Sin protocolo: la Legislatura porteña distinguió a la eximia pianista argentina, que llegó para ofrecer varios conciertos
Por fin Buenos Aires decidió rendir el esperado
homenaje a su hija dilecta Martha Argerich, gloria pianística de todos
los tiempos.
Ninguna aglomeración, ninguna manifestación de la que suelen convocar
los nuevos ídolos de barro que lanza el mercado, se produjo a la entrada
del Palacio Legislativo. Nadie podía imaginar que en ese fastuoso
recinto, que es el salón dorado de la Legislatura, se produciría la
ineludible, impostergable vindicación de una artista, que compite en
talento y prestigio mundial con el otro homenajeado de la semana que
acaba de terminar, Jorge Luis Borges.
Casi nadie se percató de la presencia de Martha Argerich cuando ella se
decidió ocupar ese primer asiento que le habían asignado.
Nadie le prodigó vivas y aplausos. Vestida toda de negro -saco tejido,
pollera a media pierna- la gran pianista, aclamada en el mundo entero
como verdadero portento musical, parecía estar concurriendo a un acto en
el que ella cumplía el papel de una invitada más.
Quienes pudimos dialogar con la pianista comprobábamos una vez más su
autenticidad de ser humano y artista, su naturalidad, libre de toda pose
y divismo, su aborrecer de las ceremonias fastuosas, el cholulismo y la
fanfarronería.
Un acto con protocolo
La ceremonia de entrega del título de ciudadana ilustre, a manos del
presidente de la Legislatura porteña y vicejefe del Gobierno de la
Ciudad, Enrique Olivera, estuvo precedida por un largo prólogo de canto,
a cargo de la soprano Judith Mok y la mezzo Susana Moncayo, acompañadas
en piano por Fernando Pérez. Se trataba de la presentación del número
133 de la Revista Clásica y su disco compacto con los referidos
intérpretes, en la nueva etapa de la publicación, a cargo de Gregorio
Gordon.
Fue el señor Gordon quien obsequió a Martha Argerich un libro de
homenaje a Borges, prologado por Sabato. El trío era inobjetable...
Cuando debió subir al estrado, Martha Argerich se mostró tan inquieta
como durante el concierto en su asiento. Agradeció las palabras de
Olivera: "Quisiera poder merecer esta distinción y compartirla con mi
familia, mis maestros y mis amigos". Y bajó presurosa.
La Nación Espectáculos
29 de agosto 1999
René Vargas Vera
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