En esta biografía, el periodista Olivier Bellamy cuenta los detalles
públicos y privados de Martha Argerich, una de las figuras fundamentales
de la música del presente.
El problema del investigador que quiera atarearse con
la vida de Martha Argerich es insidiosamente arduo. Todos los datos,
para quien se toma el trabajo de buscarlos, están casi a la vista, pero
su desciframiento parece imposible. Hay aquí una coincidencia con el
arte de la pianista: evidente y a la vez secreto.
En esta breve
biografía, el periodista francés Olivier Bellamy acumula, justamente,
evidencia sobre evidencia, y sitúa en un lejanísmo segundo plano sus
propias especulaciones. No consta en ningún lugar que sea una "biografía
autorizada", aunque el pudor del biógrafo, las fotos que acompañan la
edición (cedidas por la pianista) y los testimonios de primera mano
revelan que Argerich prestó su colaboración.
Desde su infancia en la
Argentina y sus estudios con el riguroso Vicente Scaramuzza hasta el
melanoma que tuvo hacia fines de la década de 1990, Bellamy no omite
nada. El biógrafo consigna que, en una ocasión, el pianista Stephen
Kovacevich, ex marido y tal vez el hombre que Argerich más quiso, le
dijo que en ella había una nena de cinco años y un muchacho de catorce.
Nocturna, caprichosa, sensible a las determinaciones zodiacales,
patológicamente tímida e increíblemente audaz, Argerich consiguió el
milagro de crecer sin dejar de ser niña.
Desde siempre se alejó
devotamente de aquello que la emociona; cuando conoció a Gérard
Depardieu, cuya voz la perturbaba, corrió a esconderse. Acaso por los
mismos motivos, mantuvo la distancia de ciertas obras (el Concierto n° 4
de Beethoven, que escuchó cuando muy chica en el Teatro Colón tocado
por Claudio Arrau) y no todos aquellos conciertos que toca más a menudo
son los que más ama.
"¡Con usted, siempre hay drama o tempestad! ¿No
desea que la amen?", le dijo una vez, irritada por la velocidad de su
tempo, Madeleine Lipatti. Claro que lo deseaba; quizá no deseara más que
eso. Pero, según se desprende de sus relaciones, había que amarla en
los extremos.
Su vida sentimental fue agitadísima; cada uno de sus
matrimonios terminó tormentosa y dolorosamente, pero conservó la amistad
con Kovacevich y con Charles Dutoit.
Sin embargo, ninguna de esas
parejas (ni Dutoit, ni Kovacevich, ni tampoco Alexandre Rabinovitch)
puede explicar la misteriosa conexión que Argerich logra con ciertas
piezas. Lateralmente, esta biografía revela mucho de otros pianistas,
pero el piano de ella sigue siendo una esfinge. Quizá nadie termine de
conocer nunca a Argerich (probablemente ella misma tampoco llegue a
conocerse a sí misma del todo). El libro de Bellamy no pretende resolver
el enigma, pero lo deja al desnudo.
Pablo Gianera - ADN Cultura
Diario La Nación - 24 de junio de 2011
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