Festival Martha Argerich: concluyó el sábado, en el Teatro Colón
Una noche de emociones únicas
Concierto de cierre del Festival Martha Argerich.
Orquesta Estable del Teatro Colón. Director: Pedro Ignacio Calderón.
Solistas: Martha Argerich, piano; Ivry Gitlis, violín. Programa: José
Pablo Moncayo: "Huapango"; Tchaikovsky: Concierto para violín y
orquesta, Op. 35, y Concierto para piano y orquesta, Op. 23. Teatro
Colón.
Fueron tantas y de tal intensidad las vivencias que arrojó el concierto de cierre del Festival Martha Argerich que, aun cuando nunca parece pertinente reducir un comentario exclusivamente a sus aspectos sonoros, en esta ocasión sería absolutamente inapropiado. La práctica habitual de la música académica se remite a la remake de obras conocidas. En consecuencia, las observaciones críticas se reducen a tratar de "explicar" las características y las visiones, cuando las hay, que los artistas tienen de las obras que tocan. Sin embargo, el modelo corriente hace agua por varios costados cuando dos músicos superiores enaltecen de tal modo el arte de la interpretación que el concierto sería completamente distinto, aun con las mismas obras, si los solistas hubieran sido otros. Concretamente, más allá de Tchaikovsky, nadie que no hubiera sido estrictamente Ivry Gitlis o Martha Argerich podría haber producido un resultado sonoro siquiera similar ni generado una emoción semejante a la que flotó, mágica y abundantemente, por el Colón.
Gitlis es un personaje singular. Su atuendo es extravagante y de difícil
descripción y su imagen es más cercana a la del profesor Emett Brown de
"Volver al futuro" que a la de cualquier músico conocido en actividad.
En consonancia, su interpretación fue tan diferente como apasionante. Su
lectura del Concierto para violín de Tchaikovsky no tiene nada que ver
con cualquier otra que se recuerde. Su versión es rapsódica, cambiante,
caprichosa si se quiere e impredecible. Toda su ejecución está al
servicio de una idea fuertemente expresiva y no atenida a convenciones.
Es probable que muchos espectadores hayan mostrado alguna desazón ante
su sonido "rascado", su falta ocasional de vibrato o sus afinaciones
dudosas. Pero algo quedó claro: Gitlis hace música, vive lo que toca y
transpira, literalmente, para que su interpretación tenga intensísimas
pulsaciones humanas. Salvando todas las distancias y las objeciones,
como lo hacía Maria Callas, Ivry sacrifica limpiezas, purismos y toques
académicos para lograr una versión profundamente emocional, bohemia y
vital del concierto de Tchaikovsky.
Obviamente, seguir los fraseos y los arranques pasionales de Gitlis no
es tarea sencilla. En este sentido hay que elogiar abiertamente a
Calderón, que, al frente de la Estable, estuvo atentísimo a lo que su
solista le planteaba sin preavisos, en abierto desafío a la rutina.
Además, dentro de la propuesta musical del violinista, el ajuste
milimétrico, imposible de ser logrado, no parecía ser un requerimiento
impostergable. La impresionante ovación que sobrevino al final fue tan
espontánea como merecida. Gitlis había dejado en claro que es un artista
cabal, con ideas, coraje y personalidad suficientes como para ofrecer
una versión singular y atrapante de una obra que no debería ser sólo una
excusa para el virtuosismo y la interpretación de frases bellas. Como
agradecimiento, anunciado en un cocoliche ítalo-francés, habló de Buenos
Aires y, en homenaje a la ciudad, improvisó una melodía expresiva, muy
cromática y zigzagueante. Exactamente lo que de él podía esperarse.
Personalidad Milagrosa
Después de la pausa, fue el momento de Martha. Con el riesgo de reiterar
afirmaciones ya vertidas en estos días, en su última visita del 99 o a
lo largo de varias décadas, todo lo que hace Martha es trascendental.
Cuando se sienta frente al teclado, y para esto no hay hechos
fehacientemente demostrables, se tiene la sensación de que algo notable y
superior está por ocurrir. Y, generalmente, las impresiones se
confirman. Sólo ella puede opacar a una orquesta sinfónica sacudiendo el
piano con los acordes ascendentes del comienzo del Concierto para piano
de Tchaikovsky. Y los mismos dedos que asombraron con semejante
potencia son los que, unos instantes después, desgranan una frase con
una delicadeza de sutilezas infinitas. Hasta tal punto es la atracción
que ejerce que las miradas y la atención no pueden apartarse de sus
manos y su entrega.
Martha puede transformar un concierto tan conocido en algo tan
sorprendente y atrayente. Para ella nada es difícil, nada es imposible y
todo está al servicio de la expresión más sublime. Martha es el fuego y
la poesía, la energía y el canto. "No habrá ninguna igual, no habrá
ninguna", dijo el poeta recordando un amor perdido. Cuesta admitir que
definición tan precisa y tan exacta no haya sido concebida pensando en
Martha Argerich, una personalidad milagrosa, una artista irrepetible.
La estable y "Huapanga"
Antes de Gitlis y de Martha, la Estable interpretó "Huapango", de José
Pablo Moncayo. Quizá para cubrir la "cuota" de americanismo que este
festival procuró, fue sólo una buena obertura para los conciertos de
Tchaikovsky. La obra, un cuadro sinfónico del nacionalismo indigenista
mexicano, hubiera requerido de una interpretación más detallista y
puntillosa por parte de la orquesta, organismo cuyo tarea habitual, cabe
recordarlo, es la ópera y no la actividad sinfónica o concertante. Pero
dado que después de las faenas de Ivry y de Martha pocos se acordaban
de Moncayo -en esta oportunidad, lo mismo hubiera ocurrido con Mozart,
Verdi o Debussy- y de algunos desatinos de la orquesta, no parece
equivocado atribuirle a este concierto la máxima calificación.
Cierre del Festival Martha Argerich 2001 - Archivo 19 de noviembre de 2001
Pablo Kohan
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