viernes, 16 de enero de 2015

Recuerdo del Segundo Festival Argerich Noviembre 2002 - Argerich, Dutoit y la filarmónica deslumbraron


Concierto de apertura del Festival Martha Argerich 2002 . Solistas: Martha Argerich y Sergio Tiempo. Orquesta Filarmónica de Buenos Aires. Director: Charles Dutoit. Programa: Ravel: "Mi madre la oca"; Schumann: Concierto para piano, Op. 54; Rachmaninov: Rapsodia sobre un tema de Pa ganini, Op. 43; Stravinsky: Suite de "El pájaro de fuego". Teatro Colón. 

Nuestra opinión: excelente 


La sola idea de saber que Martha Argerich estará sobre el escenario genera una expectativa desmedida, que, como siempre, sólo encuentra como respuestas ulteriores satisfacciones absolutas. Sin embargo, en este concierto de apertura del Festival 2002, a diferencia de lo sucedido en todas sus últimas presentaciones con orquesta, desde que decidió retornar al país con asiduidad, afortunadamente y en buena hora, no fue ella la única responsable de haber generado un concierto mágico e inolvidable. Es que a su arte incomparable y a sus notables interpretaciones en esta oportunidad se sumó la presencia de Charles Dutoit. Aunque, sin desmerecer la inmensa capacidad personal del gran director suizo y su actitud de generosa disposición, en última instancia que haya llegado hasta el Colón también es mérito y responsabilidad de Martha. 

Como en esas grandes ocasiones en las cuales, se sabe, algo diferente va a suceder, el teatro estaba abarrotado, con espectadores ansiosos y preparados para la gran noche hasta en el último rincón posible. El primer gran aplauso llegó cuando Dutoit avanzó lentamente hacia el podio. En realidad, habría que hacer un largo ejercicio de memoria para recordar cuándo, si es que alguna vez esto sucedió, la filarmónica, o alguna otra orquesta argentina, tuvo a su frente a un director de esta categoría y en su plenitud, no transcurriendo los primeros tramos de su carrera. Y los resultados fueron asombrosos. 

Demostrando el potencial que posee, la orquesta, atenta, concentrada, sabiamente conducida y altamente motivada, produjo una performance destacadísima que, menester es decirlo, no resiste ninguna comparación con las que, habitualmente, genera, en sus conciertos regulares, con los directores que nuestra realidad puede contratar. Después de los ensayos -la verdadera fábrica de lo que se ve en la función- a Dutoit le alcanzó con gestos mínimos para lograr que "Mi madre la oca" sonara de la mejor manera. Fue maravilloso observar a la filarmónica promoviendo un Ravel casi ideal, con los sonidos más tenues, las respiraciones más impalpables, las texturas más transparentes y los dibujos melódicos más delicados.

Y después entró Martha, envuelta en una ovación estremecedora. A diferencia de otros ingresos en el escenario en los que cierta incomodidad aparece insoslayable en sus saludos presurosos o en algunas miradas con la urgencia del querer comenzar cuanto antes, se la vio distendida, sonriente, radiante. Su interpretación del Concierto de Schumann fue, sencillamente, prodigiosa, incluso con todas las connotaciones que de sobrenatural puede tener este adjetivo. 

En el comienzo, Martha arrolló con los acordes descendentes de la introducción con una sonoridad abrumadora y, casi inmediatamente, cantó con una sensibilidad exquisita el primer tema, encontrándole una cualidad casi dolorosa. Después, plenamente dominadora, expectante, reconcentrada y siempre musical y poética, ofreció una versión insuperable y de infinita expresividad de una obra que, en sus manos, sonó con un sello propio y difícilmente más apasionante. Después de los treinta minutos aproximados que duró la obra, y en los cuales la atención no decayó ni un solo segundo, sobrevino la explosión. Se había asistido a un momento único, sublime y todas las tensiones y las felicidades del público explotaron en un unísono estruendoso que no necesitó de la batuta de Dutoit para estallar en el mismo instante.

Después del intermedio, Sergio Tiempo tocó la Rapsodia sobre un tema de Paganini, de Rachmaninov, y no era sencillo ocupar el mismo espacio que, hacía algunos minutos había sido el de Martha Argerich. Con todo, sin dificultades técnicas, Sergio, brindó una versión de la obra sumamente elogiosa, aunque con un sonido sin demasiadas variantes y, por momentos, excesivamente percutido.

Para el final, Dutoit y la orquesta retornaron a la excelencia, ahora con la suite de "El pájaro de fuego", de Stravinsky. Mucho más enérgico en sus movimientos y con la misma precisión milimétrica en lo estrictamente sonoro y la solvencia en los planteos estéticos, logró atrapar a un público que difícilmente podrá olvidar una noche de tantas y buenas vivencias. Como seguramente les ocurrirá también a los músicos, quienes demostraron que ellos también podrían estar para cosas mayores. 
 
Pablo Kohan 
18 de noviembre 2002

No hay comentarios:

Publicar un comentario