sábado, 31 de enero de 2015

Regresó el huracán Martha - Recuerdo del Segundo Concurso Internacional de Piano en Argentina (24 de agosto 2003)


Regresó el huracán Martha

Se inicia en el Colón el tercer Festival Argerich (24 de agosto de 2003)


Por tercer año consecutivo, Martha Argerich regresó a Buenos Aires para ocupar, con su mágico carisma, el centro de la escena musical argentina. Desde mañana y hasta el 10 de septiembre, la volcánica pianista transformará al Teatro Colón en su segundo hogar, ya que se sucederán la postergada realización de su Segundo Concurso Internacional de Piano (de mañana al domingo próximo) y la tercera edición del festival que lleva su nombre (entre el 4 y 10 del mes próximo). Como ya ocurrió en las ediciones anteriores, Martha compartirá el escenario con amigos ilustres, como su ex marido Charles Dutoit, el legendario pianista Gyorgy Sandor, más la inesperada, pero seguramente histórica, velada con Mercedes Sosa, entre otros. También habrá jóvenes talentos del mundo entero y varios "locales" encabezados por agrupaciones como la Camerata Bariloche, la Filarmónica de Buenos Aires y la Sinfónica Nacional.

Argerich llegó ayer, a las 7, y a las 13.30 se acercó hasta el Salón Dorado del Colón para participar -como siempre, a su pesar- de la conferencia de prensa de rigor. Allí estuvo acompañada por el secretario de Cultura, Jorge Telerman; el director general del Colón, Gabriel Senanes; la presidenta de la Fundación Teatro Colón, Teresa Bulgheroni, y la directora del Centro de Estudios pianísticos y "alma máter" del concurso, como lo señaló la propia Martha, María Rosa Oubiña de Castro.

Argerich tiene la extraña habilidad de transformar cualquier situación formal -desde un concierto hasta una conferencia de prensa- en una imaginaria reunión familiar en el living de su casa. Así, repetirá una y otra vez lo cansada que está por el viaje y mencionará con su ya célebre carácter despistado: "Llegué esta mañana a las siete, por lo que todavía estoy un poco en la luna"; o llamará a Oubiña de Castro por su apodo familiar, Cucucha, para luego agradecer a Luis Cardelicchio por su ayuda en la producción del evento y por pasarla a buscar por el aeropuerto. Y, mientras se sucedían las frases esperables para la ocasión, Stephanie, una de sus hijas, se paseaba por el Salón Dorado con un grupo de camarógrafos con los que piensa documentar el Proyecto Martha Argerich, punto de encuentro Buenos Aires 2003.

Este año la programación del festival constará de seis conciertos en los que participarán no sólo los miembros del jurado del concurso (Gyorgy Sandor, Akiko Ebi, Alexander Golovin), sino también el primero y el segundo premio de esta nueva edición.

Como en las ediciones anteriores, se realizarán Master Classes, que estarán a cargo del pianista Eduardo Hubert, también responsable de la programación artística.

Emocionada por ser éste su primer regreso a Buenos Aires luego del fallecimiento de su hermano Juan Manuel, la pianista respondió unas pocas preguntas. "Tengo expectativas de tocar con la señora Mercedes Sosa, nunca jamás acompañé a un cantante y esto para mí es un muy interesante", explicó sobre la función del domingo 7 del próximo mes.
Sobre el concurso, remarcó que estaba contenta por el jurado que había conformado. "Se lo difícil que es dar un concurso y lo que significa, me pongo en el lugar de los participantes y trato de entender lo que están haciendo mientras tocan."


Fechas y precios

  • La tercera edición del Festival Argerich se llevará a cabo en seis jornadas: jueves 4, viernes 5, lunes 8 y miércoles 10 de septiembre, a las 20.30, y sábado 6 y domingo 7, a las 17. Habrá un abono, con precios de 125 a 400 pesos, para cinco de las jornadas (excluyendo la del domingo 7), en venta desde mañana. Las localidades para el 7, cuando Martha compartirá el escenario con Mercedes Sosa, se venderán como una Función Extraordinaria, con precios entre los 25 y los 100 pesos. Los sobrantes de abono se expenderán desde el viernes. Boletería del Teatro Colón: Tucumán 1164; informes: 4378-7344.
Por Martín Liut De la Redacción de LA NACION 
24 de agosto de 2010

viernes, 30 de enero de 2015

¿Quiénes son los grandes pianistas del siglo XXI?


El ruso Daniil Trifonov, que actúa hoy en L'Auditori, irrumpe en una escena dominada por estrellas chinas como Lang Lang y Yuja Wang


Grandes pianistas como Martha Argerich, Mauricio Pollini o Maria Joao Pires, nacidos todos ellos en la década de los cuarenta del siglo pasado, siguen presentes en la programación de las principales salas del mundo -sin ir más lejos en la actual temporada Ibercamera de Barcelona-. Y Grigory Sokolov, por citar a un gran exponente de la generación posterior, maravilla periódicamente al público del Palau de la Música Catalana.

De su misma generación hay que citar al refinado pianista polaco Krystian Zimerman, que después de 19 años de ausencia de los escenarios de Barcelona regresará al Palau el próximo abril, o al hungarés András Schiff. De entre los nacidos ya en los años setenta, cabe mencionar a Radu Lupu o a Arcadi Volodos -rumano y ruso respectivamente-, o a Alexei Volodín y al andaluz Javier Perianes.

Esas almas conviven en la escena actual con jóvenes talentos que han venido pisando con fuerza y, en algunos casos, como el de Lang Lang, utilizando todos los recursos de la nueva era de la comunicación para darse a conocer y hacer llegar la música clásica hasta la última aldea.

Tanto él, como la también china Yuja Wang, que ha roto el tabú de la indumentaria en los sobrios escenarios de la clásica, luciendo modelos extremados y atípicos, pertenecen al boom de la pianística china. Una pianística que surgió de la mano de profesores que con la Revolución Cultural se vieron obligados a emigrar o ser autodidactas, creando un estilo propio, cosa que se reflejó en sus alumnos.

El aprendizaje artístico no se remite en estos casos a la tradición occidental, sino al suyo propio en géneros cultos como la ópera china. Así, según la estética china, el artista debe alcanzar paulatinamente la precisión, la belleza (que es la sublimación de la precisión) y el sabor, esto es, la vivencia de la belleza, tanto por parte del público como del intérprete.

Esos detalles no explican necesariamente el estilo propio de Lang Lang o Yuja Wang, ni definen sí o sí una escuela pianística china. Pero arrojan luz sobre el nuevo panorama surgido después de la caída del Muro de Berlín, en la que las fronteras con el Este se barren definitivamente globalizándose los estilos.

En este contexto en el que las escuelas desaparecen, surgen talentos de gran personalidad e inmejorable técnica que logran contrastar. Frente al "sabor" de Lang Lang o Juya Wang, irrumpen estilos radicalmente europeos, como el de la georgiana Khatia Buniatishvili o el del polaco Rafal Blechacz, ambos nacidos también en los años ochenta del siglo pasado.

Y tras ellos hace ahora su aparición el jovencísimo Daniil Trifonov (Nizhniy Novgorod, 1991), un talento excepcional que bebe directamente de la tradición pianística rusa y del que hoy (jueves, 29 de enero) se puede disfrutar en directo, en la temporada Ibercamera que se incluye en el ciclo de Grandes Orquestas de L'Auditori.

Su capacidad de expresión emocional con apenas 24 años, su ternura junto a su vis diabólica y ese poso existencial que resulta de haber crecido en el seno de una familia de músicos -su padres es compositor y su madre profesora demúsica- y de haber mamado las lecturas de Tolstoi y Dostoievski, le llevan a ser candidato a marcar una época, como lo hicieran en su día Richter o Horowitz.

Maestros como Valery Gergiev y Zubin Mehta han sido sus valedores. Pero para esta gira por España con la Philharomia Orchestra de Londres pidió ser dirigido por otro emergente, el alemán Clemens Schuldt, en aras del entendimiento entre jóvenes de una misma generación.

¿Quiénes son los grandes pianistas del siglo XXI?
La Vanguardia Música
Maricel Chavarria
29 de enero 2015

jueves, 29 de enero de 2015

Argerich: el arte de tocar con amigos - Archivo La Nación 11 de mayo 2003

Grabaciones

Argerich: el arte de tocar con amigos
Emi-classics de Argentina editó dos CD con versiones en vivo, grabadas en la etapa suiza de su festival

Lugano, la bucólica ciudad del cantón suizo-italiano, es una de las afortunadas estaciones que reciben al itinerante Festival Martha Argerich. Allí se grabaron, el año pasado y en vivo, los dos CD protagonizados por la volcánica pianista argentina junto con sus compañeros de aventura camarística que EMI acaba de editar en nuestro país.
Se trata de un festival que, no por casualidad, se estableció clara y decididamente fuera del circuito "central" de la música clásica. Ni Londres, ni París, ni Nueva York, sino su Buenos Aires natal, la ciudad japonesa de Beppu o Lugano son los "puntos de encuentro" entre la genial pianista argentina y sus amigos. El placer lúdico de hacer música entre amigos es, como se pudo comprobar en las dos ediciones porteñas, el signo que le imprime la personalidad, magnética y arrolladora en escena e introvertida fuera de ella, de Martha Argerich.

Palpitando el tercer capítulo del festival, que volverá desarrollarse en el Teatro Colón en septiembre próximo, EMI presenta dos discos imperdibles en los que Argerich ofrece un menú clásico-romántico con obras de Mozart y Beethoven, en el primer caso, y de Brahms y Mendelssohn, en el segundo.

Lo interesante de los dos CD es que varios de los partenaires de Argerich también formaron parte de la troupe que desembarcó aquí el año último y seguramente son los que volverán a presentarse en un par de meses.

Así, el Cuarteto con piano N° 1, de Mozart, fue interpretado por Dora Schwarzberg en violín, Nora Romanoff-Schwarzberg en viola, Mark Drobinsky en chelo y Evgeny Brakhman, en piano. Es bueno recordar que Schwarzberg y Drobinsky, por ejemplo, tocaron aquí con ella el Triple Concierto de Beethoven.

El Trío N° 4 de Beethoven, que abre el CD, estuvo conformado por Argerich, Drobinsky y Marek Denemark, en clarinete. Esta obra del período temprano del artista alemán (es su Opus 11) está enmarcada claramente dentro del estilo clásico vienés, que acababa de recibir de manos de su maestro, Joseph Haydn.

Planteada en forma diáfana sobre la tonalidad de si bemol mayor, la obra respira, en manos del trío, la claridad, el toque "liviano" y el refinado y sutil sentido del humor heredado de Haydn. Argerich parece tener un especial tipo de feeling para este tipo de obras, como le ocurre, saltando al siglo XX, por ejemplo, con Prokofiev.

En cambio, para el cuarteto en sol menor de Mozart la lectura es un poco más romántica, tal vez porque para Mozart se trata de una tonalidad poco usual y asociada a su etapa de madurez.

Brahms, imperdible

En cuanto al CD "romántico", Martha se enfrenta a la monumental Sonata en Fa menor, de Brahms, en compañía de Lilya Zilberstein, una intérprete talentosa y capaz de sostenerle "el tren" a lo largo de los 40 minutos que dura esta transcripción para dos pianos del original quinteto con piano del compositor alemán.

El primer movimiento suena ejecutado no por dos intérpretes, sino por un "imposible" pianista de cuatro manos. En este sentido la grabación respeta la fusión natural que se da entre el sonido de los pianos, que, como es usual, se ponen enfrentados de modo tal que sus cuerdas están en un mismo plano con respecto al público.

El nivel de entendimiento musical entre Argerich y Zilberstein es realmente notable y permite disfrutar de sutilezas como el final del segundo movimiento, que literalmente se detiene y desvanece al borde del sonido. Y también fanfarrias orquestales como las que abundan en el primero, tercero y cuarto movimientos.

Al lado de las dimensiones formales y sonoras de Brahms, el trío de Mendelssohn para piano, violín y chelo implica un regreso a la intimidad camarística. Tal vez se podría haber invertido el orden. Pero, como esto es cuestión de gustos, siempre existe esta posibilidad, sencillamente programando la compactera.

Por supuesto, la versión es de tan alta calidad como la obra anterior, con la dupla de cuerdas integrada por los hermanos Renaud y Gautier Capuçon (violín y chelo, respectivamente) funcionando en ensamble de maravillas con la enorme paleta de matices, climas y toques de Martha Argerich.

Para elegir


En vivo I 
Martha Argerich

Beethoven: Trío N° 4 para piano, clarinete y chelo; Mozart: Cuarteto N° 1 para piano, violín, viola y chelo (EMI)


En vivo II 
Martha Argerich

Brahms: Sonata en Fa menor, para dos pianos; Mendelssohn: Trío N° 1 para piano, violín y chelo (EMI) 

Archivo Diario La Nación
11 de mayo 2003

miércoles, 28 de enero de 2015

"Encuentro con jóvenes japoneses" - Archivo Diario La Nación (4 de mayo 2003)


Festival Martha Argerich

Encuentro con jóvenes japoneses

Promueve la integración de los niños y los adolescentes al mundo de la música

En los días que corren se celebra en Beppu, Japón, un nuevo encuentro -el quinto- que la célebre pianista Martha Argerich realiza en esta encantadora localidad de la isla de Kyushu, al sur del archipiélago nipón.

Festival, pero, sobre todo, encuentro jubiloso de jóvenes y niños con la música, el Festival Argerich, cuyo espíritu está resumido en su lema: "¡Ensemble, ensemble!" ("Juntos, juntos!"), inundará los luminosos días de Beppu, donde se dan la mano la naturaleza y la cultura, la alegría del encuentro compartido entre los jóvenes y los maestros consagrados que concurren con Martha Argerich a este nuevo punto de encuentro. El festival concluirá el lunes 12 de este mes,con un concierto de cámara que se realizará en el bello Suntory Hall, de Tokio.


Primero, y principalmente, el encuentro, que dirige la pianista desde 1998, tiene como objetivo crear nuevas circunstancias musicales teniendo como base los siguientes principios: generar un festival "artesanal" en colaboración con la gente de Beppu y así promover un vínculo más amplio, un nexo cordial y amistoso que a través de la música se proyecte hacia todo el mundo.


También fomentar el gusto por la música de calidad superior educando el oído de los niños, que constituyen la fuerza motriz del siglo XXI, y alentar a los jóvenes instrumentistas ofreciéndoles oportunidades de aprendizaje y perfeccionamiento, sin olvidar a los mayores, a quienes se les ofrece la oportunidad de disfrutar de la música juntos. Y aun así, el no menos importante objetivo de crear un un lugar de encuentro, donde Argerich y otros músicos de todas partes del mundo apoyen a los jóvenes músicos de Asia, un objetivo similar al perseguido en los dos festivales que la pianista organizó en el Teatro Colón.

En resumen, el Festival de Beppu 2003 es un acontecimiento que movilizará, según cálculos, a casi 10.000 personas que acudirán a conciertos, encuentros informales, conferencias, clases magistrales, etcétera. Sus lugares principales son el Centro de Convenciones Especiales de Beppu y el gran teatro de la Prefectura de Oita, el Philharmonia Hall.

Así, desde comienzos del actual, la apertura de este festival contó con un concierto de los Jóvenes Músicos de la Prefectura de Oita, y después con un recital del eminente pianista chino Fou Ts´ong, en la sala principal, que, en los próximos días, ofrecerá "master classes" abiertas al público.

Otra conferencia, seguida de una clase magistral, será ofrecida por el trompetista ruso Sergei Nakariakov en el Philharmonia Hall de la ciudad.

Jóvenes y consagrados

Para este año se prevé, asimismo, la actuación de jóvenes músicos especialmente recomendados por Martha Argerich, como la pianista Polina Leschenko, y habrá un concierto abierto en el que intervendrán niños.

En días sucesivos (lunes, viernes y sábado) se realizarán conciertos sinfónicos que tendrán por protagonistas, respectivamente, a Martha Argerich, el "cellista" Mischa Maisky, la violinista Dora Schwaltzberg y el director Sikyo Kim, al frente de la Orquesta de la Universidad Nacional de Bellas Artes y Música de Tokio. Se interpretará en la ocasión el Triple concierto para piano, violín, violoncelo y orquesta de Beethoven, la "Sinfonía fantástica", de Berlioz, y la Obertura de "I vespri siciliani", de Verdi. El programa se repetirá en las fechas sucesivas. Ello ocurrirá, respectivamente, en el Philharmonia Hall de Beppu, en el Suntory Hall de Tokio y en la Universidad de Bellas Artes y Música de la capital japonesa.

El Festival de Beppu que celebra su quinta edición tuvo honrosísimos antecedentes, explicó a LA NACION la productora del actual festival, la pianista Kyoko Ito, en una visita a Buenos Aires.

"En septiembre del 95 se organizaron preconciertos en esta ciudad, con recitales tan sólo -declaró-, y un año antes el antecedente fue el Festival de Cámara de Tokio, con tres conciertos en tres ciudades: Tokio, Namaguchi y Beppu. Todos ellos con el nombre de Argerich Chamber Musica Festival, en los que la pianista argentina fue su directora honoraria. Esto duró hasta el año 97.

"En noviembre de 1998 se realizó el Primer Festival, al cabo de tres años de cuidadosa preparación, en la primavera del 99 (abril y mayo). Desde este encuentro Juan Manuel Argerich, hermano de la artista, recientemente fallecido en Buenos Aires, que había participado en aspectos organizativos de los primeros festivales, se propuso establecer desde entonces un genuino "puente cultural" entre Japón y la Argentina". En los años sucesivos se realizaron el tercer y cuarto festivales, éste último con intervención de los pianistas Fou Ts´ong, Nelson Freire, Moguilevsky, y los directores Antonio Pappano y Charles Dutoit, entre otros.

"Además del considerable apoyo oficial, Beppu cuenta con un admirable voluntariado de gente joven",según Kyoko Ito. Se ofrecieron conciertos gratuitos para los niños y participaron orquestas de aficionados.
En síntesis, tal como lo dijo la directora del Festival: "Un encuentro de artistas eminentes de nivel mundial para lograr la mayor integración de los jóvenes con la música". .

"Encuentro con jóvenes japoneses"
04 de mayo de 2003
Héctor Coda 

domingo, 25 de enero de 2015

"Martha Argerich, íntima" - Documental Martha Argerich, conversación nocturna de Georges Gachot

"Estuve 20 años trabajando sólo para conseguir un sí", dice risueño y con aire distraído el realizador francés Georges Gachot, tan feliz como reconfortado por la respuesta del público argentino a la presentación de su documental "Martha Argerich, conversación nocturna" en el Festival de Cine Independiente de Buenos Aires, que esta noche, a las 23, podrá verse por última vez en el Hoyts 8 del Abasto.

Anteanoche, muy pocos espectadores dejaron ese lugar no bien concluyó una proyección a sala llena y el resto aceptó la propuesta de Gachot -que trabaja y reside en Zurich, Suiza- de dialogar sobre un film cuyas connotaciones argentinas, según descubrió el director, iban más allá de la presencia de una protagonista de ese origen.

Lo que todos querían saber-y también LA NACION, que charló a solas con Gachot poco después- era cómo una figura tan elusiva, escurridiza e impredecible aceptaba finalmente lo que hasta ahora nunca había hecho: hablar sin complejos ni renuencias frente a una cámara sobre su vida y su extraordinaria obra musical. "Fue un milagro", dice Gachot con tanta sencillez como entusiasmo por contar algo que a todas luces parece fuera de lo común. "Ahora que estoy aquí -agrega- también puedo decir que no es sólo una película sobre Martha Argerich. Me di cuenta en estos días de que también habla sobre la Argentina, porque las dos parecen casi la misma cosa".

Buena parte de los 62 minutos del film -rodado en video digital- transcurre con imágenes de nuestro país asociadas con las memorias y la carrera de la gran pianista. Hay vistas de las calles porteñas, del Teatro Colón, del vibrante paso de una manada de caballos por el campo y de las playas marplatenses, todas ellas símbolo de la trayectoria y el temperamento de Argerich. También un sorprendente despliegue de raros materiales de archivo recopilados en distintos lugares del mundo, desde el momento en que una jovencísima Argerich recibe el primer premio del concurso de piano en Ginebra, que abrió su carrera, hasta su último concierto hasta hoy en el Colón, junto a Nelson Freire.

En el medio está lo más importante: fragmentos de tres horas de una sola conversación entre Gachot y Argerich, registrada dos años atrás entre un ensayo y un concierto con obras de Schumann en Heilbronn. "¿Cómo llegue hasta ella? Me llevó casi diez años lograr un acercamiento, después de haber descubierto, siendo estudiante, que las obras que Martha interpretaba habitualmente (la Partita N° 2 de Bach, el Concierto N° 3 de Prokofiev, el Concierto en G de Ravel) eran las que más impacto causaron en mi vida.

Hasta que tomé contacto con ella, siempre rodeada de gente porque siente que así puede protegerse del mundo exterior. Después de un tiempo, en una reunión logré acercarme y le propuse hablar sobre Schumann y Beethoven. Con Martha no se puede tener nada planeado, porque ella decide todo yendo siempre hacia delante, pero para mi sorpresa aceptó el diálogo, que como usted pudo ver transcurre en planos secuencia y sin cortes abruptos. Ella abre y cierra cada tema con total naturalidad", explica Gachot. El realizador dice que si tuviera que definir su trabajo con una sola palabra elegiría honestidad. "Ella habla de cómo luchó contra sí misma y su obsesión por no cometer errores. En la charla no tenía apuntes ni guía argumental. Simplemente charlábamos tratando de atrapar la intimidad de alguien que jamás había hecho esas confesiones. Creo que lo logré: cada vez que vuelvo a verla está muy concentrada en lo que dice y no mira para otro lado. Además, estaba tan seguro que en vez de llevar cámaras chicas, supuestamente para no incomodarla, como me habían sugerido, elegí llevar una única cámara grande. No me equivoqué y Martha aparece casi todo el tiempo en primer plano, sin sentirse incómoda jamás", agrega.

Realizador y pianista él mismo, Gachot eligió llevar adelante su carrera dedicándose exclusivamente a la realización de documentales relacionados con la música clásica: "Mi trabajo, y también mi lucha, es combinar la música con las palabras. En este caso fue muy difícil editar la película (hacerlo me llevó casi siete meses) porque había que combinar las palabras de Martha con la música surgida de los materiales de archivo. Es muy difícil saber qué tema precede al siguiente y colocarlos en un orden que parezca armónico. La diferencia más importante es que en un concierto el intérprete puede hacer un bis y en el cine eso es imposible".

Luego de la charla con Argerich, Gachot decidió completar su trabajo viajando a la Argentina, donde registró imágenes durante tres semanas. De regreso en Europa, le mostró a la pianista el documental ya terminado, con música íntegramente seleccionada por el realizador. "No tuvo ninguna participación en el montaje final y sólo me dijo: "Si yo fuera fan de Martha Argerich me encantaría ver esta película".

"Martha Argerich, íntima"
Diario La Nación
20 de abril 2003

El ejemplo de Martha Argerich - Archivo Diario La Nación 3 de enero 2003


En los momentos de crisis, cuando arrecian las dificultades y escasean los recursos materiales, debemos valorizar doblemente los gestos de solidaridad y de afecto desinteresado por el país. La actitud de Martha Argerich, que a mediados de noviembre regresó a la Argentina, su patria, para impulsar la realización de un festival de importante proyección artística en el Teatro Colón, debe ser destacada como un ejemplo alentador de desprendimiento personal y de entrega a una loable finalidad.


Es ampliamente conocida la generosa disposición de la gran pianista por ayudar a los artistas jóvenes. Por su casa de Bruselas desfilan habitualmente músicos de diferentes nacionalidades, seguros de que ella habrá de brindarles su respaldo y su estímulo.

En los últimos años, Martha Argerich sumó a esa disposición una clara voluntad de contribuir, en la medida de sus posibilidades, al enriquecimiento de la vida musical argentina y, sobre todo, a la revelación de nuevos concertistas en el ámbito de nuestro país. Expresión elocuente de esa generosa inquietud ha sido el Segundo Festival Martha Argerich, Punto de Encuentro Buenos Aires 2002, efectuado recientemente en el Colón, que incluyó la realización de clases magistrales y de conciertos sinfónicos y de cámara, con participación de figuras internacionales cuyo concurso no se habría podido obtener si no hubiera mediado la gestión de la eximia pianista -como fue el caso del director Charles Dutoit- y con intervención, asimismo, de instrumentistas jóvenes.

Una de las jornadas memorables del festival fue el megaconcierto en cuatro sesiones sucesivas, en el que músicos prestigiosos apoyaron, con su presencia, a una legión de pianistas jóvenes, que acaso serán en tiempo no lejano primeras figuras.

Espíritu de solidaridad, voluntad de colaborar con el éxito de los otros y convocatoria a unir esfuerzos en beneficio del país: ésos fueron los rasgos más destacables del Festival Martha Argerich en 2002. Una excelente síntesis, por cierto, de lo que la Argentina necesita, en este tiempo, de quienes se sienten parte de ella.

"El ejemplo de Martha Argerich"

"Un año de producción nacional" - Revista La Nación (Domingo 15 de diciembre 2002)


Balance 02/ Música clásica

Un año de producción nacional

Por la devaluación, los principales protagonistas fueron los artistas argentinos


Los pianistas –argentinos, para más datos– se destacan claramente a la hora del balance en el campo de la música clásica 2002. Se trata de Daniel Barenboim y Martha Argerich, dos ex niños prodigio de la Buenos Aires de posguerra y actualmente dueños de una extensa y exitosa carrera a nivel mundial, que estrecharon aún más su vínculo con el país.

A fines de julio, Daniel Barenboim produjo uno de los fenómenos culturales más extraordinarios de los últimos años: a lo largo de ocho históricas veladas recorrió las 32 sonatas para piano de Beethoven. Y lo hizo a sala llena, demostrando que, cuando se trata de artistas de su dimensión, no hace falta mayor “escenografía” que un músico sentado delante de un piano para cautivar a tres mil personas, cada noche.

Originalmente, había aceptado sumarse a la celebración del 50° aniversario del Mozarteum Argentino con un concierto para cada uno de sus dos ciclos de abono. Pero el músico argentino-israelí Barenboim propuso hacer extensiva la fiesta con la integral beethoveniana a toda la comunidad y a bordereau, esto es, a porcentaje de la recaudación. Es bueno recordar que los devaluados pesos argentinos estuvieron previsiblemente lejos de lo que el pianista y director de orquesta cobra por sus presentaciones en el resto del mundo.

Por si no fuera suficiente disfrutar de su arte musical, Barenboim se hizo tiempo para ofrecer una clase magistral con el jovencísimo Iván Rutkauskas, que se prolongó a lo largo de toda la tarde con un centenar de estudiantes, y dialogó con los universitarios porteños al recibir un doctorado honoris causa en la Universidad de Buenos Aires. Hasta las entrevistas y la conferencia de prensa sirvieron para comprobar que se trata de un hombre de la cultura que toma un rol activo en favor de la paz. No por casualidad, junto con su amigo el escritor Edward Said, recibió al poco tiempo el Premio Príncipe de Asturias por su labor en favor del entendimiento entre palestinos e israelíes, puesta en práctica en una orquesta juvenil mixta, “una escuela para la democracia”, como le gusta a Barenboim definir a las agrupaciones sinfónicas.

El huracán Martha

Si la presentación de Barenboim se caracterizó por el máximo de concentración posible (un instrumento y un solo autor), en noviembre la llegada de Marta Argerich marcó el otro punto alto de la temporada, pero en sus antípodas.
El huracán Martha volvió a transformar al Colón en una convulsionada sala en la que, a lo largo de una semana, se sucedieron artistas nacionales y extranjeros para ofrecer mucha música de cámara y sinfónica y clases magistrales.

Irremediablemente tímida fuera del piano y arrasadora delante de él, su personalidad magnética volvió a convocar artistas-amigos y al público para que el Segundo Festival Martha Argerich fuera un éxito.

Y sólo ella es capaz de lograr que músicos de la talla de Charles Dutoit accedan a presentarse en la Argentina actual. Así, la Filarmónica de Buenos Aires ofreció dos de sus mejores conciertos de los últimos años, gracias al lujoso director invitado: Charles Dutoit.

El ex marido de Argerich demostró que la orquesta porteña tiene un potencial enorme, Y que el idilio fue mutuo pudo confirmarlo LA NACION, cuando, en un diálogo telefónico con Pablo Kohan, Dutoit confirmó su interés por regresar el año próximo, probablemente a dirigir una ópera de Wagner.

Visitantes ilustres

Las sociedades de conciertos sintieron el golpe de la devaluación, pero se las ingeniaron para seguir aportando una cuota importante de visitantes clásicos ilustres.

El Mozarteum Argentino convocó a varios amigos de la institución para su temporada del cincuentenario, como Mstislav Rostropovich, que se presentó junto a la Camerata Bariloche, los imbatibles de I Musici, el Cuarteto Beethoven de Roma y aportó la gran visita sinfónica de 2002, la Filarmónica de San Petersburgo.

También hubo espacio para la Orquesta del Siglo de las Luces, y una de las grandes especialistas del repertorio barroco: Emma Kirkby.

Festivales Musicales reforzó su apuesta por la producción nacional, el Estudio Coral de Buenos Aires, que dirige Carlos López Puccio, El Grupo de Canto Coral, el ascendente Horacio Lavandera. También volvió a convocar a los cada vez más consolidados músicos barrocos argentinos, que no sólo se lucieron en la temporada de Festivales sino que también hicieron posible que se realizara, aunque fuera de abono y en un semimontaje escénico, una elogiada versión de “Las Indias Galantes”, de Rameau.

De postre tuvo la presencia estelar de Gidon Kremer, el violinista que presentó por primera vez aquí sus “Ocho estaciones”, en las que intercaló las “Cuatro estaciones” de Vivaldi con las “Cuatro estaciones porteñas” de Piazzolla.

Harmonia, transformado en Nuova Harmonia, centró su año en los artistas italianos. I Sonatori della Gioiosa Marca, Salvator Accardo y Andrea Lucchesini fueron algunos de sus puntos más altos.

La devaluación hizo que, para la temporada lírica, el Colón haya adoptado la política del “compre nacional”. Primero en la gestión de Emilio Basaldúa y luego en la actual de Gabriel Senanes, los artistas nacionales tuvieron su oportunidad y salieron airosos.

Y no sólo por la actividad del Colón, sino por el boom de representaciones líricas que se realizaron en todo el país, con el Teatro Argentino como segundo motor de la actividad, con seis títulos, tal como fue ya analizado en la edición del domingo último.

Cuando se trata del Colón, por supuesto hubo espacio para la polémica. Esta vez fue por la llegada de artistas populares a su sala. Se debatió mucho e intensamente, pero lo cierto es que se trató finalmente de cuatro presentaciones, con resultado dispar. Por otra parte, y a pesar de la zozobra del cambio de mando a mitad de año (se fue Basaldúa y entró Senanes), se llegó a fin de año con una digna temporada, aunque de emergencia y con una situación saneada, gracias a la puesta en marcha del reglamento de trabajo y la realización de concursos abiertos. Un tema que LA NACION desarrollará en extenso en próximas ediciones.

Las voces locales
  • Los cantantes argentinos fueron los grandes protagonistas de la temporada lírica: el barítono Marcelo Lombardero, la soprano Graciela Oddone, el tenor Gustavo López Manzitti, el experimentado Luis Gaeta y tantos otros tuvieron mucho trabajo y cumplieron con éxito tanto en el Colón como en todos los espacios operísticos que siguieron floreciendo, a pesar de todo, en 2002.
Hitos de 2002

Batutas de alto rendimiento:

Charles Dutoit con la Filarmónica y Stefan Lano con la Estable (en “La condenación de Fausto) fueron dos ejemplos de que, con buenos directores, las orquestas nacionales pueden elevar notablemente su nivel.

Los futuros pianistas:

Émulos de Argerich y Barenboim, año tras año surgen nuevos talentos pianísticos. Mientras se consolidan las carreras de Nelson Goerner, Ingrid Fliter y Sergio Tiempo, vienen madurando el teenager Horacio Lavandera, ahora seguido de cerca por Iván Rutkauskas, Adriel Gómez Manzur y Nahuel Clerici.

El Colón pop:

las presentaciones en el teatro lírico de artistas populares generó una áspera polémica que luego quedó en nada... hasta la próxima ocasión. 

Un año de producción nacional - Martín Liut 

sábado, 24 de enero de 2015

"Asombrosa fisiología del aplauso"


Entrelíneas / Por Pablo Sirvén 

Asombrosa fisiología del aplauso
Disquisiciones sobre esa gozosa manía humana por batir palmas


Es la invención humana más sencilla, pero al mismo tiempo la que tal vez tenga mayor cantidad de significaciones, incluso de las más contradictorias, y sin embargo se sobreentiende perfectamente a escala planetaria. Y eso que tanto sirve para alabar como para condenar y acompaña de igual modo a la alegría y al enojo. 

Se trata, nada más y nada menos, que de hacer chocar entre sí, con cierto ritmo, las palmas de las manos.

Su aparición se pierde en la noche de los tiempos, y más que devenir de una pauta cultural impuesta o aprendida se diría que es una conducta instintiva instalada casi como acto reflejo en el ser humano, a juzgar por la actitud de los bebes de pocos meses, que lo hacen sin que nadie se los haya enseñado cuando están divertidos o ansiosos por algo.

El aplauso, artefacto sencillo y poderoso a la vez, se cultiva en las antípodas más inesperadas: tanto puede sonar virtuoso y espontáneo tras un concierto como grotesco e inducido cuando lo demanda el sospechoso “aplausómetro” de la televisión. Con su idéntica melodía manual recibe a los novios en su fiesta de casamiento como despide en su última morada al ciudadano ilustre que acaba de morir. Tanto refrenda la algarabía futbolera en agradecimiento por una buena jugada como retempla los espíritus sufridos de las marchas de silencio que buscan esclarecer oprobiosos crímenes. Y tanto puede marcar el ritmo de una canción de moda como detonar uno de los también ahora de moda “escraches”. 

Llamador doméstico, a falta de timbre; forma más práctica de encontrar a padres de niñitos perdidos en la playa; clarísima manifestación de impaciencia cuando una función de lo que sea se demora en arrancar más de la cuenta; el aplauso une a especímenes vivos en apariencia tan disímiles como la foca que chasquea sus aletas delanteras sin ser muy consciente de ello y nuestros legisladores, que tampoco lo fueron cuando aplaudieron a rabiar el default del anterior (¿y próximo?) presidente de la República. Y lo recibe por igual el cómico de chiste gruesísimo como el más refinado director de orquesta.

Es increíble que un gesto tan mínimo, tan económico y, obviamente, tan a la mano de cualquiera pueda abarcar y querer decir tanto. 

Si el escrutinio de un comicio expresa en diferido la suma individual de las voluntades de cada uno de los electores, no debe haber un gesto más genuino de democracia directa que el de una concurrencia aplaudiendo, todos juntos y sin ponerse de acuerdo, con vigor o con desdén, de manera sostenida o magra, a un artista determinado. 

El aplauso gusta manifestarse con infinitas variantes: puede que estalle como un volcán y sorprenda a los propios ejecutantes cuando sus manos decidan antes que sus cerebros enrojecer sus palmas como tributo a una actuación memorable, o, por el contrario, paguen con la misma moneda a una figura opaca haciéndolo sonar fugaz y displicente como limosna insultante. El aplauso, en su mucha o poca intensidad, es soberano y lo dice todo: no hay explicación posible que pueda contradecirlo. 

Desde hace un par de semanas venía reflexionando sobre esta verdadera maravilla humana, y decidido a ratificar en la práctica lo que se me representaba tan claramente en teoría, puse proa hacia el Templo del Aplauso, el sitio argentino y tal vez del mundo donde mejor se cultiva, con los más ricos matices, el arte de aplaudir: el Teatro Colón. Y elegí una ocasión más que especial donde ese fenómeno pudiese estar particularmente potenciado: la función clausura del tan ponderado Festival Martha Argerich, en la noche del sábado de la semana pasada. 

El clima era ideal para que la comprobación resultase sumamente satisfactoria: impresionaba ver la sala como nunca y desbordada hasta el paraíso. Se sumaban a los habitués del Primer Coliseo, caracterizados por su sobriedad y sapiencia musical, espectadores accidentales atraídos por los muy comentados prodigios de la célebre pianista argentina y del vigoroso director suizo Charles Dutoit. 

Primera curiosidad: termina el movimiento inicial de la Obertura Carnaval Romano, de Héctor Berlioz, y el público no especializado y minoritario –¡horror!– osa aplaudir, genuinamente arrobado por la altísima performance de la Filarmónica de Buenos Aires que la firme batuta de Dutoit hizo subir hasta niveles jamás transitados. Aplauso ahogado, claro, de inmediato por los severos chistidos de abonados y otros frecuentadores de la sala que reservan sus energías para el final de la obra, cuestión de no desconcentrar a los intérpretes en medio de ella. Porque si hay algo que caracteriza al aplauso del Colón, además de la calidad notable de su amplia gama de matices, es su sostenida duración. Y, en efecto, ni bien sonó la última nota de la obertura, ahí sí público lego y experto unieron sus palmas para arrullar a los músicos luego de tan dura faena. 

Resulta interesante observar las distintas formas de aplaudir según cada quien: la más habitual es palma cruzada contra la otra que logra un chasquido contundente, menos metálico que el de puntitas de dedos contra dedos, que suena más distante y cauto. Hay quienes prefieren ahuecar palmas y así conseguir un sonido grave que también sabe hacerse notar, y los histriónicos que los acompañan con todo el cuerpo, meneándose en el asiento o poniéndose directamente de pie y extendiendo sus brazos hacia delante y hacia arriba para acercar sus aplausos –y los consabidos bravos de los más eufóricos– a quienes aclaman. 

A propósito del Teatro Colón, su director, Gabriel Senanes –cordial anfitrión de esa velada–, define al aplauso como “esa utilísima combinación de huesos, músculos, arterias y nervios que arman y animan los dedos y las palmas” y que como el ser humano es “un bicho muy raro” termina emocionándose cuando ese ruido le está dirigido. 

Faltaba aún el “test” mayor: ver cómo reaccionaría ese mismo público al momento en que la propia Martha Argerich entrara en operaciones. Poco amiga de los desafíos fáciles, la pianista eligió el complejo y no muy conocido Triple Concierto en do mayor, Opus 56, de Ludwig van Beethoven. Ya el aplauso inicial, a su ingreso en el escenario, anticipaba la apoteosis que embargó a toda la sala tras el último compás. 

Allí se hizo perceptible la “buena mano” del público para graduar como es debido el aplauso: primero fue un torrente indescriptible que obligó a saludos reiterados –también de la violinista Dora Schwarzberg, el violonchelista Mark Drobinsky, Dutoit y el resto de la orquesta–, mas luego, cuando abandonaron el escenario, lejos de apagarse el aplauso, se convirtió en río manso pero sostenido que obligó a nuevas salidas y saludos. 

Es que en ningún otro lugar que no sea el Teatro Colón el aplauso se expresa con tal persistencia, convicción y fortaleza. Muy poco dada a los bises, el público de aquella memorable noche veló sus palmas para que el aplauso no se acallara, hasta tanto Argerich revisara esa actitud. Cansada y feliz de salir y entrar tantas veces en el escenario, mientras los aplausos se acompasaban informalmente casi como en un recital de rock y sin expresar un solo síntoma de agonía, al fin cedió y sus milagrosos dedos volvieron a acariciar las teclas del piano.

El aplauso, claro, como toda invención humana, también se presta a malversaciones. Y como genera contagio, la tentación de inducirlo es muy fuerte. El empresario teatral Carlos Rottemberg señala al respecto que en los teatros Maipo y Tabaris siempre se ubicaban en un mismo palco una suerte de “punteros” que entonaban al público con aplausos prematuros que finalmente arrastraban al resto de la concurrencia. 

En los programas con público de la televisión, que es un ámbito que no conoce de mayores sutilezas, hay productores detrás de cámara que con gestos dominantes o con carteles que dicen directamente “aplausos” ordenan a la concurrencia cuándo batir palmas. 

Elixir de artistas, políticos y deportistas, es la mejor paga que reciben las personas de perfil bien alto, cualquiera sea su disciplina. 

Por eso, como decía Pipo Mancera en sus archifamosos “Sábados circulares”, para ellos no hay nada mejor que un “¡¡¡fuerte ese aplauso!!!”.
"Entre líneas"
Pablo Sirven
02 de diciembre 2002

Brillante broche de oro -


David Gilmour, líder del grupo, prepara un nuevo lanzamiento individual

Brillante broche de oro

Tiene una fortuna superior a los cien millones, pero solo vende mucho menos

Última sesión del Festival Martha Argerich por la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, dirigida por Charles Dutoit, con la participación de la pianista Martha Argerich, la violinista Dora Schwarzberg y el violoncelista Mark Drobinsky. Programa: Obertura “Carnaval romano”, de Berlioz; Triple concierto Op. 56 en Do mayor, de Beethoven; “Preludio a la siesta de un fauno”, de Debussy, y “Cuadros de una exposición”, de Mussorgski-Ravel. En el Teatro Colón. 

Nuestra opinión: muy bueno 

Como si concentrara su potencial interpretativo al cabo de una semana variada e intensa en expresiones musicales, el Festival Argerich reunió a algunos de sus mejores elementos para que el final luciera más brillante.

Y de hecho lo fue en gran parte, con obras sinfónicas y concertantes que demostraron –una vez más– que por estos lugares hay músicos de gran valía, a los que una batuta como la de Charles Dutoit puede apelar toda vez que nos visite.

Esto es doblemente importante porque la corta estada de este valioso director de otra manera hubiera podido producir resultados como los que en esta sesión fueron evidentes. En primer lugar, con la Obertura “Carnaval romano”, de Berlioz, que pareció ser ejecutada por alguna de las famosas orquestas extranjeras que nos suelen visitar, hecho que merecería las reflexiones y conclusiones de quienes tienen la responsabilidad de regir los destinos de conjuntos como la Filarmónica de Buenos Aires. 

El director suizo imprimió carácter definitorio a la célebre obertura de “Benvenuto Cellini”, plena de impulso y colorido románticos, en la que obtuvo un rendimiento óptimo de la variada paleta orquestal de Berlioz. El contraste entre el tierno canto del corno inglés –una genuina confesión amorosa– y el trasfondo orquestal a modo de frenética algarabía popular con sus más variadas transformaciones tuvo traductores válidos en los diferentes sectores instrumentales. Hubo pureza en las cuerdas, precisión y mesura en la percusión; solos meritorios , además de una trompetería exultante que hizo de esta obertura, conducida con vigor y sutileza, una brillante carta de presentación. 

Sin embargo, la noche final iba a ofrecer a los ávidos oídos de la audiencia una muestra de excelencia superior. Fue al comenzar la segunda parte del concierto, con el célebre “Preludio a la siesta de un fauno”, de Debussy, que bien podría figurar en una antología de la Filarmónica. El ensoñador clima sonoro logrado a partir del excepcional solo de flauta que ejecutó Claudio Barile, cuyos inasibles arabescos tuvieron, en su trazo sutil, la imponderable languidez que hubiera complacido al poeta Mallarmé –inspirador del músico–, fue memorable. 

El clima onírico de esta pieza magistral fue recreado por Dutoit con toda la fluida sugestión de su sensualidad sonora; sus precisas indicaciones gestuales, si bien nunca subrayan lo obvio, no pierden detalle en cuanto a dinámica y expresión se refiere. Magnífica fue al comienzo la blanda sonoridad del corno, la idealización sonora creada por los arpegios del arpa contrapuesta a la voluptuosa expresión de las maderas y, después, el solo de violín concertino (Haydée Francia), de trazo dulcificante. 

La lógica expectativa creada en todo este festival por Martha Argerich se vio satisfecha en esta ocasión al aparecer junto a sus eventuales copartícipes en el Triple concierto Op. 56, en do mayor, de Beethoven. Junto a ella y la Filarmónica, la violinista Dora Schwarzberg y el violonchelista Mark Dobrinsky abordaron esta obra, una verdadera sinfonía concertante, con convicción y esmero. Notoria fue, sin embargo, la seguridad técnica y el dominio estilístico exhibidos por la pianista respecto del exigido desempeño del violín y el chelo (dejando de lado las veces en que la desafinación de éstos deslució sus intervenciones). 

El estilo vigoroso, marcial casi, y los giros enérgicos del violín y el chelo, así como la intervención del piano, crearon un clima camarístico que, si bien respondió al carácter de la obra, hubiera necesitado algunos ensayos más para una mejor interacción del trío. 

El piano, por su parte, dialogó con la orquesta en un mejor plano de igualdad y relevancia sonora respecto de las cuerdas cuando éstas debieron hacerlo.

La apoteosis final

El violonchelista Drobinsky tuvo en el Largo central un excelente desempeño por su cálida comunicatividad, seguido por un violín que sonó melodioso e introdujo a sus colegas en el Rondó alla polacca, final en el que los tres instrumentistas alcanzaron idéntico peso específico, junto a una orquesta rítmicamente ajustada, lográndose así un brillo particular.
Por supuesto, fue “Cuadros de una exposición” el cierre que garantizaría la apoteosis final.

El vibrante tema inicial de la trompeta daría comienzo a un desfile de visiones sonoras evocadas por los más diversos timbres instrumentales en lo que los bronces y las maderas destacarían en “Gnomus” y “El viejo castillo” y las cuerdas con sus “pizzicatos” pondrían la nota de algarabía al “Ballet de los polluelos”, o bien las cuerdas y la trompeta crearían un contrapunto elocuente en el episodio de Goldenberg y Schuyle. “La gran puerta de Kiev”, con desusado esplendor, despertó la ovación final.

Estruendosa ovación

La estruendosa y prolongada ovación del final no tuvo bis, pero una lluvia de pétalos cayó sobre los músicos de la Filarmónica y el propio Dutoit. En cambio, sí hubo bis al final de la primera parte del concierto, en la que Argerich compartió la escena con la violinista Schwarzberg y el chelista Drobinsky. Una y otra vez debió volver a escena con ellos, y lo hizo con aire habitual, sonriente, pródiga en gestos y mohines. Alguien le acercó desde la platea un ramo de rosas; al tomarlas hubo un gesto de dolor. Una espina. Esto disipó la espera de un bis, hasta que alguien pidió desde un palco que ella tocara sola... Entonces se volvió y puso su índice sobre la boca en gesto elocuente. La respuesta fue el último movimiento de Beethoven.
Héctor Coda

viernes, 23 de enero de 2015

"La Valse" interpretada a dos pianos por Martha Argerich y Sergio Tiempo durante el II Festival Argerich 2002


"Megaconcierto IV", perteneciente al Festival Martha Argerich, con la participación de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, dirigida sucesivamente por Gustavo Dudamel, Mauricio Weintraub, Charles Dutoit y Rodolfo Fischer. Programa: Sinfonía Fantástica (primer y segundo movimientos); Concierto N° 3 Op. 37 para piano y orquesta de Beethoven (solista: Alejandro Petrasso); Trío N° 2 Op. 67, de Shostakovich, por la pianista Martha Argerich, la violinista Dora Schwarzberg y el violonchelista Mark Drobinsky; y "La valse"(versión para dos pianos), por Martha Argerich y Sergio Tiempo. En el Teatro Colón. Nuestra opinión: muy bueno 

Quedó reservado para la cuarta sesión de este Megaconcierto la que quizá deba ser considerada la parte más fructífera de este festival, ya que además de conocerse la labor selectiva del maestro Dutoit en sus clases magistrales de dirección, se produjo el debut del pianista Alejandro Petrasso y uno de los puntos culminantes del encuentro con la interpretación del Trío N° 2, de Shostakovich. Indudablemente, la presencia de Charles Dutoit cuyo acercamiento a estas latitudes fue otro de los logros del Festival Argerich, fue el sello que convalidó las intervenciones del joven director venezolano Gustavo Dudamel y el argentino Mauricio Weintraub, al frente de la Filarmónica de Buenos Aires y sus dúctiles atriles. 

Pero, aun así, fue interesante comprobar que la Sinfonía Fantástica de Berlioz resultó revitalizada por la potencia expresiva de la batuta de Dudamel en su primer movimiento ("Reveries, passions"), explícito en su rigurosa marcación, elocuente y cuidadoso en el movimiento, la dinámica y el color. Sumamente expresivo y sin esfuerzo aparente en el gesto, la flexibilidad y la elegancia requeridas, fue Mauricio Weintraub en el segundo movimiento ("Un bal"); brillantes solos especialmente de arpa. Hubo en la participación del joven director chileno Rodolfo Fischer en los tres últimos movimientos de "El pájaro de fuego", de Stravinski,un encomiable rigor interpretativo. 

Excelente marcación rítmica, precisos acentos sincopados, aunque algo abocetado -conceptualmente-, en la "Danza infernal del rey Katschei". La Berceuse tuvo en el solo de fagot un soplo de lirismo y calma tranquilizadora sobre la que elaboró Fischer el crescendo y el grandioso final; comandó a la Filarmónica con gran sentido del volumen sonoro y el colorido. La eclosión sonora de los bronces en medio de estremecimientos de las cuerdas tuvo gran sentido de unidad y equilibrio dinámico. Resulta auspiciosa la posibilidad de que jóvenes pianistas como Alejandro Petrasso puedan intervenir en un encuentro de estas características. 

Si bien su abordaje del Concierto N° 3, de Beethoven, no siguió lineamientos canónicos en la materia, hubo una voluntad de expresión que se adecuó con eficacia a los requerimientos de su parte junto a una orquesta vigorosa y muy precisa en los "tempi". Desparejo en el rago dinámico, Petrasso resultó duro en las líneas dominantes del discurso e impreciso en las intensidades intermedias, para las que a veces buscó efectos sonoros alejados del estilo. La segunda parte de este Megaconcierto se convirtió con la ejecución del Trío N° 2, de Shostakovich, en un hecho antológico.Tanto la violinista Schwarzberg, como el chelista Drobinsky, y Argerich al piano, configuraron un grupo con perfecta conciencia de sus partes instrumentales, con perfecta interdependencia y equilibrio dinámico. 

El lenguaje objetivamente expresivo, contenido e intenso de Shostakovich, la solidez y la belleza de su forma emergieron sin desbordes, pero con toda la pasión de los sentimientos elegíacos que evoca. La euforia, en cambio, estuvo reservada para el final. "La valse", de Ravel, que Argerich interpretó en una versión para dos pianos con Sergio Tiempo, resultó potenciado por el virtuosismo técnico que ambos pianistas exhibieron. El refinamiento del toque se amalgamó con una perfecta sincronización para traducir el "torbellino fantástico y fatal" que Ravel describió, si bien el genial francés nunca perdió el sentido de la amalgama tímbrica y sonora de cuanto compuso, y su paleta orquestal se mantuvo diferenciada aun en las mayores intensidades.  

"La Valse" y el II Festival Martha Argerich 2002
Héctor Coda

Música "en continuado" para todos - Recuerdo del Segundo Festival Martha Argerich - 23 de noviembre de 2002


Festival Martha Argerich: un jueves maratónico
Música "en continuado" para todos

Desde el mediodía hasta la medianoche, la pianista y sus colegas dieron cuatro conciertos seguidos

A las 12, a las 15, a las 18.30, a las 21.30, como en los viejos cines en continuado, cuatro sesiones sucesivas conformaron el Megaconcierto del Festival Martha Argerich.

Una verdadera maratón en la cual, en una o en varias ocasiones, en soledad o en ensambles, participaron más de dos docenas de solistas argentinos y extranjeros, un actor, un grupo de música étnica, la Camerata Bariloche y, en su última estación, la Filarmónica de Buenos Aires dirigida por Charles Dutoit y los alumnos de las masterclasses que ofreció durante la semana.

Fue una jornada tan extensa que el público fue rotando de una en otra sesión. Y tan extenso, que hasta varios cronistas fueron necesarios para dar cuenta de lo sucedido desde el mediodía hasta casi la una de la madrugada.

Salvo el concierto nocturno, que formó parte del abono a cinco conciertos del festival, en las tres funciones diurnas, el ambiente fue totalmente descontracturado. Sobre el escenario, por delante de la campana acústica, estaban amontonadas -sin demasiada prolijidad-, las sillas y los atriles que serían utilizados a la noche por la Filarmónica.

Las vestimentas informales poblaron la platea y el escenario. Hasta el muy circunspecto sector masculino de la Camerata, quizá por vez primera, abandonó fraques y moñitos. Varios músicos, además de tocar, como Mirabella Dina, Eduardo Hubert y el chelista Jorge Bosso, también oficiaron de "pasapáginas" de sus colegas y amigos pianistas, Karin Merle, Cristina Marton y la propia Martha Argerich.

Ricardo Quintieri, el afinador del Colón, se la pasó subiendo al escenario y hasta tuvo su momento de protagonismo cuando compartió la escena por algunos segundos con los músicos que decidieron ingresar mientras daba los últimos toques a uno de los dos pianos.

El teatro estuvo, en promedio, colmado en un 75% en las sesiones vespertinas del Megaconcierto, aunque, obviamente, no fueron los mismos en toda la tarde y ni siquiera dentro de la misma sesión. Habida cuenta de que cada parte se prolongó por unas dos horas y media y, en día de semana, no parecía sencillo desocupar tan ampliamente la agenda cotidiana. En sintonía con el movimiento de la platea, la rotación de los artistas, de a uno o en grupos de cámara, mayormente, fue bastante acelerada.

Del mismo modo, la planificación musical también pareció responder a cierta idea de brevedad y recambio continuo, ya que se privilegiaron piezas breves y hasta se tocaron movimientos sueltos de obras mayores.

Como el año pasado, a último momento, se reformularon los programas en cuanto al orden de artistas y obras, ayudando un poco a la confusión general.

De todos modos, esto no afectó el clima de entusiasmo. Los aplausos abundaron cuando correspondía y entre movimientos de obras también, lo que denotó la presencia de nuevos oyentes, uno de los objetivos señalados por Martha Argerich como primordiales para este Megaconcierto.

El repertorio también mostró un espíritu abierto, con bastante presencia de románticos y neoclásicos (entre otros, Schumann, un par de Brahms, varios Liszt, Scriabin, hasta Fauré, De Falla, Milhaud), más Bach, Debussy, los argentinos Guastavino y Ginastera y, sobre el cierre de las etapa vespertina, un poco de tango y música étnica (esta última a cargo de Alejandro de Raco).

Los músicos que participaron en la jornada de anteayer son representativos del espíritu que Martha Argerich transmite al festival que lleva su nombre. Estuvieron, en una punta, las jovencísimas "promesas del piano local" como Iván Rutkauskas, Adriel Gómez Manzur y Nahuel Clerici; las jóvenes realidades Mirabela Dina y Cristina Marton, promovidas por Martha, por medio de la hasta ahora única edición de su concurso. También estuvieron sus amigos de aquí y de allá -de variada "actualidad" en términos de sus cualidades técnicas-. Y también sus amigos de larga data, como Dora Schwarzberg y Alan Weiss, responsables de las clases magistrales.

Palabras y música

Poco después de las cuatro de la tarde, tuvo lugar el momento diferente, el segmento "Palabras y música", ofrendado a la memoria de aquellos que lucharon y murieron por sus ideales, en homenaje a quienes sufrieron tortura y persecución y dedicado a los niños. Durante unos cuarenta minutos se oyeron piezas o fragmentos de obras de distintos compositores, poesías, a cargo de Joaquín Furriel, y el testimonio personal de Marek Rowensztein, un sobreviviente del Holocausto.

Dentro de la corrección musical general y de la emoción que trasuntaron las palabras de Rowensztein, lamentablemente, el joven actor ofreció sus textos a través de una cantilena monótona e inexpresiva, sin inflexiones o modulaciones de ningún tipo, sin compromisos emocionales y hasta cometiendo errores cuando apeló a la memoria. Por lo demás, parte del público contribuyó a restarle contundencia a la creación de la espiritualidad buscada aplaudiendo al final de cada pasaje musical, a pesar de que expresamente se había pedido que no se lo hiciera. Una verdadera pena que, es de esperar, encuentre una mejor concreción, por qué no, en el próximo Megaconcierto del próximo festival.

Los participantes

I : Dora Schwarzberg, Roberto Ruktauskas (violín), Ivan Ruktauskas, Nahuel Clerici, Adriel Gómez Manzur, Juan Balat, Eduardo Hubert, Alan Weiss (piano), Alexis Nicolet (flauta), Jorge Bosso (chelo).

II : Martha Argerich, Mirabela Dina, Karin Merle, Cristina Marton, Hubert (piano), Schwarzberg, Joaquín Furriel (actor), Camerata Bariloche.

III : integrantes de la Camerata Bariloche, Pablo Saraví ((violín), Alejandro, Ayelén y Christian de Raco, José Balé (grupo de música étnica), Argerich, Marton.

IV : Alejandro Petrasso, Argerich, Sergio Tiempo (piano), Mark Dobrinsky (chelo), Schwarzberg, Filarmónica de Buenos Aires, dirigida por Charles Dutoit, y los alumnos de las clases magistrales: Gustavo Dudamel, Mauricio Weintraub y Rodolfo Fischer.

Pablo Kohan y Martín Liut