martes, 18 de noviembre de 2014

"El fuego sigue intacto" - Recuerdo de su presentación en Buenos Aires 1999


Con un concierto a dos pianos junto al brasileño Nelson Freire, que quedará en el recuerdo por mucho tiempo, la extraordinaria artista argentina volvió al Colón después de 13 años.

Recital de los pianistas Martha Argerich y Nelson Freire. Obras: Transcripción para dos pianos de la Sinfonía Nº 1 en re mayor, opus 24, "Clásica", de Prokofiev; Danzas sinfónicas Opus 45, de Rachmaninov; "Variaciones sobre un tema de Paganini", de Lutoslawski; Gran rondó en La mayor, Opus 107, D 591 (para piano a cuatro manos), de Schubert; "La valse", de Ravel. Función organizada por la Fundación del Teatro Colón. Sábado 25.
 
Nuestra opinión: excelente.

Anteanoche, después de 13 años, Martha Argerich regresó al Teatro Colón con el fuego y la magia intactos, en un concierto a dos pianos con Nelson Freire que resultó histórico, y finalizó con el público rendido a sus pies.

Una vez más se pudo comprobar que, cuando la pianista se sienta delante de las 88 teclas de ébano y marfil deja en las bambalinas su personalidad dubitativa y se convierte en un "pura sangre" musical.

"El Colón me asusta", había dicho días antes del primero de los tres conciertos programados en ese teatro. Pero lo cierto es que esos miedos nunca se hacen presentes cuando Argerich hace lo que más le gusta: música de sus compositores favoritos (Prokofiev, Rachmaninov, Schubert, Ravel).

En esta ocasión, Argerich -que no da recitales de piano solo- compartió el escenario con su amigo, el brasileño Nelson Freire, para ofrecer un programa de corte "sinfónico". De las cinco obras que eligieron, dos de ellas (las obras de Prokofiev y Ravel) son transcripciones para dos pianos de piezas originalmente escritas para orquesta. Junto con las ultravirtuosas "Variaciones sobre un tema de Paganini", de Lutoslawski, y las Danzas sinfónicas, de Rachmaninov, configuraron un programa "siglo XX".

Son obras que tienen como denominador común una altísima exigencia técnica, cierto espíritu lúdico extravertido, alejado de las vanguardias, y un lenguaje que va desde la tonalidad ampliada hasta la politonal. Naturalmente, en las manos de Freire y sobre todo en las de Argerich el problema técnico quedó relegado a segundo plano para poner en el centro de la escena un espectacular juego musical. A modo de contraste quedó entonces el Gran rondó en La mayor, para piano a cuatro manos, de Franz Schubert.
Frente a frente

Con un sencillo vestido y saquito de hilo negro, Argerich entró en el escenario, sonriente, junto a Freire (y los dos colaboradores que pasaron, a veces a "destiempo", las hojas de las partituras). Acomodó su butaca y casi no esperó a que terminaran los aplausos para atacar con la transcripción de la Sinfonía Nº 1, "Clásica", de Sergei Prokofiev.

"Bajar" a dos pianos una obra sinfónica plantea dos grandes dificultades: cómo reemplazar la variedad de colores que posee una orquesta y cómo no perder las texturas sonoras reducidas a las posibilidades de cuatro manos.

Muy rápidamente, Argerich y Freire respondieron las preguntas. Entre los dos funcionaron como un gran piano "sinfónico", con un exuberante despliegue de toques, articulación, uso del pedal y manejo de las dinámicas simplemente perfecto.

Además, el nivel de concertación camarística entre los dos fue tal que, si no fuera por la diferencia de "color" que hay entre los dos Steinway de cola que tiene el Colón, hubiera sido difícil saber de cuál de los dos instrumentos estaba saliendo cada una de las líneas.

Es claro que cada uno de ellos posee su propio sonido, tanto como que ambos estaban unidos en una empresa común, sin divismos. No es una sorpresa, Argerich tiene un especial feeling con la música de Prokofiev y también con la de Rachmaninov, de quien tocaron sus Danzas sinfónicas. (Su hija Annie escribió que su madre "sabe mucho más sobre los secretos de la música de Prokofiev que sobre el contenido de su cartera".) Por eso, tanto en los momentos de mayor virtuosismo como en los cantabiles de las dos obras de los compositores rusos, Argerich se movió a sus anchas en el juego de cámara con Freire. Ella hace fácil lo difícil y, además, con un placer lúdico que se hacía visible con cada gesto dirigido al asistente que pasaba las partituras. Sonrisas, mohínes y miradas parecían comentarios a lo que ella misma producía dirigidos -a través de este espectador privilegiado- a todo el público.

Es que, por el carácter extravertido de las obras elegidas, el primer concierto que Argerich ofreció en el Colón tuvo el clima de un recital de cámara íntimo. Con los dos pianos puestos delante del telón principal como toda escenografía, las obras se fueron sucediendo con este espíritu, que se hizo más ostensible cuando a cuatro manos interpretaron el bello Rondó en La mayor de Schubert. Con Freire en el registro agudo y Argerich en el grave, la amalgama musical fue perfecta. La propia Argerich, mientras agradecía al público, le susurró a Freire: "Estuvo bien".
 
Fin de fiesta

Para el final volvió la gran orquesta pianística con una monumental versión de "La valse", de Maurice Ravel, en la que Argerich demostró su excepcional capacidad para sacar del piano un sonido potente, incluso de mayor caudal sonoro que Freire. Además, el dúo consiguió lo más difícil de lograr en esta versión: iguala el arco del original orquestal que comienza en el registro grave y llega al brillante final "a toda orquesta" diez minutos después.

El aplauso y los bravos se prolongaron durante varios minutos, los que fueron correspondidos por Argerich y Freire con tres bises: un Ravel ("Mi madre la oca") y dos Rachmaninov (tomados de las suites para dos pianos).

Sonrisas en el escenario y en la sala: Martha Argerich regresó con gloria al Teatro Colón y todo indica que para seguir haciendo historia.

La Nación Espectáculos
Martín Liut
27 de septiembre 1999

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