Concierto de cámara. Programa: Sonata en Sol Mayor, K. 379, para violín y piano de Wolfgang Amadeus Mozart, por Dora Schwarzberg (violín) y Eduardo Hubert (piano); Suite de danzas, de Bela Bartok, por Mirabela Dina (piano); Concierto N° 2, Op. 21, para piano y quinteto de cuerdas, en transcripción basada en la primera edición de 1829 de Martín van den Hoek, por solistas de la Camerata Bariloche y Alan Weiss (piano); Divertimento para cuerdas, de Bela Bartok, y Concierto N° 1, en Do menor, para piano, trompeta y cuerdas, Op. 35, de Dmitri Shostakovich, por la Camerata Bariloche y Fernando Ciancio (trompeta), y Martha Argerich (piano), con dirección de Fernando Hasaj. Tercera jornada del Festival Martha Argerich. Organizado por la Fundación Teatro Colón.
Nuestra opinión: muy bueno
Se hizo excesivamente larga la primera parte del segundo programa
dedicado a música de cámara del Festival Martha Argerich que con tanto
éxito organizó la Fundación Teatro Colón y que por la jerarquía otorgada
con la participación de la pianista argentina se constituyó en uno de
los más notables acontecimientos artísticos de la temporada, próxima a
finalizar.
En primer término, se agregó al programa estipulado una intrascendente
versión de la Sonata K. 379, para violín y piano, de Wolfgang Amadeus
Mozart, ejecutada por la violinista Dora Schwarzberg y el pianista
Eduardo Hubert, que no se había ofrecido en la velada anterior.
La curiosa sonata de Mozart, donde aparecen nuevos y variados acentos,
un exaltado allegro, un plácido adagio y unas sencillas y burguesas
variaciones finales, según un juicio de Einstein, fue presentada con
buena predisposición por el dúo que, al finalizar su larga participación
-la composición no es precisamente breve ni fácil-, recibió un cariñoso
aplauso del público.
Momentos de alta jerarquía
Luego se presentó la notable pianista rumana Mirabela Dina, una de las
formidables ganadoras del primer Concurso Internacional Martha Argerich,
llevado a cabo en 1999, en Buenos Aires, y con una estupenda
interpretación de la Suite de Danzas, de Bela Bartok, seguramente
valiosa desde un punto de vista académico, pero poco atrayente como
resultado estético auditivo.
La calidad del sonido, la excelencia de la articulación y el dominio
técnico del teclado de Mirabela Dina arrancaron una ovación plenamente
justificada, motivo para un agregado, un preludio de Dmitri
Shostakovich, pequeña muestra de las ironías a las que fue tan adepto el
compositor.
Luego, para cerrar la primera parte, se escuchó una desconcertante
versión del Concierto N° 2, para piano y orquesta, de Frédéric Chopin,
en una transcripción para piano y quinteto de cuerdas que no hizo otra
cosa que reafirmar su formidable debilidad en la parte orquestal del
concierto.
La excelencia de Fernando Hasaj y Pablo Saraví (violines), Marcela Magin
(viola), Víctor Aepli (violoncelo) y Oscar Carnero (contrabajo) no
tuvieron el modo de equilibrar el desproporcionado protagonismo del
piano que Alan Weiss, distinguido artista sin duda, ofreció con la misma
sonoridad de la versión para orquesta y una enorme cuota de fraseo
almibarado, que se prolongó en un nocturno en tonalidad en sol menor,
recibido con beneplácito por la concurrencia.
Luego de un intervalo más largo de lo habitual se reiteró otra obra de
Bela Bartok, el Divertimento para cuerdas, Sz. 113, en una excelente
entrega de la Camerata Bariloche, afortunadamente con un rendimiento de
conjunto acorde con su prestigio. De todos modos, el lenguaje musical
del gran creador húngaro volvió a provocar un esfuerzo intelectual
excesivo para una acabada comprensión.
Un nuevo concierto
Por fin llegó Martha Argerich, y su magnetismo dejó en el olvido todo lo
que se había escuchado hasta ese momento. Su sola presencia motivó una
reacción espontánea. Pareció que había comenzado un nuevo concierto. Los
integrantes de la Camerata Bariloche, con Fernando Hasaj ahora sin su
violín pero frente a un atril de director, y el trompetista Fernando
Ciancio se aprestaron rápidamente a secundar a la pianista en una labor
que ha de quedar en el recuerdo de los más grandes acontecimiento
pianísticos ocurridos en Buenos Aires.
Obra diabólica
Simplemente porque se escuchó una composición de complejidad
inconmensurable, brillante en su originalidad de realización musical,
acaso una creación que desnuda la monumental y trascendente obra de
Dmitri Shostakovich; su Concierto para piano con trompeta y cuerdas, Op.
35, en Do menor, escrito en 1933, que al parecer se escuchó en primera
audición.
Escrita en un momento crucial de la existencia del compositor soviético,
por aquel entonces ya modificando su criterio estético en cuanto al
lenguaje de su música, resultó subyugante y provocativa.
Ya de por sí la inclusión de la obra fue un acierto de Martha Argerich,
pero al escuchar su desarrollo se comprende su necesidad visceral de
encontrar nuevos estímulos para expresarse y poder continuar en
felicidad su carrera profesional.
Por un lado, su bondad de actuar rodeada de sus colegas más entrañables,
apoyar a la juventud, entregarse con alma y vida para derramar sus
conocimientos; por otro, la investigación del repertorio, más allá de
las obras habituales para piano que ha tocado mil veces.
Shostakovich, evidentemente, encontró quien puede ejecutar sin mácula
alguna su obra diabólica, de una fuerza expresiva conmovedora, de una
riqueza de mensajes, entre sarcásticos e irónicos, de infinita
originalidad. La cascada de notas, la potencia del touch de Argerich,
siempre provocador de cálido y robusto sonido, fue de pasmoso y nunca
conocido virtuosismo sobre un teclado, aun comparativamente con obras
tan complejas como el final de "Cuadros de una exposición", de
Mussorgski, o "Corpus Cristi en Sevilla", de Albéniz.
Y cuando el entusiasmo fue frenético volvió a observarse su
personalidad. La de la timidez, sencillez, espontaneidad, ausencia de
arrogancia; en fin, la envergadura acabada de un ser que además de
portentoso en su capacidad para la música fue dotado con la gracia de la
humildad.
Y por eso, junto a sus colaboradores y siempre compartiendo el
protagonismo -algo tan necesario para este tiempo nuestro-, repitió el
final de la creación de Dmitri Shostakovich y se reiteró la brillantez
de la ejecución de la Camerata Bariloche, las notables condiciones de
Fernando Ciancio, de pulcro mecanismo y de sonido de trompeta limpio y
vibrante, así como la incuestionable grandeza de Martha Argerich.
Juan Carlos Montero
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