Eran las tres de la madrugada, veníamos caminando por Lavalle,
desierta, todavía disonaban los rituales primitivos de la brillante
versión de la Consagración de la Primavera de esa noche y revoloteaba,
como decía Martha Argerich, el espíritu de Nijinsky en las tablas del
Colón, en el paso del gran bailarín por Argentina antes de entrar en las
sombras de su locura.
Del espesor de la noche aparecieron por la 9
de Julio, tambaleándose, dos vagabundos que intimidaban al grupo que se
había detenido y charlaban en un círculo de amigos donde Martha era una
más, en esa casi cálida noche de invierno. Se acercaron pidiendo
cigarrillos con palabras entrecortadas, les dimos varios e
instantáneamente uno de ellos, el otro siguió su camino, dijo
reconociendo a quien se dirigía, “señora, usted es Martha Argerich”.
Tratamos de ocultarlo, pero convencido aseguró “usted es Martha
Argerich”, y enseguida sacó su gorro oscuro de lana y viejo descubriendo
la cabeza y con respeto hizo una leve reverencia. Uno de nosotros le
pregunto cómo sabía que era Martha Argerich, para averiguar de dónde
podía conocerla, ya que no parecía posible que Martha entrara en su
mundo. ¿Acaso del Colón?, le preguntamos. “No, yo no tengo cómo entrar
al Colón, no tengo plata”, dijo. El reconocerla entre varias personas en
un lugar insólito por el horario y el momento parecía casi asombroso.
Le pidió un beso, sin vergüenza y se unieron en un abrazo y un beso
sincero durante varios minutos.
El vagabundo, quien no dio tiempo
siquiera de saber su nombre, tan anónimo era, había aparecido y
desaparecido como en un sueño de una noche de Buenos Aires.
CARDIOLOGO INTERVENCIONISTA
davidvetcher@gmail.com.ar
Cartas al País - 11 de agosto de 2014
Diario Clarín
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