lunes, 29 de diciembre de 2014

"La música, ese misterio" - Ciencia y Salud por Nora Bär (14 de noviembre de 2001)


El espectáculo era repetido, pero no por eso menos sugerente.

Domingo a la noche. Cuarenta, cincuenta, sesenta personas esperan durante más de una hora a que se abran las puertas de la calle Tucumán. Se lanzan a las escaleras. Una vez ubicados en el último nivel, el séptimo, la fascinación: parados de puntillas en el paraíso del Teatro Colón, asisten -aunque más no sea desde las alturas- a la ceremonia ritual que los convoca: la música. 


La visión de Martha Argerich -sus manos deslizándose sobre el teclado como una sacerdotisa que embruja a sus feligreses-, de la Camerata Bariloche, de Karin Lecher, y de ese público devoto (no sólo los que, de pie, no se mueven para no perder el lugar, claro), basta para demostrar que hay en la música algo que fluye por cauces más profundos que el lenguaje. Por algo, a los ojos de la ciencia, el impulso que hace tal vez 80.000 años llevó a un anónimo Neanderthal a fabricar una flauta con el fémur de un oso es un misterio que aún no tiene explicación. 

¿Por qué les cantan las madres a sus bebes? ¿Por qué hacen música todos los pueblos de la Tierra? ¿Por qué nos acompaña en la alegría y en la tristeza? Las respuestas de los investigadores abarcan los argumentos más diversos. 

Según cuenta Josie Glasiusz en un reciente artículo de Discover, para Hajime Fukui, de la universidad japonesa de Nara, la música hace decrecer la actividad sexual. Después de lograr que 70 estudiantes escucharan música durante media hora, comprobó que los niveles de testosterona descendían en los hombres y ascendían en las mujeres. Fukui cree que, en épocas pretéritas, la música resultó ser un recurso para aliviar tensiones sexuales. 

Por su lado, Barry Bittman, neurólogo de Pennsylvania, les pidió a diez personas que tocaran el tambor durante una hora. Al tomar muestras de su sangre descubrió que tenían niveles más altos de células inmunes. Para él, la música es una señal que indica al cerebro que deben descender los niveles de la hormona del stress, el cortisol.

La investigadora de la Universidad de Toronto, Sandra Trehub, sostiene que todos poseemos una innata apreciación musical. Descubrió que si un bebe escucha una melodía con una secuencia de notas y se introduce en la grabación una nota anómala -que no pertenece a esa escala-, vuelve invariablemente la cabeza hacia el parlante. Y lo hace cada vez que la nota equivocada aparece. 

Aunque... tal vez todo esto no importe demasiado. Porque la música llega a lugares donde se desvanecen las palabras y, como decía Cervantes, "compone los ánimos descompuestos y alivia los trabajos que nacen del espíritu". 

Y esto es justamente lo que nos ocurrió a todos los que, aunque sea por un par de horas, fuimos turistas en el paraíso

Por  | LA NACION

No hay comentarios:

Publicar un comentario