martes, 30 de diciembre de 2014

Megaconcierto del Festival Argerich 2001 en Buenos Aires con una maratón musical inolvidable (Archivo 17 de noviembre de 2001)


El festival: un megaconcierto con clima de recital íntimo

Desde la tarde hasta la noche -de 14 a 23-, la gran pianista ofreció una maratón musical junto a sus amigos y colegas

Desde las dos de la tarde hasta las once de la noche, Martha Argerich transformó la gran sala del Teatro Colón en el intimista living de su casa, para poder así compartir con más gente su cotidiano placer de hacer música entre amigos. 

Argerich recibió el cariño de su público. Miguel Méndez
Es que el megaconcierto del Festival Argerich lo fue en tanto maratónica jornada musical "en continuado" más que por despliegue de producción al estilo de los espectáculos del mundo del rock. 

Mientras la ciudad estaba en plena ebullición y el sol resurgía con todo luego de la tormenta del mediodía, alrededor de 2000 personas -en un alto porcentaje eran jóvenes estudiantes de música- ingresaba en el Colón para sumarse a la fiesta. 

Se encontraban con el inmenso escenario del Colón vacío, con la campana acústica instalada y con el piano de cola ubicado en la parte delantera. A los dos costados, anticipando lo que vendría, se acumulaban el segundo piano y unas cuantas sillas y atriles apilados. Más tarde, alguien aportó cuatro inmensos jarrones con sendos arreglos florales con la intención de "ocultarlos" un poco y "vestir" la escena. 

Entonces, nada de luces ni fuegos artificiales, ni grandes despliegues escénicos: sólo la música y los músicos amigos de Martha Argerich para hacer que el tiempo transcurriera en forma amena y descontracturada. Así fue como se sucedieron numerosos cambios de programa y, cosa poco usual para los conciertos clásicos, abundaron los fluidos diálogos con el público, que pudo ingresar a las partes I, II y III en forma gratuita. 

La función comenzó con el pianista Ricardo Castro, quien interpretó obras de Chopin y Heitor Villa-Lobos y continuó con la interpretación del "Andante y variaciones" para dos pianos, dos chelos y corno, de Schumann, a cargo de Argerich junto a Mauricio Vallina en el otro piano, Víctor Aepli y Jorge Bergero en chelo y Fernando Chiappero, los tres últimos solistas de la Camerata Bariloche. 

Como ocurriría durante toda la jornada, Argerich tocó leyendo la partitura y aportando su energía incontenible a la versión, que levantó la primera ovación de la tarde. 

Luego llegó uno de los momentos más inauditos -en el sentido literal del término- de la jornada. La venezolana Gabriela Montero subió al escenario y, con su simpatía caribeña, explicó que desde niña tenía la costumbre de improvisar y que desde hace algún tiempo lo hacía a partir de temas propuestos por la gente. 

La venezolana no hace ni más ni menos que recuperar para la música clásica una práctica ampliamente extendida durante siglos, pero abandonada en la última centuria (Bach, Mozart y Beethoven fueron célebres improvisadores, por ejemplo). 

Con la "Marcha turca", de Mozart, y "El día que me quieras", de Gardel y Le Pera, se pudo escuchar su notable habilidad en la materia, que despliega a través del uso de un lenguaje armónico y pianístico netamente romántico. Y cuando se lanzó a una nueva improvisación sobre un vals de su país natal quedó en claro que Gabriela Montero también tiene swing para la música popular. Fue notable la interpretación que ofreció como cierre de su ovacionada presentación con la Sonata N° 1, de Alberto Ginastera. Pocas veces se escuchó tanta calidad técnica unida a un modo de interpretación que puso en primer plano el sustento "folk" de la obra del compositor argentino. 

Música por la paz

La segunda parte del megaconcierto tuvo como lema "En la tierra, paz y amor", propuesto por el pianista argentino Eduardo Delgado a partir de la fuerte conmoción que le produjo el atentado ocurrido en Nueva York en septiembre último. Esa es la ciudad en la que está radicado. Por eso se dirigió al público para explicar su estado espiritual. Después de agradecer y recordar la circunstancia de haber sido el primer becario del Mozarteum Argentino y que por ello pudo desarrollar su carrera en el exterior y radicarse en los Estados Unidos, explicó las razones de la selección de obras que iba a ejecutar de un modo continuado, a partir de un coral de Bach, la "Danza de los espíritus bienaventurados", de "Orfeo y Euridice", de Gluck; el nocturno de Chopin, las obras de Schumann, una elevación al cielo y el interrogante ¿por qué? de toda la humanidad; Piazzolla y, por fin, Guastavino, como un merecido homenaje al compositor argentino fallecido el año último. 

Más allá de la referencia programática de la selección, fue un deleite escuchar a Delgado por la excelencia de sus versiones, cada una de ellas con un encuadre estilístico impecable, sobrias y expresivas, con una ejecución de mecanismo sin fisuras, de muy bello sonido y clarísima articulación. Por eso fue ovacionado con entusiasmo. 

Pero todavía faltaba que Delgado se amalgamara con Martha Argerich para dar una inolvidable versión de los "Tres romances", para dos pianos, de Carlos Guastavino, conformada por "Las niñas", "Muchacho jujeño"y "Baile". Candor y delicadeza y un sonido subyugante fueron las virtudes para entregar el lenguaje de un compositor que se destaca por la simplicidad.

Atrapados por la música

La tercera parte del megaconcierto comenzó pasadas las cinco y media de la tarde, con la primera y breve entrada de Karin Lechner y el regreso de Mauricio Vallina, con su apasionada interpretación de obras cubanas. 

Martha Argerich ingresó nuevamente para acompañar al violinista suizo Geza Hossu Legocky. El joven músico volvió a desplegar su virtuosismo "a la Lakatos" con una breve y exhibicionista pieza de Kreisler, "Tambourin chinese", que, por la insistencia del público, fue repetida parcialmente a modo de bis. 

A continuación, Karin Lechner hizo su aporte de fondo con una magistral interpretación de "Iberia", de Albéniz, en la que mostró toda su madurez como intérprete. 

Un genial ensayo público

El cierre de la parte gratuita del megaconcierto permitió disfrutar de la vitalidad y la simpatía de ese violinista loco y genial que es Ivry Gitlis. Enfundado en un informal traje gris con cuello Mao, el violinista entró como si efectivamente estuviera en el living de Martha y comenzó pidiendo ayuda a algún forzudo del público para correr el piano, que según él estaba demasiado cerca del borde del escenario y no le dejaba lugar para tocar. 

En los tres minutos que dura la simple "Meditación", de la ópera Thaïs, de Massenet, Gitlis dejó expuesta toda su sabiduría musical. 

Lo que ocurrió después fue una experiencia única. Martha Argerich y Gitlis ingresaron en la sala para tocar una obra de fondo del repertorio de cámara de todos los tiempos: la monumental Sonata de César Franck. 

Jugando peligrosamente en el límite de la informalidad, estos dos monstruos musicales, al parecer, llegaron al escenario del Colón sin haber ensayado antes esta obra formidable. Si fue así, no se notó. 

En la entrada misma del violín, después de que Argerich presentó con absoluta delicadeza los acordes de séptima y novena que abren la Sonata, Gitlis comenzó a jugar con el fraseo y el tempo de un modo "caprichoso" para el estilo, pero absolutamente musical. Y continuaría este juego de pequeños corrimientos, acentos, cambios de tiempo y articulación durante los cuatro movimientos. 

Claro: delante del piano estaba Martha Argerich, quien se sacó chispas musicales con su genial e impredecible amigo. Era el corolario de una jornada en la que la música fue vivida intensa y libremente por Martha, por sus amigos y por el agradecido público. 

Martha Argerich se instaló en el Colón - Martín Liut

No hay comentarios:

Publicar un comentario