lunes, 20 de octubre de 2014

"Como el amor, la música es un misterio" - Martha Argerich en Paraná, Entre Ríos



Por tercera vez –nuevamente invitada por la Asociación Mariano Moreno– la célebre artista llegó a Paraná. Y decidió dedicar un tiempo a la prensa. EL DIARIO estuvo presente en una charla por momentos –como en el concierto de piano– a dos voces: la de la pianista y la de su amigo Daniel Rivera que la acompaña. Estará también la palabra de Graciela Reca. Durante el diálogo, la artista se preguntará y contestará a sí misma e interrogará también a sus colegas en un encuentro en el cual sobrevolará la nostalgia por los ausentes.
 

No es frecuente, más bien resulta una excepción, que Martha Argerich dedique tiempo a responder preguntas de la prensa. Huye del contacto con los periodistas. Celosa de su intimidad, y con una reputación previa de un temperamento cambiante y enérgico, tiene, seguramente, motivos para evitar esos encuentros. 

Pese a estos antecedentes, la célebre instrumentista –aquella niña prodigio que deslumbró a los cinco años con su primer concierto y a los 11 rindió al Colón a sus pies y a los 16 se consagró en los concursos más importantes del planeta– ha decidido brindar una conferencia de prensa. En Paraná. Un día antes de su concierto en el Teatro Municipal 3 de Febrero junto a Graciela Reca y Daniel Rivera. Ella, (¿cabe repetirlo una vez más?) la más grande pianista que la Argentina haya dado al mundo –muy probablemente la más célebre en décadas en el planeta– está allí, en la sala de conferencias del Maran Suites & Towers, dispuesta a enfrentar uno de los ejercicios que, tal vez, más le cuestan: hablar con desconocidos que le preguntan cosas para que las responda. Un ejercicio para el cual la artista exige, como mínima base, algo elemental: respeto. Tiene legítimo derecho a ello y además antecedentes sobrados para que así sea. 

 


 “Hay que ser cuidadoso”, se ha dicho el cronista, anoticiado previamente de la situación. “Es un momento único. Muchos en el mundo desearían estar aquí y ahora”. Sabe que es una oportunidad especial, una de las que, como privilegio, le brinda muy de tanto en tanto, ejercer su oficio. Ha aguardado años sin desfallecer, paciente y esperanzado. Y ese anhelo es ahora palpable realidad. 

Sin embargo luego del saludo de rigor, el comienzo del encuentro no será el esperado. Será difícil. Habrá que remarla, remontar un ambiente complicado.
“Déjenles hablar a los demás también”, dirá Argerich con un matiz de fastidio –sutilísimo, pero evidente en la inflexión de su voz– luego de que se le formulen las dos primeras preguntas. Con su mirada señala a Graciela Reca y a Daniel Rivera, que la acompañan a diestra y siniestra respectivamente. Es que el hielo ha sido roto –por así decirlo– de una manera intempestiva y brutal. Y la conducta de esta personalidad de sensibilidad exacerbada e inteligencia deslumbrante es reaccionar en consecuencia frente a preguntas pueriles, casi tontas. “Por qué tengo que decir yo todo”, añadirá, al borde de la ofuscación. Y al filo de la catástrofe para el cronista de provincia que aún espera, con humildad y algo de ansiedad, poder llevar adelante su trabajo. Repentinamente, el cronista quedará solo frente a Argerich, Reca y Rivera. Sus colegas han partido, lo han abandonado en el campo. Algo se ha mellado. La célebre entrevistada, sin palabras, con gestos mínimos pero perceptibles, ha expresado su molestia. Casi no quiere hablar. 

“Habrá que recomponerse y pensar”, se dice el cronista que logra mantenerse bajo control. Y en fracción de segundos deberá reconfigurar un minucioso esquema previo. Un esquema que acaba de ser prolijamente desbaratado por una equívoca situación entre sus colegas y la protagonista del encuentro. Y que deberá modificar necesariamente para tratar de resolver algo que a estas alturas parece casi no tener solución. 

No hay alternativa: hay que enfrentar el delicado estado de situación, capear la tormenta e intentar llegar a puerto. La tan esperada conferencia parece estar a punto de concluir apenas comenzada. La catástrofe sobrevuela el lugar. 

El cronista deberá entonces apelar a su oficio para revertir ese resultado inicial adverso. Lo hará con un auditorio de acompañantes y curiosos a sus espaldas que, como en una tribuna, ha venido a ser testigos de la situación. Y que, mudo, acompaña las alternativas y espera el desenlace.
Lo que sigue es el resultado de ese intento en el que, como tábano en la oreja, el entrevistador tendrá una premisa: obtener algo que resulte de interés para el lector. Será éste, entonces, quien juzgue el saldo del inolvidable encuentro.  

VÍNCULOS
 
–¿Por qué decidió incluir estas obras que integran el programa que presenta junto a Graciela Reca y Daniel Rivera?
 
–La razón… no tener que estudiar algo nuevo (risas). Son obras que tengo en repertorio. Y parece que a los invitados no les molestó. Alguno de ellos tuvo que aprenderlas, pero tuvo tiempo.
 
–¿Cómo se siente para este concierto?
 
-Anteanoche (por el sábado anterior al concierto) me caí muy fuertemente en Rosario. Fue en un restaurante. Al salir no vi un escalón. Fue a las cuatro de la mañana. Me caí sobre mis manos y la rodilla, que se me hinchó terriblemente. No sabía si iba a poder, pero parece que (el cuerpo) aguantó. Ahora vamos a probar, a ver qué pasa. Más allá de eso, me provoca una cierta emoción tocar aquí. Absolutamente.
 
–¿Qué la vincula tan profundamente a esta ciudad?
 
–No sé, es algo… afectivo. Y además, me interesa… No sé bien. A lo mejor… Mi mamá se fue de Villa Clara cuando era muy jovencita, tenía once años. Pero su familia quedó aquí, en Entre Ríos. Es una parte bastante misteriosa de su vida y su historia, y por extensión de la mía. Entonces me interesa ver qué sucede en estas tierras. Y siento, percibo cosas que es difícil formular ¿no?… No sé cómo decirle… es así. (Y la primera sonrisa, con un aroma dulce de nostalgia, acude a sus labios). Me encanta venir a Paraná, aunque, cierto, no he estado aquí muchas veces. Pero siempre ha sido una experiencia sensacional. He venido a tocar como solista, con orquesta, dirigida por (Reinaldo) Zemba, que tenía una fluidez que te conmovía y que hacía que presentarse con él fuese una experiencia que no sucede a menudo con los directores.
Además, también está la gente que he conocido, tan simpática. Todo eso hace que me guste estar aquí.

 
–Daniel Rivera: Esto para mí es una especie de sueño. Desde hace muchísimos años, más de 30, tengo este anhelo de volver a la Argentina y tocar con Martha. Es algo que me llena de orgullo. Y que Martha haya aceptado volver al país. Creo que ella está hoy muy feliz de estar acá y de ver nuevamente a su patria y su gente después de siete años.
 
–Argerich: Sí, es verdad. 

EL DESEO
 
–Desde lo musical ¿Qué despierta su curiosidad en este momento de su vida?
 
–En cuanto a compositores, últimamente estoy muy interesada en Mozart, en toda su obra. Mañana (por el martes) interpretaremos una pequeñísima sonata (Sonata en Re mayor KV 381) a cuatro manos con Graciela Reca. En general muchas cosas pueden despertar mi curiosidad. Nuevos encuentros musicales… y de otro tipo también.
 
–¿Podría esperarse alguna grabación a partir de esta inquietud por Mozart?
 
–No (enfática). Por el momento. A mí nunca me interesó ese tema.
 
–Es raro. Usted ganó tres premios Grammy por discos que grabó.
 
–Sí, pero nunca fueron proyectos míos; algo que yo hubiese querido hacer, con tal o cual persona. Nunca me pasó poder hacer algo tal y como yo quería. En todo caso lo de los premios… fue, aconteció. No es que fuera una cosa preparada, voluntaria. No tengo muchos conceptos previos en ese sentido.

NUEVOS TALENTOS

 
–¿Qué le gustaría, como anhelo, que quedara como saldo de todo ese trabajo que desarrolla con los proyectos de promoción de jóvenes talentos?
 
–Argerich: Ah (suspiro) ésta contéstala tú (por Rivera).
 
–Rivera: Este proyecto (el Marta Argerich Presents Proyect (MAPP) –del cual la pianista es madrina y directora artística– nació para tener un vínculo muy fuerte con los talentos argentinos. Y desde que dio su primer paso, Martha, con su generosidad, ha logrado revivir cuestiones que se han vivido en festivales como el de Lugano (Suiza), o el de Beppu (Japón). Ahora se realizó en Rosario, con la participación de Lida Cheng, su hija. 

El asunto es vivir la música, pero no sólo eso, sino también socializar, estar con la gente. Y los jóvenes se enriquecen con esto y muchos ya han tenido la oportunidad de viajar a Europa para participar en el festival de Lugano e intervenir en clases magistrales. 

Pero el proyecto desearía tener una visión mucho más amplia: transmitir y hacer conocer la música argentina popular y clásica, la música en su más amplio sentido, en Europa. Y tratamos de llevarlo adelante. Fijensé que en varios programas hemos incluido hasta música popular y folclórica. 

Para difundir el proyecto trabajan los embajadores del MAPP, entre ellos Lida –la hija mayor de Martha–; el contrabajista Enrico Fagone; el violonchelista (Stanimir) Todorov y el pianista (Gabrielle) Baldocci. Hay un equipo muy grande que trabaja en esto. Y lo que buscamos es que haya un apoyo en cada lugar donde somos huéspedes y nos reciben para poder compartir la música con gente del lugar.

LA VEJEZ

 
–¿Qué cosas le preocupan?
 
–Últimamente estoy muy interesada en los viejitos como yo. ¿Qué pasa con aquellos que están solos, abandonados, sin contención? Me gustaría generar algún lugar como la Casa Verdi, que hizo él en Milán. Un poco como la que se ve en ese film Il Baccio di Tosca ¿Conoce ese film? (N. de la R: se refiere a un largometraje de 1984 dirigido por Daniel Schmid, un documental de la vida en la Casa di Riposo per Musicisti de Milan, el primer hogar de asilo creado en el mundo para cantantes de opera retirados, fundado por Giuseppe Verdi en 1896). Me gustaría hacer algo así para viejos músicos, porque me da mucha pena la situación en que se encuentran muchos. 

Hace un año y medio visité a Alexis Weissenberg (célebre pianista búlgaro radicado en Francia, nacido en 1929 y fallecido en enero de este año). Estaba en un geriátrico normal. Me dio muchísima pena. Hubiese sido mucho mejor que compartiese ese momento de su vida en un lugar en el que conviviese con artistas, con personas que entiendan lo que hizo y lo que fue su vida. Y donde haya un intercambio con el exterior también, que pueden ir jóvenes y compartir conciertos con ellos. Estoy muy preocupada por eso. A lo mejor puedo hacerlo en Bolzano (Italia), lugar que tiene una característica interesante: es bilingüe, se habla italiano y alemán. Esto ayuda a remediar en parte el problema del idioma, que siempre hay que tener en cuenta. 

Me interesan también los músicos de orquesta, no sólo los solistas retirados, sino los integrantes de orquestas jubilados que pueden ayudar a los jóvenes músicos de orquesta también para empezar algún proyecto. Este tema me interesa muchísimo últimamente, es decir me preocupa la gente mayor. 

Quizá (arriesga frente al auditorio) nos gustaría probar. A lo mejor podemos generar un lugar para que vengan algunos de ellos un par de meses y ver si les gusta. Y si, a la vez, se sienten independientes también, porque es algo para mí muy importante. 

Porque el culto de la juventud está muy bien, y muy de moda… pero bueno… uno también tiene que pensar en otras cosas… sobre todo cuando le tocan de cerca. Además hay en esta idea algo esencial: hacer intercambio; lograr que la cadena entre distintas generaciones de músicos se establezca.
Vamos a ver si sale. Hasta ahora no tuve mucho tiempo para ocuparme muy activamente, pero me interesa.

DE ANHELOS Y DEFINICIONES

 
–¿Trabajó alguna vez con cantantes?
 
–No… (con cierta sorpresa). Casi nunca. Tal vez Les Noces (Las bodas, de Stravinsky), es una obra que me gustaría encarar con coro. Hice algunas cosas de Brahms, en Lugano; sus valses.
 
–¿Qué le hubiese gustado ser de no haberse dedicado a esto?
 
–Yo no me dediqué… lo que pasa es que fui… lo que se dice… me hicieron hacer. Creo que me hubiera gustado estudiar medicina… la medicina o la biología. No tengo talento plástico. Por ejemplo pintar me sale bastante mal. Escribir es interesante, pero eso siempre se puede hacer.
 
–¿Si no fuese el piano, qué instrumento hubiese escogido para estudiar?
 
–Me encantan los instrumentos de cuerda. Pero el piano… no me gusta tanto (entre carcajadas). Me hubiera gustado mucho aprender… amo el cello. Mi primer amor fue el violín. Cuando era niña era lo que más me gustaba, mucho más que el piano, me fascinaba. Pero no tuve la oportunidad de estudiarlo. Después me cautivó el cello. Y ahora, en cuanto a gustos, regresé al primer amor, el violín. Además me interesa también el instrumento en sí, la cuestión de la luthería, es algo que encuentro tan extraordinario. Quizá de los instrumentos de viento prefiero la trompeta, antes que clarinete.
 
–¿Y qué es lo qué más le pesa de su profesión?
 
–El problema no son los conciertos, las presentaciones. El problema son los viajes, el entorno, las cosas que te dicen antes, y después; eso cansa. El problema no es la cosa en sí (tocar el piano), que está muy bien. El problema es otro. Te envidio (dirá Argerich al dirigir su mirada a Reca y despertar una carcajada general).
 
–Finalmente, le pido que nos regale una respuesta, si es tan amable: ¿cuál es su definición personal, íntima, de la palabra música?
 
–Es un misterio… como el amor. Sí, como el amor, la música es un misterio. Parece fácil decir esto, pero detrás hay tanta cosa… cuánto se podría decir. Coincido con (Friedrich) Nietzche: sin la música, la vida sería un error.
 
–Rivera: la música es todo. A mí me han interesado los profundos estudios que se han hecho en el cerebro sobre cómo facilita el aprendizaje en los niños, por ejemplo. Y también el efecto que causa en los animales.
 
–Argerich: Es cierto, sí. Además está el elemento espiritual en el sentido que la música abre ciertos horizontes… no es materia… pero es energía… en la música hay algo que puede tener que ver con emociones un poco más evolucionadas de las que actualmente alcanza a comprender el ser humano.
 
LO INSTRANSFERIBLE DE LA EXPERIENCIA
 
–Rivera: La sensación de tocar con Martha es… (busca la palabra)
 
–Argerich interrumpe: ¡No le digas! A lo mejor (mira a Reca) a ella no le gusta para nada. (Risas generales).
 
–Rivera (recompuesto):… excepcional. Porque ahí está el misterio: en esto no hay nada confeccionado de antemano. Puede que haya algunas cosas de base. Pero la espontaneidad está ligada al misterio de la creación.
 
–Argerich: Es cierto que hay ensayos para preparar cosas elementales de fraseo, por ejemplo. Hay que preparar ciertas cosas, y también dejar luego que la espontaneidad fluya. Se trata de un fenómeno muy complicado el de balancear entre estas dos dimensiones. Y para un director de orquesta, se me ocurre, debe ser aún más interesante la cuestión.
 
–Rivera: Hay algo en lo que decimos del orden de… la transmisión. Algo que caracteriza a un maestro. Y es esto: cuando está con ella, uno escucha lo que hace Martha y siente una invitación irresistible a sumarse, a hacer. Sentir, por ejemplo, cinco diferencias sutiles en un compás, no es algo que pueda expresar cualquiera. Eso es algo extraordinario. Y eso es Martha.
 
–Argerich: Yo… acompaño muy bien… fantástico (risas). Por eso me gusta tocar los bajos cuando interpretamos a cuatro manos. Hay algunas personas que no pueden. A mí me encanta. Me gusta mucho acompañar. 

GENEROSIDAD

La generosidad es una de las virtudes que distinguen a Argerich. Y lo puso de manifiesto en Paraná, en el concierto que dedicó a Reinaldo Zemba. 

“Nunca toqué con Graciela (Reca), tengo mucha curiosidad, vamos a ver cómo nos sale”, expresó Argerich horas antes del concierto en el que abordó un repertorio que recorrió desde Mozart hasta Shostakovich, y que incluyó obras de Brahms, Rahmaninov y Milhaud. 

Por su parte Reca destacó “la generosidad de Martha por haberme hecho participar en este concierto. Para cualquier pianista, y más en mi caso, que siempre he trabajado aquí, en Paraná, es un privilegio”.


Carlos Marin
Domingo 28 de Octubre de 2012

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