Concierto de apertura del Festival Martha Argerich 2002
. Solistas: Martha Argerich y Sergio Tiempo. Orquesta Filarmónica de
Buenos Aires. Director: Charles Dutoit. Programa: Ravel: "Mi madre la
oca"; Schumann: Concierto para piano, Op. 54; Rachmaninov: Rapsodia
sobre un tema de Pa ganini, Op. 43; Stravinsky: Suite de "El pájaro de
fuego". Teatro Colón.
Nuestra opinión: excelente
La sola idea de saber que Martha Argerich estará sobre el escenario
genera una expectativa desmedida, que, como siempre, sólo encuentra como
respuestas ulteriores satisfacciones absolutas. Sin embargo, en este
concierto de apertura del Festival 2002, a diferencia de lo sucedido en
todas sus últimas presentaciones con orquesta, desde que decidió
retornar al país con asiduidad, afortunadamente y en buena hora, no fue
ella la única responsable de haber generado un concierto mágico e
inolvidable. Es que a su arte incomparable y a sus notables
interpretaciones en esta oportunidad se sumó la presencia de Charles
Dutoit. Aunque, sin desmerecer la inmensa capacidad personal del gran
director suizo y su actitud de generosa disposición, en última instancia
que haya llegado hasta el Colón también es mérito y responsabilidad de
Martha.
Como en esas grandes ocasiones en las cuales, se sabe, algo diferente va
a suceder, el teatro estaba abarrotado, con espectadores ansiosos y
preparados para la gran noche hasta en el último rincón posible. El
primer gran aplauso llegó cuando Dutoit avanzó lentamente hacia el
podio. En realidad, habría que hacer un largo ejercicio de memoria para
recordar cuándo, si es que alguna vez esto sucedió, la filarmónica, o
alguna otra orquesta argentina, tuvo a su frente a un director de esta
categoría y en su plenitud, no transcurriendo los primeros tramos de su
carrera. Y los resultados fueron asombrosos.
Demostrando el potencial que posee, la orquesta, atenta, concentrada,
sabiamente conducida y altamente motivada, produjo una performance
destacadísima que, menester es decirlo, no resiste ninguna comparación
con las que, habitualmente, genera, en sus conciertos regulares, con los
directores que nuestra realidad puede contratar. Después de los ensayos
-la verdadera fábrica de lo que se ve en la función- a Dutoit le
alcanzó con gestos mínimos para lograr que "Mi madre la oca" sonara de
la mejor manera. Fue maravilloso observar a la filarmónica promoviendo
un Ravel casi ideal, con los sonidos más tenues, las respiraciones más
impalpables, las texturas más transparentes y los dibujos melódicos más
delicados.
Y después entró Martha, envuelta en una ovación estremecedora. A
diferencia de otros ingresos en el escenario en los que cierta
incomodidad aparece insoslayable en sus saludos presurosos o en algunas
miradas con la urgencia del querer comenzar cuanto antes, se la vio
distendida, sonriente, radiante. Su interpretación del Concierto de
Schumann fue, sencillamente, prodigiosa, incluso con todas las
connotaciones que de sobrenatural puede tener este adjetivo.
En el comienzo, Martha arrolló con los acordes descendentes de la
introducción con una sonoridad abrumadora y, casi inmediatamente, cantó
con una sensibilidad exquisita el primer tema, encontrándole una
cualidad casi dolorosa. Después, plenamente dominadora, expectante,
reconcentrada y siempre musical y poética, ofreció una versión
insuperable y de infinita expresividad de una obra que, en sus manos,
sonó con un sello propio y difícilmente más apasionante. Después de los
treinta minutos aproximados que duró la obra, y en los cuales la
atención no decayó ni un solo segundo, sobrevino la explosión. Se había
asistido a un momento único, sublime y todas las tensiones y las
felicidades del público explotaron en un unísono estruendoso que no
necesitó de la batuta de Dutoit para estallar en el mismo instante.
Después del intermedio, Sergio Tiempo tocó la Rapsodia sobre un tema de
Paganini, de Rachmaninov, y no era sencillo ocupar el mismo espacio que,
hacía algunos minutos había sido el de Martha Argerich. Con todo, sin
dificultades técnicas, Sergio, brindó una versión de la obra sumamente
elogiosa, aunque con un sonido sin demasiadas variantes y, por momentos,
excesivamente percutido.
Para el final, Dutoit y la orquesta retornaron a la excelencia, ahora
con la suite de "El pájaro de fuego", de Stravinsky. Mucho más enérgico
en sus movimientos y con la misma precisión milimétrica en lo
estrictamente sonoro y la solvencia en los planteos estéticos, logró
atrapar a un público que difícilmente podrá olvidar una noche de tantas y
buenas vivencias. Como seguramente les ocurrirá también a los músicos,
quienes demostraron que ellos también podrían estar para cosas mayores.
Pablo Kohan
18 de noviembre 2002
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