Luego de siete años de ausencia, la pianista argentina actuó en Rosario y, anteanoche, en Paraná
Desde que se marchó a Europa, en 1954, adolescente y
talentosa, Martha Argerich mantuvo con la Argentina una relación
distante o, cuanto menos, heterodoxa. Mientras ganaba concursos y
construía una historia musical gloriosa que habría de transformarse en
leyenda, al Río de la Plata sólo llegaban noticias y grabaciones.
Retornó en poquísimas ocasiones produciendo, en cada una de ellas,
conmociones intensas. Pero hace poco más de una década, Martha rompió
con las lejanías y comenzó a revelar un interés creciente por su país
natal. Aquella ausencia casi permanente se rompió y la Argentina se
transformó en un destino obligado. Año tras año volvía con una pasión y
una alegría verdaderas. Y su apuesta fue muchísimo más allá de lo que
cualquiera hubiera imaginado. No sólo retornaba para tocar en la
Capital, más exactamente en el Colón, sino que organizó un concurso
internacional de piano, partió en gira para tocar en diferentes ciudades
argentinas, sin distinciones, sin exigencias y sin resquemores y, por
último, instaló su Festival Martha Argerich en Buenos Aires. Hasta que
todo se derrumbó.
Nadie como ella debe recodar ese final abrupto.
Aun a riesgo de una simplificación incompleta o injusta, podría
concluirse que Martha fue víctima de un maltrato suministrado por
quienes, desde el Colón, resolvieron elevar reclamos gremiales mediante
acciones concretas que hicieron explotar el Festival Martha Argerich.
Expulsada casi vergonzantemente del gran teatro porteño, sin expresarlo
jamás de modo preciso o taxativo, Martha interrumpió totalmente su
experiencia argentina. Con la amargura en el alma, suponemos, volvió a
Europa y su imagen desapareció de nuestra escena. No sólo se evaporaron
las giras, el concurso y el festival, sino que ni siquiera de visita
volvió al departamento que había adquirido para sus estadías en Buenos
Aires. Hasta que, merced a los buenos oficios de su compinche de
aventuras musicales, el pianista rosarino Daniel Rivera, Martha Argerich
volvió a la Argentina para hacer música de cámara en Rosario y en
Paraná.
Conocida la celebérrima reticencia de Martha para
establecer contactos con la prensa, toda la información sobre sus
decisiones provienen de conjeturas o de terceros. Así, podemos
imaginarnos que Rosario debe haber sido una propuesta tomada por Rivera,
un rosarino de pura cepa. En cambio, la elección de Paraná parecería
ser más una determinación de Martha, seguramente, por la buenísima
experiencia personal y musical que tuvo cuando, en 2004 y en 2005 llegó
hasta la capital entrerriana para tocar con la orquesta local, dirigida
por Reynaldo Zemba. Martha se enamora de lugares, de situaciones, de
personas y sus devoluciones y los agradecimientos se materializan, por
ejemplo, con su presencia. Entre ella, Rivera y Graciela Reca, una
extraordinaria pianista entrerriana que todos nos mereceríamos escuchar
en vivo y en directo, hicieron un concierto que fue una joya. Sin lugar a
dudas, de lo mejor que se haya visto en el año
Con la organización de la Asociación Mariano Moreno, impecable por
donde se la mire, el teatro Tres de Febrero lució colmado y fervoroso.
Antes del comienzo, una voz en off dio a conocer una serie de
disposiciones municipales y provinciales por las cuales se declaraba de
interés el concierto. Pero lo rutinario terminó cuando otra voz dio a
conocer que el recital se hacía como un homenaje a la memoria de
Reynaldo Zemba. La explosión, la primera de la noche, sobrevino
espontánea. La segunda, unos segundos después, estalló cuando, muy
lentamente, ingresaron en el escenario Argerich y Reca para tocar la
Sonata para piano a cuatro manos, K.381, de Mozart. Para signar el mejor
comienzo, la sonata gozó de una interpretación fantástica, con una
elegancia plenamente mozartiana.
Después, con las tres combinaciones posibles, fueron ofrecidas las Variaciones sobre un tema de Haydn, de Brahms (Reca - Rivera),
la versión para dos pianos de Los preludios, de Liszt
(Argerich/Rivera), la Suite Nº 2 para dos pianos, de Rachmaninov
(Argerich/Reca), el Concertino en La menor para dos pianos, de
Shostakovich (Reca/Rivera) y, por último, Scaramouche, de Darius Milhaud
(Argerich/Rivera). Una por una, las interpretaciones suscitaron
entusiasmo y admiración y la noche fue avanzando, larga y emotiva hacia
un final que culminó con un teatro atiborrado y de pie en una ovación
estremecedora que incluyó rechiflas, gritos, flores y papel picado. Con
conciliábulos que tuvieron lugar sobre el mismo escenario a la vista del
público, los pianistas agregaron, fuera de programa, una breve pieza de
Brahms a cuatro manos (Argerich/Rivera), el Vals a seis manos, de
Rachmaninov, y, por último, un tango para dos pianos de Luis Bacalow
(Argerich/Rivera).
En general, el nivel de las interpretaciones
fue muy bueno. Tal vez algún otro ensayo hubiera contribuido a pulir
algunos desbalances mínimos o a permitir una textura más lograda.
Detalles absolutamente secundarios puesto que no sólo que no hubo
altibajos de ningún tipo sino que algunas lecturas fueron,
definitivamente, superlativas como, por ejemplo, la que Martha y
Graciela generaron, a pura magia, para hacer la Suite de Rachmaninov. En
terrenos más puntuales, y sin que esta afirmación vaya en menoscabo de
Reca o de Rivera, no cabe ninguna duda que los toques de Argerich son
diferentes. Aún sin apelar a exageraciones o descomedimientos de ningún
tipo, sus sonidos tienen otra dimensión. Acaricia el teclado sin que se
pierda ningún detalle, destaca exactamente las notas que construyen
significado y cada sonido que ofrece tiene su justificación. Así de
sencillo.
La felicidad instalada en el rostro de Martha, de
principio a fin, no llamaba la atención. La del público, tampoco. Si hay
momentos de felicidad colectiva, pues el de antenoche, en el Tres de
Febrero de Paraná, fue uno de ellos. En una de las pausas, alguien le
gritó "¡Martha, no te mueras nunca!" El localismo para ella
incomprensible motivó su pregunta: "¿Cómo?" Rivera acudió en su ayuda y
la carcajada surgió sin frenos. Cuando ya había pasado la medianoche,
radiante, se detuvo a firmar autógrafos y a sacarse fotos con sus
admiradores que, como gasto, habían invertido sólo doscientos cincuenta
pesos para adquirir la entrada más onerosa.
Pueden entenderse las
razones que movieron al regreso rosarino y paranaense de Martha
Argerich. No hace falta ser muy sagaz para conjeturar el por qué de su
no retorno al Colón. Sin embargo, hay otros espacios posibles y Martha
podría entender que el amor que los porteños le tienen merecería que
evaluara la posibilidad de tocar alguna vez en Buenos Aires, rodeada ya
no sólo de sus amigos músicos sino también de los habitantes de esta
ciudad que le profesan una devoción incondicional
Pablo Kohan
25 de octubre 2012
MARTHA AMA PARANÁ, ENTRE RÍOS Y PARANÁ LA AMA A ELLA!
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