lunes, 24 de noviembre de 2014

"Argerich, en otra noche para la historia" - La Nación Espectáculos (30 de septiembre 1999)


Concierto de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires. Director: Pedro Ignacio Calderón. Solista: Martha Argerich (piano). Programa: Nocturnos (Nubes y Fiestas); Pinos de Roma (poema sinfónico) de Ottorino Respighi y Concierto para piano y orquesta, en Mi menor, Nº 1, Op. 11, de Frederic Chopin. Nuestra opinión: Excelente. 

Fue una de las noches más rutilantes de la historia del Teatro Colón. Por la cantidad de público que tuvo la oportunidad de entrar en la sala, el grito de aprobación más fuerte y prolongado que se recuerda; obviamente, por la calidad de ejecución de Martha Argerich, el alto nivel de la Filarmónica y la excelencia de Pedro Ignacio Calderón, los tres que, coincidentemente, acababan de ser premiados por la Fundación Konex. 

Calderón inició la primera parte del programa con una muy sobria versión de "Nubes" y "Fiesta", los dos primeros fragmentos de el tríptico "Nocturnos", de Claude Debussy, obra capital del creador de Francia. Toda la magia de su estilo sinfónico fue lograda, muy especialmente cuando el ritmo de danza parece estallar en refulgente luminosidad de colores tonales. 

Pero aún mayor interés tuvo la ejecución del célebre poema "Los pinos de Roma", de Ottorino Respighi, tan descriptivo y cautivante en sus evocaciones como formidable en el uso de los recursos de la orquesta sinfónica. Calderón mostró su habitual capacidad para lograr los planos y matices adecuados de las obras del gran sinfonismo, cuidando de no hacer vulgares y efectistas los momentos de grandes eclosiones de sonido, ni dejar de lado el logro de pianissimi delicados. 

Cabe señalar que el rendimiento técnico de toda la orquesta fue estupendo, con especial lucimiento del su primer clarinete, Mariano Rey, cuyo sonido fue hermoso y de una enorme emotividad.

Un Chopin superlativo

Por fin llegó el concierto Op. 11, Nº 1 de Chopin, que en realidad compuso con posterioridad al que se conoce como segundo, y que fue interpretado en lugar del concierto en Sol de Ravel, que fuera anunciado originalmente. Un cambio que no agregó ni quitó nada, sencillamente porque Argerich por sí sola y con cualquier obra provoca la misma actitud de embeleso.

Sin ninguna actitud de divismo, y sin otra intención que servir a la música con infinito amor y entrega, la artista dio la medida justa de su genio musical, quizás el más evidente de haber sido otorgado por la providencia. 

Bastó un gesto y un leve movimiento de su cabeza para comprender que la introducción orquestal muy adecuada de Chopin la había puesto en situación espiritual para penetrar en la obra, al punto de que los primeros pasajes sonaron con matices de conmovedora fuerza expresiva y con un sonido de cautivante belleza. Al mismo tiempo, a medida que avanzaba el allegro maestoso , la claridad de la articulación, el encanto de las notas como cadenas de perlas y la homogeneidad del toque fueron de excepción. Por otra parte, la sencillez y calor del fraseo musical crearon una intangible corriente de comunicación con el oyente, algunos de los cuales no pudieron evitar una lágrima. 

Luego llegaron el larghetto de infinito vuelo lírico a la manera de una bella romanza, pero expresado sin los desbordes del romanticismo almibarado tantas veces escuchado hasta el empalago -por fortuna Calderón y la orquesta se pusieron al servicio de la pianista- y más tarde el rondó, con todo el sabor del ritmo popular que el autor encerraba en su corazón antes de dejar su patria. 

El carácter alegre, vigoroso y pianísticamente brillante de la "cracoviana" sincopada, como muy bien se señaló en el programa de mano, se escuchó con detalles de una escritura más rica y compleja que la habitual en otras versiones, a través de una mecánica de pasmosa claridad, al punto que la obra tantas veces considerada débil desde aspectos académicos, se trasformó en una composición mucho más jerarquizada que desde podría considerarse ahora entre las cumbres del inmortal mago del piano. Cuando estallaron los imponentes vítores y Argerich agradeció con su saludo y gesto con mucho de oriental y con actitud tímida, se creyó que habría oportunidad de escucharla en un breve recital, especialidad que parece, por el momento, no estar entre sus preferencias. 

Sin embargo, fueron sólo dos agregados, una sonata de las más brillantes de Doménico Scarlatti y una mazurka, de Chopin, que de todos modos, por su impresionante ejecución técnica e interpretativa, fueron más que suficiente para rubricar una noche inolvidable.

Colados

La afluencia de público excedió toda medida normal en la sala y provocó algunas protestas de abonados, que no llegaron a empañar una función histórica que merecía ser apreciada por la mayor cantidad de personas posible. La expectativa superó todo lo conocido, y quienes llenaron el Colón, ocupando pasillos y escalinatas, lo hicieron con respetuoso silencio y pasión por la buena música.

Gracias a Argerich, el primer concierto de Chopin llegó a cumbres musicales impensadas. Foto: Patricia Di Pietro

La Nación Espectáculos
Juan Carlos Montero

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