martes, 9 de diciembre de 2014

"Argerich, dueña de la única alegría argentina" - Premio Grammy Mejor Instrumental Solista año 2000


Perfil: con el Grammy que conquistó anteanoche, la pianista sumó otro galardón a su impresionante trayectoria artística.


Después de 35 minutos de aplausos, la sala se puso de pie y cantó el legendario "Stalla Iat" (Que viva usted cien años) únicamente entonado años atrás en homenaje a Arturo Rubinstein. Pero la nueva destinataria era argentina y su concierto de esa noche en Varsovia aparecía como confirmación del primer premio conquistado en el Concurso Chopin de 1965, en el que había derrotado a 76 participantes de unos 30 países. María Martha Argerich tenía entonces 24 años y la acompañaba su primera hija Lyda, de cinco, fruto del matrimonio recientemente disuelto con un compositor asiático. 

Ya sabía bien de qué se trata la pelea por sus derechos artísticos. En 1957, cuando contaba con 16 años, la hija de Juana Heller y el profesor de matemática Juan Manuel Argerich había salido desde su natal Buenos Aires y bajado sola del tren en la ciudad italiana de Bolzano. Llegó aterida hasta la sede del premio Busoni, vacante desde siete años atrás. La gente de la ciudad se asombró cuando días después vio en las calles a una adolescente flacucha de pelo largo y oscuro llevada en andas por aficionados a la música, habitualmente serios y mesurados. 

Cuando el 22 de octubre de 1946 tocó en el teatro Astral junto a los alumnos de Ernestina Corma de Kussrow, nadie podía adivinar que las salas de concierto serían el ámbito natural para esta niña que, tres años más tarde, sería presentada en el mismo teatro por Vicente Scaramuzza, el maestro más evocado por Martha en sus recuerdos. 

Tiempo después, el 6 de noviembre de 1953, volvió a tocar en público en el San Martín. Ya nadie se engañaba sobre las posibilidades reales de esta pianista, a quien muy pocos trataban como "niña prodigio". Por esos días, en una de las visitas a Buenos Aires de Friedrich Gulda, alguno de sus allegados lo llevó a la casa de Martha. "Que venga a Viena y yo mismo seré su maestro", afirmó el pianista austríaco recientemente fallecido. 

Pero luego de las primeras 17 lecciones, Gulda confesó: "Yo no tengo más nada que enseñarle". Fue la bendición musical para Martha porque de Viena fue directamente a Ginebra para estudiar con la esposa de Dinu Lipatti, el músico que en la década del 50 cambió el aspecto de la interpretación musical y condicionó lo que sucedería con los pianistas en el resto del siglo.

Un camino ascendente

De aquí en adelante, su vida ingresa en una línea ascendente que sólo ella misma frenaría cada tanto para poner límites a una carrera contra reloj en la que se niega a embarcarse frente a las propuestas de un mercado ávido de fenómenos artísticos. El estilo de Argerich, su concentración en repertorios que descartan la variedad indiscriminada, la separan del resto en la escena interpretativa actual. Su escrupulosidad musical es inatacable, y la profundización en las obras que toca permite descubrir aspectos que no estaban a la vista. 

Hace mucho tiempo que Martha tiene su agenda absolutamente colmada. Sus tres hijas de otros tantos matrimonios, su dedicación a la música de cámara con un grupo de amigos, todos ellos grandes instrumentistas (aunque ahora está muy concentrada en la práctica musical con su actual marido, el compositor y pianista ruso Alexandre Rabinovitch), sus largas caminatas y sus jornadas nocturnas dedicadas al estudio obstinado diseñan su vida de todos los días. Cada tanto debe trasladarse a algún sitio para recibir un premio y siempre lo hace con humildad. Parecería que no quiere dejarse absorber por la autosatisfacción de los premios. La autosatisfacción no tiene mucho que ver con Martha Argerich.

El disco

Con el disco que le dio el Grammy, Argerich se aparta de los románticos que habían sellado parte de su perfil. Pero su visión de las obras de Prokofiev y Bartok, además de desgranar con poco común claridad dos lenguajes fundamentales de la contemporaneidad musical, muestra en ella esa tormenta interna de la que siempre hablaba el viejo maestro Scaramuzza. 

La Nación Espectáculos
25 de febrero 2000
Jorge Aráoz Badí

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