sábado, 1 de noviembre de 2014

"Crónica de un reencuentro" - Diario La Nación (25 de octubre 2012)

Luego de siete años de ausencia, la pianista argentina actuó en Rosario y, anteanoche, en Paraná


Desde que se marchó a Europa, en 1954, adolescente y talentosa, Martha Argerich mantuvo con la Argentina una relación distante o, cuanto menos, heterodoxa. Mientras ganaba concursos y construía una historia musical gloriosa que habría de transformarse en leyenda, al Río de la Plata sólo llegaban noticias y grabaciones. Retornó en poquísimas ocasiones produciendo, en cada una de ellas, conmociones intensas. Pero hace poco más de una década, Martha rompió con las lejanías y comenzó a revelar un interés creciente por su país natal. Aquella ausencia casi permanente se rompió y la Argentina se transformó en un destino obligado. Año tras año volvía con una pasión y una alegría verdaderas. Y su apuesta fue muchísimo más allá de lo que cualquiera hubiera imaginado. No sólo retornaba para tocar en la Capital, más exactamente en el Colón, sino que organizó un concurso internacional de piano, partió en gira para tocar en diferentes ciudades argentinas, sin distinciones, sin exigencias y sin resquemores y, por último, instaló su Festival Martha Argerich en Buenos Aires. Hasta que todo se derrumbó.

Nadie como ella debe recodar ese final abrupto. Aun a riesgo de una simplificación incompleta o injusta, podría concluirse que Martha fue víctima de un maltrato suministrado por quienes, desde el Colón, resolvieron elevar reclamos gremiales mediante acciones concretas que hicieron explotar el Festival Martha Argerich. Expulsada casi vergonzantemente del gran teatro porteño, sin expresarlo jamás de modo preciso o taxativo, Martha interrumpió totalmente su experiencia argentina. Con la amargura en el alma, suponemos, volvió a Europa y su imagen desapareció de nuestra escena. No sólo se evaporaron las giras, el concurso y el festival, sino que ni siquiera de visita volvió al departamento que había adquirido para sus estadías en Buenos Aires. Hasta que, merced a los buenos oficios de su compinche de aventuras musicales, el pianista rosarino Daniel Rivera, Martha Argerich volvió a la Argentina para hacer música de cámara en Rosario y en Paraná.

Conocida la celebérrima reticencia de Martha para establecer contactos con la prensa, toda la información sobre sus decisiones provienen de conjeturas o de terceros. Así, podemos imaginarnos que Rosario debe haber sido una propuesta tomada por Rivera, un rosarino de pura cepa. En cambio, la elección de Paraná parecería ser más una determinación de Martha, seguramente, por la buenísima experiencia personal y musical que tuvo cuando, en 2004 y en 2005 llegó hasta la capital entrerriana para tocar con la orquesta local, dirigida por Reynaldo Zemba. Martha se enamora de lugares, de situaciones, de personas y sus devoluciones y los agradecimientos se materializan, por ejemplo, con su presencia. Entre ella, Rivera y Graciela Reca, una extraordinaria pianista entrerriana que todos nos mereceríamos escuchar en vivo y en directo, hicieron un concierto que fue una joya. Sin lugar a dudas, de lo mejor que se haya visto en el año

Con la organización de la Asociación Mariano Moreno, impecable por donde se la mire, el teatro Tres de Febrero lució colmado y fervoroso. Antes del comienzo, una voz en off dio a conocer una serie de disposiciones municipales y provinciales por las cuales se declaraba de interés el concierto. Pero lo rutinario terminó cuando otra voz dio a conocer que el recital se hacía como un homenaje a la memoria de Reynaldo Zemba. La explosión, la primera de la noche, sobrevino espontánea. La segunda, unos segundos después, estalló cuando, muy lentamente, ingresaron en el escenario Argerich y Reca para tocar la Sonata para piano a cuatro manos, K.381, de Mozart. Para signar el mejor comienzo, la sonata gozó de una interpretación fantástica, con una elegancia plenamente mozartiana.

Después, con las tres combinaciones posibles, fueron ofrecidas las Variaciones sobre un tema de Haydn, de Brahms (Reca - Rivera), la versión para dos pianos de Los preludios, de Liszt (Argerich/Rivera), la Suite Nº 2 para dos pianos, de Rachmaninov (Argerich/Reca), el Concertino en La menor para dos pianos, de Shostakovich (Reca/Rivera) y, por último, Scaramouche, de Darius Milhaud (Argerich/Rivera). Una por una, las interpretaciones suscitaron entusiasmo y admiración y la noche fue avanzando, larga y emotiva hacia un final que culminó con un teatro atiborrado y de pie en una ovación estremecedora que incluyó rechiflas, gritos, flores y papel picado. Con conciliábulos que tuvieron lugar sobre el mismo escenario a la vista del público, los pianistas agregaron, fuera de programa, una breve pieza de Brahms a cuatro manos (Argerich/Rivera), el Vals a seis manos, de Rachmaninov, y, por último, un tango para dos pianos de Luis Bacalow (Argerich/Rivera).

En general, el nivel de las interpretaciones fue muy bueno. Tal vez algún otro ensayo hubiera contribuido a pulir algunos desbalances mínimos o a permitir una textura más lograda. Detalles absolutamente secundarios puesto que no sólo que no hubo altibajos de ningún tipo sino que algunas lecturas fueron, definitivamente, superlativas como, por ejemplo, la que Martha y Graciela generaron, a pura magia, para hacer la Suite de Rachmaninov. En terrenos más puntuales, y sin que esta afirmación vaya en menoscabo de Reca o de Rivera, no cabe ninguna duda que los toques de Argerich son diferentes. Aún sin apelar a exageraciones o descomedimientos de ningún tipo, sus sonidos tienen otra dimensión. Acaricia el teclado sin que se pierda ningún detalle, destaca exactamente las notas que construyen significado y cada sonido que ofrece tiene su justificación. Así de sencillo.

La felicidad instalada en el rostro de Martha, de principio a fin, no llamaba la atención. La del público, tampoco. Si hay momentos de felicidad colectiva, pues el de antenoche, en el Tres de Febrero de Paraná, fue uno de ellos. En una de las pausas, alguien le gritó "¡Martha, no te mueras nunca!" El localismo para ella incomprensible motivó su pregunta: "¿Cómo?" Rivera acudió en su ayuda y la carcajada surgió sin frenos. Cuando ya había pasado la medianoche, radiante, se detuvo a firmar autógrafos y a sacarse fotos con sus admiradores que, como gasto, habían invertido sólo doscientos cincuenta pesos para adquirir la entrada más onerosa.

Pueden entenderse las razones que movieron al regreso rosarino y paranaense de Martha Argerich. No hace falta ser muy sagaz para conjeturar el por qué de su no retorno al Colón. Sin embargo, hay otros espacios posibles y Martha podría entender que el amor que los porteños le tienen merecería que evaluara la posibilidad de tocar alguna vez en Buenos Aires, rodeada ya no sólo de sus amigos músicos sino también de los habitantes de esta ciudad que le profesan una devoción incondicional

Pablo Kohan 
25 de octubre 2012

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