martes, 30 de diciembre de 2014

"Estuve enamorado de Martha Argerich..." - Sergio Renán


La buena relación que hay entre Sergio Renán y Emilio Basaldúa, nuevo director general y artístico del Colón, permite que el cambio de gestión sea probablemente uno de las menos traumáticos de los últimos años.

De hecho, Basaldúa confirmó a LA NACION su intención de llevar adelante la temporada 2002 que dejará concluida Renán en los próximos días. Incluso trascendió que se pensó proponerle al propio cineasta que la presentara, una vez que contara con la aprobación presupuestaria, a fines de diciembre.




Con respecto a la participación de Martha Argerich como asesora artística, Sergio Renán comentó a LA NACION que estaba al tanto de las negociaciones llevadas a cabo por Jorge Telerman (Ver Notas relacionadas). Como muchos argentinos, Renán confesó no sólo su admiración por la genial pianista:


"Estuve perdidamente enamorado de ella, en el ´67. Ese año concurrí sin conocerla a las grabaciones que hizo de sonatas para chelo y piano con Pierre Fournier en el viejo Canal 7". En cuanto a sus posibles funciones, opinó: "Puede ser, en varios aspectos, útil al teatro, no cabe la menor duda. Después se verá cómo serán los espacios de participación de ella, ya que el Colón es, en lo esencial, un teatro lírico"



"Estuve enamorado de Martha Argerich"
30 de noviembre de 2001

Ver Notas relacionadas

Cierre del Festival Martha Argerich 2001 - Archivo 19 de noviembre de 2001


Festival Martha Argerich: concluyó el sábado, en el Teatro Colón

Una noche de emociones únicas

Concierto de cierre del Festival Martha Argerich. Orquesta Estable del Teatro Colón. Director: Pedro Ignacio Calderón. Solistas: Martha Argerich, piano; Ivry Gitlis, violín. Programa: José Pablo Moncayo: "Huapango"; Tchaikovsky: Concierto para violín y orquesta, Op. 35, y Concierto para piano y orquesta, Op. 23. Teatro Colón.



Fueron tantas y de tal intensidad las vivencias que arrojó el concierto de cierre del Festival Martha Argerich que, aun cuando nunca parece pertinente reducir un comentario exclusivamente a sus aspectos sonoros, en esta ocasión sería absolutamente inapropiado. La práctica habitual de la música académica se remite a la remake de obras conocidas. En consecuencia, las observaciones críticas se reducen a tratar de "explicar" las características y las visiones, cuando las hay, que los artistas tienen de las obras que tocan. Sin embargo, el modelo corriente hace agua por varios costados cuando dos músicos superiores enaltecen de tal modo el arte de la interpretación que el concierto sería completamente distinto, aun con las mismas obras, si los solistas hubieran sido otros. Concretamente, más allá de Tchaikovsky, nadie que no hubiera sido estrictamente Ivry Gitlis o Martha Argerich podría haber producido un resultado sonoro siquiera similar ni generado una emoción semejante a la que flotó, mágica y abundantemente, por el Colón. 

Gitlis es un personaje singular. Su atuendo es extravagante y de difícil descripción y su imagen es más cercana a la del profesor Emett Brown de "Volver al futuro" que a la de cualquier músico conocido en actividad. En consonancia, su interpretación fue tan diferente como apasionante. Su lectura del Concierto para violín de Tchaikovsky no tiene nada que ver con cualquier otra que se recuerde. Su versión es rapsódica, cambiante, caprichosa si se quiere e impredecible. Toda su ejecución está al servicio de una idea fuertemente expresiva y no atenida a convenciones. Es probable que muchos espectadores hayan mostrado alguna desazón ante su sonido "rascado", su falta ocasional de vibrato o sus afinaciones dudosas. Pero algo quedó claro: Gitlis hace música, vive lo que toca y transpira, literalmente, para que su interpretación tenga intensísimas pulsaciones humanas. Salvando todas las distancias y las objeciones, como lo hacía Maria Callas, Ivry sacrifica limpiezas, purismos y toques académicos para lograr una versión profundamente emocional, bohemia y vital del concierto de Tchaikovsky. 

Obviamente, seguir los fraseos y los arranques pasionales de Gitlis no es tarea sencilla. En este sentido hay que elogiar abiertamente a Calderón, que, al frente de la Estable, estuvo atentísimo a lo que su solista le planteaba sin preavisos, en abierto desafío a la rutina. Además, dentro de la propuesta musical del violinista, el ajuste milimétrico, imposible de ser logrado, no parecía ser un requerimiento impostergable. La impresionante ovación que sobrevino al final fue tan espontánea como merecida. Gitlis había dejado en claro que es un artista cabal, con ideas, coraje y personalidad suficientes como para ofrecer una versión singular y atrapante de una obra que no debería ser sólo una excusa para el virtuosismo y la interpretación de frases bellas. Como agradecimiento, anunciado en un cocoliche ítalo-francés, habló de Buenos Aires y, en homenaje a la ciudad, improvisó una melodía expresiva, muy cromática y zigzagueante. Exactamente lo que de él podía esperarse. 

Personalidad Milagrosa

Después de la pausa, fue el momento de Martha. Con el riesgo de reiterar afirmaciones ya vertidas en estos días, en su última visita del 99 o a lo largo de varias décadas, todo lo que hace Martha es trascendental. Cuando se sienta frente al teclado, y para esto no hay hechos fehacientemente demostrables, se tiene la sensación de que algo notable y superior está por ocurrir. Y, generalmente, las impresiones se confirman. Sólo ella puede opacar a una orquesta sinfónica sacudiendo el piano con los acordes ascendentes del comienzo del Concierto para piano de Tchaikovsky. Y los mismos dedos que asombraron con semejante potencia son los que, unos instantes después, desgranan una frase con una delicadeza de sutilezas infinitas. Hasta tal punto es la atracción que ejerce que las miradas y la atención no pueden apartarse de sus manos y su entrega. 

Martha puede transformar un concierto tan conocido en algo tan sorprendente y atrayente. Para ella nada es difícil, nada es imposible y todo está al servicio de la expresión más sublime. Martha es el fuego y la poesía, la energía y el canto. "No habrá ninguna igual, no habrá ninguna", dijo el poeta recordando un amor perdido. Cuesta admitir que definición tan precisa y tan exacta no haya sido concebida pensando en Martha Argerich, una personalidad milagrosa, una artista irrepetible. 

La estable y "Huapanga"

Antes de Gitlis y de Martha, la Estable interpretó "Huapango", de José Pablo Moncayo. Quizá para cubrir la "cuota" de americanismo que este festival procuró, fue sólo una buena obertura para los conciertos de Tchaikovsky. La obra, un cuadro sinfónico del nacionalismo indigenista mexicano, hubiera requerido de una interpretación más detallista y puntillosa por parte de la orquesta, organismo cuyo tarea habitual, cabe recordarlo, es la ópera y no la actividad sinfónica o concertante. Pero dado que después de las faenas de Ivry y de Martha pocos se acordaban de Moncayo -en esta oportunidad, lo mismo hubiera ocurrido con Mozart, Verdi o Debussy- y de algunos desatinos de la orquesta, no parece equivocado atribuirle a este concierto la máxima calificación.


Cierre del Festival Martha Argerich 2001 - Archivo 19 de noviembre de 2001
Pablo Kohan

Megaconcierto del Festival Argerich 2001 en Buenos Aires con una maratón musical inolvidable (Archivo 17 de noviembre de 2001)


El festival: un megaconcierto con clima de recital íntimo

Desde la tarde hasta la noche -de 14 a 23-, la gran pianista ofreció una maratón musical junto a sus amigos y colegas

Desde las dos de la tarde hasta las once de la noche, Martha Argerich transformó la gran sala del Teatro Colón en el intimista living de su casa, para poder así compartir con más gente su cotidiano placer de hacer música entre amigos. 

Argerich recibió el cariño de su público. Miguel Méndez
Es que el megaconcierto del Festival Argerich lo fue en tanto maratónica jornada musical "en continuado" más que por despliegue de producción al estilo de los espectáculos del mundo del rock. 

Mientras la ciudad estaba en plena ebullición y el sol resurgía con todo luego de la tormenta del mediodía, alrededor de 2000 personas -en un alto porcentaje eran jóvenes estudiantes de música- ingresaba en el Colón para sumarse a la fiesta. 

Se encontraban con el inmenso escenario del Colón vacío, con la campana acústica instalada y con el piano de cola ubicado en la parte delantera. A los dos costados, anticipando lo que vendría, se acumulaban el segundo piano y unas cuantas sillas y atriles apilados. Más tarde, alguien aportó cuatro inmensos jarrones con sendos arreglos florales con la intención de "ocultarlos" un poco y "vestir" la escena. 

Entonces, nada de luces ni fuegos artificiales, ni grandes despliegues escénicos: sólo la música y los músicos amigos de Martha Argerich para hacer que el tiempo transcurriera en forma amena y descontracturada. Así fue como se sucedieron numerosos cambios de programa y, cosa poco usual para los conciertos clásicos, abundaron los fluidos diálogos con el público, que pudo ingresar a las partes I, II y III en forma gratuita. 

La función comenzó con el pianista Ricardo Castro, quien interpretó obras de Chopin y Heitor Villa-Lobos y continuó con la interpretación del "Andante y variaciones" para dos pianos, dos chelos y corno, de Schumann, a cargo de Argerich junto a Mauricio Vallina en el otro piano, Víctor Aepli y Jorge Bergero en chelo y Fernando Chiappero, los tres últimos solistas de la Camerata Bariloche. 

Como ocurriría durante toda la jornada, Argerich tocó leyendo la partitura y aportando su energía incontenible a la versión, que levantó la primera ovación de la tarde. 

Luego llegó uno de los momentos más inauditos -en el sentido literal del término- de la jornada. La venezolana Gabriela Montero subió al escenario y, con su simpatía caribeña, explicó que desde niña tenía la costumbre de improvisar y que desde hace algún tiempo lo hacía a partir de temas propuestos por la gente. 

La venezolana no hace ni más ni menos que recuperar para la música clásica una práctica ampliamente extendida durante siglos, pero abandonada en la última centuria (Bach, Mozart y Beethoven fueron célebres improvisadores, por ejemplo). 

Con la "Marcha turca", de Mozart, y "El día que me quieras", de Gardel y Le Pera, se pudo escuchar su notable habilidad en la materia, que despliega a través del uso de un lenguaje armónico y pianístico netamente romántico. Y cuando se lanzó a una nueva improvisación sobre un vals de su país natal quedó en claro que Gabriela Montero también tiene swing para la música popular. Fue notable la interpretación que ofreció como cierre de su ovacionada presentación con la Sonata N° 1, de Alberto Ginastera. Pocas veces se escuchó tanta calidad técnica unida a un modo de interpretación que puso en primer plano el sustento "folk" de la obra del compositor argentino. 

Música por la paz

La segunda parte del megaconcierto tuvo como lema "En la tierra, paz y amor", propuesto por el pianista argentino Eduardo Delgado a partir de la fuerte conmoción que le produjo el atentado ocurrido en Nueva York en septiembre último. Esa es la ciudad en la que está radicado. Por eso se dirigió al público para explicar su estado espiritual. Después de agradecer y recordar la circunstancia de haber sido el primer becario del Mozarteum Argentino y que por ello pudo desarrollar su carrera en el exterior y radicarse en los Estados Unidos, explicó las razones de la selección de obras que iba a ejecutar de un modo continuado, a partir de un coral de Bach, la "Danza de los espíritus bienaventurados", de "Orfeo y Euridice", de Gluck; el nocturno de Chopin, las obras de Schumann, una elevación al cielo y el interrogante ¿por qué? de toda la humanidad; Piazzolla y, por fin, Guastavino, como un merecido homenaje al compositor argentino fallecido el año último. 

Más allá de la referencia programática de la selección, fue un deleite escuchar a Delgado por la excelencia de sus versiones, cada una de ellas con un encuadre estilístico impecable, sobrias y expresivas, con una ejecución de mecanismo sin fisuras, de muy bello sonido y clarísima articulación. Por eso fue ovacionado con entusiasmo. 

Pero todavía faltaba que Delgado se amalgamara con Martha Argerich para dar una inolvidable versión de los "Tres romances", para dos pianos, de Carlos Guastavino, conformada por "Las niñas", "Muchacho jujeño"y "Baile". Candor y delicadeza y un sonido subyugante fueron las virtudes para entregar el lenguaje de un compositor que se destaca por la simplicidad.

Atrapados por la música

La tercera parte del megaconcierto comenzó pasadas las cinco y media de la tarde, con la primera y breve entrada de Karin Lechner y el regreso de Mauricio Vallina, con su apasionada interpretación de obras cubanas. 

Martha Argerich ingresó nuevamente para acompañar al violinista suizo Geza Hossu Legocky. El joven músico volvió a desplegar su virtuosismo "a la Lakatos" con una breve y exhibicionista pieza de Kreisler, "Tambourin chinese", que, por la insistencia del público, fue repetida parcialmente a modo de bis. 

A continuación, Karin Lechner hizo su aporte de fondo con una magistral interpretación de "Iberia", de Albéniz, en la que mostró toda su madurez como intérprete. 

Un genial ensayo público

El cierre de la parte gratuita del megaconcierto permitió disfrutar de la vitalidad y la simpatía de ese violinista loco y genial que es Ivry Gitlis. Enfundado en un informal traje gris con cuello Mao, el violinista entró como si efectivamente estuviera en el living de Martha y comenzó pidiendo ayuda a algún forzudo del público para correr el piano, que según él estaba demasiado cerca del borde del escenario y no le dejaba lugar para tocar. 

En los tres minutos que dura la simple "Meditación", de la ópera Thaïs, de Massenet, Gitlis dejó expuesta toda su sabiduría musical. 

Lo que ocurrió después fue una experiencia única. Martha Argerich y Gitlis ingresaron en la sala para tocar una obra de fondo del repertorio de cámara de todos los tiempos: la monumental Sonata de César Franck. 

Jugando peligrosamente en el límite de la informalidad, estos dos monstruos musicales, al parecer, llegaron al escenario del Colón sin haber ensayado antes esta obra formidable. Si fue así, no se notó. 

En la entrada misma del violín, después de que Argerich presentó con absoluta delicadeza los acordes de séptima y novena que abren la Sonata, Gitlis comenzó a jugar con el fraseo y el tempo de un modo "caprichoso" para el estilo, pero absolutamente musical. Y continuaría este juego de pequeños corrimientos, acentos, cambios de tiempo y articulación durante los cuatro movimientos. 

Claro: delante del piano estaba Martha Argerich, quien se sacó chispas musicales con su genial e impredecible amigo. Era el corolario de una jornada en la que la música fue vivida intensa y libremente por Martha, por sus amigos y por el agradecido público. 

Martha Argerich se instaló en el Colón - Martín Liut

lunes, 29 de diciembre de 2014

"La música, ese misterio" - Ciencia y Salud por Nora Bär (14 de noviembre de 2001)


El espectáculo era repetido, pero no por eso menos sugerente.

Domingo a la noche. Cuarenta, cincuenta, sesenta personas esperan durante más de una hora a que se abran las puertas de la calle Tucumán. Se lanzan a las escaleras. Una vez ubicados en el último nivel, el séptimo, la fascinación: parados de puntillas en el paraíso del Teatro Colón, asisten -aunque más no sea desde las alturas- a la ceremonia ritual que los convoca: la música. 


La visión de Martha Argerich -sus manos deslizándose sobre el teclado como una sacerdotisa que embruja a sus feligreses-, de la Camerata Bariloche, de Karin Lecher, y de ese público devoto (no sólo los que, de pie, no se mueven para no perder el lugar, claro), basta para demostrar que hay en la música algo que fluye por cauces más profundos que el lenguaje. Por algo, a los ojos de la ciencia, el impulso que hace tal vez 80.000 años llevó a un anónimo Neanderthal a fabricar una flauta con el fémur de un oso es un misterio que aún no tiene explicación. 

¿Por qué les cantan las madres a sus bebes? ¿Por qué hacen música todos los pueblos de la Tierra? ¿Por qué nos acompaña en la alegría y en la tristeza? Las respuestas de los investigadores abarcan los argumentos más diversos. 

Según cuenta Josie Glasiusz en un reciente artículo de Discover, para Hajime Fukui, de la universidad japonesa de Nara, la música hace decrecer la actividad sexual. Después de lograr que 70 estudiantes escucharan música durante media hora, comprobó que los niveles de testosterona descendían en los hombres y ascendían en las mujeres. Fukui cree que, en épocas pretéritas, la música resultó ser un recurso para aliviar tensiones sexuales. 

Por su lado, Barry Bittman, neurólogo de Pennsylvania, les pidió a diez personas que tocaran el tambor durante una hora. Al tomar muestras de su sangre descubrió que tenían niveles más altos de células inmunes. Para él, la música es una señal que indica al cerebro que deben descender los niveles de la hormona del stress, el cortisol.

La investigadora de la Universidad de Toronto, Sandra Trehub, sostiene que todos poseemos una innata apreciación musical. Descubrió que si un bebe escucha una melodía con una secuencia de notas y se introduce en la grabación una nota anómala -que no pertenece a esa escala-, vuelve invariablemente la cabeza hacia el parlante. Y lo hace cada vez que la nota equivocada aparece. 

Aunque... tal vez todo esto no importe demasiado. Porque la música llega a lugares donde se desvanecen las palabras y, como decía Cervantes, "compone los ánimos descompuestos y alivia los trabajos que nacen del espíritu". 

Y esto es justamente lo que nos ocurrió a todos los que, aunque sea por un par de horas, fuimos turistas en el paraíso

Por  | LA NACION

sábado, 27 de diciembre de 2014

Schumann : Symphony No. 4 – Piano Concerto Robert Schumann Concert


Schumann : Symphony No. 4 – Piano Concerto Blu-ray Robert Schumann Concert

BA Nobel Prize Concert 2009


Concert du Prix Nobel de la Paix 2009 (Martha Argerich) DVD
Nobel Prize Concert 2009
Dmitri Shostakovich - Maurice Ravel - Sergey Prokofiev
Concert

Argerich Guerrier Verbier 2010


Verbier Festival 2009-2010 (Argerich, Guerrier) 
Ludwig van Beethoven - Dmitri Shostakovich - Georges Bizet Concert

"Martha Argerich: la mujer sin marco" por Cristina Pérez

 

Con su ingreso acontece la ovación. Martha Argerich camina hacia el piano de cola que preside el escenario. La reverencia ante el público precede al encuentro con el teclado. De las teclas parece provenir una luz que sólo en ella resplandece. A la distancia se nota el brillo en sus ojos sonrientes.

 

Parece una ceremonia nueva aunque sea la ceremonia de su vida entera: es el momento en que refriega sus manos como si sacara de esa fricción la reinvención del fuego. En sus dedos se va a librar la partitura del Concierto para piano y orquesta Número 1 de Beethoven. Ella entrecruza una mano con otra para que se expandan las palmas abiertas y los preparen una vez más para volar. La tempestad o la ínfima gota de rocío sobre la flor, todo eso escribirán esos dedos urgentes al emprender la melodía con su pausa y su explosión.

 

Hay un diálogo entre esa mujer y el piano. Hay miradas de amor. Hay descargas eléctricas que la hacen de pronto rechazarlo negándole las manos en forma intempestiva. Y hay momentos en los que se encorva como si estuviera hurgando en el trasfondo de un acorde como si fuera el fondo del mar. Hay caricias laboriosas donde ella pareciera tejer los sonidos con las manos completando la tarea de las cuerdas que se esconden bajo el bastidor. Hay pausas de espera y sensualidad, en las que se balancea entre las olas de su propio solfeo o acomoda hacia un costado su cabello abundante que irradia blanco y negro en degradé, con sus propios sostenidos y bemoles, como las teclas del piano. No sería Martha Argerich si llevara el pelo recogido. Su libertad voluptuosa y selvática que aleja a las solemnidades lo habría impedido.


Ella sigue sonriendo mientras se deja completar por el piano y lo reanima una vez más. Como si fuera un hombre al que despierta con caricias y vaivenes de la piel y la provocación. Alguien me susurra en el palco que alguna vez Daniel Barenboim dijo de ella: “Martha es una obra de arte perfecta que no tiene marco”.  Así es ella, desbordante y oceánica.

 

Cristina Pérez - Periodista argentina  Agradecimientos Blog de Cristina Pérez 


Nota del Editor: Texto inspirado en la performance de Martha Argerich dirigida por Daniel Barenboim y junto a la orquesta West Eastern Divan. 3 de Agosto de 2014, Teatro Colon

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jueves, 25 de diciembre de 2014

Colón: ¿apto para todo público? - Martha declaró que abrigaba esperanzas de que la música clásica abandonase su carácter elitista: "Por eso me gustaría que viniera gente que nunca asiste a conciertos" - Archivo La Nación (11 de noviembre de 2001)


Entrelíneas
Los intentos de abrir el horizonte chocan contra resistencias, justas y de las otras

Sergio Renán confiaba hace algunos años en conversaciones reservadas, poco después de asumir la dirección del Teatro Colón, que las principales resistencias a su idea de acrecentar el público de la ópera y la música clásica las había encontrado en el corazón de la comunidad musical. Es un sentimiento de rechazo arraigado en espíritus que, por tradición e ideología, son profundamente conservadores. 

Hay una escena que es muy frecuente en la sala del Colón, cada vez que se presenta alguna figura prestigiosa capaz de convocar la atención de un público nuevo, poco entrenado en los géneros de la música académica: segundos antes de que concluya la obra, los extranjeros que abarrotan las graderías más altas, llevados por el fervor y desoyendo viejos hábitos de conducta, se precipitan en un aplauso; la impetuosa celebración es abruptamente llamada a silencio, sin excepciones, por un chistido ensordecedor. Esa marca territorial dejada por los escandalizados melómanos tiene un poder simbólico fenomenal.


La cuestión de democratizar el acceso a la música culta cada tanto regresa a escena. Esta vez acaba de devolverla a los primeros planos de la información Martha Argerich, la excepcional pianista argentina que llegó a Buenos Aires para presentarse en un festival que desde anoche la tiene como su principal estrella. Durante una conferencia de prensa, la artista afirmó que abrigaba esperanzas de que la música clásica abandonase su carácter elitista: "Por eso me gustaría que viniera gente que nunca asiste a conciertos", resumió, y nadie podrá sospecharla de intenciones populistas.

Las expresiones de Argerich se escucharon apenas horas antes de que el Colón sirviera como escenario de una experiencia excepcional. Un ejército de artistas de variedades y de circo invadió la sala mayor del coliseo, anteanoche, durante la representación de una obra instrumental de Mauricio Kagel. En la partitura de "Varieté", el compositor argentino anota que su pieza instrumental puede aceptar una puesta en escena sólo si ésta incluye la presencia de magos, equilibristas, hipnotizadores, patinadores y bailarines exóticos. En los pasillos del teatro y durante los ensayos, artistas y maestros internos se preguntaron qué tipo de público tendría una experiencia tan inusual. No sería extraño que algunos habitués del teatro hayan percibido esa irrupción no tanto como una provocación estética sino como una amenaza.

Lo que hay que preguntarse es a cuál de estos dos riesgos teme con más fuerza el ala conservadora de la comunidad musical: el primero de esos peligros puede traer la vulgarización de los materiales artísticos y la pasteurización de los géneros musicales; el segundo entraña el debilitamiento de un espacio de pertenencia que esos sectores sociales protegen con el celo con que se defiende un coto de caza, en la certeza de que les concede privilegio y prestigio. Ambos riesgos son, al menos en parte, ciertos. 

El primero de ellos es un mal de esta época. La producción de megaespectáculos con la presencia de grandes estrellas (desde Julio Bocca hasta Zubin Mehta o Luciano Pavarotti) es muchas veces sospechosa, favorecida por estrategias de marketing que están lejos de cualquier interés artístico y muy cerca de réditos políticos. Los resultados llegan a ser bochornosos, con artistas que trituran repertorios populares o ensayan versiones enfáticas y grandilocuentes (y, por eso, de pobre envergadura artística) de hits de la lírica o la música sinfónica. 

En el otro platillo de la balanza está la vocación sincera por acercar esos géneros a oyentes nuevos, sin estridencias innecesarias, procurándole información rigurosa y educando su oído. Es una tarea más lenta, que desdeña artificios y golpes de efecto. Es menos visible, también, de modo que ese rasgo la vuelve incómoda o acaso inútil a los ojos de los funcionarios públicos y aun de los patrocinadores, que necesitan espectáculos pomposos que consoliden sus marcas y justifiquen así sus inversiones de marketing. 

El segundo peligro que vislumbran los habitués más ortodoxos de la música clásica abre un tema de debate bastante más complejo. En esa defensa del territorio propio no entran en juego consideraciones artísticas sino cuestiones sociales, ideológicas y de poder. Al fin, el ardor con que se protege ese espacio recuerda a veces el modo en que los monjes medievales custodiaban los manuscritos iluministas. Lo que estaba en juego entonces (y también ahora) era la apropiación del conocimiento, la belleza y el saber.

Por Víctor Hugo Ghitta

"La maratón de Martha Argerich" - Archivo La Nación (9 de noviembre de 2001)

Teatro Colón: comienza una semana de acontecimientos artísticos atípicos

Presenta la edición porteña de los festivales que hace por el mundo y que incluyen sesiones musicales de doce horas

De excelente humor, Martha Argerich hizo su primera aparición pública en Buenos Aires anteayer, al sumarse a la conferencia de prensa en la que se anunció el lanzamiento del festival que llevará su nombre y llenará el Teatro Colón con la mejor música clásica, universal y latinoamericana, durante una semana.

El llamado Festival Martha Argerich, Punto de Encuentro Buenos Aires 2001 -que se desarrollará entre mañana y el sábado 17, enteramente en el Colón- incluye tres conciertos de música de cámara, dos sinfónicos y un megaconcierto, que supone que en la sala principal del Colón habrá música casi en forma ininterrumpida desde las dos de la tarde hasta las 11 de la noche, el jueves próximo. Además, se realizará una serie de master classes dirigidas a violinistas, pianistas y grupos de cámara.


El formato es similar a los Festivales Argerich que la notable pianista argentina viene realizando en diversas ciudades de Japón, Italia y Alemania. A todos ellos Martha les pone su nombre, pero sobre todo su fuego artístico y entrega, para que estas maratones musicales lleguen a buen puerto. De lo que se trata, en síntesis, es de compartir con el público lo que más le gusta: tocar junto a sus amigos y colegas grandes obras de todos los tiempos.

"Tengo muchos amigos con los que hago música de cámara, y estos festivales nos permiten desarrollar una actividad intensa, no sólo con ellos, sino también dando cabida a los jóvenes intérpretes", explicó la pianista durante la conferencia de prensa que se realizó en un salón del hotel Crown Plaza.

En el capítulo porteño del festival participarán como solistas los pianistas argentinos Eduardo Hubert, Karin Lechner, Eduardo Delgado, la cubana Zenaida Manfugás, Gabriela Montero, Mauricio Vallina y los violinistas Ivry Gitlis y Geza Hosszu-Legocky. Este último, de tan sólo 15 años, también estuvo presente en la conferencia de prensa, ya que será el reemplazante del pianista brasileño Nelson Freire, que no pudo asistir -según explicó Argerich- debido a un problema en una de sus manos. Junto a estos destacados solistas estarán tres grupos locales: la tradicional Camerata Bariloche, la Orquesta Estable del Teatro Colón y los chicos de la Orquesta Académica, que vivirán, seguramente, una experiencia inolvidable al compartir el escenario con la más grande pianista argentina de todos los tiempos.

Es que, como explicó Argerich, lo que más le gusta de estos festivales es la posibilidad de compartir la música con todos. "La primera vez hicimos un festival de tres días en Zurich; después lo hicimos en Salzburgo y luego en Pescara, Italia. Allí, por ejemplo, vinieron dos de las finalistas de mi primer concurso: la japonesa Etsuko Hirose y la rumana Eva Marton, y también toqué junto con Eduardo Hubert unos arreglos para dos pianos de Piazzolla que hizo él. El festival también se hace desde hace tres años en Beppu, Japón", dijo, entusiasmada.

Según contó Martha, fue precisamente durante el transcurso de la edición japonesa cuando su hermano, Juan Manuel Argerich, le propuso hacer el festival en Buenos Aires "Mi hermano me preguntó por qué no lo hacía aquí también. Y bueno, para mí es un honor poder tocar en el Colón. Espero que sea una semana agradable, alegre y que traiga algo nuevo a la ciudad", comentó

Con respecto al perfil de la semana, Argerich enfatizó su deseo de hacer hincapié en la música y los músicos de esta parte del mundo: "Por eso incluimos a muchos autores e intérpretes latinoamericanos", explicó.

También por esta razón, la pianista comentó que tiene por delante mucho trabajo de estudio, ya que interpretará obras nuevas para ella en su repertorio, incluyendo dúos para piano de Guastavino, con el rosarino Eduardo Delgado, por ejemplo. Siempre sin perder la sonrisa, explicó: "Tengo muchísimo trabajo; interpretaré cosas que nunca toqué antes porque queríamos hacer programas extensos y variados", aseguró la pianista, que en la actualidad tiene su residencia en Bruselas, aunque pasa gran parte del año recorriendo el mundo con su arte.

La curiosidad parece ser uno de los grandes motores de esta artista infatigable. Comentó: "Uno sigue siendo un eterno estudiante. Siempre se pueden aprender cosas nuevas, aunque ahora estoy un poco mayorcita".
Por eso, el panorama a futuro se le muestra lleno de nuevos desafíos por cumplir, como la incursión cada vez más profunda en la obra de Brahms y también su nueva "asignatura pendiente": el Concierto para piano, de Ginastera. "Tenía que haberlo preparado para un concierto de homenaje a la Argentina que ofrecimos con Charles Dutoit y la Orquesta de Montreal en Nueva York, pero no pude aprenderlo a tiempo", confesó, casi como una chica descubierta en falta.

La esperanza de Argerich es ayudar, mediante esta maratón musical, a que la música clásica "no sea tan elitista. Por eso me gustaría que viniera gente que nunca asiste a conciertos", señaló.

Con respecto a las master classes para violín, piano y música de cámara, para las que los postulantes deberán presentarse pasado mañana, a las 11, Argerich aclaró que no serán impartidas por ella. Sin embargo, luego de comentar que durante la semana iba a estar muy ocupada con ensayos y estudios, prometió que se dará alguna vuelta por las clases, en las que seguramente se presentarán jóvenes músicos de todo el país.

La siguiente es la lista de conciertos del Festival Argerich:
  • Mañana, a las 20.30:Orquesta Estable del Teatro Colón. Director: Roberto Tibiricá. Solistas: Martha Argerich, Nelson Freire, Zenaida Manfugás, piano. Programa: George Gershwin: Rhapsody in Blue; Pablo de Sarasate: Aires Gitanos, opus 20; Maurice Ravel: Concierto en sol mayor para piano y orquesta.
  • Pasado mañana, a las 21: Camerata Bariloche. Concertino: Fernando Hasaj. Solistas: Martha Argerich, Eduardo Hubert, Karin Lechner, piano. Mozart: Concierto para piano y cuerdas en do mayor, K. 415; Robert Schumann: Quinteto en mi bemol mayor, opus 44; Alberto Ginastera: Pampeana N° 1, opus 16; Nino Rota: Concertino per archi; Camille Saint-Sa‘ns: "El carnaval de los animales".
  • Jueves 15, "Megaconcierto": Orquesta Académica del Teatro Colón (director: Guillermo Scarabino); Camerata Bariloche. Solistas: Martha Argerich, Eduardo Delgado, Eduardo Hubert, Mauricio Vallina, Ricardo Castro, Gabriela Montero, Zenaida Manfugás, Karin Lechner, Ivry Gitlis y Geza Hosszu-Legocky.
  • A las 12: Programa. Carlos Guastavino: "Llanura"; Manuel de Falla: "Danza ritual del fuego" (de "El amor brujo"); Ernesto Lecuona: Danzas cubanas; Juan Bautista Plaza: Sonatina; Heitor Villa-Lobos: Homenaje a Chopin; Isaac Albéniz: El Puerto y Triana (Iberia); Alberto Ginastera: Primera sonata para piano, opus 22, e Improvisaciones sobre temas dados.
  • A las 18: Robert Schumann: Andante y variaciones para dos pianos, dos chelos y corno, en si bemol mayor, opus 46; Moritz Moszkowski: Danza española para ocho manos; Federico Chopin: Nocturnos; Claude Debussy: Sonata para violín y piano; Johann Sebastian Bach/Ferruccio Busoni: Preludio del Coral "Que venga ahora el Salvador de los gentiles"; Christoph Willibald Gluck/Giovanni Sgambati: Danza de los espíritus bienaventurados (Orfeo); Federico Chopin: Nocturno en do sostenido menor, opus póstumo; Schumann: Piezas fantásticas opus 12: Elevación; Schumann/Liszt: Dedicación; Astor Piazzolla: "Adiós Nonino"; Carlos Guastavino: Tres romances para dos pianos: "Las niñas", "Muchacho jujeño" y "Baile".
  • A las 20.30, Ludwig van Beethoven: Trío Opus 70 N° 1 en re mayor, "De los fantasmas" para piano, violín y chelo. Astor Piazzolla: Tangos del diablo, "Tres minutos con la realidad".
  • Viernes 16, a las 20.30: Concierto de cámara. Wolfgang Amadeus Mozart: Doble concierto en mi bemol mayor, K. 365; Heitor Villa-Lobos: Bachiana brasileira N° 9; Ottorino Respighi: Tercera Suite; Wolfgang Amadeus Mozart: Concierto en mi bemol mayor para piano y orquesta, K. 271, "Jeunehomme".
  • Sábado 17, a las 21.30: Concierto de clausura con la Orquesta Estable del Teatro Colón. Director: Pedro Ignacio Calderón. Solistas: Martha Argerich, Ivry Gitlis. Obras de Tchaikovski.
Las entradas para la Semana Argerich están en venta en la boletería del Teatro Colón
09 de noviembre de 2001

lunes, 22 de diciembre de 2014

"¡Qué lindo Entre Ríos, me encantó!"... Martha Argerich del Colón a las fábricas recuperadas (Compilado de notas 2004)


Por Walter Goobar


Es la gran pianista argentina de toda la historia y ya tiene lugar entre las mejores del mundo. La que impone sus condiciones para cada presentación. La que detesta a la prensa y mira esquiva a las cámaras. Los críticos la califican de imprevisible, temperamental y torturada, pero algo la llevó a Martha Argerich a cambiar la acústica y el terciopelo del Teatro Colón, por un galpón industrial con techo de chapa en Villa Martelli. Muy probablemente, esta fue la primera vez en su vida que Martha Argerich pisó una fábrica.
“No hay cultura culta y cultura popular; hay una sola cultura que es la que sentimos todos”, dijo después de las ovaciones.

Junto con el pianista Eduardo Hubert, el violinista Eduardo Gintoli y el bandoneonista Néstor Marconi, ofreció el mismo repertorio que en el Teatro Colón. La diferencia es que tocaba justo debajo de un puente grúa capaz de levantar 20.000 kilos con bobinas de acero de la ex metalúrgica Wasserman, que en la actualidad emplea a 85 trabajadores.

Orgullosos trabajadores de la planta y de otras fábricas recuperadas con sus familias se apretujaron con gente de clase media que llegó hasta Martelli para escuchar obras de Tchaicovsky, Bartok, Brahms y Piazzolla. No era el ámbito natural ni el público habitual con los que se codea la artista; sin embargo, tocó como una endemoniada. El resultado fue el de siempre: magia y ovaciones.

Su acento indefinido, su voz tenue y su mirada tímida contrastan con la explosión de sus carcajadas y con la potencia de sus interpretaciones frente al piano. Sea en Bruselas –que es donde reside–, en Nueva York, donde recala, o en Buenos Aires, de donde estuvo ausente 13 años, Argerich parece querer rodearse de un muro invisible e infranqueable.

“De lo único que te habla es de la energía, el horóscopo (es geminiana), del feng-shui y esas cosas”, dice uno de los funcionarios de la Secretaría de Cultura que la acompañaron a Villa Martelli con la consigna de mantener a raya a la prensa. Sin embargo, en ese galpón con techo de zinc y rodeada de un público inusual, esta mujer frágil que teme la soledad y la muerte se concedió el permiso para jugar con el público y con la música.

Capaz de prohibir un documental sobre su vida o de suspender un concierto si el azar le juega una mala pasada o si se siente acosada por cronistas, en contadas oportunidades ha explicado cómo llegó a ser una de las más grandes pianistas de la historia.

Argerich dice que “nunca” supo que iba a ser pianista. “Aún no lo sé. Por ahí es un poco infantil hablar de esa manera, pero yo soy un poco infantil. Un poco, porque si lo fuera del todo no lo diría. En general, no me siento establecida en ningún aspecto. Es como si estuviera siempre construyéndome. Pero pienso que eso es la vida: hasta que nos morimos estamos siempre construyéndonos.”

A los dos años, un amigo de cinco la molestaba diciéndole lo que ella no podía hacer y él sí. Un día, el amigo aseguró que Martha no podía tocar el piano, porque era demasiado chiquita. Y ella fue hasta el piano del jardín de infantes y, con un dedo, tocó las canciones que cantaba la maestra. La maestra llamó a los padres. Los padres le compraron un instrumento y la llevaron a estudiar.

“Eso de responder a desafíos –ha declarado– tiene su lado bueno y su lado malo. Porque sigo haciéndolo. De una manera mucho más maquillada pero sigo siendo así, y muchas veces me obligo a aguantar y a sufrir cosas terribles con el único argumento de que puedo hacerlo. ¿Y cuál es el sentido? ¿Para qué hay que tolerar lo que nos hace mal?”

“Ella nos dijo que conocía el fenómeno de las fábricas recuperadas y quería saber de qué manera nos organizábamos. Quería ver la fábrica en funcionamiento y prometió venir de sorpresa”, cuenta Alejandro Coronel, de 38 años, miembro del consejo de administración de la Cooperativa Los Constituyentes. “La otra gran duda de Argerich era qué había pasado con los dueños”, agrega Pascual Nieva, de 47 años, presidente de la cooperativa.
Argerich se fastidia con el acoso de los fanáticos y de los medios, pero en la fábrica se armó de una desconocida paciencia. A una admiradora que la acosaba con un grabador para que le enviara un saludo a cada miembro de su familia, recién la despachó luego de la décima dedicatoria.
“Imaginate: para nosotros es como una mujer de otro planeta y de pronto nos pidió para ir al baño...”, cuenta Alejandro.

“Se quedó encerrada y empezó a los gritos”, completa Pascual.
Consciente de que no estaba ante un público acostumbrado a la música clásica, Argerich desde el piano ordenaba al público: “Aplaudan” o “Ahora no”.

Se veía que disfrutaba el momento. No tocaba por compromiso. En determinado momento el pasador de página le colocó la partitura al revés y, tras fulminarlo con la mirada, Argerich se sonrió y se entregó totalmente.
A pesar de que no parece una artista con compromiso social, la política tuvo bastante que ver con el destino de la familia Argerich. “Papá y mamá se conocieron en la Facultad de Ciencias Económicas –contó Martha–. Ella era o nce años menor y era una de las tres o cuatro mujeres que estudiaban allí. Papá era presidente de su partido, el radical, y mamá era la presidenta del suyo, el socialista. Y así se encontraron y empezaron a pelearse y se enamoraron.”

Aunque la pianista no quiso explicitar las razones por las que decidió participar en el programa “Música en las fábricas”, de la Secretaría de Cultura, una vieja deuda pendiente con su madre –ya fallecida– y un desopilante encuentro con Juan Domingo Perón (ver aparte) operaron el milagro de llevarla a Villa Martelli.

En la madrugada posterior a un concierto en el Colón, Argerich se reunió con un puñado de amigos. De pronto, el tema cambió abruptamente, y Martha deslizó un ideal: “Quiero hacer algo por el país, estar más tiempo. ¡Cómo me gustó estar en Salta, Tucumán, Mendoza, Córdoba, Entre Ríos! ¡Qué lindo Entre Ríos, me encantó! Y aquí, ¡qué bueno el público! Fueron cálidos, respetuosos... hasta percibí ese no sé qué, la sensación de advertir que había una mayoría de amantes de la música en serio, y muy conocedores”.

Bajo ese puente grúa de Villa Martelli, Argerich le hizo un guiño cómplice a esa madre que desde algún lugar la estaría mirando. Por primera vez en mucho tiempo sintió que estaba haciendo algo por el país.

Walter Goobar

Una de pizza y champán

La historia de la cooperativa Los Constituyentes comenzó a andar hace apenas dos años, cuando la firma se encontraba en concurso preventivo de acreedores. Un año después fue arrendada por los propios trabajadores y el Poder Legislativo de la provincia de Buenos Aires sancionó las leyes 12.996 y 13.039 entregando la planta industrial y las maquinarias en comodato al colectivo que hoy la mantiene en actividad. La fábrica –que fue inaugurada por Carlos Menem– pertenecía a Ignacio Wasserman. En 2001 entró en una crisis profunda. “Nosotros sabíamos que iban a hacer un vaciamiento y que nos quedábamos todos en la calle. Por eso decidimos instalarnos adentro y formar una cooperativa”, dice Pascual Nieva. “Para Navidad de 2001 tuvimos que salir a pedir a un mercado que nos fiara porque no teníamos para comer. Les prometimos que con el primer trabajo que tuviéramos les íbamos a pagar –agrega Alejandro Coronel–. Acá se fabricaban 12.000 toneladas mensuales de caños y de repente la empresa empezó a caer. El dueño entró en la timba del dólar... Wasserman era un empresario muy ligado a Menem y a la pizza con champán. Él quería despedir a 30 personas (la mitad del personal) y producir sólo 1.500 toneladas por mes. Nosotros le dijimos que no.” Los trabajadores no tenían recursos para comprar la materia prima, por eso los primeros clientes tuvieron que traer la chapa y la cooperativa sólo cobraba la mano de obra. Ahora, los 50 miembros de la cooperativa han tenido que contratar más personal y hoy dan trabajo a 85 personas.


QUE LA MUSICA LLEGUE
Por Néstor Marconi*
Revista Veintitrés
Numero edicion: 330      
04/11/2004

Uno elige esta profesión para llegar a la gente de todas las maneras posibles. Y la música en las fábricas es una manera más de llegar a un público que muy difícilmente nos vaya a ver a un teatro como el Colón o a un lugar como el Club del Vino. Tengo una frase que repito siempre: “La música es la más grande de las artes. Pobre de aquel que no se divierta y no esté feliz de hacerla”. No sé por qué Martha se enganchó, pero en el fondo debe tener un alma humilde. Entre el público vi caras llenas de emoción porque habrán pensado que nunca la oirían o saludarían. Hay gente que paga una entrada carísima y no puede llegar a darle la mano y en la fábrica hubo gente que la tocó, que habló con ella, que recibió un autógrafo. Ella misma se permitió cosas que en otros ámbitos no se permite, como tocar en un trío. La pregunta obligada era cómo se sentía tocando en una fábrica. Creo que su mejor respuesta fue no darle importancia a la diferencia. Como ella misma dijo: “Tengo que tocar y es lo único que me importa hacer. Aquí o en algún teatro”.
*Bandoneonista, acompañó a Argerich en el este concierto

El desopilante encuentro con Perón

Cuando Argerich tenía 12 años, el general Perón la citó en la Casa Rosada: 

“Yo no era muy peronista; me acuerdo que siempre estaba pegando por todos lados papelitos que decían ‘Balbín-Frondizi’”, confesó Argerich cuando narró el episodio a Diego Fischerman en la revista Clásica. Perón, que la había escuchado en el Colón, la recibió con una pregunta: “¿Y adónde querés ir, ñatita?”. “Y yo quería ir a Viena, para estudiar con Gulda. A él le gustó que no quisiera ir a Estados Unidos. Lo más cómico fue que mi mamá, para congraciarse, le dijo que a mí me encantaría tocar un concierto en la UES. Y parece que yo debo haber puesto una cara bastante reveladora de que la idea no me gustaba porque Perón le empezó a seguir la corriente a mamá, diciéndole ‘por supuesto señora, vamos a organizarlo’, mientras me guiñaba un ojo y, por debajo de la mesa, me hacía con un dedo que no. El la estaba cargando a mamá y a mí me tranquilizaba. Se dio cuenta de que yo no quería. Fantástico, ¿no? Y le dio un trabajo a mi papá. Lo nombró agregado económico en Viena. Y a mamá le dijo que le parecía que ella también era muy inteligente, emprendedora y capaz, y le consiguió otro puesto en la embajada.”

MARTHA METALÚRGICA

Por Torcuato S. Di Tella*

¿Por qué hacerle tocar a Martha Argerich música clásica en una fábrica reciclada por sus trabajadores? Para peor, en Villa Martelli. Bueno, a Martha Argerich nadie la obligó. Ella venía de tocar en el Hotel Llao Llao, en la semana musical, donde costaba unos cuantos pesos alojarse para poder escucharla a ella y a otros ejecutantes. ¿Cultura para la elite y cultura para el pueblo? Sí, y cada uno con las comodidades que están a su alcance, pero el producto cultural fue igual. Si a unos se les ofrece Beethoven, y a otros una murga, hay quienes protestan. Si se les ofrece lo mismo, también protestan. ¿No se dan cuenta del efecto reparador de ir hacia quienes tienen dificultad de llegar? Y nada menos que en una industria rehabilitada por acción de la voluntad solidaria. ¿Pero será posible que no se den cuenta del significado del evento, que se propaga como las ondas de una piedra lanzada en un lago, hasta muy lejos de su impacto inicial?
 
*Secretario de Cultura de la Nación
Revista Veintitrés
Numero edicion: 330      
04/11/2004
 

jueves, 18 de diciembre de 2014

El arte y el terror - Archivo Diario La Nación (18 de octubre 2001)


Cuando la existencia toca fondo y las vidas se ven amenazadas, el arte puede parecer un empeño vacuo y fácilmente reemplazable por actividades o acciones de naturaleza práctica y orientación asistencial. El 11 de septiembre, la periodista Annie Dutoit vio desde la ventana de su departamento en Nueva York lo que todos vimos en la televisión de manera simultánea y desde los rincones más alejados de la Tierra negándonos a creer en aquello que se nos mostraba. 


Como les ocurrió a decenas de miles de personas en todo el mundo, la señorita Dutoit pensó inmediatamente que necesitaba comunicarse con sus padres y hacerles saber que ella no estaba en las Torres Gemelas, sino a una distancia suficientemente reparadora. En este caso particular, la madre de Annie es la pianista argentina Martha Argerich y el padre es el músico Charles Dutoit, un matrimonio que se rompió hace más de treinta años conservando, sin embargo, una amistad sostenida por la común pasión que a ambos envuelve: la música. 

Annie Dutoit contó maravillosamente la historia de ese día en un documento publicado por la revista argentina Clásica, arte y cultura, en su entrega del mes de octubre, pero la narración no detalla el desborde y el terror neoyorquino sino la íntima historia del matrimonio de sus padres a partir de las llamadas que en la mañana de aquel martes se cruzaron entre los tres. 

Y es aquí donde aparece la vacuidad que desencadena la tragedia. Dutoit, desde Australia, le dice a su hija que está a punto de ir a un ensayo, "pero me pregunto para qué, todo esto es tan insignificante ahora". Martha Argerich, desde Bruselas, musita: "Los únicos profesionales de utilidad en este momento son los médicos y los bomberos". 

La joven Dutoit, en el centro del drama, desestima esas opiniones; ella sabe que su madre siempre dudó del valor de su profesión y fue más una esclava de su propio genio que de una convicción insobornable, a la que, sin embargo, no renunció nunca. Sabe, además, que tanto ella como su padre deben presentarse en Nueva York para actuar juntos en un concierto en el Carnegie Hall y no ignora que ambos están profundamente afectados por lo que acaba de ocurrir. Martha Argerich se siente además indignada, en el relato de la revista Clásica le dice a su hija que hay mucha hipocresía en el mundo de la política y en las declaraciones altisonantes de los medios se declara harta "de esta fachada". Y añade que sólo sabe una cosa: "Sé que puedo confiar en mis fuerzas e intentar ser solidaria y tolerante con mis semejantes". 

"Estos son los valores -escribe Annie Dutoit- que siempre trató de inculcar en sus hijos: creer en una sociedad sostenida por individuos y no por principios abstractos, y cumplir con ella misma de la mejor manera posible". Y es lo que hizo. Al apelar a sus fuerzas, Martha Argerich volvió a confiar en el arte, siempre posible y generoso, aún en momentos en que las razones para vivir parecen perder pie.

Por Rodolfo Rabanal
18 de octubre 2001

domingo, 14 de diciembre de 2014

"Entre Abbado y Beethoven, Argerich" - Archivo Diario La Nación (02 de marzo de 2001)


VIENA.- "¡Qué orquesta!" fue lo que se me ocurrió decirle cuando, vencidos ambos por el frío, la encontré de improviso caminando sola por una desierta avenida de Viena. Veníamos de escuchar el segundo de los seis conciertos en los que Claudio Abbado, con la Orquesta Filarmónica de Berlín y junto a cinco solistas rutilantes, está recreando las sinfonías y los conciertos para piano de Beethoven. Sabía que mi interlocutora asentiría porque la había visto sentada entre el público ubicado en la primera fila de sillas colocadas en el escenario mezcladas con la orquesta. Después de seguir con sus gestos cada compás, había explotado en una exclamación de júbilo al concluir la Séptima Sinfonía, anticipando una ovación que fue interminable. "¡Increíble!", coincidió conmigo la interpelada, Martha Argerich. 


Y entonces comenzamos a hablar de orquestas, de directores, de ovaciones, que el día anterior, en la inauguración del ciclo, habían sido para ella cuando brindó una versión inolvidable del segundo concierto de Beethoven, obra poco frecuentada en la que supo encontrar una línea conductora de una gran profundidad, acompañada por un director y una orquesta singulares. No se equivocó el crítico que dijo: "Martha Argerich eleva el hacer música a la categoría de un arte existencial". 

Al cabo de un ciclo similar llevado a cabo durante la semana anterior en la Academia de Santa Cecilia en Roma, considerado como uno de los acontecimientos más importantes en el mundo musical, la Filarmónica de Berlín se trasladó al Musikverein de Viena, el templo de la música clásica. Esa sala toda dorada, en la que hasta el increíble sonido parece dorado, fue construida en 1870 y desde entonces despierta la admiración de quienes experimentan su acústica singular. Lo resumió el director Bruno Walter: "La primera vez que dirigí en el Musikverein constituyó para mí una experiencia inolvidable. ¡Sólo entonces supe que la música podía ser tan bella!" 

A diferencia de las catedrales de piedra que están siempre expuestas a la admiración de todos, las catedrales de sonidos deben ser recreadas cada vez. Esa titánica tarea de reconstrucción que ha emprendido Abbado con los berlineses dejará un recuerdo imborrable en quienes hemos tenido la fortuna de compartirla. Porque se trata de eso, de una experiencia compartida, de seguir paso a paso y con asombro, la obra maestra de la recreación del paisaje del alma. Recurriendo a una orquesta de no más de 50 músicos, reducida en relación al potencial de la Filarmónica de Berlín, Abbado está utilizando una nueva versión crítica de las partituras realizada por Jonathan Del Mar, cuyo resultado es una trama musical más ligera, más abierta, en la que se percibe cada frase de cada familia instrumental -virtud de una orquesta sin par- conservando, curiosamente, la fuerza requerida por ciertos pasajes que suenan como si la formación fuera varias veces más grande. Abbado, que como se ha dicho aquí tiene dos lenguas maternas, el italiano y la música, conduce a sus artistas con una suprema elegancia y con una fuerza de convicción que parecen desmentir su manifiesto deterioro físico. 

Jornadas inolvidables las tres vividas hasta ahora: una Tercera Sinfonía conmovedora como pocas, una Séptima que fue la esencia del ritmo, una Octava cristalina y arrolladora. En cuanto a los conciertos, el tercero bellamente interpretado por el ruso Evgeny Kissin, tal vez algo hierático en su enfoque, el cuarto en el que la portuguesa Maria Joäo Pires demostró la finura de su exposición y el ya mencionado segundo, en el que con una seguridad y un sonido admirables, deslumbró Martha Argerich. A propósito, prometió estar en Buenos Aires en septiembre, aunque dijo no saber aún si actuaría en nuestra ciudad. Sin duda, es preciso que lo haga.

 

Una experiencia inolvidable

Es difícil resignarse a aceptar que todo ha terminado. Que ya no sonará más la maravillosa música que ocupó, todo entero, el aire de la sala del Musikverein de Viena durante las seis jornadas dedicadas por Claudio Abbado y la Orquesta Filarmónica de Berlín a recrear las sinfonías y los conciertos para piano de Beethoven. Una vez más comprobamos que, como bien lo señala Beatriz Sarlo en uno de sus ensayos, "la fugacidad de la experiencia directa del original parece siempre una amenaza a la felicidad". Y lo es, como pueden atestiguarlo los miles de personas que ovacionaron hasta el agotamiento a Abbado y a sus músicos al concluir la Novena sinfonía el sábado pasado. Caía una catarata de flores amarillas sobre el escenario y hasta las cariátides doradas, que circundan la imponente sala, parecían haber derramado alguna lágrima, acompañando a quienes integrábamos un público que, a juzgar por algunas zonas del espléndido auditorio, hacía pensar que el concierto se desarrollaba en Tokio. Nadie quería partir. Buscábamos prolongar ese momento de felicidad que sabíamos tan fugaz y, por eso, irrepetible. 

Los tres últimos conciertos, que culminaron con la interpretación antológica de la Novena sinfonía, cuyo tercer movimiento pareció una canción entonada por una sola voz, tuvieron momentos inolvidables. Abbado descubrió para nosotros la riqueza expresiva inusitada de una Segunda sinfonía escasamente interpretada. ¡Qué decir de la Quinta, tan transitada, que lució nueva, resplandeciente! La introducción del segundo movimiento, a cargo de los violoncellos y las violas, sonó como nunca antes y los vientos, con una precisión y un fraseo incomparables, testimoniaron una riqueza sonora poco habituales. La Sexta, que parece ser la preferida del director, resultó no menos impactante ya que permitió descubrir una compleja textura sonora que habitualmente no se alcanza a percibir. 

En lo que respecta a los conciertos para piano, en el Primero se lució el nuevo prodigio, el torinés Gianluca Cascioli, de 21 años, con una sonoridad y una línea melódica notables, a pesar de algunas licencias atribuibles a su actitud de "enfant terrible". En cuanto al Quinto, el "Emperador", no podía haber encontrado mejor intérprete que Maurizio Pollini, una de las cumbres del arte pianístico contemporáneo. Habituado a trabajar con Abbado, con quien se conoce desde la juventud, Pollini demostró su autoridad y su profunda musicalidad, especialmente en el segundo movimiento, un ejemplo de poesía sonora.

 

Además, Brendel

Falta agregar que, además, escuché la Filarmónica de Viena, dirigiendo Paul Boulez la Tercera sinfonía de Mahler, la Sinfónica de Viena con David Zinman en la Novena del mismo compositor y a Alfred Brendel interpretando música para piano e instrumentos de cuerdas, festejando su 70º cumpleaños. 

En fin, habrá que aceptar que la semana ha concluido y con ella, se cierra una experiencia singular. Tal vez, quien mejor haya expresado esta sensación sea el escritor italiano Alessandro Baricco, quien, en oportunidad del ciclo similar que la Filarmónica de Berlín llevó a cabo en Roma durante la semana que precedió al de Viena, dijo: "Frente a acontecimientos como este, uno piensa que no le sucederán muchas otras veces en la vida y que, además, es sólo música clásica, de acuerdo. Pero éstas no han sido noches cualquiera y nunca lo serán. Me imagino lo que hará el recuerdo dentro de algunos años: levitará a mito, a relato épico, a hipérbole fantástica. Nos volveremos insoportables, relataremos estos conciertos a jóvenes que nos mirarán sin poder comprender si deben o no creernos y nosotros, entre una artritis y un bypass, haremos con las manos grandes gestos en el aire y diremos que ahora ciertas cosas no se escuchan más, entonces sí, aquéllos sí eran años, aquélla era música, escuchen los discos y aprendan. Nos habremos vuelto insoportables y maravillosos. No veo la hora". 

Por Guillermo Jaim Etcheverry Especial para La Nación 
Archivo Diario La Nación
02 de marzo 2001