viernes, 23 de enero de 2015

Argerich, milagro en el teclado - Archivo 21 de noviembre 2002 - Segundo Festival Martha Argerich - Buenos Aires, Argentina


Concierto de cámara. Programa: Sonata en Sol Mayor, K. 379, para violín y piano de Wolfgang Amadeus Mozart, por Dora Schwarzberg (violín) y Eduardo Hubert (piano); Suite de danzas, de Bela Bartok, por Mirabela Dina (piano); Concierto N° 2, Op. 21, para piano y quinteto de cuerdas, en transcripción basada en la primera edición de 1829 de Martín van den Hoek, por solistas de la Camerata Bariloche y Alan Weiss (piano); Divertimento para cuerdas, de Bela Bartok, y Concierto N° 1, en Do menor, para piano, trompeta y cuerdas, Op. 35, de Dmitri Shostakovich, por la Camerata Bariloche y Fernando Ciancio (trompeta), y Martha Argerich (piano), con dirección de Fernando Hasaj. Tercera jornada del Festival Martha Argerich. Organizado por la Fundación Teatro Colón. 


Nuestra opinión: muy bueno

Se hizo excesivamente larga la primera parte del segundo programa dedicado a música de cámara del Festival Martha Argerich que con tanto éxito organizó la Fundación Teatro Colón y que por la jerarquía otorgada con la participación de la pianista argentina se constituyó en uno de los más notables acontecimientos artísticos de la temporada, próxima a finalizar. 

En primer término, se agregó al programa estipulado una intrascendente versión de la Sonata K. 379, para violín y piano, de Wolfgang Amadeus Mozart, ejecutada por la violinista Dora Schwarzberg y el pianista Eduardo Hubert, que no se había ofrecido en la velada anterior. 

La curiosa sonata de Mozart, donde aparecen nuevos y variados acentos, un exaltado allegro, un plácido adagio y unas sencillas y burguesas variaciones finales, según un juicio de Einstein, fue presentada con buena predisposición por el dúo que, al finalizar su larga participación -la composición no es precisamente breve ni fácil-, recibió un cariñoso aplauso del público.

Momentos de alta jerarquía

Luego se presentó la notable pianista rumana Mirabela Dina, una de las formidables ganadoras del primer Concurso Internacional Martha Argerich, llevado a cabo en 1999, en Buenos Aires, y con una estupenda interpretación de la Suite de Danzas, de Bela Bartok, seguramente valiosa desde un punto de vista académico, pero poco atrayente como resultado estético auditivo. 

La calidad del sonido, la excelencia de la articulación y el dominio técnico del teclado de Mirabela Dina arrancaron una ovación plenamente justificada, motivo para un agregado, un preludio de Dmitri Shostakovich, pequeña muestra de las ironías a las que fue tan adepto el compositor. 

Luego, para cerrar la primera parte, se escuchó una desconcertante versión del Concierto N° 2, para piano y orquesta, de Frédéric Chopin, en una transcripción para piano y quinteto de cuerdas que no hizo otra cosa que reafirmar su formidable debilidad en la parte orquestal del concierto. 

La excelencia de Fernando Hasaj y Pablo Saraví (violines), Marcela Magin (viola), Víctor Aepli (violoncelo) y Oscar Carnero (contrabajo) no tuvieron el modo de equilibrar el desproporcionado protagonismo del piano que Alan Weiss, distinguido artista sin duda, ofreció con la misma sonoridad de la versión para orquesta y una enorme cuota de fraseo almibarado, que se prolongó en un nocturno en tonalidad en sol menor, recibido con beneplácito por la concurrencia. 

Luego de un intervalo más largo de lo habitual se reiteró otra obra de Bela Bartok, el Divertimento para cuerdas, Sz. 113, en una excelente entrega de la Camerata Bariloche, afortunadamente con un rendimiento de conjunto acorde con su prestigio. De todos modos, el lenguaje musical del gran creador húngaro volvió a provocar un esfuerzo intelectual excesivo para una acabada comprensión.

Un nuevo concierto

Por fin llegó Martha Argerich, y su magnetismo dejó en el olvido todo lo que se había escuchado hasta ese momento. Su sola presencia motivó una reacción espontánea. Pareció que había comenzado un nuevo concierto. Los integrantes de la Camerata Bariloche, con Fernando Hasaj ahora sin su violín pero frente a un atril de director, y el trompetista Fernando Ciancio se aprestaron rápidamente a secundar a la pianista en una labor que ha de quedar en el recuerdo de los más grandes acontecimiento pianísticos ocurridos en Buenos Aires.

Obra diabólica

Simplemente porque se escuchó una composición de complejidad inconmensurable, brillante en su originalidad de realización musical, acaso una creación que desnuda la monumental y trascendente obra de Dmitri Shostakovich; su Concierto para piano con trompeta y cuerdas, Op. 35, en Do menor, escrito en 1933, que al parecer se escuchó en primera audición.

Escrita en un momento crucial de la existencia del compositor soviético, por aquel entonces ya modificando su criterio estético en cuanto al lenguaje de su música, resultó subyugante y provocativa. 

Ya de por sí la inclusión de la obra fue un acierto de Martha Argerich, pero al escuchar su desarrollo se comprende su necesidad visceral de encontrar nuevos estímulos para expresarse y poder continuar en felicidad su carrera profesional. 

Por un lado, su bondad de actuar rodeada de sus colegas más entrañables, apoyar a la juventud, entregarse con alma y vida para derramar sus conocimientos; por otro, la investigación del repertorio, más allá de las obras habituales para piano que ha tocado mil veces. 

Shostakovich, evidentemente, encontró quien puede ejecutar sin mácula alguna su obra diabólica, de una fuerza expresiva conmovedora, de una riqueza de mensajes, entre sarcásticos e irónicos, de infinita originalidad. La cascada de notas, la potencia del touch de Argerich, siempre provocador de cálido y robusto sonido, fue de pasmoso y nunca conocido virtuosismo sobre un teclado, aun comparativamente con obras tan complejas como el final de "Cuadros de una exposición", de Mussorgski, o "Corpus Cristi en Sevilla", de Albéniz. 

Y cuando el entusiasmo fue frenético volvió a observarse su personalidad. La de la timidez, sencillez, espontaneidad, ausencia de arrogancia; en fin, la envergadura acabada de un ser que además de portentoso en su capacidad para la música fue dotado con la gracia de la humildad. 

Y por eso, junto a sus colaboradores y siempre compartiendo el protagonismo -algo tan necesario para este tiempo nuestro-, repitió el final de la creación de Dmitri Shostakovich y se reiteró la brillantez de la ejecución de la Camerata Bariloche, las notables condiciones de Fernando Ciancio, de pulcro mecanismo y de sonido de trompeta limpio y vibrante, así como la incuestionable grandeza de Martha Argerich.

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