Dos grandes pianistas y una formidable transcripción de un ballet de
Prokofiev. También, Mi madre la oca, de Ravel. Ese es el punto de
partida para una grabación extraordinaria.
Transcribir una obra fue, durante mucho tiempo, la única manera de
poseerla. No había discos y, muchas veces, las composiciones se tocaban
una sola vez en vida del autor –o de sus oyentes–. El siglo XIX fue el
siglo de las transcripciones para piano.
Liszt llegó a adaptar para ese
instrumento las sinfonías completas de Beethoven y composiciones tan
indudablemente orquestales como la Sinfonía fantástica de Berlioz.
Roland Barthes hablaba de “música muscular” para referirse a ese
peculiar placer de apropiación, ya casi desaparecido. El musicólogo
Peter Szendy habla, en cambio, de “escuchas firmadas”, en el caso de los
transcriptores, y de “escuchas bífidas” (atentas a la vez a lo que se
oye y a sus diferencias con el original memorizado) en el caso del
receptor. El último disco en el que toca Martha Argerich recupera,
justamente, esa tradición. Y la recupera con toda la dosis de
muscularidad y placer de aquellas épocas en que para escuchar algo no
había más remedio que tocarlo.
El notable trabajo del genial pianista Mikhail Pletnev, a partir de movimientos del ballet La cenicienta de Sergei Prokofiev, responde a esa tradición pero, además, con un agregado paradójico: la recuperación del estilo eminentemente pianístico del compositor. En este caso se trata de una versión para dos pianos. Dos de las cuatro manos son las de Pletnev que, además de director de la Orquesta Nacional Rusa –la primera orquesta privada creada en ese país después de la perestroika–, ha grabado uno de los discos para piano más extraordinarios de los últimos tiempos, precisamente con sonatas de Prokofiev (la segunda, séptima y octava).
Las otras dos manos son las únicas que jamás podrían quedar en
zaga. No sólo corresponden a alguien con una natural empatía con la
música de este autor, sino a una verdadera especialista en los dúos de
pianistas –los integró con Stephen Kovacevich, con Alexander Rabinovich y
con Nelson Freire, entre otros– y a quien, para muchos, es la más
grande pianista de sexo femenino desde Clara Wieck y una de las grandes
artistas de todas las épocas. Las otras dos manos, claro, son las de
Argerich, pero si hay un mérito en el CD que acaba de editar localmente
Deutsche Grammophon es la dificultad para distinguir entre una y otro
pianista (el folleto aclara, por las dudas, que a ella se la escucha en
el canal izquierdo y a él, en el derecho).
Registrado en el Théatre de Vevey, en Suiza, el álbum se completa con Mi madre la oca, para piano a cuatro manos, de Maurice Ravel. Tanto en los nueve movimientos seleccionados del ballet de Prokofiev como en esas cinco piezas para niños (para que las escuchen, no para que las toquen) escritas por Ravel, la compenetración, la interacción, la riqueza de matices y el fraseo consiguen una fuerza conjunta aun mayor que la altura de cada uno de los intérpretes.
Argerich y Pletnev logran
construir un todo estilísticamente indivisible. El camino entre la
orquesta y el piano, en todo caso, es un recorrido realizado varias
veces. Prokofiev componía en el piano, luego orquestaba y a veces, más
tarde, transcribía nuevamente para el piano. Ravel tenía a este
instrumento como su primer destinatario y luego adaptaba las obras para
orquesta. Aquí, los dos pianistas, sin dejar de lado su pianismo (en
realidad, gracias a él pueden sobrevolar las dificultades técnicas y
entender ese descomunal control sobre el instrumento como un fin y no
como un medio), construyen una fantástica mímesis de la orquesta.
Mímesis que toma formas totalmente distintas, desde luego, con Ravel y
con Prokofiev.
Si en el primero de los casos el humor y la superposición
entre lirismo e impulso rítmico –que en ocasiones, como en el Gallop
llega al brutalismo– llevan a Argerich y Pletnev hacia ataques incisivos
y, en general, a un sonido lleno de rebordes y asperezas, en la música
de Ravel hacen gala de una sutileza en el fraseo y una paleta de
recursos rítmicos y de articulación infinitos. La calidad de la
grabación, de una gran fidelidad, es otro de los atractivos de una
edición ejemplar.
Discos Página 12 - 15 de septiembre de 2004
Diego Fischerman - Placer de la música muscular
Discos - Martha Argerich, cuatro manos con Mikhail Pletnev
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