domingo, 2 de noviembre de 2014

"Buenos Aires da miedo" - La Nación (27 de mayo 1998)



Así lo confesó a La Nación la legendaria pianista argentina Martha Argerich antes de que compartiera un histórico concierto en Tokio con la Sinfónica Nacional.

TOKIO.- La Orquesta Sinfónica Nacional finalizó anteanoche la etapa japonesa de su gira internacional con un concierto histórico. La agrupación, que celebra en 1998 su 50º aniversario, se encontró en el escenario del Orchard Hall de esta ciudad con Martha Argerich, un verdadero tornado musical que atrapó a la orquesta y la hizo sonar como nunca.


Horas antes de anticiparle a La Nación que vendrá a Buenos Aires en julio, pero no a tocar, porque le da miedo, la pianista argentina interpretó, junto con la orquesta que dirige Pedro Ignacio Calderón, el Concierto para piano de Ravel, una obra en la que parece imbatible, pero -en verdad- su aura se proyectó hacia toda la función.

Para la Sinfónica (como cualquier orquesta argentina) tocar con Argerich, una superestrella en el competitivo mundo de la música clásica, representa no sólo un aliciente sino también un fuerte apoyo a su primera gira por Japón. Hacía doce años que Argerich no tocaba con una orquesta argentina y, una vez más, esta volcánica mujer funcionó como una inyección de energía musical para los instrumentistas.

Ya camino al ensayo general, tres horas antes del concierto, se podía observar que el clima entre los integrantes de la sinfónica era distinto. Mientras en el concierto de la localidad de Atsugi, el sábado último, se percibía una sensación de serenidad, la ansiedad de muchos por entrar a calentar dedos (los intérpretes de instrumentos de gran tamaño, no tienen la posibilidad de estudiar porque éstos quedan embalados en los teatros) en el inmenso escenario del Orchard Hall, denotaba otro tipo de expectativas. Además del habitual testeo de la acústica, todos esperaban con expectativa a Argerich para el ensayo de la obra de Ravel.

La ansiedad envolvió incluso a Daniel Binelli, que si bien tocaba en la primera parte de la velada, estuvo particularmente preocupado por asegurar una correcta amplificación de su bandoneón y de la guitarra de Eduardo Isaac, con quien interpretarían el doble concierto "De Lieja", de Astor Piazzolla, y por el ensamble con la orquesta (sólo tocan las cuerdas). El, como todos, no ocultaba el orgullo de poder tocar en la misma función de la pianista y lamentó que no se haya podido concretar la idea inicial de hacer de bis un dúo tanguero con ella.

Después del ensayo de Piazzolla apareció Argerich sobre el escenario. El sueño se había hecho realidad. Aquí, los empresarios japoneses que organizaron la gira de la Sinfónica, después de haber sido víctimas de una de las cancelaciones que suelen decidir, respiraron aliviados cuando se realizó el primer ensayo el viernes último y celebraron cuando la pianista se sentó a probar el piano de cola.

Sobre el escenario, Argerich hizo gala de la pasmosa facilidad con la que sus dedos recorren el instrumento y también -y a esta altura ya hay que creerle- de dudar de estar haciendo lo correcto en cada ocasión posible.

Argerich se sentó y probó con un par de veloces escalas a dos manos las 88 notas del Stenway dispuesto en el centro del escenario. Dudó, se paró, vio que había otro gran cola a un costado (dispuesto para las obras de Piazzolla y Falla) y salió -urgente y preocupada- a probarlo. Entre sentada y parada, repitió la operación y dijo: "Me parece que éste me gusta más". Obviamente, Calderón, que se encontraba en el podio listo para dirigir, no intentó discutir su opinión. Pero, acto seguido, regresó al primer teclado y, aunque con cara de no muy convencida, se decidió a llevar a cabo el ensayo con él y no obligar a un complicado enroque que haría perder los pocos minutos de la práctica.

Después de una primera partida en falso comenzaron el jazzero primer movimiento de la obra de Ravel. Ya allí, Argerich, mirando al director o a los solistas que tenían diálogos musicales con ella, sacó de todos ellos una energía impresionante.

Mientras, los que no tocaban se ubicaron en la platea, para sacar fotos y filmar o, simplemente, escuchar.

Tras algunos ajustes, Argerich comenzó con el segundo movimiento. En ese primer solo ningún músico se privó de seguir cómo "cantaba" esa especie de vals lento escrito por Ravel.
 
Música para cholulos

Cuando terminó el ensayo, un enjambre de instrumentistas la rodeó para fotografiarse y pedirle autógrafos. "Hoy no tengo ningún problema en ser cholulo", dijo uno, explicitando el generalizado sentimiento de orgullo imperante por poder tocar con ella.

Por supuesto, Argerich siguió con su duda existencial sobre la elección de los pianos. Luego de cumplir con amabilidad y llaneza todos los pedidos, se quedó ensayando lo que sería el bis: la danza de la Moza Donosa, de Ginastera. Al finalizar la obra, revisó una vez más el segundo piano, pero se quedó con el primero.

Con este clima caliente, la orquesta ingresó en la sala, a las 19 en punto, y comenzó el concierto con un simpático malentendido. Este concierto fue la función central del ciclo de actividades culturales que organiza la embajada argentina en Japón para celebrar los 100 años del establecimiento de las relaciones bilateras entre los dos países. Había, por lo tanto, autoridades de gobierno argentinas y japonesas, y la orquesta debió interpretar los dos himnos nacionales.
 
El himno de Ginastera

Lo curioso fue que, como en el programa no se anunciaba este hecho, cuando la Sinfónica atacó los primeros compases del himno argentino muchos de los presentes supusieron que se encontraban ante la Obertura del Fausto Criollo, de Ginastera, que abría el programa de la noche.

Algunos argentinos presentes se quedaron a medio camino de pararse, ya que el resto de la platea no estaba avisada. Los más suspicaces abrieron sus programas para chequear la fecha de nacimiento de Ginastera, un autor que sonaba más bien a Clementi que a un músico de este siglo.

Sólo cuando comenzó el himno de Japón los cabos sueltos se ataron y comenzó la verdadera función.

Primero, la Obertura de Ginastera sonó mucho mejor que en la función de Atsugi y, luego, los dos movimientos del Concierto para bandoneón y orquesta de Piazzolla tuvieron una cálida recepción del público nipón.

Fue particularmente muy aplaudido el concierto de Piazzolla en el que Binelli lució su inmensa capacidad como "cadenero", es decir, el motor que impulsa la orquesta hacia adelante, según la definición que sobre él dio el propio Piazzolla.

Con "El Sombrero de tres picos" (y, al final, con el Bolero de Ravel) la Sinfónica cumplió con su repertorio universal, pero latino, que funcionó de maravillas con el exigente público nipón. Calderón apostó otra vez por la exuberancia que le permitieron estas dos obras en la interpretación.
 
Estruendo japonés

Pero antes del Bolero de Ravel pasó un huracán. Cuando Martha Argerich ingresó en escena, el habitualmente austero aplauso se hizo estruendoso (tiene aquí verdaderos fans que, como a cualquier estrella pop, la esperan a la salida de la sala para pedirle que firme autógrafos).

Argerich volvió a mostrar ese delicado equilibrio entre una versión apasionada y, a la vez, precisa y rítmica en el primer y tercer movimiento, y el sutil toque velado que posee para los pasajes casi barrocos del segundo.

La Orquesta Sinfónica respondió bien, en términos generales, al compromiso de tocar con alguien como ella, con la sección de cuerdas tocando homogéneamente (es notable la mejora de su sonido este año) y buenas participaciones de la sección de las maderas y el arpa, más allá de algunas desprolijidades en el primer movimiento.

Después del vendaval Argerich, la orquesta viaja a Los Angeles, para completar una gira que resultó inolvidable para todos.

La Nación Espectáculos
Miércoles 27 de mayo 1998

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