No. Bueno, supongo que soy bastante disciplinada. Pero no me gusta hacer sólo una cosa. Tengo que variar. Pero puedo pasar muchísimo tiempo estudiando. Ahora estuve tocando como una loca, pero cosas diferentes, ahí se me arma el lío. Además hay otras cosas que resolver. Tengo muchas personas de las que me ocupo. Y soy muy porosa. Mi casa siempre está llena de gente, me gusta mucho la cuestión abierta. A veces caen amigos de amigos. El otro día me tocaron el timbre a las cuatro de la mañana...
Es muy noctámbula.
Sí, esté donde esté mi horario es nocturno. ¿Será un problema con la luz? Soy un poco draculina.
¿Tiene la agenda muy estructurada?
Trato de escapar de eso porque no lo soporto, pero pasa. La gente quiere saber las cosas con anticipación. Yo sé que no sirve de nada porque las cosas cambian. Por ejemplo, nunca firmo contrato hasta haber tocado. Tuve muchos líos en la vida con eso, entonces prefiero firmar el contrato una vez que toqué. Y en la vida diaria... ni siquiera sé dónde estoy cuando me despierto. Muchas veces me pregunto: ¿dónde estoy? ¿Tengo que tomar el avión para ir a dónde? ¿Qué tengo que tocar esta noche?. Como viajo tanto ¿cómo voy a hacer para tener una regularidad? Y al revés, cuando estoy en casa y puedo descansar, no me gusta tener ningún horario ni obligación.
¿Qué le gusta hacer?
Ir al cine, leer. Vida normal. Ahora estoy leyendo un libro de psicología que me dio mi hija menor (Stephanie) sobre la relación entre madres e hijas. Y lo último de Kundera, La cortina. Siempre me quedo dormida viendo la televisión. Y me encanta tener la radio prendida todo el tiempo, la prefiero a las grabaciones. Por ejemplo, en la radio clásica que escucho en Bruselas, de seis a siete hay jazz. Me encanta el flamenco también.
De pronto Annie, la hija que vive en Nueva York y que Argerich tuvo con el director suizo Charles Dutoit (que este año vuelve a presentarse con ella en el Colón), dice que es hora de llevarse a Lucas, que se va con su dinosaurio de peluche colorado. También este año volverá a tocar Lyda Chen, de 41 años, la hija mayor (de su matrimonio con el director chino Chen), que tiene una hija de 13 y vive en París. Para completar el complicado mosaico internacional, la menor, Stephanie (24), hija del pianista norteamericano Stephen Bishop Kovachevsky, vive en Ginebra, Suiza. Stephie, como la llama su madre, hizo un documental sobre el Concurso Internacional de piano en 2003, que emitió Canal (á).
¿Cómo hizo para compatibilizar una profesión tan exigida con los embarazos?
Me encantaba, porque entonces podía tener vacaciones (risas). Pero bueno, tuve nada más que tres.
¿Le hubiera gustado tener más hijos, un varón por ejemplo?
Me hubiera gustado tener más vacaciones (más risas). Pero eso de mujeres y varones, no sé... Me choca mucho el tema de los roles masculinos y femeninos. A lo mejor porque mi papá siempre decía que yo hubiera tenido que ser el varón, y mi hermano la chica, porque él era muy nervioso y yo, muy fuerte. Además, mi mamá se portaba más como padre y mi papá como madre. El tenía una cosa más física y mi mamá estaba más interesada en las cosas de afuera. Cuando yo tenía doce años, mi maestro Friedrich Gulda dijo que mi manera de tocar era hermafrodita. Una vez le dijeron al violinista Gidon Kremer: "¿No tiene miedo de tocar con Martha, que es tan masculina?". "No —dijo él—, porque yo tengo un corazón femenino". Todos tenemos las dos cosas.
¿Cómo era la relación con su hermano?
El se murió, pobrecito. No estuvimos mucho tiempo juntos, pero nos queríamos muchísimo. Yo era su hermana mayor y él se sentía protegido. Fue la primera persona que quise mucho. Yo se los decía a mis hijas. Una vez estaba en Japón y mi hija Stephie me escribió: "Cuidate, mamá, porque, vos sabés, sos la primera persona que yo quise mucho".
¿Cómo vivió el hecho de haber sido una niña prodigio?
No fue tanto. Yo tocaba muy poco cuando estaba en Argentina. Por suerte no fui muy explotada con eso. Si lo pregunta en el sentido de la elección, los niños dotados para un instrumento no eligen. Pero también veo que los que no han sido forzados a elegir, no saben para dónde ir. Es algo extraño esto de la elección. Las cosas importantes finalmente parece que uno no las elige. ¿No es verdad?
¿Siente que hay algún músico que escribió para usted, que la eligió?
Una vez Gulda dijo que él podía tocar Mozart y Schubert porque era vienés. Y entonces me dijo: "No es tu culpa que Schumann no sea argentino". Como queriendo decir que había mucha afinidad.
¿Cuáles son sus músicos preferidos?
Desde muy chiquita me atrajo Beethoven, la polifonía de Bach, la virtuosidad de Paganini, pero en el violín mucho más que en el piano. Para mí el violín es algo imposible. En cambio el piano es un instrumento... bastante perverso. Es puro ilusionismo, podemos tocar solamente la máquina porque las notas están ahí. El problema del piano es el traslado. Somos los proletarios del instrumento.
Los críticos suelen notar que en su interpretación siempre hay un grado de imprevisión.
Estoy muy frustrada porque no sé improvisar, entonces me las arreglo como puedo (risas). Dicen que el agua que pasa en el río nunca es la misma. Entonces, cómo podemos nosotros pretender ser tan exactos. La vida no lo es. Hay músicos que quieren tener control absoluto, pero eso es bastante limitante porque siempre hay imprevistos. La misma persona está diferente, uno escucha diferente. Un músico que tocaba casi exactamente siempre igual era Arturo Michelangeli. Era Capricornio.
Este año la orquesta juvenil Simón Bolívar inaugura el Festival. También vuelve a tocar la Orquesta de Lugano. Son casos de orquestas formadas por chicos de condición humilde.
La experiencia venezolana es sensacional. Ahora tienen como trescientas orquestas. Y muchos músicos ya están en la Filarmónica de Berlín. En Japón trabajamos bastante en ese sentido. Toco con chicos de escuela primaria, no profesionales. Y los organizadores del Festival de Beppu tienen una idea de la música contra el crimen que ya había desarrollado Yehudi Menuhin. Se descubrió que cambiando la música pesada en los shoppings por música clásica disminuía la violencia.
¿Qué opina de la orquesta árabe-israelí de Barenboim?
Es una muy buena idea. Cada uno tiene que hacer lo que puede, ¿no?
El año pasado usted tocó en una fábrica recuperada, suele compartir su cachet y lanzar a jóvenes músicos.
Desde muy chica yo era bastante conciente de las desigualdades sociales. Mi mamá era socialista, quizás viene por ahí. Si alguien necesita algo y yo puedo dárselo... Además, cuando uno ayuda a alguien, esa ayuda puede volver por otro lado. Es como una cadena.
Domingo 28 de agosto de 2005
Revista Diario Clarín
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