domingo, 30 de noviembre de 2014

"Bloody Daughter" - Nota de Deutsche Welle


No es fácil ser hija de una leyenda del piano. Stéphanie Argerich ha volcado su experiencia en “Bloody Daughter”, donde el espectador es testigo de la grandeza y la fragilidad de su madre, la mítica Martha Argerich.

Ha dirigido una película honesta y conmovedora, que se pasea entre el humor y el drama en un arriesgado ejercicio de equilibrio emocional. Stéphanie Argerich es hija de la mítica pianista de origen argentino Martha Argerich y del también pianista Stephen Kovacevic. Sus padres vivieron poco tiempo juntos y Stéphanie se crió junto a su madre en un ambiente musical.

La más joven de las tres hermanas Argerich comenzó en la adolescencia a grabar escenas de la vida familiar con una cámara que su madre le trajo de Japón. La película documental Bloody Daughter ofrece pinceladas de la compleja relación de Stéphanie con sus progenitores, sobre todo con su madre, una persona alejada de la prensa, que en el film aparece en situaciones de desnudez emocional. En un principio, Stéphanie Argerich se resiste a hacer la entrevista en español, escarmentada tras una mala experiencia con la prensa argentina, que buscó en sus palabras y en la película Bloody Daughter un lado perverso de Martha Argerich. Sin embargo, pronto accede a hablar este idioma, que no aprendió de su madre, sino con las niñeras, en el colegio y en diversos viajes.

Deutsche Welle: ¿Por qué su madre no le habló en castellano?

Stéphanie Argerich: Eso forma parte del misterio de la familia. Ella se alejó de su cultura, de su país, cuando tenía 12 años y no volvió a vivir allá. Por otra parte, el idioma francés, que habla a la perfección, era una forma de acercarse a Europa, la tierra de los compositores. Ahora, en cambio, le gustaría acercarse a sus orígenes: hace unos años se puso a tocar tangos y está más en contacto con Latinoamérica, haciendo música o viajando. Dice que aquello es más divertido que Europa. (Risas)

Hay un momento especial en la película, en el que usted y su madre viajan a Buenos Aires y recorren el Jardín Botánico, donde la pianista paseaba con su padre, con quien guardaba una estrecha relación.

Mi madre me ha contado que su padre supuso una gran influencia en su personalidad. Le contaba historias, cosas mágicas… Estimuló mucho su parte artística, su imaginación, y le hizo experimentar el riesgo. Por ejemplo, caminaban junto a un río tomados de la mano y, de repente, la soltaba por un momento. Esa sensación de riesgo es algo que está muy presente en su forma de tocar. Mi madre estaba más unida emocionalmente a su padre que a su madre, que tenía una manera de ser más distante.

La poderosa, casi masculina, forma de tocar el piano de Martha Argerich ¿podría tener que ver con esta estrecha relación entre ambos?

No sé si viene de su padre o es su propia identidad. En la película, lo dice bien claro: “No me sentía como una mujer”. Siempre se sintió andrógina. Con los años, la maternidad y las experiencias personales, fue siendo consciente de su condición femenina.

Siendo Martha Argerich muy joven, quedó embarazada y no encontró la manera de ejercer de madre con su hija mayor, Lyda, que pasó varios años en un orfanato. Sin embargo, después, Martha Argerich ha entablado una relación maternal –aunque muy especial- con su hermana Annie y con usted y es como una especie de madre musical para muchos jóvenes intérpretes, que hablan maravillas de la generosidad de Argerich.

Le encanta ayudar a los jóvenes. Para eso está abierta y dispuesta como muy pocos otros músicos… A veces, incluso demasiado, pero es algo que ella disfruta. En cuestión de maternidad, mi madre aprendió con el tiempo. Al principio, fue duro. ¡Si ni siquiera sabía que era una mujer, imagínese lo que es ser una madre! Hay cosas del pasado que no se pueden cambiar, que quedan y duelen. Ahora es incluso difícil para ella entender lo que sucedió. En ese sentido, ha cambiado bastante. A los veintitantos años era muy salvaje. Me contó, por ejemplo, que nunca lloraba… En cambio ahora llora muy fácilmente. Ha habido una evolución.
Seguramente, usted misma, dentro de 20 años, haría una película sobre su familia muy distinta a Bloody Daughter…
¡Hoy mismo haría una película diferente! (Risas) Hay cosas que ya siento de otra manera…

Por cierto, ¿a usted le gusta la música clásica? ¿No guarda una relación contradictoria con ella?

No, en absoluto. Me encanta y me conmueve como pocas cosas. Siempre estuve rodeada de música y, en lugar de dormirme con nanas, como otros niños, me dormía con el Concierto no 3 de Prokofiev…
En un momento de la película usted dice: “Siendo niña, mi madre me contó su vida privada sin filtros”. Ahora es usted quien nos narra sin filtros la intimidad de Martha Argerich: no solo es que la veamos en pijama, sino que asistimos también a sus crisis personales y artísticas.

Ciertamente, la película es muy íntima, pero no se trata de romper ningún mito. Yo creo que su misterio continúa. Mi madre es una persona muy profunda y compleja. La película puede mostrar una parte de ella, pero no todo, ni tampoco era esa mi intención. Hay pudor en la forma de mostrar las cosas. En cualquier caso, no pensé para nada en el público, hice la película para mí.

Es brutal el contraste entre la Marta Argerich que sale al escenario y toca de forma poderosa y la Martha Argerich pocos minutos antes de actuar, que padece ataques de angustia, expresándose casi como una niña pequeña…

Sí, pasa de una cosa a la otra… Como artista, mi madre arriesga y nunca está segura de que le vaya a salir bien. En su forma de tocar siempre hay un componente de fragilidad. Y cuando uno hace un retrato de una persona a la que quiere, lo hace con todas sus dimensiones. Se quiere a las personas con sus fortalezas y sus debilidades, con sus lados más oscuros.

¿Cómo reaccionaron sus padres al ver su trabajo?

Se la puse a los dos al mismo tiempo. Mi padre está muy orgulloso. Para mi madre, lo más difícil es verse físicamente, porque no se reconoce. Se preguntó por qué aparece tanto en la película. ¡En cambio mi padre dice que sale muy poco! (Risas) Como artistas e intérpretes, respetan y entienden mi trabajo: es mi forma de interpretar la familia en un determinado momento…

Parece que ha preparado esta película casi toda su vida…

Ha sido un proceso largo, porque lo difícil en estos trabajos de familia es que todo puede ser interesante, pero hay que acabar seleccionando. Empecé sola, pero después la productora me proporcionó los límites de tiempo y dinero necesarios para poder terminarla. ¡Si no, quizá estaría todavía editando!

¿De qué va a tratar su próxima película?

Después de un trabajo tan personal, es difícil. Estoy plantando varias semillas, como la escritura de guiones de ficción. Ahora que ya he hecho esta película sobre mi familia, puedo abrirme a otras cosas.

Fuente : DW

Tango Pathetique, Argerich, Kremer & Maisky


Kiesewetter, Tango Pathetique, Piano: Martha Argerich, Violin: Gidon Kremer, Violoncello: Mischa Maisky

viernes, 28 de noviembre de 2014

Martha Argerich y Riccardo Chaily muy pronto en la Salle Pleyel


Cette fois-ci, deux ans auront suffi (contre vingt-cinq en 2012 !), pour voir Riccardo Chailly de retour au pupitre de l'Orchestre de Paris. Cerise sur le gâteau, le maestro italien apporte dans ses bagages la grande Martha Argerich, une vieille complice qui devrait, comme à son habitude, bousculer quelques-unes de nos certitudes dans le Concerto de Schumann. Après l'entracte, place à la rare 1ère Symphonie de Rachmaninov, une partition au souffle long dont la création désastreuse fit sombrer le compositeur dans une profonde dépression. Une œuvre aussi flamboyante que sentimentale à découvrir, et par le plus zélé de ses ambassadeurs en prime.

Orchestre de Paris - Riccardo Chailly - Martha Argerich. Les 3 et 4 décembre, Paris, Salle Pleyel.

Programme :
Felix Mendelssohn
Ouverture de Ruy Blas
Robert Schumann
Concerto pour piano
Sergueï Rachmaninov
Symphonie n° 1

Riccardo Chailly y Martha Argerich se reencuentran en Berlín


Los días 27, 28 y 29 de Noviembre la pianista Martha Agerich y el director Riccardo Chailly se reencontrarán en una serie de conciertos con la Filarmónica de Berlín, para interpretar el Concierto para piano de Schumann, que ambos interpretasen ya en varias ocasiones, como por ejemplo en 2006, en el 150 aniversario de la muerte del compositor. La obertura Ruy Blas de Mendelssohn y la sinfonía no. 3 de Rachmaninov completan el programa de estos conciertos. Ambos protagonistas atesoran una larga trayectoria de colaboración, que se ha reflejado asimismo en los estudios de grabación. Juntos, de hecho, registraron los tres conciertos para piano de Rachmaninov para Philips/Decca en 1995. Riccardo Chailly, actual director titular de la Scala de Milán y de la Orquesta de la Gewandhaus de Leipzig, se encuentra en un momento dulce de su trayectoria, cuando su madurez da frutos cargados de personalidad. Martha Argerich es sin la menor duda una de las pianistas más relevantes de su generación, reconocida por unanimidad. Codalario dará cuenta de esta cita desde Berlín.

"Argerich, en un duelo de virtuosismo" - La Nación Espectáculos (01 de octubre 1999)


Concierto extraordinario del dúo formado por la pianista Martha Argerich y el violoncelista Mischa Maisky, organizado por la Fundación Teatro Colón. Programa: Sonata en Sol menor Op. 54 Nº 2, de Beethoven; Sonata en Re menor, de Debussy; Tres piezas fantásticas Op. 73, de Schumann, y Sonata en Re menor Op. 40, de Shostakovich. En el Teatro Colón.
Nuestra opinión: muy bueno.

Después de apreciar el público porteño el arte de Martha Argerich en la cúspide de su madurez artística y en nuestro primer coliseo, como aconteció con su presentación con la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, una nueva faceta de su talento afloró anteayer ante los ojos y los oídos de los melómanos. 

Fresco aún el memorable entusiasmo multitudinario que despertó con el Concierto Nº 1 de Chopin, el programa camarístico que ofreció junto al violoncelista ruso Mischa Maisky puso de manifiesto sus aptitudes para la expresión más pura de una musicalidad más íntimamente compartida. 

Verla en vivo, junto a Maisky, en una programa cuya diversidad permitía apreciar exigencias interpretativas tan disímiles, configuraba otra de las cualidades distintivas de la eminente intérprete argentina junto a sus eventuales copartícipes en una tarea de recreación común. 

Eligió para ello un programa diversificado, comenzando con la Sonata Op. 5 Nº 2, en Sol menor, de Beethoven. Es una obra de creciente subjetividad en su lenguaje, aunque con un insoslayable sentido de unidad y equilibrio. 

El contenido emocional de la obra, presentado desde el inusual movimiento lento inicial, fue abordado por los intérpretes con real identificación con ese carácter, más libre en lo formal, con bajos profundos aunque poderosos desde el piano, y cautelosa expresividad del violoncelo. Maisky tuvo una sonoridad mejor asumida en la exposición de los temas líricos, si bien a lo largo de toda la obra estuvo acotado por un piano dominante en los aspectos rítmicos y dinámicos del discurso. 

El carácter del Allegro que siguió, con un fraseo inquieto y contrastante (que quitó por momentos la respiración del oyente por los tempi elegidos) permitió apreciar, empero, la calidad del cello al lograr un perfecto ensamble temperamental con una pianista del exhaustivo dominio técnico como Argerich. Si bien más rápido que lo usual, el Rondó Allegro final mostró un mejor equilibrio virtuosístico. Fue casi un divertimento entre los instrumentistas de excepción. 

La singularísima sonata en Re menor de Debussy, mundo completamente distinto al de la poderosa dialéctica beethoveniana, dejó más libre el terreno de la libertad interpretativa. Tanto Argerich cuanto Maisky la abordaron con una magnífica síntesis entre la imaginación y el refinamiento sonoro. Las bellas y elegantes frases del Prólogo con definido carácter de "Ouverture" francesa, el agitado Allegro que siguió -que evidenció el rico temperamento musical de los músicos-, los rasgos fantásticos de la Serenata, con su carácter grotesco de interesantes efectos tímbricos y delicados pizzicati en las cuerdas sobre un piano de refinado sentido armónico, fueron aspectos inolvidables de la versión.

La gran sorpresa

Una sorpresa mayor depararía la segunda parte del concierto con obras como las "Tres piezas fantásticas" Op. 73, de Schumann, otro de los compositores de los que Argerich es eximia intérprete. Si bien es optativo el empleo del violoncelo (la partitura original fue escrita para clarinete), en este caso los intérpretes sacaron el máximo partido de las cualidades expresivas de sus instrumentos, por el excepcional sentido del color y del movimiento que tuvo el fraseo, con intensa y romántica musicalidad en el piano y una fusión sonora de calidad superior. 

La Sonata para violoncelo y piano Op. 40 en Re menor de Shostakovich, junto con la anterior las obras mejor logradas de la noche, fue objeto de un valioso tratamiento interpretativo. Maisky lució sus mejores recursos técnicos y expresivos, tan vinculados en esta obra a lo emocional, sobre un piano de preciso color tonal en los acordes del piano. La feroz ironía del Scherzo y los ritmos marcados y tajantes del piano, con las proverbiales octavas veloces de Argerich, fácilmente desplazaron a los instrumentistas hacia un virtuosismo genuino en relación con la obra. El Largo fue vertido con lirismo y el Allegro final tuvo obsesivos acentos y un final de intensa y vibrante resolución.

Apostillas

Bises. Argerich y Maisky agradecieron la ovación y la persistencia del público presente con cuatro bises: dos Chopin (un largo y una polonesa), Beethoven (las Variaciones sobre un aria de la "Flauta Mágica", de Mozart) y Schumann (Adagio de la sonata Opus 70). 

Números. Entre las tres funciones que ofreció en el Teatro Colón, Martha Argerich convocó a alrededor de 7500 personas. La de mayor asistencia fue la del martes último, cuando tocó junto a la Orquesta Filarmónica el Concierto Nº 1 de Chopin. Hubo gente sentada hasta en el pasillo central, algo inusual para la formalidad habitual del teatro. 

Eclecticismo. En los conciertos del Colón, Argerich hizo gala de la variedad de compositores y repertorios que es capaz de abordar. Incluyendo los bises, la pianista interpretó obras de Scarlatti, Beethoven, Schumann, Chopin, Debussy, Ravel, Prokofiev, Shostakovich, Rachmaninov y Lutoslawsky. 

Músicos y políticos. El prestigio y la calidad musical de la pianista argentina atrajo al Teatro Colón a algunos no habitués a la música clásica. En la platea se pudo ver, por ejemplo, a Mercedes Sosa y a Celeste Carballo, y en el palco avant scene de la derecha (que corresponde al vicepresidente) a Carlos Ruckauf. 

En el Luna. Hoy, a las 21, Martha Argerich ofrecerá como despedida de Buenos Aires un concierto popular en el Luna Park. Allí interpretará, junto a la Orquesta Sinfónica Nacional, el Concierto para piano Nº 3 de Sergei Prokofiev, con la dirección de Pedro Ignacio Calderón. Por su parte, la agrupación interpretará la Quinta Sinfonía, de Beethoven el "Bolero", de Ravel y Preludio de "Los maestros cantores", de Wagner. 

La Nación Espectáculos
01 de octubre 1999
Héctor Coda

jueves, 27 de noviembre de 2014

lunes, 24 de noviembre de 2014

"Argerich, en otra noche para la historia" - La Nación Espectáculos (30 de septiembre 1999)


Concierto de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires. Director: Pedro Ignacio Calderón. Solista: Martha Argerich (piano). Programa: Nocturnos (Nubes y Fiestas); Pinos de Roma (poema sinfónico) de Ottorino Respighi y Concierto para piano y orquesta, en Mi menor, Nº 1, Op. 11, de Frederic Chopin. Nuestra opinión: Excelente. 

Fue una de las noches más rutilantes de la historia del Teatro Colón. Por la cantidad de público que tuvo la oportunidad de entrar en la sala, el grito de aprobación más fuerte y prolongado que se recuerda; obviamente, por la calidad de ejecución de Martha Argerich, el alto nivel de la Filarmónica y la excelencia de Pedro Ignacio Calderón, los tres que, coincidentemente, acababan de ser premiados por la Fundación Konex. 

Calderón inició la primera parte del programa con una muy sobria versión de "Nubes" y "Fiesta", los dos primeros fragmentos de el tríptico "Nocturnos", de Claude Debussy, obra capital del creador de Francia. Toda la magia de su estilo sinfónico fue lograda, muy especialmente cuando el ritmo de danza parece estallar en refulgente luminosidad de colores tonales. 

Pero aún mayor interés tuvo la ejecución del célebre poema "Los pinos de Roma", de Ottorino Respighi, tan descriptivo y cautivante en sus evocaciones como formidable en el uso de los recursos de la orquesta sinfónica. Calderón mostró su habitual capacidad para lograr los planos y matices adecuados de las obras del gran sinfonismo, cuidando de no hacer vulgares y efectistas los momentos de grandes eclosiones de sonido, ni dejar de lado el logro de pianissimi delicados. 

Cabe señalar que el rendimiento técnico de toda la orquesta fue estupendo, con especial lucimiento del su primer clarinete, Mariano Rey, cuyo sonido fue hermoso y de una enorme emotividad.

Un Chopin superlativo

Por fin llegó el concierto Op. 11, Nº 1 de Chopin, que en realidad compuso con posterioridad al que se conoce como segundo, y que fue interpretado en lugar del concierto en Sol de Ravel, que fuera anunciado originalmente. Un cambio que no agregó ni quitó nada, sencillamente porque Argerich por sí sola y con cualquier obra provoca la misma actitud de embeleso.

Sin ninguna actitud de divismo, y sin otra intención que servir a la música con infinito amor y entrega, la artista dio la medida justa de su genio musical, quizás el más evidente de haber sido otorgado por la providencia. 

Bastó un gesto y un leve movimiento de su cabeza para comprender que la introducción orquestal muy adecuada de Chopin la había puesto en situación espiritual para penetrar en la obra, al punto de que los primeros pasajes sonaron con matices de conmovedora fuerza expresiva y con un sonido de cautivante belleza. Al mismo tiempo, a medida que avanzaba el allegro maestoso , la claridad de la articulación, el encanto de las notas como cadenas de perlas y la homogeneidad del toque fueron de excepción. Por otra parte, la sencillez y calor del fraseo musical crearon una intangible corriente de comunicación con el oyente, algunos de los cuales no pudieron evitar una lágrima. 

Luego llegaron el larghetto de infinito vuelo lírico a la manera de una bella romanza, pero expresado sin los desbordes del romanticismo almibarado tantas veces escuchado hasta el empalago -por fortuna Calderón y la orquesta se pusieron al servicio de la pianista- y más tarde el rondó, con todo el sabor del ritmo popular que el autor encerraba en su corazón antes de dejar su patria. 

El carácter alegre, vigoroso y pianísticamente brillante de la "cracoviana" sincopada, como muy bien se señaló en el programa de mano, se escuchó con detalles de una escritura más rica y compleja que la habitual en otras versiones, a través de una mecánica de pasmosa claridad, al punto que la obra tantas veces considerada débil desde aspectos académicos, se trasformó en una composición mucho más jerarquizada que desde podría considerarse ahora entre las cumbres del inmortal mago del piano. Cuando estallaron los imponentes vítores y Argerich agradeció con su saludo y gesto con mucho de oriental y con actitud tímida, se creyó que habría oportunidad de escucharla en un breve recital, especialidad que parece, por el momento, no estar entre sus preferencias. 

Sin embargo, fueron sólo dos agregados, una sonata de las más brillantes de Doménico Scarlatti y una mazurka, de Chopin, que de todos modos, por su impresionante ejecución técnica e interpretativa, fueron más que suficiente para rubricar una noche inolvidable.

Colados

La afluencia de público excedió toda medida normal en la sala y provocó algunas protestas de abonados, que no llegaron a empañar una función histórica que merecía ser apreciada por la mayor cantidad de personas posible. La expectativa superó todo lo conocido, y quienes llenaron el Colón, ocupando pasillos y escalinatas, lo hicieron con respetuoso silencio y pasión por la buena música.

Gracias a Argerich, el primer concierto de Chopin llegó a cumbres musicales impensadas. Foto: Patricia Di Pietro

La Nación Espectáculos
Juan Carlos Montero

viernes, 21 de noviembre de 2014

"Una noche brillante" - La Nación Espectáculos (30 de septiembre 1999)



Argerich y otras figuras, distinguidas con el Konex

Entre las luces del Salón Dorado del Teatro Colón y los flashes de las cámaras, Martha Argerich lució más brillante que nunca cuando posó junto a sus dos premios Konex. 


Como se informó ayer en La Nación , la gran artista argentina recibió anteanoche dos de las distinciones otorgadas por la Fundación Konex: la de Platino, a la mejor pianista, y la de Brillante, con la que fue consagrada como la figura más destacada de la música clásica argentina. Argerich, por lo tanto, fue la estrella indiscutida de la ceremonia, en la que se distinguió a los nombres más relevantes de la música durante la última década. 

El acto, que fue transmitido en directo por Canal (á), comenzó a las 19 con estricta puntualidad y los discursos de Luis Ovsejevich, presidente de la entidad y Ljerko Spiller, presidente del Gran Jurado y ganador del Konex de Brillante en 1989. Ellos fueron los encargados de entregarle a Martha Argerich -sin duda, la más aplaudida de la noche- sus dos estatuillas, mientras la mayoría del público presenciaba la ceremonia de pie y fuera de la sala. 

"Siento una conexión espiritual y musical mucho mayor con el país gracias a la Fundación Konex y al acercamiento con el público en los conciertos", expresó emocionada Argerich frente al estrado, mientras recordaba a su maestro, Vicente Scaramuzza. La promesa implícita de la pianista de volver a tocar pronto en el país (luego del concierto programado para mañana en el Luna Park) provocó una nueva ovación de los presentes. 

La ceremonia estuvo interrumpida en varias oportunidades por los cortes publicitarios que exigía la transmisión por cable. En esos momentos, se producía un silencio notable en el Salón Dorado en medio de los aplausos que siguieron a cada una de las entregas de las estatuillas de platino, menciones especiales y de honor.

Emociones interrumpidas

Uno de los pocos galardonados que recordaron al público en sus agradecimientos fue Roberto Oswald, regisseur con más de treinta años de trabajo en el Teatro Colón. Oswald dedicó también algunas palabras a los técnicos del teatro. 
El instrumentista de madera Mariano Frogioni se vio sorprendido por la designación: "Este es un premio inesperado para mí", confesó luego de recibir la estatuilla. Mauricio Wainrot, reconocido coreógrafo, extendió su agradecimiento a los bailarines y fue uno de los más aplaudidos. 
Una vez finalizada la entrega, todos los premiados subieron al escenario para una foto que agrupara a los mejores de la música clásica según el jurado de expertos de la Fundación Konex. 
Maestros y alumnos brillantes se encontraron en una fiesta rodeada de cámaras y reflectores, con un público entusiasta que, a las 21, comenzó a desplazarse hacia la sala principal del Colón, para asistir al concierto de Argerich junto con la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires.

Entre abrazos y ausencias

El momento más emotivo de la noche se vivió con el abrazo de las dos figuras de mayor edad entre los galardonados: el compositor Washington Castro y Cristian Hernández Larguía, director del Pro Música de Rosario, uno de los dos distinguidos como mejor conjunto de cámara de más de seis integrantes. El otro fue el Estudio Coral de Buenos Aires. La danza también tuvo una presencia destacada. Una de las más ovacionadas fue la bailarina Paloma Herrera, que llegó especialmente desde Europa para la entrega. "Es un inmenso honor recibir el premio de manos de mi maestra, Olga Ferri", dijo frente al micrófono. 
A propósito de la danza, los únicos ausentes de la lista de premiados fueron Julio Bocca y Maximiliano Guerra, que compartieron el Konex de Platino como mejores bailarines. La hermana de Bocca y la madre de Guerra ocuparon sus lugares para agradecer al Gran Jurado, ubicado en dos gradas dispuestas en el fondo del escenario. 


Soledad Aguado Harguinteguy 
Diario La Nación
30 de septiembre 1999

Bruno Gelber en el minuto 1:20 habla de su adoración a Martha Argerich. Entrevista en "Duro de domar" del 8 de abril de 2014


Bruno Gelber habla en "Duro de domar" de su admiración por Martha Argerich

jueves, 20 de noviembre de 2014

Programa presentación de Marthita Argerich en el Teatro San Martín de Buenos Aires, el 6 de noviembre de 1953


Programa original de la presentación de Marthita, de 12 años de edad, en el Teatro San Martín de la Ciudad de Buenos Aires, Argentina, el día 6 de noviembre de 1953, a las 19.


Teatro San Martín de Buenos Aires. Calle Avenida Corrientes 1530. Viernes 6 de noviembre de 1953, a las 19. Localidades en Venta. Precios de las localidades, incluidos los impuestos: palcos bajos 55 palcos balcón 45 palcos principales 32 entradas a palco 8 platea 12 super platea y platea orquesta 12 super pulman 8 pulman 6 grada numerada 3 y entrada a grada 2 pesos moneda nacional.


Martha Argerich

Nació en Buenos Aires, el 5 de junio de 1942. Su instrucción musical puesta de manifiesto a los tres años de edad vióse confirmada al ser presentada en público por la Sra Ernestina Cosma de Kursow, un año después en el Teatro Astral, interpretando obras de Bach, Couperin, Mozart y Beethoven. 

Bajo la dirección del maestro Vicente Scaramuzza encauzó sus estudios en la orientación dinámica pianística, siendo presentada en el ciclo beethoveniano, realizado en el año 1947 en la Caja Nacional de Ahorro Postal, bajo los auspicios de la Comisión Nacional de Cultura. 

En el año 1949, con la dirección orquestal del maestro Scaramuzza, volvió a presentarse en el Teatro Astral, interpretando el concierto en Re Menor de Mozart (K, 466) y el concierto n° 1 Op. 15 de Beethoven en cuya oportunidad fue secundada por la Orquesta de la Asociación del Profesorado. 

Posteriormente actuó como solista en conciertos radiotelefónicos siendo dirigida por los maestros Luis Gianneo y Alberto Castellanos. 

Realizó giras por el interior del país ofreciendo diversos recitales y en el mes de noviembre de 1952 hizo su presentación en la Sala del Teatro Colón, interpretando con la colaboración de la Orquesta Sinfónica de la ciudad de Buenos Aires, dirigida por el maestro Washington Castro, el concierto en La Menor Op 54 de Robert Schumann.

Últimamente -en septiembre del corriente año- presentóse en el Círculo de Aeronáutica en donde, bajo la dirección del maestro Juan Emilio Martini al frente de la Orquesta Sinfónica de Buenos Aires, ofreció el concierto en La Menor de Grieg. 

Desde hace dos años, sus estudios de perfeccionamiento están confiados a la autoridad del maestro Francisco Amicarelli. 

Algunos juicios

Después de escuchar a María Martha Argerich puedo vaticinarle mis sinceros deseos por sus progresos pianísticos.
Gieseking

A María Martha Argerich, la futura gran pianista: eso no depende más que de ella misma.
Uninsky

Con todos mis mejores votos por el mafnífico porvenir que ella, sinceramente, merece.
Markevitch

A la pequeña pero ya gran artista, María Martha Argerich, delante de quien se abre una bella carrera pianística.
Francescatti

María Martha tienes un gran talento. Trabaja mucho y seriamente como lo has hecho hasta ahora, yo siento con seguridad que obtendrás grandes triunfos.
Solomón

Todos mis deseos de un gran porvenir que permiten esperar sus condiciones realmente excepcionales. Yo he escuchado a María Martha con la alegría más viva.
Askenaze

Nobleza obliga... No debes olvidar jamás el maravilloso talento que tienes...
Van Beinum

Espero y estoy seguro que Martha Argerich, en muy poco tiempo, será la pianista de América.
Victor Tebah
 

miércoles, 19 de noviembre de 2014

"Martha Argerich, al mediodía" - Nota de Mágicas Ruinas (20 de julio de 1965)


"¿Cómo son los argentinos?", preguntó Martha Argerich en cuanto pisó el hall que el aeropuerto de Ezeiza pone a disposición de los viajeros importantes. No es ninguna afectación: es la curiosidad lógica de quien dejó Buenos Aires en 1955, cuando tenía 13 años, y desde entonces ha vivido en Europa y, sobre todo, en la música. Con el largo pelo castaño desflecado en los márgenes de un rostro aún adolescente, y una sombra de fatiga en la expresión, la pianista —la más importante del mundo en estos días, según los expertos— intentaba esquivar los flashes. Hasta que, entre la muchedumbre que la asediaba, el cameraman de un noticiario barboteó una protesta: "¡Señorita, nosotros tenemos que trabajar, lo mismo que usted! Y debemos volver hoy con sus imágenes." El gélido mediodía del domingo 11 de julio, se encendió entonces con la primera sonrisa de Martha: "Lo siento —dijo—; estaba cansada." Y se dejó acribillar por los objetivos, mientras a su lado, su madre, la infatigable Juanita Argerich, trataba en vano de contener la marea del entusiasmo.

Martha Argerich 1965
La hija pródiga

Esa marea está justificada: Martha es la primera instrumentista argentina que cosecha tantos premios internacionales (en los concursos de Bolzano y Ginebra, en 1957, y el Chopin, en Varsovia, el 15 de marzo último), y a su paso han brotado los aplausos del continente que creó la música occidental (los últimos, los dos mil espectadores del Albert Hall de Londres, hace un mes). 

Pero ella se asusta, se siente acosada: su familia ("es un familión"), sus amigos, sus condiscípulos, el vasto ambiente musical de Buenos Aires, quieren verla, tocarla, halagarla. "No me siento bien", declaró en el pórtico de su conversación de cuatro horas con Primera Plana, dos días después de su arribo: "El agua de aquí y el cambio de clima me han descompuesto; y me tiene muy nerviosa el plan de actividades que debo trajinar en tan poco tiempo." En interminable cadena, los cigarrillos se encienden y se apagan en sus labios. Los aplasta con cierta fruición en el cenicero, y se lanza sobre otro. Está vestida como el día que llegó: saco de tweed grisáceo, sweater negro, pollera de lana gris, botas negras hasta mitad de la pantorrilla. Habla en castellano con un leve dejo del Caribe, con ortodoxas "elles": "Es que en Europa tengo muchos amigos latinoamericanos. 

Yo podría hablar como los argentinos —lo intenta, y se ríe—, pero me gusta más mi acento: es menos duro." Pero quizá para ella el castellano no sea sino uno más en su panoplia de idiomas: inglés, francés, italiano, alemán, portugués y hasta algo de ruso. "Tengo hambre", le informa a su madre, en la salita del departamento del Hotel Richmond, en la calle Florida. Juanita le propone un sandwich. "No, quiero comer de verdad", anuncia Martha, voluntariosa. En la pieza vecina estalla un alarido, y la señora de Argerich se precipita hacia él: es la hija de Martha (divorciada de un compositor indonesio), que reclama una cuota de atención para su año y medio de edad.

Cuando la pequeña Lyda (el nombre de la esposa del violoncelista francés Pierre Fournier, gran amigo de Martha) se tranquiliza, las Argerich parten con Primera Plana hacia el restaurante alemán ABC, en la calle Lavalle. El primer plato que pide Martha es un mar de caldo humeante, en el que navegan rechonchos ravioles; después vienen el bife de lomo con ensalada mixta, la torta de manzanas, dos cafés dobles. Madre e hija fuman incesantemente, y sólo beben agua mineral. "Vivo en Bruselas, en casa de amigos. Pero la ciudad que me tienta para vivir es Londres. Además, únicamente toco en los lugares donde la gente me gusta: cancelé un concierto en Cracovia porque conocí una persona que me cayó antipática." Y Martha se ríe, y compra un montón de chocolatines, que va consumiendo en camino a Radio el Mundo, donde esa noche ofrecía su primer programa en la Argentina: nada más que Chopin. Nada menos, también. Aunque ninguna partitura parece entrañar un desafío para Martha Argerich; a lo sumo un acicate, una necesidad.

Dedos de oro

La primera sorpresa de la radio fue que dos teclas del piano no funcionaban, pese a los tres técnicos que por la mañana se habían ocupado de actualizarlo. "Es el piano de Rubinstein", acotó con fervor uno de los jefes de El Mundo; pero la mención del nombre ilustre no conmovió a las teclas, que permanecieron atascadas. "Parece mentira que aquí no se encuentre un buen piano", observa Martha con aire ausente. Y, despreocupada se sienta lo mismo al instrumento y se arroja ("para calentarse los dedos", explica la madre) en los encrespados laberintos de la Toccata Opus 11 de Schumann. Después —con manos chicas y firmes, cuyas elásticas muñecas le permiten amplias extensiones— roza un poco de Chopin, hasta que otro técnico la interrumpe: viene a imponer orden en el díscolo teclado. Pero Martha se va a quedar estudiando toda la tarde, hasta la hora del concierto, las 21; y Juanita se encargará de alcanzarle allí mismo el vestido, para que no tenga que volver al hotel.

Por la noche, la muchacha tímida, que habla con suavidad en voz baja, arrasó los receptores de sus compatriotas con los esplendores del genio. Fue el Chopin que siempre se anheló: viril y decidido, sensible sin sentimentalidad, despejando con su fulgor las indecisas brumas románticas. La misma cualidad varonil con que la Argerich inflama su precisa técnica, hizo explosión a la tarde siguiente, viernes 17, en la afiebrada sala del Colón. Bach, Beethoven, Chopin y Prokofieff parecieron más jóvenes que nunca, como si los hubiera contagiado esta muchacha menuda que, desde el escenario, se tendía hacia las interminables ovaciones como sobre un mar fascinador y peligroso; como si temiera, en alguna medida, el poder que le ha sido conferido, de incendiar los sonidos hasta el punto de fusión. 

"Martha Argerich, al mediodía"
20 de julio de 1965
PRIMERA PLANA
Agradecimientos a Maricruz Argerich

Entrevista a Mercedes Sosa antes de actuar con Martha Argerich - Casla Noticias (23 de septiembre 2003)


De repente levanté el teléfono, me dijeron Soy Martha Argerich y no entendí nada. Pregunté: "Martha, ¿en serio sos vos?" Mi sorpresa fue tal que sólo atiné a invitarla a comer empanadas. Pero ella me dijo: Quiero que cantes conmigo en el Colón. Pensé que era una broma. Yo nunca imaginé... Mi deseo llegaba hasta cantar con Mina o con Carlos Santana... Y ahí estaba Martha ofreciéndome eso. Aunque la conozco desde hace muchísimos años, jamás supuse que me llamaría para hacer algo juntas. Nunca, nunca... Ella toca Prokofiev y nunca se presentó con una cantante popular. Yo tengo toda la colección de Chopin por Martha, comprada en Francia. Ahora vamos a hacer obras como La canción de árbol del olvido, de Alberto Ginastera, juntas. Esto es como un sueño".


Mercedes Sosa está sentada en un sofá de su departamento de Carlos Pellegrini y Arroyo, escoltada por pinturas de Antonio Berni, Raúl Soldi y Leopoldo Torres Agüero. María, su ama de llaves, sirve té alemán de frambuesa en tazas de porcelana fina: el humo blanco se va deshilachando en el aire y empaña los anteojos de la cantante tucumana. Tras los graves problemas cardíacos que padeció a fines de 2002, luce una saludable delgadez. "En diciembre pesaba 109; ahora estoy en 81", confirma. La túnica roja y negra le combina, delicadamente, con el chal, las botas de cuero, el pelo azabache y los labios de carmín, aunque le queda un tanto holgada. "Me la arrojaron al escenario durante un concierto —explica—. Ni siquiera sé quién lo hizo. Ni se imagina lo que me dan; discos, libros, hasta joyas. No me gusta acumular: mando muchas cosas a geriátricos de Córdoba. ¿Y las flores? Después de cada concierto, este living parece un cementerio".

Podría haber dicho "parece un jardín" o "un invernadero", pero optó por "un cementerio". No será su única referencia sombría. Una depresión que la tumbó en 1997 y la muerte de su madre en el 2000 la han condenado a una suerte de hipersensibilidad permanente. Durante la entrevista llorará en silencio varias veces, incluso al hablar de la poesía de ciertas canciones que cantará el domingo en el Colón, acompañada —en distintos tramos— por Argerich, por la Camerata Bariloche y por el guitarrista Colacho Brizuela. La evocación de la triste y bella El alazán, de Atahualpa Yupanqui, le humedece los ojos y le frunce el mentón. "Es tan amarga esa muerte, la de un caballo que cae por un barranco", dice, como si acabara de conocerla. Hace poco se propuso no llorar sobre el escenario. Fue en Rosario: "Cantaba un tema de Popi Spatocco y tuve que apretarme muy fuerte la pierna para no soltar lágrimas. La gente empezó a aplaudir como loca porque se dio cuenta de que me estaba martirizando. Estoy muy sensible".

Usted, como Martha Argerich, está más allá del bien y del mal en el plano artístico. Al subir a un escenario, ¿se siente definitivamente al amparo del cariño e incluso de la indulgencia del público?
Siento el infinito cariño del público, pero jamás existe seguridad sobre el escenario. Allí, siempre se está dando examen. Y más en el caso de los que trabajamos con la garganta. El cantante puede estar todo el tiempo estudiando, y yo vivo estudiando, pero está expuesto a contratiempos. En julio estuve en Massa (Italia) y me quedé muda, no pude cantar. Viajé a Roma, un médico me dio inyecciones y, cuando pude recuperarme, seguí la gira. Y el 9 de julio, día en que yo cumplía años, en vez de descansar, canté en Massa, para no defraudar a la gente.

En diciembre debió suspender sus shows con León Gieco y Víctor Heredia por problemas de salud. Antes había sufrido una depresión profunda. ¿Cómo se siente hoy?

Me siento muy bien de ánimo. Aunque tengo una tendencia a dormir mucho. Tal vez esté relacionado con aquella depresión. Tal vez lo necesito: he pasado tantos años corriendo de un lado para el otro. Estoy un poco saturada de viajes, hoteles y aviones, que me dan tanto miedo. En el 97 estuve muy mal: sólo dormía y vomitaba. Y lo del año pasado fue aun más grave. Tuve un problema cardíaco; me dijeron que mi corazón llegó a estar tres veces más grande que lo normal. Los médicos me aclararon que fue gravísimo, que me salvaron la vida por quince minutos. Como notará, a mí me agarran cosas grandes, no me ando con chiquitas.

¿Le teme a la vejez? ¿Qué amenazas vislumbra en el porvenir?

No le temo a la vejez porque ya soy vieja. Tengo 68 años. Mire si voy a tenerle miedo a lo que ya soy. A veces escucho hablar de "sexagenarios" y pienso en que soy casi una "septuagenaria"... Gracias a Dios, todavía puedo cantar, hacer lo que amo. Pero la enfermedad me hizo pensar en que no querría vivir así. Mi mamita se me fue en el 2000 y ya no le funcionaba la mitad del cuerpo, no podía hablar. Yo no quiero vivir así, quiero morirme lúcida. Ya no sé si es preferible morir siendo viejo o joven. La vejez es buena si uno está rodeado de la familia.

Esa cantante prodigiosa que cautiva desde los escenarios, esa sacerdotisa cargada de energía y vitalidad, no se parece del todo a esta mujer frágil que habla en voz baja. Sus palabras, melancólicas, tienen sin embargo firmeza. Cuando se le pregunta por algún concierto entre tantos, se ilumina: "Creo que no puede haber nada en el mundo como los 13 conciertos del Opera del 82". Ella volvía al país, la dictadura se retiraba.

Alguna vez lamentó que su música no llegara a las clases más postergadas. ¿Se siente una artista de la clase media?


Es cierto: pienso que la gente del pueblo no me conoce. Ni les intereso. En parte, porque no soy rubia de ojos verdes. Acá hay tal profusión de gente rubia que da miedo. No parecemos latinoamericanos sino suecos. Yo siento que no he podido llegar a la clase a la cual le he cantado. Tal vez por mi manera de ser. Imagínese: soy chaparra, petisa, de pelo lacio, india...
Lo que habla justamente de un origen popular...


Por supuesto. Pero fíjese que cuando Shakira tenía el pelo negro no tenía llegada popular, aunque cantaba tan bien como hoy. Tuve que teñirse y convertirse en rubia. Creo que hay un gran complejo de inferioridad. Una vez me estaban haciendo un reportaje afuera y la traductora no quería decirle "La Negra" al que me entrevistaba. Y yo soy "La Negra", soy india y estoy feliz de serlo, de mis ancestros, nobles, honrados. He pensado mucho en por qué no le llegué al pueblo. Creo que el problema mío es ser natural.

¿Qué le pasa al escuchar su voz en grabaciones de los 60 o 70? ¿Siente que pudo conservarla?
Me gustan especialmente los discos que grabé en los 70. Y también mucho de lo que hago hoy. El artista produce indudablemente cambios en su voz. Para no perderla es necesario una gran disciplina. Y yo la tengo.

¿Tuvo que cambiar muchos hábitos? Sé que en una época llegó a tomar siete whiskies...
Estaba amargada porque me había dejado el padre de Fabián (Carlos Mathus). En esa época tomé siete whiskies, y con hielo, que me ponía afónica. Era una manera de olvidar. En Europa tomaba vino tinto, blanco, champagne. He tomado. Pero luego me traicionó el estómago, la acidez. Hoy tomo una copa de vino y lo pago: no puedo dormir, por todos los remedios que tomo; los del corazón y los antidepresivos.

Sé que en Europa llegó a fumar hachís...

Sí, y me gustó. Vi a esa habitación blanca de color amarillo... ¿Se acuerda de Submarino amarillo, de Los Beatles? Escuché a Piazzolla con Libertango. Pero probé dos veces y dejé: porque me había gustado y porque hace mal; el hachís deja tonta a la gente. Muchas veces, las adicciones son cárceles peores que las de los militares. Me apena ver a tanta gente destrozada por las drogas.

¿Fumaba también tabaco?
Antes de morir, Pocho (Mazzitelli, su segundo marido) me preguntó: ¿Por qué das tantas ventajas? Yo fumaba cuatro atados diarios, aunque apenas pitaba cada cigarrillo. Indudablemente, su enfermedad me hacía mucho daño. Un día quise cantar Como la cigarra y no me salía la voz. De todo eso tuve que salvarme sola, que es la única forma de salvarse de las adicciones. Pero lo que cuento ocurrió muchísimo antes de mis 68 años. Está superado hace tiempo; hoy me cuido al máximo, aunque no es fácil. Mirtha Legrand dijo que le dan remedios y los deja en la mesa de luz. Si yo no llegara a tomar los míos, me muero en una semana.


Mercedes Sosa le pide a María que le sirva otro té. La tarde cae en los ventanales, detrás de un balcón desbordante de helechos. "Estas ventanas quedaron pulverizadas cuando volaron la Embajada de Israel, acá a la vuelta. Fue terrible, terrible. Tras el estallido, recuerdo haber visto a chicos que deambulaban con la mirada desorbitada, mudos. ¿Sabe qué define a una tragedia? El silencio posterior, el infinito silencio", jura la mujer del sonido extraordinario. Después se levanta para mostrar las artesanías latinoamericanas que abundan en su living, repartidas con la armonía, la elegancia y la iluminación de buen museo. "Me regalaron casi todo", aclara, como si se estuviera justificando después de décadas de trabajo.


¿Le duelen esos lugares comunes del estilo "Mercedes Sosa es izquierda pero vive muy bien" o "Era comunista pero vivía en Francia"?


He escuchado esas frases. No sé si quieren que viva en un rancho o qué. Desde ya le digo: no quiero que la gente viva en ranchos; quiero que viva bien, en casas limpias y confortables. Eso es lo que sueño desde hace mucho. Este departamento, que compré en 1973, no es lujoso: es cómodo. Dijeron que yo era una comunista que vivía en París; allá viví un año, en una casa alquilada que le presté a muchos amigos. La gente de derecha dirá una cosa, así como la gente de izquierda dijo otra por el asunto de Macri. Yo sigo mi vida y no pienso mudarme a un rancho porque me critiquen.


Usted aclaró hace poco que no le dio apoyo a Mauricio Macri para las elecciones porteñas. ¿Se arrepiente de haberlo recibido en este living en tiempos de campaña electoral?


Me arrepiento de que haya habido tantos periodistas presentes. Yo, ganara quien ganara, quería donar mis cosas para el proyecto del Museo de la música popular latinoamericana. Era para la ciudad de Buenos Aires, no para Macri. Pero se distorsionó todo; nos han ofendido mucho a mí y a mi hijo Fabián. Ahora no pienso darle los objetos a nadie, gane Ibarra o gane Macri. Nunca he dado motivo para alguien hable mal ni para que se burlen y esto me duele. Quiero que sepa que si aparece un mecenas para el museo no va a ser un político.

¿A quién votó, finalmente?

Ah, no pienso decírselo. Pero para presidente he votado a Kirchner y estoy contenta. Por un lado tengo esperanzas; por otro, ya es hora de que se haga algo con la gente que vive en las villas, que sufre, que no tiene nada. Kirchner ya recibió a las Abuelas de Plaza de Mayo, a todos, ahora tiene que empezar a hacer también para esa gente que está en el peor de los mundos. Su esposa, Cristina, ha estado en este living tomando el té: es realmente agradable, extraordinaria. También estuvieron Chiche Duhalde y la mujer del gobernador Felipe Solá. Me gusta esta nueva generación de mujeres, cultas, inteligentes, de mucho carácter.

Mercedes, ¿es cierto que usted se divertía en algunas entrevistas francesas dando datos falsos?
(Sonríe) Ay, si usted supiera las picardías que he hecho yo con la prensa... Pero, bueno, ¿para qué me aguantan?

¿Y en esta entrevista ha cometido muchas picardías? ¿Ha mentido mucho?

Para nada. Usted habla mi mismo idioma y conoce toda mi vida. Hasta sabía que fumé hachís... Probé dos veces, dije "hasta acá llegó mi amor" y nunca más. Le repito: la única cárcel de la que se sale solo es la adicción. La verdad es que puedo hablar con total libertad, a esta altura de la vida no me arrepiento de nada.

Agradecimientos a Maricruz Argerich

Belleza



 Martha Argerich
© Fotografía Photographers Direct

"Como las grandes figuras del siglo" - De la Redacción de La Nación (27 de septiembre 1999)


Una vez más, Martha Argerich produjo el embrujo de siempre. El mismo que de manera excluyente se repite desde aquellos años en que, siendo una niña, apareció con un vestido blanco y puntillas para brindar un recital asombroso.

Pasaron los años, se radicó en Europa, pero vino de modo esporádico. Ella misma no sabe explicar la razón de sus prolongadas ausencias. Sin embargo, siempre se supo sobre su evolución, sus triunfos, sus grabaciones, los episodios de su vida, su actitud rebelde cuando un jurado no reconoció los méritos de un pianista formidable, la zozobra creada por ausencias de último momento o la conmoción que provoca su actuación.

Sin ir muy lejos, tuvimos la oportunidad de escucharla en Berlín, en la sala de la Filarmónica, con dirección de Daniel Barenboim, en una semana de Pascua. Allí escribió con la Orquesta de Chicago una página para el orgullo nacional, ese que tantas veces se quisiera ocultar frente a la desidia, la mediocridad y el retroceso cultural que parecen una epidemia en el país.

Allí se tuvo la evidencia del "fenómeno Argerich", porque el público alemán, a quien no se podría calificar de indisciplinado, enloqueció al mejor estilo latino al punto de reclamar entradas en una reventa formidable. Cuando concluyó cada una de las obras, en medio del griterío alguien explicó: "Sólo Martha es capaz de poner de pie y hacer aullar al berlinés".

Ahora, mientras avanzaba el programa a cuatro manos con Nelson Freire se trató de encontrar una explicación. Primero está su técnica, con manos que parecen delicados gorriones bailoteando sobre el teclado, pero con un sonido pleno, redondo, cautivante, por momentos esmaltado y otros aterciopelado. En esto, Argerich no se parece a ningún otro.

Después, su sentido infalible para encuadrar a cada autor en su estilo y penetrar en el contenido profundo de la obra, sin amaneramientos ni excesos de explicaciones académicas o filosóficas volcadas en el fraseo, como tantos pianistas se esfuerzan por lograr. Es que la música brota de ella con mágica naturalidad, tanta y misteriosa que resulta siempre el ideal esperado.

Suma de todos los talentos

Claro está que para valorarla en su justa medida hay que recordar a las grandes figuras, porque de lo que se trata es saber quién es el pianista más perfecto del siglo. Vienen así a la memoria nombres como Alexander Brailowsky, distinguido por su forma de expresar cada frase; Arthur Rubinstein, que era tumultuoso de joven y supo perfeccionar su escuela para llegar a cumbres del sonido y del refinado fraseo; Walter Gieseking, el colorista sutil de infinita limpidez y transparencia de sonido e impecable manejo del pedal; Vladimir Horowitz, con su peculiar manera de tocar con las manos como metidas entre las notas negras, desafiando toda recomendación académica.

Y ni hablar de la vehemencia de Byron Janis, o la profundidad de conceptos de Wilhelm Kempff, la grandeza de Claudio Arrau, con su célebre aplicación de la escuela del contrapeso, la relajación muscular y prioridad del estudio intelectual, el refinamiento de Nikita Magaloff, la grandeza de Lazar Bergman, la maestría de Vladimir Ashkenazy, el talento de Rudolf Firkusny.

Y tres pianistas que se escucharon sólo en registros de virtudes excelsas: Dinu Lipatti, el rumano de sonido cristalino de exquisito fraseo; Sviatoslav Richter, de capacidad inigualable de toque refulgente, y Clara Haskil, de sonido candoroso.

Acaso Martha Argerich es la suma de todos ellos, una especie de síntesis milagrosa que la ubica, lógicamente, en la cima del siglo, aunque más no sea como la más genuinamente genial y completa.

Apostillas

Más Argerich. La pianista ofrecerá tres conciertos más esta semana, dos en el Colón y el restante en el Luna Park. Mañana, a las 20.30, se presentará dentro del ciclo de la Orquesta Filarmónica, dirigida por Pedro Ignacio Calderón, interpretando el Concierto Nº 1 de Chopin. Al día siguiente, también a las 20.30, ofrecerá un recital con el chelista Mischa Maisky. El viernes, a las 21, Argerich tocará en el Luna Park, en esa ocasión con la Orquesta Sinfónica Nacional, dirigida por Calderón, con entradas a precios populares.

Entradas. A pesar de las expectativas por el regreso de Argerich al Colón, la sala tuvo claros en las plateas. ¿Las razones? Los cambios de fechas que afectaron por igual a todas las funciones del teatro y el alto costo de esas ubicaciones.

Demorados. Mucha gente llegó tarde. Eran los que viajaban desde la zona norte y que, además de la lluvia, se encontraron anteanoche con la desconcentración del acto político de Duhalde-Ortega, en el estadio de River.


"Como las grandes figuras del siglo"
Por Juan Carlos Montero
De la Redacción de La Nación  
© Fotografía Photographersdirect

martes, 18 de noviembre de 2014

Martha Argerich, entrevista en Stockholm para el Nobel Prize Concert 2009


Muchas Gracias a Maricruz Argerich

"El fuego sigue intacto" - Recuerdo de su presentación en Buenos Aires 1999


Con un concierto a dos pianos junto al brasileño Nelson Freire, que quedará en el recuerdo por mucho tiempo, la extraordinaria artista argentina volvió al Colón después de 13 años.

Recital de los pianistas Martha Argerich y Nelson Freire. Obras: Transcripción para dos pianos de la Sinfonía Nº 1 en re mayor, opus 24, "Clásica", de Prokofiev; Danzas sinfónicas Opus 45, de Rachmaninov; "Variaciones sobre un tema de Paganini", de Lutoslawski; Gran rondó en La mayor, Opus 107, D 591 (para piano a cuatro manos), de Schubert; "La valse", de Ravel. Función organizada por la Fundación del Teatro Colón. Sábado 25.
 
Nuestra opinión: excelente.

Anteanoche, después de 13 años, Martha Argerich regresó al Teatro Colón con el fuego y la magia intactos, en un concierto a dos pianos con Nelson Freire que resultó histórico, y finalizó con el público rendido a sus pies.

Una vez más se pudo comprobar que, cuando la pianista se sienta delante de las 88 teclas de ébano y marfil deja en las bambalinas su personalidad dubitativa y se convierte en un "pura sangre" musical.

"El Colón me asusta", había dicho días antes del primero de los tres conciertos programados en ese teatro. Pero lo cierto es que esos miedos nunca se hacen presentes cuando Argerich hace lo que más le gusta: música de sus compositores favoritos (Prokofiev, Rachmaninov, Schubert, Ravel).

En esta ocasión, Argerich -que no da recitales de piano solo- compartió el escenario con su amigo, el brasileño Nelson Freire, para ofrecer un programa de corte "sinfónico". De las cinco obras que eligieron, dos de ellas (las obras de Prokofiev y Ravel) son transcripciones para dos pianos de piezas originalmente escritas para orquesta. Junto con las ultravirtuosas "Variaciones sobre un tema de Paganini", de Lutoslawski, y las Danzas sinfónicas, de Rachmaninov, configuraron un programa "siglo XX".

Son obras que tienen como denominador común una altísima exigencia técnica, cierto espíritu lúdico extravertido, alejado de las vanguardias, y un lenguaje que va desde la tonalidad ampliada hasta la politonal. Naturalmente, en las manos de Freire y sobre todo en las de Argerich el problema técnico quedó relegado a segundo plano para poner en el centro de la escena un espectacular juego musical. A modo de contraste quedó entonces el Gran rondó en La mayor, para piano a cuatro manos, de Franz Schubert.
Frente a frente

Con un sencillo vestido y saquito de hilo negro, Argerich entró en el escenario, sonriente, junto a Freire (y los dos colaboradores que pasaron, a veces a "destiempo", las hojas de las partituras). Acomodó su butaca y casi no esperó a que terminaran los aplausos para atacar con la transcripción de la Sinfonía Nº 1, "Clásica", de Sergei Prokofiev.

"Bajar" a dos pianos una obra sinfónica plantea dos grandes dificultades: cómo reemplazar la variedad de colores que posee una orquesta y cómo no perder las texturas sonoras reducidas a las posibilidades de cuatro manos.

Muy rápidamente, Argerich y Freire respondieron las preguntas. Entre los dos funcionaron como un gran piano "sinfónico", con un exuberante despliegue de toques, articulación, uso del pedal y manejo de las dinámicas simplemente perfecto.

Además, el nivel de concertación camarística entre los dos fue tal que, si no fuera por la diferencia de "color" que hay entre los dos Steinway de cola que tiene el Colón, hubiera sido difícil saber de cuál de los dos instrumentos estaba saliendo cada una de las líneas.

Es claro que cada uno de ellos posee su propio sonido, tanto como que ambos estaban unidos en una empresa común, sin divismos. No es una sorpresa, Argerich tiene un especial feeling con la música de Prokofiev y también con la de Rachmaninov, de quien tocaron sus Danzas sinfónicas. (Su hija Annie escribió que su madre "sabe mucho más sobre los secretos de la música de Prokofiev que sobre el contenido de su cartera".) Por eso, tanto en los momentos de mayor virtuosismo como en los cantabiles de las dos obras de los compositores rusos, Argerich se movió a sus anchas en el juego de cámara con Freire. Ella hace fácil lo difícil y, además, con un placer lúdico que se hacía visible con cada gesto dirigido al asistente que pasaba las partituras. Sonrisas, mohínes y miradas parecían comentarios a lo que ella misma producía dirigidos -a través de este espectador privilegiado- a todo el público.

Es que, por el carácter extravertido de las obras elegidas, el primer concierto que Argerich ofreció en el Colón tuvo el clima de un recital de cámara íntimo. Con los dos pianos puestos delante del telón principal como toda escenografía, las obras se fueron sucediendo con este espíritu, que se hizo más ostensible cuando a cuatro manos interpretaron el bello Rondó en La mayor de Schubert. Con Freire en el registro agudo y Argerich en el grave, la amalgama musical fue perfecta. La propia Argerich, mientras agradecía al público, le susurró a Freire: "Estuvo bien".
 
Fin de fiesta

Para el final volvió la gran orquesta pianística con una monumental versión de "La valse", de Maurice Ravel, en la que Argerich demostró su excepcional capacidad para sacar del piano un sonido potente, incluso de mayor caudal sonoro que Freire. Además, el dúo consiguió lo más difícil de lograr en esta versión: iguala el arco del original orquestal que comienza en el registro grave y llega al brillante final "a toda orquesta" diez minutos después.

El aplauso y los bravos se prolongaron durante varios minutos, los que fueron correspondidos por Argerich y Freire con tres bises: un Ravel ("Mi madre la oca") y dos Rachmaninov (tomados de las suites para dos pianos).

Sonrisas en el escenario y en la sala: Martha Argerich regresó con gloria al Teatro Colón y todo indica que para seguir haciendo historia.

La Nación Espectáculos
Martín Liut
27 de septiembre 1999