domingo, 9 de noviembre de 2014

"Una visita, todo un acontecimiento" - La Nación (15 de septiembre 1999)


La presencia de Martha Argerich se transforma en el acontecimiento más relevante de la temporada musical; se trata de una de las figuras más notables de la música que ha dado el país y porque sus visitas han sido muy espaciadas a lo largo de su rutilante carrera. 



Entonces vienen los recuerdos sobre aquella niña de tan solo cinco años que tocó por primera vez frente a un numeroso público, la circunstancia de poder escucharla, con 8 años, en el estudio del profesor Vicente Scaramuzza, a quien no le agradaba la posibilidad de tener un alumno esperando en la antesala, en este caso, justificada porque el intruso venía desde Ituzaingó y tenía que hacer tiempo en algún lugar. 

¡Qué admiración al escucharla! Con ella el rigor a veces doloroso de Scaramuzza se transformaba en la dulzura de un abuelo. 

Cómo no recordar su debut en el Colón, el 26 de noviembre de 1952, cuando la niña de once años se ubicó frente al piano y le hizo un gesto imperativo para comenzar el Concierto Op. 54, de Schumann, dirigido a Washington Castro, de mirada paternal. 

Luego llegaron los años de sus estudios en Europa. Las noticias se las conocía y se las comentaba con Bernardo Iriberri, en su local de la calle Florida, donde Friedrich Gulda confirmaba su admiración por la pianista porque tomaba clases con él. Causaba gracia oírle decir: ¡Yo no puedo aportarle nada. Es un fenómeno! 

También pasó por los consejos de Madelaine Lipatti, esposa de la otra maravilla del siglo, Dinu Lipatti, quien seguramente le dio algún secreto para lograr el sonido mágico de los pasajes perlados, y con Nikita Magaloff, Stefan Askenase y Arturo Benedetti Michelangeli.

Momentos inolvidables

Al poco tiempo, el orgullo de los argentinos por sus consagraciones en concursos internacionales (Bolzano, Ginebra y Varsovia), hasta que por fin volvió en 1965 y dio un recital inolvidable con una partita de Bach, una sonata de Beethoven, otra de Prokofiev y mucho Chopin. 

El delirio de esa tarde siguió en la Asociación Wagneriana, cuando encaró con pulcritud un programa superior, con la sonata en Si de Chopin, la Fantasía de Schumann y la sonata de Prokofiev. Pero una página aún más excepcional se escribió exactamente el 8 de agosto de ese año, cuando se unió en perfecta comunión espiritual con el violinista Ruggiero Ricci, para mostrar toda la gama de su capacidad en el terreno de la música de cámara, en un programa con obras fundamentales de Mozart, Beethoven y Prokofiev. ¡Cómo no recordar la perfección rítmica y la fuerza expresiva de aquella versión de la sonata "Kreutzer"! 

A los pocos días, junto con el director de orquesta y pedagogo Teodoro Fuchs, al frente de la Orquesta Sinfónica Nacional, se la escuchó con deleite en uno de los más famosos conciertos para piano de Mozart. 

Por fortuna retornó en 1969, año en que se la apreció con mayor intensidad. Dos recitales en el Colón, solista con la Nacional, dirigida por Charles Dutoit, con Beethoven y Liszt en el mismo programa; otra presentación con el concierto de Grieg; actuaciones para la Wagneriana y el Mozarteum Argentino y una curiosa presencia como solista, en el Colón, del concierto Nº 1, de Liszt, con la Orquesta Sinfónica de Cuyo. 

Debieron pasar muchos años para gozar nuevamente de su arte, hasta que llegó su última actuación en un concierto con fines benéficos, durante la temporada de 1986, donde hizo una demostración de capacidad intelectual y física. 

Ahí encaró con energía tres obras para piano y orquesta, dirigidas por Simón Blech, y el Colón fue testigo de que podía tocar sin ningún atisbo de cansancio el Nº 2, de Beethoven, el Nº 1, de Liszt, y el N º 3, Op. 26, de Prokofiev. El delirio se repitió una vez más.
Ahora se la espera con el mismo cariño, admiración y orgullo de siempre.

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