerich querría ser más mediocre que su talento fenomenal. ¿Es una simple música? Sin embargo, fascina a todos sus colegas, cuando no los paraliza. Puede pasarse varios meses sin tocar un piano y volver a él, sin esfuerzo aparente, con la misma vitalidad virtuosa que, desde su adolescencia, la designaba como la igual de un Vladimir Horowitz. Su igual, salvo en la coquetería. 

No se contenta con dar conciertos. Incendia el piano. Su velocidad, jamás gratuita, se fusiona con un temperamento volcánico. Su gusto por el riesgo se burla de los sonidos pulidos en una escrupulosa devoción por las partituras. No es raro que termine un concierto mareada, mientras el público permanece de pie, galvanizado. "ºCuando cumple sus compromisos!", acotan irónicamente quienes se vieron chasqueados. Pero la artista, íntegra e impulsiva, no firma sus contratos antes del ensayo general o, más a menudo, hasta el final del concierto, cuando ella misma se ha comprometido. Es capaz de presentarse 50 veces en una temporada y casi ninguna en la siguiente. 

Daniel Barenboim la llama desde Chicago; Charles Dutoit, desde Montreal; Claudio Abbado, desde Berlín: quiere grabar con ella los conciertos de Beethoven. Myung-Whun-Chung prevé su presencia en Roma para enero de 1998, y señala orgullosamente: "¡Uno siempre se arriesga por Martha!" Entretanto, en Los Angeles, ¡Martha prepara el regalo de cumpleaños de un viejo profesor de piano que le ha cobrado afecto! Junto con el hijo del profesor, trabaja a escondidas en una transcripción para dos pianos de la Segunda sinfonía de Beethoven. 

Encuentro excepcional con una pianista que, por largo tiempo, esperó recibirse de médica y, probablemente, nunca se consoló por haber respondido al desafío de un mocoso de 5 años: "¡No sos capaz de sentarte al piano, Martha!" La niñita de 3 años se instaló frente al instrumento, del que nada sabía, y tocó de memoria una melodía que tarareaba su maestra. 

_En la Argentina, donde nació en 1941, su primer profesor en serio fue el temible Vincenzo Scaramuzza, quien formó a un pedagogo famoso: el padre del pianista y director de orquesta Daniel Barenboim, ¿no es así? 

_Probablemente le deba mi relación conflictual con el piano. A los 5 años, ya manifestaba una timidez enfermiza; era incapaz de pronunciar una palabra. Mi madre me acompañaba a las clases para anotar todos sus consejos. Scaramuzza me recibía tendiéndome la mano con un distanciamiento ceremonioso. El ritual se repetía cuando me marchaba. Si estaba insatisfecho conmigo, me decía en tono glacial, sin esbozar el menor ademán: "Hoy no merece que le dé la mano!". Era aterrador. 

Cuando tenía 6 años, pareció quedar satisfecho con uno de mis conciertos y me alzó en brazos para besarme. Instintivamente, lo rechacé en forma brutal. El telefoneó de inmediato a mi padre y le dijo: "Me rehúso a seguir enseñándole. ¡Me exprime como si fuera un limón, me saca todo y no me da nada!". Mi padre replicó sorprendido: "Pero maestro, Martha tiene apenas seis años..." "¡No! _contestó Scaramuzza_. ¡Su alma tiene cuarenta!" No soportaba que yo no vertiese una sola lágrima. Cada vez que me lanzaba un comentario desagradable, concentraba mi atención en la verruga de su labio superior para fingir serenidad.

Scaramuzza no carecía de sadismo para machacarle periódicamente a esa pequeñuela que era yo: "Mis alumnos se forjan como las espadas. Las de hierro se doblan, pero siempre terminan por recobrar su forma original. Las de acero empiezan doblándose para luego quebrarse de golpe. ¡Prefiero que mis alumnos se quiebren muy pronto!" A los 8 años, en vísperas de un concierto, modificó un centenar de indicaciones en la partitura que yo había preparado para poner a prueba mi resistencia. No ejecuté ninguna. No me quebró.
De niña, ya no me agradaban las exhibiciones, sobre todo las de los jueves en casa del señor Rosenthal, que mantenía una especie de salón musical. Por entonces, todos los grandes artistas que pasaban por Buenos Aires se encontraban allí; el menú incluía strudel y una vuelta a la pista de los pequeños genios locales. Yo corría a esconderme debajo de las mesas y Daniel Barenboim, 6 meses menor que yo, venía a sacarme de mi escondite. El adoraba mostrarse. 

_A los 10 años, su madre logró una audición con su ídolo, Friedrich Gulda, famoso por su pureza estilística, su excéntrica vestimenta de concierto, el modo en que mezclaba los géneros musicales y, sobre todo, porque no aceptaba alumnos. 

_Casi nos dio la espalda, diciendo: "¡Detesto a los niños prodigio!". Dos años después, viajando por Europa, oí que alguien me llamaba: "¡Arrrgerich!" Me volví: era Friedrich Gulda. Quedé muda, petrificada por el triste recuerdo que debía haber guardado de mí. "Escucha _me dijo_. Tengo problemas con una sonata de Beethoven que estoy preparando para mi próximo concierto. ¿No quieres seguirla, a mi lado, partitura en mano?" Me infundió confianza y, desde entonces, toqué para él con absoluta tranquilidad. Yo tenía 12 años, él casi me doblaba en edad y me había tratado como a una persona adulta, sin descuidar, empero, mi lado infantil. "¿Estás enamorada de alguien en la Argentina? _me preguntó_. En tal caso, no valdría la pena que vinieras conmigo a Viena." 

Al mes de enseñarme, Gulda me provocó: "Te creía dotada; temo haberme equivocado. Tienes cinco días para preparar "Gaspard de la nuit", de Ravel, y las Variaciones Abegg, de Schumann". ¿Un programa enorme? Fue un juego de niños. ¡El implacable Scaramuzza me había vacunado! 

_A los 16 años, con tres semanas de intervalo, ganó los concursos de Bolzano y Ginebra y quiso estudiar con Arturo Benedetti Michelangeli, el más intocable entre los grandes maestros.

_No salía de ningún conservatorio; había sido la única discípula de Friedrich Gulda; no había hecho nada de lo que hacía la mayoría de los pianistas. Esos concursos me permitieron hacer un balance. No fui a competir, sino a superarme a mí misma en una actitud de reencuentro y diálogo con otros músicos. Todavía hoy, cuando integro el jurado de un concurso, me río de las asignaciones de premios y me enriquezco escuchando colectivamente a otros.

_Estuvo tres años, entre los 20 y los 23, sin tocar el piano. ¿Qué le devolvió el gusto por él? 

_En 1964, la vida me atrapó y eso siempre es más hermoso que una carrera. Sin quererlo, me había casado y era madre. Ya casi no era pianista. Como hablaba varios idiomas, pensé en ser secretaria. Por consejo de mi madre, visité a Stefan Askenase, profesor del Conservatorio de Bruselas. El y su esposa irradiaban luz. Ambos me devolvieron el equilibrio. 

_¿Pero no al extremo de reconciliarla con los conciertos? 

_¡No exageremos! He dado más conciertos de los que he anulado. Sólo que no subo a un escenario para hacer un simulacro de sinceridad. Los aeropuertos, el stress, los remilgos mundanos, ese estado de no ser que se experimenta en el cuarto de hotel cuando se está solo frente a la hora fatídica, la culpa de no ver a mis tres hijas a causa de mis ausencias reiteradas, ¿cree usted que estos horrores integran una forma de arte? Cuando se trabaja en una oficina u orquesta, el entorno acepta que uno se enferme, se deprima o no esté en forma. Nosotros, los músicos, ¿deberíamos ser sobrehumanos para responder a las ideas que el público proyecta en nosotros? O, peor aún, ¿deberíamos engañarlo? 

Podría prescindir perfectamente de los conciertos. Son actos contrarios a la naturaleza. Es tan raro que haya placer en ellos... En escena, usted no actúa como si estuviera en su casa; no hace los mismos gestos con las manos frías, las rodillas trémulas y la nariz goteando. Su interpretación se modifica. A esto se añade el peso de las miradas puestas en usted, el efecto de la masa que lo observa y lo juzga. 

No soporto verme prisionera de una programación, yo que vacilo y tanteo constantemente. Nunca digo francamente que sí o que no. Lamento la época dichosa en que el intérprete que triunfaba en un lugar se instalaba allí y ofrecía todo su repertorio, como una fiesta. En los años cincuenta, Arthur Rubinstein se quedó tres meses en América del Sur. ¡Dio 25 conciertos sucesivos! Hoy, cuando nos aprecian, nos citan para dentro de tres años. Tengo pesadillas.

_¿Pesadillas de pianista? 

_¡Permanentemente! Por ejemplo, la orquesta aguarda, de brazos cruzados, a que yo ataque una obra que jamás he escuchado en mi vida. Todos tienen la partitura. Todos, menos yo. Este tipo de pesadillas terminan con una sucesión telescópica de aeropuertos, hoteles y escenarios, mientras me persigue la policía. 

_¿Por qué abandonó los recitales para dedicarse exclusivamente a los conciertos, las obras para dos pianos o piano a cuatro manos y la música de cámara? 

_He tocado demasiado como solista... Allí se encuentran las páginas más hermosas del repertorio pianístico. Allí me embriagué..., pero, bueno, no hay nadie que nos sostenga en escena, que nos inspire. Es un sufrimiento. Ya no sé... Sólo sé que nada reemplaza a la música de cámara, sus juegos, los desafíos que nos lanzamos, las bromas mutuas, las armonizaciones conmovedoras, esta solidaridad. Conmigo de nada vale montar "golpes" de programadores asociando algunos nombres famosos. Sólo alcanzo esta respiración natural de la música tras un trato prolongado con mis compañeros... 

_En su repertorio, no se percibe ninguna directriz. 

_¡Ninguna! ¡Como siempre, es caótico! Me zambullo en cada partitura, sin método alguno. Al parecer, uno se estructura profundizando un lenguaje. Nunca lo he logrado. Ataco y trituro la partitura en todos los sentidos del término. Tal estropicio desesperaba a uno de mis maridos, el director de orquesta Charles Dutoit, un hiperactivo: "Progresa de manera lógica, Martha. Prueba a abreviar o eludir los pasajes menores", me instaba. Pero, a menudo, con ellos yo hacía mi guisito personal. .

Bernard Mérigaud (Traducción de Zoraida J. Valcárcel) 

lunes, 20 de octubre de 2014

"Como el amor, la música es un misterio" - Martha Argerich en Paraná, Entre Ríos



Por tercera vez –nuevamente invitada por la Asociación Mariano Moreno– la célebre artista llegó a Paraná. Y decidió dedicar un tiempo a la prensa. EL DIARIO estuvo presente en una charla por momentos –como en el concierto de piano– a dos voces: la de la pianista y la de su amigo Daniel Rivera que la acompaña. Estará también la palabra de Graciela Reca. Durante el diálogo, la artista se preguntará y contestará a sí misma e interrogará también a sus colegas en un encuentro en el cual sobrevolará la nostalgia por los ausentes.
 

No es frecuente, más bien resulta una excepción, que Martha Argerich dedique tiempo a responder preguntas de la prensa. Huye del contacto con los periodistas. Celosa de su intimidad, y con una reputación previa de un temperamento cambiante y enérgico, tiene, seguramente, motivos para evitar esos encuentros. 

Pese a estos antecedentes, la célebre instrumentista –aquella niña prodigio que deslumbró a los cinco años con su primer concierto y a los 11 rindió al Colón a sus pies y a los 16 se consagró en los concursos más importantes del planeta– ha decidido brindar una conferencia de prensa. En Paraná. Un día antes de su concierto en el Teatro Municipal 3 de Febrero junto a Graciela Reca y Daniel Rivera. Ella, (¿cabe repetirlo una vez más?) la más grande pianista que la Argentina haya dado al mundo –muy probablemente la más célebre en décadas en el planeta– está allí, en la sala de conferencias del Maran Suites & Towers, dispuesta a enfrentar uno de los ejercicios que, tal vez, más le cuestan: hablar con desconocidos que le preguntan cosas para que las responda. Un ejercicio para el cual la artista exige, como mínima base, algo elemental: respeto. Tiene legítimo derecho a ello y además antecedentes sobrados para que así sea. 

 


 “Hay que ser cuidadoso”, se ha dicho el cronista, anoticiado previamente de la situación. “Es un momento único. Muchos en el mundo desearían estar aquí y ahora”. Sabe que es una oportunidad especial, una de las que, como privilegio, le brinda muy de tanto en tanto, ejercer su oficio. Ha aguardado años sin desfallecer, paciente y esperanzado. Y ese anhelo es ahora palpable realidad. 

Sin embargo luego del saludo de rigor, el comienzo del encuentro no será el esperado. Será difícil. Habrá que remarla, remontar un ambiente complicado.
“Déjenles hablar a los demás también”, dirá Argerich con un matiz de fastidio –sutilísimo, pero evidente en la inflexión de su voz– luego de que se le formulen las dos primeras preguntas. Con su mirada señala a Graciela Reca y a Daniel Rivera, que la acompañan a diestra y siniestra respectivamente. Es que el hielo ha sido roto –por así decirlo– de una manera intempestiva y brutal. Y la conducta de esta personalidad de sensibilidad exacerbada e inteligencia deslumbrante es reaccionar en consecuencia frente a preguntas pueriles, casi tontas. “Por qué tengo que decir yo todo”, añadirá, al borde de la ofuscación. Y al filo de la catástrofe para el cronista de provincia que aún espera, con humildad y algo de ansiedad, poder llevar adelante su trabajo. Repentinamente, el cronista quedará solo frente a Argerich, Reca y Rivera. Sus colegas han partido, lo han abandonado en el campo. Algo se ha mellado. La célebre entrevistada, sin palabras, con gestos mínimos pero perceptibles, ha expresado su molestia. Casi no quiere hablar. 

“Habrá que recomponerse y pensar”, se dice el cronista que logra mantenerse bajo control. Y en fracción de segundos deberá reconfigurar un minucioso esquema previo. Un esquema que acaba de ser prolijamente desbaratado por una equívoca situación entre sus colegas y la protagonista del encuentro. Y que deberá modificar necesariamente para tratar de resolver algo que a estas alturas parece casi no tener solución. 

No hay alternativa: hay que enfrentar el delicado estado de situación, capear la tormenta e intentar llegar a puerto. La tan esperada conferencia parece estar a punto de concluir apenas comenzada. La catástrofe sobrevuela el lugar. 

El cronista deberá entonces apelar a su oficio para revertir ese resultado inicial adverso. Lo hará con un auditorio de acompañantes y curiosos a sus espaldas que, como en una tribuna, ha venido a ser testigos de la situación. Y que, mudo, acompaña las alternativas y espera el desenlace.
Lo que sigue es el resultado de ese intento en el que, como tábano en la oreja, el entrevistador tendrá una premisa: obtener algo que resulte de interés para el lector. Será éste, entonces, quien juzgue el saldo del inolvidable encuentro.  

VÍNCULOS
 
–¿Por qué decidió incluir estas obras que integran el programa que presenta junto a Graciela Reca y Daniel Rivera?
 
–La razón… no tener que estudiar algo nuevo (risas). Son obras que tengo en repertorio. Y parece que a los invitados no les molestó. Alguno de ellos tuvo que aprenderlas, pero tuvo tiempo.
 
–¿Cómo se siente para este concierto?
 
-Anteanoche (por el sábado anterior al concierto) me caí muy fuertemente en Rosario. Fue en un restaurante. Al salir no vi un escalón. Fue a las cuatro de la mañana. Me caí sobre mis manos y la rodilla, que se me hinchó terriblemente. No sabía si iba a poder, pero parece que (el cuerpo) aguantó. Ahora vamos a probar, a ver qué pasa. Más allá de eso, me provoca una cierta emoción tocar aquí. Absolutamente.
 
–¿Qué la vincula tan profundamente a esta ciudad?
 
–No sé, es algo… afectivo. Y además, me interesa… No sé bien. A lo mejor… Mi mamá se fue de Villa Clara cuando era muy jovencita, tenía once años. Pero su familia quedó aquí, en Entre Ríos. Es una parte bastante misteriosa de su vida y su historia, y por extensión de la mía. Entonces me interesa ver qué sucede en estas tierras. Y siento, percibo cosas que es difícil formular ¿no?… No sé cómo decirle… es así. (Y la primera sonrisa, con un aroma dulce de nostalgia, acude a sus labios). Me encanta venir a Paraná, aunque, cierto, no he estado aquí muchas veces. Pero siempre ha sido una experiencia sensacional. He venido a tocar como solista, con orquesta, dirigida por (Reinaldo) Zemba, que tenía una fluidez que te conmovía y que hacía que presentarse con él fuese una experiencia que no sucede a menudo con los directores.
Además, también está la gente que he conocido, tan simpática. Todo eso hace que me guste estar aquí.

 
–Daniel Rivera: Esto para mí es una especie de sueño. Desde hace muchísimos años, más de 30, tengo este anhelo de volver a la Argentina y tocar con Martha. Es algo que me llena de orgullo. Y que Martha haya aceptado volver al país. Creo que ella está hoy muy feliz de estar acá y de ver nuevamente a su patria y su gente después de siete años.
 
–Argerich: Sí, es verdad. 

EL DESEO
 
–Desde lo musical ¿Qué despierta su curiosidad en este momento de su vida?
 
–En cuanto a compositores, últimamente estoy muy interesada en Mozart, en toda su obra. Mañana (por el martes) interpretaremos una pequeñísima sonata (Sonata en Re mayor KV 381) a cuatro manos con Graciela Reca. En general muchas cosas pueden despertar mi curiosidad. Nuevos encuentros musicales… y de otro tipo también.
 
–¿Podría esperarse alguna grabación a partir de esta inquietud por Mozart?
 
–No (enfática). Por el momento. A mí nunca me interesó ese tema.
 
–Es raro. Usted ganó tres premios Grammy por discos que grabó.
 
–Sí, pero nunca fueron proyectos míos; algo que yo hubiese querido hacer, con tal o cual persona. Nunca me pasó poder hacer algo tal y como yo quería. En todo caso lo de los premios… fue, aconteció. No es que fuera una cosa preparada, voluntaria. No tengo muchos conceptos previos en ese sentido.

NUEVOS TALENTOS

 
–¿Qué le gustaría, como anhelo, que quedara como saldo de todo ese trabajo que desarrolla con los proyectos de promoción de jóvenes talentos?
 
–Argerich: Ah (suspiro) ésta contéstala tú (por Rivera).
 
–Rivera: Este proyecto (el Marta Argerich Presents Proyect (MAPP) –del cual la pianista es madrina y directora artística– nació para tener un vínculo muy fuerte con los talentos argentinos. Y desde que dio su primer paso, Martha, con su generosidad, ha logrado revivir cuestiones que se han vivido en festivales como el de Lugano (Suiza), o el de Beppu (Japón). Ahora se realizó en Rosario, con la participación de Lida Cheng, su hija. 

El asunto es vivir la música, pero no sólo eso, sino también socializar, estar con la gente. Y los jóvenes se enriquecen con esto y muchos ya han tenido la oportunidad de viajar a Europa para participar en el festival de Lugano e intervenir en clases magistrales. 

Pero el proyecto desearía tener una visión mucho más amplia: transmitir y hacer conocer la música argentina popular y clásica, la música en su más amplio sentido, en Europa. Y tratamos de llevarlo adelante. Fijensé que en varios programas hemos incluido hasta música popular y folclórica. 

Para difundir el proyecto trabajan los embajadores del MAPP, entre ellos Lida –la hija mayor de Martha–; el contrabajista Enrico Fagone; el violonchelista (Stanimir) Todorov y el pianista (Gabrielle) Baldocci. Hay un equipo muy grande que trabaja en esto. Y lo que buscamos es que haya un apoyo en cada lugar donde somos huéspedes y nos reciben para poder compartir la música con gente del lugar.

LA VEJEZ

 
–¿Qué cosas le preocupan?
 
–Últimamente estoy muy interesada en los viejitos como yo. ¿Qué pasa con aquellos que están solos, abandonados, sin contención? Me gustaría generar algún lugar como la Casa Verdi, que hizo él en Milán. Un poco como la que se ve en ese film Il Baccio di Tosca ¿Conoce ese film? (N. de la R: se refiere a un largometraje de 1984 dirigido por Daniel Schmid, un documental de la vida en la Casa di Riposo per Musicisti de Milan, el primer hogar de asilo creado en el mundo para cantantes de opera retirados, fundado por Giuseppe Verdi en 1896). Me gustaría hacer algo así para viejos músicos, porque me da mucha pena la situación en que se encuentran muchos. 

Hace un año y medio visité a Alexis Weissenberg (célebre pianista búlgaro radicado en Francia, nacido en 1929 y fallecido en enero de este año). Estaba en un geriátrico normal. Me dio muchísima pena. Hubiese sido mucho mejor que compartiese ese momento de su vida en un lugar en el que conviviese con artistas, con personas que entiendan lo que hizo y lo que fue su vida. Y donde haya un intercambio con el exterior también, que pueden ir jóvenes y compartir conciertos con ellos. Estoy muy preocupada por eso. A lo mejor puedo hacerlo en Bolzano (Italia), lugar que tiene una característica interesante: es bilingüe, se habla italiano y alemán. Esto ayuda a remediar en parte el problema del idioma, que siempre hay que tener en cuenta. 

Me interesan también los músicos de orquesta, no sólo los solistas retirados, sino los integrantes de orquestas jubilados que pueden ayudar a los jóvenes músicos de orquesta también para empezar algún proyecto. Este tema me interesa muchísimo últimamente, es decir me preocupa la gente mayor. 

Quizá (arriesga frente al auditorio) nos gustaría probar. A lo mejor podemos generar un lugar para que vengan algunos de ellos un par de meses y ver si les gusta. Y si, a la vez, se sienten independientes también, porque es algo para mí muy importante. 

Porque el culto de la juventud está muy bien, y muy de moda… pero bueno… uno también tiene que pensar en otras cosas… sobre todo cuando le tocan de cerca. Además hay en esta idea algo esencial: hacer intercambio; lograr que la cadena entre distintas generaciones de músicos se establezca.
Vamos a ver si sale. Hasta ahora no tuve mucho tiempo para ocuparme muy activamente, pero me interesa.

DE ANHELOS Y DEFINICIONES

 
–¿Trabajó alguna vez con cantantes?
 
–No… (con cierta sorpresa). Casi nunca. Tal vez Les Noces (Las bodas, de Stravinsky), es una obra que me gustaría encarar con coro. Hice algunas cosas de Brahms, en Lugano; sus valses.
 
–¿Qué le hubiese gustado ser de no haberse dedicado a esto?
 
–Yo no me dediqué… lo que pasa es que fui… lo que se dice… me hicieron hacer. Creo que me hubiera gustado estudiar medicina… la medicina o la biología. No tengo talento plástico. Por ejemplo pintar me sale bastante mal. Escribir es interesante, pero eso siempre se puede hacer.
 
–¿Si no fuese el piano, qué instrumento hubiese escogido para estudiar?
 
–Me encantan los instrumentos de cuerda. Pero el piano… no me gusta tanto (entre carcajadas). Me hubiera gustado mucho aprender… amo el cello. Mi primer amor fue el violín. Cuando era niña era lo que más me gustaba, mucho más que el piano, me fascinaba. Pero no tuve la oportunidad de estudiarlo. Después me cautivó el cello. Y ahora, en cuanto a gustos, regresé al primer amor, el violín. Además me interesa también el instrumento en sí, la cuestión de la luthería, es algo que encuentro tan extraordinario. Quizá de los instrumentos de viento prefiero la trompeta, antes que clarinete.
 
–¿Y qué es lo qué más le pesa de su profesión?
 
–El problema no son los conciertos, las presentaciones. El problema son los viajes, el entorno, las cosas que te dicen antes, y después; eso cansa. El problema no es la cosa en sí (tocar el piano), que está muy bien. El problema es otro. Te envidio (dirá Argerich al dirigir su mirada a Reca y despertar una carcajada general).
 
–Finalmente, le pido que nos regale una respuesta, si es tan amable: ¿cuál es su definición personal, íntima, de la palabra música?
 
–Es un misterio… como el amor. Sí, como el amor, la música es un misterio. Parece fácil decir esto, pero detrás hay tanta cosa… cuánto se podría decir. Coincido con (Friedrich) Nietzche: sin la música, la vida sería un error.
 
–Rivera: la música es todo. A mí me han interesado los profundos estudios que se han hecho en el cerebro sobre cómo facilita el aprendizaje en los niños, por ejemplo. Y también el efecto que causa en los animales.
 
–Argerich: Es cierto, sí. Además está el elemento espiritual en el sentido que la música abre ciertos horizontes… no es materia… pero es energía… en la música hay algo que puede tener que ver con emociones un poco más evolucionadas de las que actualmente alcanza a comprender el ser humano.
 
LO INSTRANSFERIBLE DE LA EXPERIENCIA
 
–Rivera: La sensación de tocar con Martha es… (busca la palabra)
 
–Argerich interrumpe: ¡No le digas! A lo mejor (mira a Reca) a ella no le gusta para nada. (Risas generales).
 
–Rivera (recompuesto):… excepcional. Porque ahí está el misterio: en esto no hay nada confeccionado de antemano. Puede que haya algunas cosas de base. Pero la espontaneidad está ligada al misterio de la creación.
 
–Argerich: Es cierto que hay ensayos para preparar cosas elementales de fraseo, por ejemplo. Hay que preparar ciertas cosas, y también dejar luego que la espontaneidad fluya. Se trata de un fenómeno muy complicado el de balancear entre estas dos dimensiones. Y para un director de orquesta, se me ocurre, debe ser aún más interesante la cuestión.
 
–Rivera: Hay algo en lo que decimos del orden de… la transmisión. Algo que caracteriza a un maestro. Y es esto: cuando está con ella, uno escucha lo que hace Martha y siente una invitación irresistible a sumarse, a hacer. Sentir, por ejemplo, cinco diferencias sutiles en un compás, no es algo que pueda expresar cualquiera. Eso es algo extraordinario. Y eso es Martha.
 
–Argerich: Yo… acompaño muy bien… fantástico (risas). Por eso me gusta tocar los bajos cuando interpretamos a cuatro manos. Hay algunas personas que no pueden. A mí me encanta. Me gusta mucho acompañar. 

GENEROSIDAD

La generosidad es una de las virtudes que distinguen a Argerich. Y lo puso de manifiesto en Paraná, en el concierto que dedicó a Reinaldo Zemba. 

“Nunca toqué con Graciela (Reca), tengo mucha curiosidad, vamos a ver cómo nos sale”, expresó Argerich horas antes del concierto en el que abordó un repertorio que recorrió desde Mozart hasta Shostakovich, y que incluyó obras de Brahms, Rahmaninov y Milhaud. 

Por su parte Reca destacó “la generosidad de Martha por haberme hecho participar en este concierto. Para cualquier pianista, y más en mi caso, que siempre he trabajado aquí, en Paraná, es un privilegio”.


Carlos Marin
Domingo 28 de Octubre de 2012