Martha Argerich no da nada por sentado. Pregunta cada cosa. Para ella no hay frases hechas. Con la apariencia de la mayor ingenuidad es capaz de poner en un aprieto a cualquiera que asegure de manera tajante algo que no es capaz de demostrar. Y, además, no miente. O, cuando lo hace, lo pone en escena de tal manera que el engaño desaparece.
Ninguna de esas características es demasiado compatible con los juegos que impone la industria del espectáculo. Pero ella es, sencillamente, la gran pianista del siglo y esa industria puede darse el lujo de perdonarle lo que no le perdonaría a nadie. Y, sobre todo, que su lógica –impecable– sea tan distinta de la del mercado. Que, por ejemplo, practicamente no dé entrevistas por la sencilla razón de que a un desconocido no le diria nada importante. O que cancele conciertos. O que se niegue a tocar sola.
Nocturna casi por definición, es común que estudie durante la noche y duerma de día. En su casa, en el sur de Bruselas, donde suelen recalar pianistas jóvenes rusos, japoneses, cubanos o argentinos, amigos o amigos de los amigos, la hora de la cena –que puede llegar a ser a las 2 o las 3 de la mañana– reúne una multitud alrededor de la mesa repleta de ensaladas, sushi o, a veces, auténtico pastel de papas criollo.
Hasta hace cinco años, no venía a tocar a Buenos Aires –llegaba de incógnito y para visitar a su familia–. La ultima vez habia sido en 1986, pero, a partir de 1999, comenzó a volver cada año. Ya hubo dos ediciones de un concurso internacional de piano ideado por su amiga Maria Rosa Oubina de Castro y este año tocó por segunda vez en Salta y realizó una gira por Bahia Blanca, Paraná y Córdoba. Y hoy empieza, en el Teatro Colon, la cuarta edicion consecutiva del festival que lleva su nombre y que reúne a músicos amigos de todas las nacionalidades –este año estará entre ellos el genial pianista brasileno Nelson Freire–.
La revista especializada Diapason la considero “la pianista mujer más importante desde Clara Wieck”, comparándola con la mujer de Robert Schumann y musa inspiradora de Johannes Brahms. Tal vez parte de su secreto, de eso que hace única su manera de tocar, sea una especie de culto al “vivir peligrosamente” pero aplicado a la musica.
Martha Argerich frecuentemente manifiesta sentirse insegura, no encontrar el tono de su versión o, directamente, no entender –o haber dejado de hacerlo– la obra que tiene que tocar. La primera impresión es que se trata de mohines, de coqueteos. Sin embargo, la inseguridad y la insatisfaccion son genuinas.
Mas bien, ella parece cultivar esa especie de duda permanente y el efecto más evidente es que siempre toca como si fuera la primera vez. Como si ciertas intenciones, matices, acentos o entonaciones de la frase surgieran realmente en ese momento. Un control pasmoso sobre el instrumento le permite, en todo caso, lograr en pasajes de gran velocidad y en notas brevísimas un grado increible de detalle –de crecimiento y desarrollo del sonido–.
En sus versiones jamás hay notas vacías de significado, por pequeñas que sean. El comienzo de todo, según ella, fue cuando tenía dos años. E, igual que en otras ocasiones de su vida, tuvo que ver con enfrentarse a un desafio: “Era muy precoz, hablaba hasta por los codos”, contaba en su casa en Bruselas. “Un amigo mayor, que ya tenía más de cinco, me molestaba diciéndome lo que yo no podía hacer y el sí. Un dia, el dijo que yo no podía tocar el piano, porque era demasiado chiquita. Y entonces fui hasta el piano del jardín de infantes y, con un dedo, toqué las canciones que cantaba la maestra. Ella llamó a mis padres y ellos me compraron un piano y me llevaron a estudiar. Eso de responder a desafíos tiene su lado bueno y su lado malo. Porque sigo haciéndolo.”
Argerich transmite fragilidad. Su voz pequeña, que muchas veces se convierte en susurro, los mohines tímidos, contrastan con la explosión de sus carcajadas y con la actitud de su cuerpo cuando se sienta frente al teclado. El tono con el que habla, con un acento indefinible en el que se pierden las consonantes, se asemeja al de la confesión íntima, aunque hable de cosas tan públicas como la cancelación de un concierto (“es que no puedo vivir así, no me dejan descansar”) o de su fascinación por el fraseo de Friedrich Gulda cuando lo escucho por primera vez (“lo que me encantó era que tenia un rigor rítmico extraordinario”). Gulda fue su maestro, en Viena.
Antes, en Argentina, sus profesores habian sido Ernestina Kusrow, famosa porque enseñaba a los niños a tocar de oído, y el tan célebre como temible Vicente Scaramuzza, capaz de hacer cambiar todas las digitaciones de una obra minutos antes de un concierto. “Scaramuzza nunca tocaba el piano. Nunca toco ni una nota. Nunca”, se acerca a la indignación. “Gulda, en cambio, era un músico extraordinario. Lograba una máxima expresión sin hacer ningún cambio de tempo, ni siquiera entre primer y segundo tema. El era tan inmaculado y, al mismo tiempo, tenía un sonido tan especial. No tenía nada que ver con lo que me decía Scaramuzza, que siempre hablaba del canto, de la expresión. Esta cuestión rítmica me fascinó totalmente en Gulda.
Además, Scaramuzza ponía el énfasis en el sonido redondo y Gulda a veces lograba un sonido que podía, incluso, ser desagradable para la gente. Y eso me encantaba.” Cuando Martha Argerich dice ciertas cosas (“me fascino”, “me encantaba”), alarga las palabras en un silbido, las pronuncia casi en secreto, y se sonríe. Su repertorio es pequeño –otra rareza que el mercado le tolera– y acostumbra volver, una y otra vez, a las mismas obras. “No se trata de algo demasiado meditado”, cuenta. “Cada vez que toco algo lo hago de manera diferente a la anterior. Cuando vuelvo a retomar una obra, siempre veo cosas distintas. No es sólo cuando grabo sino también en los conciertos. Siempre busco otras cosas y sigo buscando hasta último momento”. Martha Argerich dice que “nunca” supo que iba a ser pianista. “Aún no lo sé. Por ahi es un poco infantil hablar de esa manera, pero yo soy un poco infantil. Un poco, porque si lo fuera del todo no lo diría. En general, no me siento establecida en ningun aspecto. Es como si estuviera siempre construyéndome. Pero pienso que eso es la vida: hasta que nos morimos estamos siempre construyéndonos.”
El general y la niña Martha Argerich recuerda: “Tenia un poco mas de 12 anos, habia tocado en el Colón y Perón me había dado una cita en la residencia presidencial. Mamá preguntó si podía acompañarme y le dijeron que sí, por supuesto. Yo no era muy peronista; me acuerdo de que siempre estaba pegando por todos lados papelitos que decian ‘Balbin-Frondizi’. Él nos recibió y me preguntó: ‘¿Y adónde querés ir, ñatita?’. Y yo quería ir a Viena, para estudiar con Friedrich Gulda. A él le gustó que no quisiera ir a Estados Unidos. Lo más cómico fue que mi mamá, para congraciarse, le dijo que a mí me encantaria tocar un concierto en la UES.
Y parece que yo debo haber puesto una cara bastante reveladora de que la idea no me gustaba porque Perón le empezó a seguir la corriente a mamá, diciéndole “por supuesto señora, vamos a organizarlo”, mientras me guiñaba un ojo y, por debajo de la mesa, me hacía con un dedo que no. Él la estaba cargando a mamá y a mí me tranquilizaba. Se dió cuenta de que yo no quería. Fantástico, ¿no? Y le dio un trabajo a mi papá. Lo nombró agregado económico en Viena. Y a mamá le dijo que le parecía que ella también era muy inteligente, emprendedora y capaz y le consiguió otro puesto en la embajada”.
La política, en realidad, ya había tenido que ver bastante antes con el destino de la familia Argerich. “Papá y mamá se conocieron en la Facultad de Ciencias Economicas”, cuenta Argerich. “Ella era 11 años menor y era una de las tres o cuatro mujeres que estudiaban allí. Papá era presidente de su partido, el radical, y mamá era la presidenta del suyo, el Socialista. Y así se encontraron y empezaron a pelearse y se enamoraron. Supongo que en el fondo, aunque mamá no era tan crítica con el peronismo como papá, porque estaba de acuerdo con algunas de las cosas que había hecho Perón, como la jubilación, el voto femenino o que los trabajadores del campo fueran tratados con mayor dignidad, a ninguno de los dos le hizo mucha gracia que yo pudiera ir a estudiar y que ellos consiguieran trabajo en el exterior gracias a Peron.”
Publicado originalmente en Revista "Clasica" N° 133.
Festival Argerich día por día
Viernes 15 / Megaconcierto. A las 17: Obras de Mussorgsky, Tabbush y Villoldo, por la Orquesta Infantil y Juvenil de Villa Lugano. Direccion: Eduardo Hubert Zuker: Poetisas de America (Raquel Winnica, mezzosoprano, Daniel Zuker, piano, Joel Di Cicco, violin, Grigory Alumyan, cello, Hugo Pierre, clarinete, Laura Falcone, flauta y Marcelo Mercado, oboe). Arensky: Suite N° 1 para dos pianos (Gabriela Montero, Mauricio Vallina). Pia Sebastiani: Sonatina para dos violines (Joel Di Cicco, Pablo Rodriguez). Piazzolla: Milonga del angel (arreglo para quinteto de cuerdas y oboe de Gerardo Gandini) (Joel Di Cicco, Pablo Rodriguez, violin, Lyda Chen Argerich, viola, Grigory Alumyan, cello, Esteban Calderon, contrabajo y Marcelo Mercado, oboe). Tangos de diversos autores por la Orquesta Juan de Dios Filiberto, dirigida por Nestor Marconi. Marconi: Filibertango (Rafael Gintoli, violin, Federico Pereiro, bandoneon), Tangos concertantes (Martha Argerich, piano, Rafael Gintoli, violin y Nestor Marconi, bandoneon). Hubert: Martulango (Argerich, Gintoli y Marconi). Piazzolla: Tres minutos con la realidad (transcripcion para dos pianos y orquesta de cuerdas de Eduardo Hubert) (Argerich y Hubert). Grieg: Concierto en La menor (Nelson Freire, piano). Orquesta Academica del Teatro Colon, dirigida por Carlos Calleja.
A las 20.30: Mozart: Divertimento en Re mayor, K. 136, J. S. Bach: Concierto en La menor para cuatro pianos y orquesta, BWV 1065 (Argerich, Marcelo Balat, Pia Sebastiani y Mauricio Vallina. Sinfonietta Argerich, dirigida por Dario Ntaca). Chopin: Variaciones para piano y orquesta, Op. 2, “La ci darem la mano” (Vallina). Villa-Lobos: Momorococe para piano y orquesta (Freire). Ger-shwin: Rapsodia en blue (Gabriela Montero, piano). Orquesta Filarmonica de Buenos Aires, dirigida por Roberto Tibirica. -
Sabado 16, a las 20.30: Mozart: Concierto N? 5 para violin y orquesta (Yuzuko Horigome). Beethoven: Concierto N? 2 para piano y orquesta (Argerich, Sinfonietta Argerich). Mahler: Movimiento de Cuarteto (Hubert, Geza Hosszu-Legocky, violin, Lyda Chen Argerich y Grigory Alumyan). Rachmaninov: Sonata para cello y piano (Alumyan y Montero). Musica tradicional gitana (Geza Hosszu-Legocky y The Devils).
Lunes 18 a las 17: Dvorak: Cuarteto en Mi bemol, Op. 87 (Montero, Horigome, Chen Argerich y Alumyan). Improvisaciones a cargo de Gabriela Montero y Geza Hosszu-Legocky. Brahms: Lieder para piano, viola y mezzosoprano, Op. 91 (Winnica, Hubert y Chen Argerich). Hubert: Samba Wie Bach... oder Haydn, para cuatro pianos, xilofono y maracas (Argerich, Hubert, Montero, Alan Kwiek). Obra a determinar para dos pianos (Argerich, Freire). Musica tradicional gitana (Hosszu-Legocky y The Devils).
Sabado 23 a las 20.30: Guastavino: Romance de ausencias para dos pianos y coro (Eduardo Delgado, Hubert, Coro Estable de Rosario dirigido por Cristian Hernandez Larguia). Gomes: Obertura de El guarani. Beethoven: Fantasia para piano, coro y orquesta (Delgado, Coro Estable de Rosario), Concierto N? 4 para piano y orquesta (Nelson Goerner). Liszt: Concierto N° 1 para piano y orquesta (Martha Argerich). Orquesta Filarmonica de Buenos Aires, dirigida por Roberto Duarte.
Por Diego Fisherman
Fuente: diario "Pagina 12"
www.pagina12.com.ar
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